Juro por dios que no tengo nada en contra del sapo con sotana que me echó
horrorizado del confesionario tirándome una alpargata a la cara. No había
terminado de contarle mi pecadito, cuando soltó un alarido animal que rebotó mil
veces contra las paredes rocosas haciendo que todos los santos se tambalearan
dentro de sus hornacinas. Eco tras eco, el grito del cura se fue diluyendo hasta
perderse entre los profundos claroscuros de la iglesia. Cuando ya se barruntaba
el silencio, un estruendo final lo revolvió todo. El pobre San Dionisio no había
podido evitar estrellarse contra el suelo perdiendo su cabeza por segunda vez.
Los santos supervivientes, que habían contem-plado con pavor la decapitación de
su compadre, se esforzaron por detenerse sobre sus peanas hasta quedarse más
quietos que un clavo. Ninguno de ellos estaba dispuesto a repetir la dolorosa
experiencia de su propio martirio ni en pintura.
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El blog de Babilunio
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