Foto: Antonio Envid
Ya he comentado el escaso valor que tenía en la época la cabeza de un director de periódico. El director vivía con la permanente zozobra de desagradar de cualquier modo a los funcionarios de Información y Turismo. Fraga había eliminado la censura previa y, curiosamente, esto había empeorado la situación. Antes hacías tus ejercicios, se los enseñabas al maestro, te los corregía y ya está, ahora no, ahora hacías lo que creías que agradaría al maestro y tratabas de adivinar por donde soplaba el viento para girar en el mismo sentido, como una veleta, pero como te equivocases, cualquier ráfaga se te llevaba por delante sin enterarte. Hasta un simple corrector de pruebas como yo, el último de los monos, podía ponerlo en aprietos.
Aquel momento fue de los que no se olvidan, sentí que había justicia divina y que se molestaba en manifestarse de vez en cuando. Leí las pruebas de la crónica de sociedad que escribía un enchufado, un botarate untuoso, más bien gelatinoso; obsequioso con los de arriba, pero que en las escasa ocasiones en las que bajaba a talleres, pasaba entre nosotros con la vista fija en un punto del horizonte para no manchar su retina con las batas de dril y las manchas de grasa y de tinta. Bien relacionado con las buenas familias de la ciudad, era invitado por ellas a bodas, bautizos, comuniones, puestas de largo, promesas de matrimonio y demás zarandajas con las que llenaban su tedio, para después felicitarlo por sus crónicas de sociedad. Cuando leí sus notas de aquel día agradecí al cielo permitirme tal alegría; se trataba de la boda de la hija, nada menos, que del Gobernador militar, y entre la barroca prosa, esta perla: “la novia, vistiendo un elegante traje blanco, obra de un conocidísimo modisto, parecía una virgen”. Pedí al linotipista el original y lo guardé, di paso a las galeradas y a esperar.
La edición salió a la calle y la errata no pasó inadvertida al personal inteligente de la redacción, había varios periodistas buenos y algunos excelentes, los chascarrillos llegaron a oídos del director. Había que buscar un culpable, cuanto más bajo mejor. Al repartidor de la furgoneta, no, claro, algo más creíble. Al final el linotipista y yo fuimos llamados a capítulo. La presentación del original nos salvó, habría sido necesario involucrar al botarate y eso chocaba con sus recomendaciones. El redactor jefe me hizo un guiño de complicidad y a partir de entonces intimamos. Toda la tormenta cesó cuando a mitad de mañana el propio Gobernador llamó para felicitar al periódico por haber recogido tan acertadamente el importante suceso social de la boda de su Marichu.
El redactor jefe quedó gratamente sorprendido al enterare de que yo era suscriptor de “Le Monde” y de que estuviera al corriente de los sucesos europeos y de la literatura francesa del momento. En aquellos tiempos en España todavía se consideraba al francés como la lengua de la cultura por excelencia, cuando la realidad es que se encontraba ya muy ajada la pobre.
Lo cierto es que devoraba el ladrillo de Le Monde con más fruición que las semiquemadas tostadas y el aguado café que yo mismo me preparaba, más bien recalentaba, durante el desayuno y luego seguía espigando Triunfo, Cambio 16 y otras lindezas por el estilo, de modo que salía a la calle con las tripas ligeras y con un empacho de doctrina que me producía un embotamiento cerebral que no empezaba a disiparse hasta que tomaba dos o tres cafés de aquellos negros torrefactados que se servían entonces en las cafeterías.
Sin embargo aquel episodio de la errata iba a ser el comienzo de un nuevo rumbo en mi vida. El redactor jefe se había fijado en mí y a partir de entonces pase a redacción donde comencé mi lenta carrera de periodista. Comencé como reportero de calle, cubría pequeños acontecimientos, redactaba notas, pero esto me acercaba al ansiado “carné de periodista”, que permitía ejercer la profesión una vez cumplidos los requisitos exigidos por el sindicato vertical, que no eran precisamente de tipo intelectual.
Antonio Envid
(de materiales para una segunda parte del “Tenue aroma de la acacia”)
Ahora que la imaginación de Servando, etc. sobre ciertos temas (los referentes a mi persona) si no está controlada por lo menos a mí no me importa, podré expresar mi opinión (opinión de lectora) sobre algunos textos de autores que me gustan.
ResponderEliminarMe gustan los escritores /lectores inteligentes que saben encontrar "perlas" en las escrituras de otros. Y son soberbios cuando no las perdonan en los pretenciosos y las disculpan en aquellos que solo usan la escritura como un medio de comunicación entre personas privadas.
El ¿Loco del Loquero? es así, creo que usted/tú pertenece/s al mismo grupo (o no hablaría de la magia de Narciso).
Me ha gustado mucho su texto.
Trae a la memoria un tiempo pasado conocido y muy bien contado.
isabel
Gracias por compartirlo.