sábado, 23 de marzo de 2013

MERODEANDO A... La justicia de hacer justicia (Narciso de Alfonso)


sgs

Hasta ayer mismo, los políticos más delincuentes podían ir a darse un chapuzón a la piscina de la comisaría de su barrio, antes de la hora del aperitivo, que pagaban cada día con un billete de los grandes, purpurado y a tocateja, que el tipo del bar no juntaba el cambio para uno solo de semejantes billetes en todo un mes de currelo, pero al político más delincuente se la venía a traer floja, porque además de chorizo era cruel, y le encantaba humillar al personal simplemente para que no se creciera nunca más.

Pero así como de pronto, de la noche a la mañana, la policía se ha hecho montada, como la del Canadá, y salen de la comisaría a caballo, a la caza y captura del político ladrón, con ese estruendo que hacen los caballos con las herraduras, que chispean sobre el cemento y sobre los adoquines, que parece que la cosa vaya en serio y sea de verdad. Los habitantes del barrio están encantados porque los truenos de la caballería les están devolviendo la dignidad y hasta la confianza en la justicia, que eran dos cosas que ya habían metido en el trastero, entre la lavadora del siglo pasado y la bici de la niña, que ya tiene dos hijos creciditos. 

Así que la justicia de hacer justicia, que es la buena, se ha puesto unas pilas alcalinas entre los platillos de la balanza y se ha lanzado a registrar y a detener a la delincuencia política, que ahora, con los nervios, no sabe dónde esconder la pasta larga que guardaba en dinero de colores bonitos debajo de la cama, en el horno de asar el pollo o envuelta en plástico dentro el congelador, debajo de los langostones, como sale en las películas. 

Claro que claro, a estas alturas del estado global de putrefacción, lo que sospechamos como más sospechoso es que la movida judicial y policial de registros y detenciones sea sobre todo una maniobra de despiste a través de la caballería ligera, que es mucho más despistadora, para que los peces gordos, que están para reventar, puedan poner sus huevos y los huevos en un lugar segurísimo y, además, sea una maniobra de alivio urgente de la enorme sed de venganza que la ciudadanía está padeciendo desde hace demasiado tiempo. 

Si la justicia, que ha resucitado como a disparo de resorte, hace un poco de sangre entre los más mindundis, quizá la ciudadanía se relajará un algo, y no pedirá que se corte el cuello de las cabezas más gordas que, ahora mismo, cuelgan de un hilo de hilar fino, como el que usaban las hilanderas de Velázquez.


Narciso de Alfonso
El Merodeador, III


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