Ay, balconcillos, balconcillos. Aquí mismo, una fría mañana de invierno, oí contar lo que dicen que dijo pessoa, con esa capacidad de visionario ciego que tenía, con ese atrevimiento para poner palabras a lo que no las admite, a lo que no tiene nombre: ‘levanto la cabeza desde mi vida anónima al conocimiento de cómo existo. Y veo que todo cuanto he hecho, todo cuanto he pensado, todo cuanto he sido, es una especie de engaño y de locura. Me maravillo de lo que he conseguido no ver.’ He elegido un apunte breve y no demasiado brillante, no es mi intención asustaros ni asustarme (todavía). ‘Espero, pues, asomado al puente, que se me pase la verdad, y que me restablezca nulo y ficticio, inteligente y natural’, sigue diciendo el bueno de pessoa, comenzando ya, tal vez, a provocarme pequeñas descargas eléctricas en la base de la médula espinal que, al ascender, me obligan a erguirme e incluso a ponerme de pie de un salto.
Loqasto
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