domingo, 28 de octubre de 2012

IGUALES PARA HOY: EL TERCERO INCLUÍDO (Servando Gotor)

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Quince años, waiter. Hace por lo menos quince años ya. Doce quizá. Aquí, a un paso. Frente a la sombrerería. En el cruce con Aguadores. Con un ciego pelmazo de estos que ven demasiado, casi tanto como yo. Iguales para hoy, iguales. El siete ocho noventa y siete, para hoy. Además, no sé qué coño hacía ahí, porque en esa esquina, que yo sepa nunca ha habido ciegos. El siete ocho noventa y siete, oiga. Cinco años después de la última cena sin vino. Y de repente, de sopetón, su mirada. Certeza imponiendo su estilo. Su misterio. Su forma y sus formas. Certeza sembrando mis dudas. La presentí por la atmósfera de tabaco mentolado. Sí, porque seguía fumando aquella marca empalagosa y dulce. Fui yo quien la reconocí. Dos años, tres quizá, sin verla. Pero estaba igual. Incluso más hermosa.

- ¡Certeza!
- ¿Tú...?
- El ocho noventa y siete, para hoy.
- Qué haces.
- Cómo estás.

Su voz, sólo su voz me excitaba. En su voz estaba todo: la esquina de Baltasar Gracián con Gil de Biedma, los miércoles, el cochazo aquel que no era mío –me lo prestaba el Aliaga que entonces andaba montado en el dólar– la frutería, la pescadería, el estanco, las útimas cenas sin vino. Su cuerpo. El olor de su piel, el sonido de su piel, su sabor. Porque lo mejor de Certeza, el mejor recuerdo que guardaba de ella era su sabor, su sabor dulce con un punto de rotunda acidez que estimulaba todas las glándulas de mi cuerpo.

- Estas igual.
- Y tú. Tú si que estás bien. Yo... El alcohol hace estragos en la piel. Ya sabes.
- No en la tuya.
- Iguales para hoy…
Y me señalaba alrededor de sus ojos ciertas grietas que decía tener pero que yo no veía. Certeza. Cuántas veces había soñado con ese encuentro. Sí, cuántas. Porque tenía que producirse, inexorablemente tendría que producirse. Tarde o temprano, pero al final aquel encuentro surgiría. Me lo imaginé de mil formas, pero nunca aquí, en la esquina de Mayoral, frente a la sombrerería, con el imbécil del ciego aquel entre los dos.

- Qué haces, qué haces ahora.
- Lo de siempre. Exactamente lo mismo de siempre. Salvo los miércoles, aburrirme. Aburrirme, beber y odiar a mi madre.
- ¿Sigues en la agencia de viajes?
- Sí, sigo atendiendo a gente que quiere ir a Cancún. Y tú. Qué haces. Qué fue del coche aquel.
- El ocho noventa y siete, oiga.- Jé, fue a mejores manos.
- A las de su verdadero dueño, ¿no?
- Pero no sería por eso por lo que...
- ¿Por lo del coche? Veo que no has cambiado. Hay qué ver, los hombres. Hay que ver. Todos cortados por el mismo patrón. No sé. Aquello acabó porque todo tiene un fin. Sin más.
- Ya.
- Sabes, me he...
- Para esta noche los últimos. Los últimos que me quedan, oiga.- ... Me alegra mucho verte. Tenía ganas de verte. Sabía que te vería.
- Jé, si de verdad hubieras tenido ganas de verme, era fácil encontrarme.
- También tú a mí.
- No. Es distinto. Fuiste tú la que acabaste...
- El siete. El siete ocho noventa y siete. Qué gilipollas.
-
... la que acabaste con aquello.
- Pero qué gilipollas. Esperar que sea ella la que le llame a él. Es usted, usted quien le tenía que haber llamado, gilipollas. El siete. El siete ocho noventa y siete... me queda.- ¿Tomamos algo, un café, no sé, algo...? ¿Te apetece?
- Un café, no te jode. Un buen cubata, gilipollas, que no sé en que tiempo vives. Ni en qué hora. Que son cerca las nueve y hace ya un buen rato que el sol se ha puesto. ¡Café! El siete, el ocho noventa y siete, me queda. El siete ocho noventa y siete.- Decía, si es que el imbécil este me deja, decía que eso, que si tomamos algo.
- Sí, me apetece mucho pero sabes, ahora... Ahora voy con prisa. 
- Ataca, atácale ahora imbécil. Hace falta estar más ciego que yo para no verlo. Para hoy iguales.
- Tómate nota de mi teléfono. El miércoles próximo, no; pero el siguiente, sí, si puedo... Llámame el miércoles, el miércoles 20.
- Lo ves, gilipollas, ¿lo ves? Hasta el teléfono te está dando.
- Oiga, por favor, y tú no te rías, Certeza, oiga, por qué no deja de tocarme los güevos de una puta vez.
- El siete. El siete ocho noventa y siete. Para hoy. El siete...

Y Certeza marchó, desapareció entre la multitud de Conde Aranda, en dirección al Portillo.

- Yo no la hubiera dejado escapar.
- Hoy, precisamente, hoy... Llevaba prisa. Ha dicho que llevaba prisa.
- Razón de más, razón de más si llevaba prisa para agarrarla, amordazarla. Que me conozco las prisas de las mujeres. Peligrosas prisas. Más urgentes que las nuestras. No, amigo, no. Se le ha escapado viva. Mal, muy mal. El siete, el siete ocho noventa y siete.
- Ande, venga, deme tres.
- Aquí va el gordo, amigo.- Cuándo es el sorteo.
- Hoy. ¿No es miércoles hoy? Pues hoy.
- Ah, sí, claro. Miércoles.
- Por qué coño se cree que llevaba tanta prisa la tía esa... El siete.
- Es verdad, cómo no había caído. Qué imbécil.
- Ya lo creo, ya lo creo que lo es. Dejarla escapar así...- Es verdad, sí; es verdad. Miércoles. ¿Miércoles? Pero oiga, ¡pero usted cómo sabe, cómo podía saber que ella los miércoles...!
- El ocho noventa y siete.- Oiga, oiga...

Quice años, waiter. Hace por lo menos quince años, doce quizá. Aquí, a un paso. Frente a la sombrerería. En el cruce con Aguadores. Con un ciego pelmazo de estos que ven demasiado, casi tanto como yo. Iguales para hoy, iguales. El siete ocho noventa y siete, para hoy.  



Servando Gotor
Cuescos

 

 

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