MJM |
Villamayor de Gállego, 16 de enero de 20011
En esta trasnochada, mirando el tríptico de la exposición Pasión por Renoir, vuelvo a mi visita al Museo del Prado del pasado jueves.
Si dijera que me encanta la corriente impresionista, mentiría. Todo va por etapas en esta vida y los gustos van cambiando. De la corriente impresionista los pintores que más me gustan son los más duros, esas pinturas en las que sólo se ve un amasijo de pinceladas. Lugar aparte se merecen también esos otros impresionistas que se desvían de la corriente, absorbiendo matices de otras para terminar dejando su impronta particular.
Pero de todos los pintores impresionistas Renoir es sin duda el que más llega al público, y hasta resulta sencillo explicar esa comunicación entre espectador y pintura. El colorido, el trazo de su pincelada, los temas y esa ternura eterna que destilan los personajes de sus retratos hacen que Renoir se quede en la retina del espectador. La muestra de Renoir perteneciente a la Colección Clark que en estos momentos se expone en el Museo del Prado, me atrevería a calificarla como un pequeño ejemplo de la obra del gran maestro Renoir; pero también añadir que es una muestra de pinturas que juegan al despiste. Me cuesta reconocer que ciertos atardeceres y paisajes hayan salido de la mano de Renoir. También están expuestos, creo recordar, alrededor de cuatro o cinco desnudos femeninos que a mí particularmente no me dijeron nada, hasta el punto de pasar de largo. Esta es sólo una humilde opinión. Sin embargo y aparte de lo dicho anteriormente, hay unos retratos que no sólo no te dejan indiferente sino que además te atrapan: Retrato de una joven (L’Ingénue), Palco en el teatro, Niña con ave, Marie Thérèse Durand-Ruel, Retrato de Thérèse Berard, Muchacha dormida, Muchacha con abanico, Muchacha haciendo ganchillo… A tener en cuenta y para poner nota es el cuadro de Las cebollas, una composición desordenada de tan sólo cebollas que dejan entrever el color en su natural transparencia. Sin embargo el cuadro de Las Peonías y El frutero con Manzanas tampoco lograron captar mi atención. En las peonías vi demasiado tubo de pintura, demasiada masa. Y es que prefiero la pincelada de Renoir leve y vaporosa que tan bien define su obra.
Volviendo a los paisajes que, como ya he dicho anteriormente, no sólo no me impactaron sino que además me plantearon serias dudas. Quizá La barca lavadero de Bas-Meudon sea el paisaje con más vida. Y es que de toda la obra que conozco de Renoir yo me quedaría con las escenas a orillas del Sena, con las estampas de la vida cotidiana parisiense. Y en cuestión de colorido, prefiero el Renoir de las pinceladas de azules y verdes intensos que al Renoir de las tonalidades pastel.
Valorando la exposición en general, añadir, que aunque Renoir no sea de mis pintores preferidos; confieso que la pintura me entusiasma, toda la pintura en general y que con este fin me acerqué a ver Pasión por Renoir. Merece la pena, pero me veo en la obligación de advertir que más de alguno puede quedar decepcionado al ver que tan sólo son dos salas pequeñas las dedicadas a Renoir, y que es la exposición peor puesta de estas características que he visto en el Museo del Prado. La pintura impresionista exige metros de distancia para poder apreciarla: en esta exposición faltan metros y sobra gente. Y aunque esta muestra no requiera una mirada a larga distancia para admirar las obras, Renoir se merecía una sala más diáfana y más amplia. En mi modesta opinión y ya termino, El Prado ha hecho una campaña de difusión excesiva para lo que es la exposición en sí.
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