Muchos años para poder juntar la pasta para su viaje más deseado. Ya desde niño, toda la calderilla que conseguía, renuncia y esperanza, iban a parar a su alcancía de recortes y barro. Céntimo a céntimo, la ciudad de sus sueños, cada vez más cerca.
Y cuando alguien le preguntaba: ¿Por qué tu manía de querer visitar esa ciudad de la que ni tan siquiera sabes su nombre? El no sabía que decir. Tan sólo respondía: cuando logre visitarla, tal vez lo sepa. Y es que hay quienes buscan sin saber lo que buscan hasta que no lo encuentran. Y entonces ya es tarde.
Allí en Shibuya, al bajar del tren, en la misma plaza del cruce más concurrido del mundo le esperaba Hachikō. Y fue entonces cuando vio a su perro esculpido en estatua, su sueño materializado en piedra, desmaterializado en nada. Y se acordó de Osamu Dazai:
¿Cuántas veces te dijeron que si te marchabas a Tokio, no irías a ninguna parte?
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