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Más que al dinero económico que falta, que no llega, que tenemos que ir pidiendo por ahí, con las cuatro manos gordas de pedir -para no desmantelar a los pensionistas ni sacar a los enfermos a la plaza mayor, a que les de el aire sin fin-, esta crisis huele que apesta a nuevo, a novedad, tal como huele un coche nuevo pero sin coche: sólo a nuevo.
Uno va averiguando que no tocaremos fondo: porque esto no es una piscina y, sobre todo, porque nos hemos caído hacia la superficie. Con la crisis pronto se aprende o se recuerda qué grande es la noche, cuánta es la soledad del personal. Pero enseguida se encienden las preguntas: ¿con qué tercera oreja escuchar su silencio? ¿qué hueso quitarse para entender sus críticas razones? ¿cómo llegar a su mañana sin pasar por su ayer? ¿no habrá allá adentro –en la barriga funeral de la crisis de ojos duros- una verdad que intenta abrirse paso a mordiscos, a patadas?
Después de preguntar al viento, tenemos que procesar las imágenes que vemos y guardarlas enteras, sin desguazar, entre neurona y neurona, mojadas de corazón y ordenadas analfabéticamente, en el archivo de lo irrepetible, por si vivimos para contarlo.
Total: sabemos y no sabemos, como todos, sospechamos, suponemos y nos ponemos de acuerdo o en desacuerdo con nosotros mismos antes de acostarnos para dormir poco y mal.
Apesta a nuevo, a novedad: y es una crisis porque la novedad está desnuda: no sabemos –o no queremos- darle su contexto; como sólo nos queda inercia, políticos de cerebro viejísimo, intereses creados, pretendemos meter a la preciosa novedad en un nefasto orden social que apesta, pero ella no acepta porquerías: necesita sus vestidos nuevos, su nuevo contexto, estrenar sus propios salones: tal vez sea una crisis que nos muerde, pero con los dientes blanquísimos de una dama que quiere, que necesita nuevos amantes, nuevos amores.
La novedad es impetuosa: no nos avisó de su llegada, no esperó a nadie, es irreversible y no se desvanecerá: tiene el duro comportamiento de una crisis porque es de la estirpe del tiempo, de la historia, de la vida: pide una organización social que sea digna de ella. Sólo entonces la crisis se marchará hacia la nada de sí misma, hacia la nada de las cabras muertas.
Narciso de Alfonso
El Merodeador, III
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