jueves, 21 de marzo de 2013

MERODEANDO A... El Banco Exprime



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A los novios cochinos del dinero -en dólares sucios de euro-, es que les gusta reincidir. Un ciudadano cualquiera, en los huesos, se pasa por una de las sucursales muertas del Banco Exprime a ver cómo va esa cuenta muy corriente que ya vació hace seis meses, por si acaso se ha equivocado. Le explica extensamente cualquier cosa al innecesario del Banco Exprime que, sin mirarlo ni escucharlo, le sobreentiende desde detrás de las rejas, al otro lado del mostrador. 

El novio marrano del dinero se quita las telarañas de la cara, del pelo y de las orejas y las pliega con cuidado, tal vez para volvérselas a poner cuando el ciudadano se vaya. El puro aburrimiento que el innecesario ha soportado durante años le ha macerado la piel, que tiene un color entre blanco tiza y blanco muerto, sin salchichas ni lacitos.

Cuando le apetece y sin soltar las teclas ni la pantalla del ordenador, le dice al ciudadano la verdad, que casi siempre duele: ‘ya sabe que el líquido dinero no existe en Exprime: puede elegir entre fondos pervertidos de capital ausente y pólizas tóxicas descapitalizadas con el cinco por ciento de interés en agujeros’. ‘Ya’ -dice el ciudadano por no callar- ‘y no coja más folletos de publicidad, que son de papel caro’ -le informa el innecesario- ‘es que son para la cabra, que no come otra cosa’ –se defiende el cliente- ‘por eso’ –tercia el del Exprime- ‘ni un folleto más’. Huele a talco y a nenuco: ‘ni les cambian los pañales’ –se dice el ciudadano, que se ha quedado en el pellejo. 

‘¿Y no podría invertir en sufrimiento?’ –pregunta el cliente ciudadano ya agrediendo al parguela del Exprime, que se las sabe todas en asuntos de inversión. ‘No se pase de listo conmigo’ –dice escuetamente mientras se recoloca la joroba laboral, que le aplasta la oreja izquierda. 

Dolor arriba, dolor abajo, el ciudadano, con un aire de cansancio y, tal vez, más mortal que los demás mortales, ya se asfixia de respirar siempre con un pulmón ajeno. Sale a la calle con la cola peluda de la nada entre las piernas, y se da prisa para meterse enseguida en la casita del autismo, bien depositado en grumos y callado como un espejo.


Narciso de Alfonso
El Merodeador, III




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