Estamos acostumbrados a que la memoria se vaya vaciando en el olvido, pero a la Infanta Cristina le está sucediendo más bien al contrario: a golpe de mensajes, las latas vacías del olvido se le están llenando de memoria, de recuerdos, que vienen a ser para ella como una repentina resurrección de cardos: en vez de las rosas del amor, un abundante ramo de cardos, que es algo que una Infanta nunca nunca debería recibir, naturalmente.
Parece que los Duques de Palma ya van averiguando que cuando se vive en una casa de cristal, no se pueden tirar piedras, y también que el día tiene ojos, y la noche tiene orejas, y los ordenadores llevan unos discos duros en los que cabe hasta esa casa de cristal en la que no conviene lanzar piedras.
Cuando se colabora con una causa, con un asunto serio que, para más más, tiene el nombre en griego del conocimiento, hay que recordar que no se trata de un negocio, que la vida, a veces, tiene un tamaño grande, enorme y es purísima, y no se puede tocar con las manos de contar billetazos porque el dinero es sucio y plebeyo y, además, toda superioridad tiene algo de destierro por el que no se puede ser como los demás, porque nobleza obliga. Se pueden querer las mismas cosas pero no se pueden querer las mismas cosas, de eso se trata.
Cada uno tiene su propio estatuto, su peculiaridad, su cosa: los hijos del herrero no tienen miedo a las chispas, o –como dijo el poeta- el tango tiene un origen infame que, además, se le nota. Es fácil –no es difícil- ser bueno: lo difícil es ser justo, y ya sabemos que el dinero no es nada, pero mucho dinero, bueno, eso ya es otra cosa.
A veces, a los que corren en un laberinto, su misma velocidad los confunde: no conviene intentar resolver la cuestión del dinero de toda una vida de una sola vez, sobre todo porque la vida es demasiado corta como para dedicarse en exclusiva –o de manera preferente- a los euros de dinero fácil -o con trampa- en miles de miles, ya que, vitalmente, eso es un contradiós.
Muchos asuntos tienen dos asas: por una de ellas son manejables, pero la otra quema, daña, hiere, corta: si los Duques de Palma pudieran marcharse ahora y volver hace diez años, tal vez las cosas no serían tan difíciles para ellos.
Narciso de Alfonso
El Merodeador, III
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