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No me extrañó cuando mi abuela vino por la noche a sentarse en el borde de mi cama. Dulce, etérea, su peso no combaba, ni ligeramente, el lecho. Su expresión era de una inefable felicidad. Por fin lo he logrado, niña. Ha sido una experiencia que no se puede contar. Toda la vida deseando viajar en globo y ya ves: en mi vejez lo he conseguido. Es igual que flotar en el aire, es como viajar en una nube. Ni tampoco me extrañó que una calma infinita me embargara mientras me contaba su aventura, ni que el tiempo pareciera no transcurrir, como si ambas estuviéramos fuera de él.
Sin embargo, a la mañana siguiente, al despertar comprobé que me hallaba sumergida en una gran tristeza. Un sentimiento de gran orfandad me angustiaba. En la tarde del día anterior habíamos enterrado a mi querida abuela, la que me contaba tantas historias, la que había pasado toda su vida queriendo viajar en globo. Sabes, me decía llena de melancolía, debe ser maravilloso montar en un globo y viajar a través de África, como el doctor Ferguson de Cinco semanas en globo. Sí, allí, en el periódico se recogía la noticia: “En la mañana de ayer, una anciana resulto muerta en un accidente aéreo. El aerostato en el que durante las fiestas de la población han viajado numerosos paisanos, cayó de pronto a tierra cuando iniciaba su ascensión, resultando muerta una anciana, mientras que el resto de los viajeros sufrieron algunas contusiones de poca consideración. El Ayuntamiento ha declarado un día de luto oficial y se han suspendido las fiestas”.
Antonio Envid
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