En estos tiempos de corrupción y baja estofa, la Iglesia sigue con su régimen aristocrático que para sí lo querrían muchos demócratas: aristocracia en la formación, en la edad y la experiencia, en el saber, en la prudencia, en dimitir no por ser un corrupto (que tampoco dimiten) sino por el reconocimiento de la propia incapacidad...
Los últimos papas, todos han tenido una personalidad bien definida: Juan XXIII, el Papa-Bueno; Pablo VI el Papa-Sobrio; Juan-Pablo I, el Papa-Corto; Juan-Pablo II, el Papa-Sport o Papa-Largo; Benedicto XVI el Papa-Seso y ahora llega Bergoglio el Papa-Paco.
Al frente del ejecutivo español tenemos a Rajoy, El Prudente, un hombre de cincuenta y tantos años, con formación jurídica y sus buenas y peliagudas oposiciones a la espalda para Registrador de la Propiedad. O sea, junto con Calvo Sotelo El Breve (que, además de doctor Ingeniero, era políglota, como muchos obispos), el político con mayor formación y el de mayor edad que ha accedido en lo que llevamos de democracia, a la Presidencia del Gobierno español, porque hasta ahora todos han sido unos jovenzanos casi imberbes e iletrados, especialmente el último, que él solito fue capaz de alcanzar las mayores cotas de incompetencia, sólo superadas por Fernando VII.
Juventud y falta de formación. Bisoñez, en suma. Y así nos ha ido.
Hombre, uno no tiene nada contra la juventud, al contrario, faltaría más. Pero darle poder a los jóvenes es como ponerle el cerebro de un a-normal a un fornido monstruo (¿recuerdan El Jovencito Frankenstein?). Los jóvenes tienen que estar siempre en las barricadas, revelándose y rebelándose, pero no a la sopa boba de las subvenciones o de las juventudes organizadas ni mucho menos como ministros de nada. La juventud tiene que ser rebelde, como rebeldes deberían ser los sindicatos, y sólo se puede ser rebelde a barlovento: nada más lejos de la rebeldía que dejarse llevar.
En cuanto a la formación, no cabe duda que con el último gobierno hemos ganado algo. Pero qué envidia ver cómo funciona la Iglesia, después de dos mil años. Y qué envidia comprobar la verdad del aserto de que los más grandes suelen ser los más humildes. ¿Se imaginan a Pepiño Blanco condenado a vivir en el recogimiento de Razinger, en vez de en el palacete de su pueblo? O quien dice a Pepiño dice a Bárcenas. ¿Se los imaginan? No claro. Para eso, para la vida sencilla, hace falta talla, mucha talla.
Nos quejamos a menudo (y a veces no sin razón) de la Iglesia. Pero si de verdad no nos gusta y queremos luchar contra ella o mejorarla, deberíamos de empezar por aprender. Simplemente: aprender. Pero aprender de verdad. A ser como un Papa-paco (si te las das, dátelas de humilde, imbécil, no como Bárcenas o Pepiño), en vez de un papa-gayo, repitiendo siempre la consigna de turno.
Así no vamos a ninguna parte.
Truhán
La verdad es que el nuevo Papa me confunde. Sus gestos son cercanos. Pero hay algo que me hace pensar que este Papa tiene una fuerza tremenda y que es una persona muy fuerte. Pero está bien que su apariencia sea sencilla porque así colocará a sus interlocutores en un plano que les predispondrá a escuchar.
ResponderEliminarHay algo en su mirada que habla de determinación. La mirada no se puede educar.
Veremos
Vladimira