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Los antisistema (palabra feísima donde las haya) es que no se enteran –si es que todavía queda alguno por ahí-. Como suele ocurrir con las posiciones anti, llegaron tarde, porque casi cualquiera que esté en el sistema es ya un antisistema, con lo cual, el sistema ha dejado de serlo por definición para convertirse en un agregado, en un acúmulo, en un montón, o quizá, en algunos sectores, en algo parecido a una yuxtaposición de elementos sucios que hay que atar con cuerda de envolver para que no se suelten.
Se oye decir con excesiva frecuencia que nos hemos vuelto todos locos, y en efecto es así –no en el sentido literal del término, pero sí en el coloquial- porque hemos perdido el hilo o, dicho de otro modo: no es posible seguir dando cuenta de nuestra conducta.
Se han roto, o han dejado de funcionar –y siguen perdiéndose, masivamente- las conexiones prácticas que se llamaban sociedad, que eran un sistema, en el que cada cosa remitía a otra, de manera que se daba una relación del conjunto de cosas entre sí. Las personas, en el sistema social, hacen funciones, roles, papeles.
Cuando un sistema deja de serlo, todos –todos- sus elementos y todas sus funciones quedan desconectados: la desconexión humana más drástica es la detención: el desempleo; pero al tratarse de un funcionamiento de todo o nada –eso es el sistema-, nada puede seguir funcionando –por definición-; aunque siga en marcha, está desconectado.
La desconexión de las funciones y de los elementos explica la sensación de locura: un elemento aislado pierde el sentido; una función humana aislada no se comprende. La información ya no llega a través del sistema –que ya no existe- y se desfasa; la respuesta a esa información a destiempo no es recogida por el sistema –que ha desaparecido-.
En súmula, el movimiento o la actividad social –que ya no es un funcionamiento del sistema- viene a ser como el juego de los despropósitos: hay que responder a una información que no se ha recibido, de modo que la respuesta tiene que ser arbitraria, gratuita: un despropósito. Nadie sabe de dónde procede la información, ni quién recibe la respuesta.
Se trata, exacta, estrictamente, de una locura: una masiva arbitrariedad carente de sentido que es devuelta a su vez como arbitrariedad carente de sentido.
Narciso de Alfonso
El Merodeo, III
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