Se fue, como quien dice, de la noche a la mañana. La vida de un gallo es corta como su vuelo, bajo y escaso. Los hay tímidos y pudorosos que, para irse al otro mundo, eligen un lugar apartado. El momento de morir es de importancia absoluta, requiere suma concentración. Por eso hay quienes, cuando les va llegar la fatídica hora, se acurrucan en un rincón privilegiado, un sitio, esotérico, íntimo y piadoso, a coro con la trascendencia de acontecimiento tan extraordinario, único y definitivo. Unos prefieren la cara norte de la aurora, otros, al ángulo sur del ocaso.
Al gallo se le dio lo mismo morir donde fuera. Al fin y al cabo, filosófico como eraGalloboe, (así lo bauticé cuando me lo regaló mi vecino Elías, el hijo de la Leocadia), pensaría, que el morir aquí o allá, en nada iba a cambiar el hecho de su muerte, la esencia de su destino. Y es que Galloboe, a pesar de su plante altivo, sus vistosas plumas y su pico de oro, no era pretencioso. Y su cantar mañanero, sin ser engreído, entonaba como el oboe, dulce y a la vez agreste, aterciopelado y tierno, triste y gozoso al mismo tiempo; y de ahí su intrumentista y musical apodo. A todos, de madrugada, nos despertaba con los alegres tonos del alba.
Ayer, cuando fui a echarle de comer a los animales, me lo encontré tendido en el corral, estéticamente mal ubicado, sin ninguna compostura. Inteligente Galloboe, no era hipócrita, no posaba para galeristas adinerados, ni cantaba sólo para musicólogos de cultivado oído, sino para todo el mundo, de manera libre y espontánea. Murió desinhibido, tal como vivió, sin guardar las formas. Acostumbrado a verle siempre de pie, o en volandas sobre el cuello enamorado de la primera gallina a su alcance, supuse lo peor. Ya en los últimos días notaba yo su cresta más amoratada y caída, no con ese brillo y brío suyo tan acostumbrado y combativo. Se dejó morir sin recato alguno. Cuando me di cuenta de su agónico trance, lo cogí con cuidado del suelo sucio y huraño, y puse a Galloboe mirando a la luna llena, para que sus rayos de plata mejor alumbraran su alado y oscuro tránsito.
Esta mañana de nuevo he ido al gallinero. Cinco gallinas tengo, cinco huevos puntuales cojo todos los días. Hoy, ¿huelga o duelo?, no he cogido ninguno. ¡Y yo que creía que las gallinas, ariscas y estúpidas, pasaban de todo!
Juan Serrano,
de su blog "Blao"
2 febrero, 2013
Gracián decía que eso de morirse solo se hace una vez y es menester hacerlo bien.
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