viernes, 29 de marzo de 2013

HA CONTEMPLADO CÓMO LOS ALMENDROS SE CUBRÍAN DE BLANCAS FLORES (Antonio Envid)



AEM

Ha contemplado como los almendros se cubrían de blancas flores y como el día alargaba. Todavía amanecía con escarcha, pero los pájaros se ejercitaban locamente en sus cantos para atraer a una compañera. En el cercano bosque todo despertaba y se llenaba de rumores y movimientos. La noche iniciaba la retirada y comenzaba el tiempo claro. Aunque hubiera sido sordo y ciego, su sangre, su cuerpo se lo habría dicho: llegaba la primavera. 

Giraut de Borneilh, venido aquel tiempo, cordaba su laud, recogía sus canciones, hacía un hatillo y salía a los caminos para recorrer palacios y pueblos a cantar los poemas que había compuesto durante esa larga noche invernal en su aldea. No podía remediarlo, la sangre le bullía, las piernas se tornaban inquietas, la misma impaciencia que debe atosigar a las aves migratorias cuando les llega su tiempo, le agobiaba a él, no quedaba otra que lanzarse al mundo con el pecho rebosante de canciones. 

Pero ese año no. Ese año no saldría. Se quedaría al lado del fuego en las frescas mañanitas y esperaría al mediodía para sentarse tranquilamente en su carasol. Se había vuelto viejo. Los años no perdonan. No tenía fuerzas para recorrer caminos. Encontrar gentes que ya no conocía, contemplar como aquellas doncellas, que se ceñían guirnaldas de flores en la cabeza para escuchar emocionadas la canción de la niña que espera anhelante durante toda la noche a su amante, se habían convertido en unas matronas escépticas y rodeadas de hijos, ver aquellos mancebos de cintura de junco que danzaban al compás de su música, convertidos en rechonchos próceres, más interesados en el precio de la lana o del trigo, que en las leyes del fino amor, no lo soportaría. Tampoco sus canciones tenían la frescura de antes, repetían lo ya dicho, pero sin pasión, sonaban a libro de escuela. Quizá hubiera doncellas y jóvenes muchachos, dispuestos a ser impresionados con historias de amantes retenidos en países lejanos, o de amadas desdeñosas, pero ya no lo escuchaban, oían los cantos de otros poetas, que trovaban modos nuevos y cantaban anhelos de amor que eran viejos como el tiempo, pero que en su boca sonaban a nuevos. 

El fuego agonizaba y Geraud de Borneilh le lanzó con gesto decidido su laúd y sus manuscritos, avivando las llamas un momento, y arrebujado en su vieja capa se sentó junto al hogar sintiendo un escalofrío que le subía por la espalda. Si al menos no tuviera memoria, si cada amanecer fuera comenzar un día nuevo sin historia, si pudiera borrar el recuerdo de aquellas felices primaveras…


Antonio Envid


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