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Sus amantes dicen que es un país tan pequeño que, cuando el sol se pone, nunca está seguro de haberlo visto –y por eso vuelve a salir-, es tan pequeño que cabe en el corazón, y se puede enfermar de amor por él. Sus amantes dicen que es el dibujo de los dioses y que no hay tierra que seduzca tanto su carne: son los amantes que aman más y mejor a su país, los que están íntimamente enamorados de él, de ella, de Cataluña: para ellos tiene alma, y su amor es sagrado.
Otros amantes tal vez amen a su país, tan pequeño que desde un campanario siempre se puede ver el campanario vecino, con un amor menos perfecto: bastardo o venal o insuficiente o interesado. Son amantes que quizá estén todavía aprendiendo a amar: qué desearles, más que un poco de suerte y que el sol haga su día mucho más largo y, así, puedan robar tiempo al tiempo de un reloj parado –así lo dijo el poeta -catalán-.
Y cómo hablar del amor sin preguntarse quién ama, y cuánta libertad tiene su amor. Porque de pronto, en Cataluña, algunos catalanes –amantes o no amantes de su país- se han hecho la picha un lío, y les parece que, si no aman contra algo, contra alguien, contra todo, no se sienten amar o creen que no se nota cuantísimo aman. Como si tuvieran que defender el vínculo amoroso con su país de un amante intruso que se interpone entre ellos y Cataluña, que tal vez la llama por teléfono a escondidas, o la invita a merendar cuando ellos están trabajando: un rival que quiere chulearles a su amada tierra, que quiere ponerles los cuernos con Cataluña.
Y enseguida la imaginación se monta un escenario en el que las muchedumbres de la España más cañí toman Montserrat, no por la fuerza ni por las armas, sino sólo de visita, por ver el paisaje, por pasar la tarde, merendar algo y tal, que ni se acercan a ver a la Moreneta. O las masas de la España más parásita se lo montan en cualquier descampado con Solsona o con Llofriu, que al principio se resisten, pero enseguida se entregan a la masa que apesta a fritanga pero tiene mucha marcha de pasodoble y rumba canalla.
Uno siempre ha visto a Cataluña y a los catalanes como un pueblo diferente, como Galicia y los gallegos son diferentes con otras diferencias. Y los andaluces y los murcianos y los extremeños y los aragoneses.
Algunos catalanes es que quieren sacar categorías absolutas de asuntos que no dan para tanto, que son forzosamente relativos: o sea: que hacen referencia a personas o cosas; que no son totales ni absolutos y dependen de una serie de factores.
Porque de pronto, en Cataluña, algunos catalanes –amantes o no amantes de su país- quieren que las diferencias con España sean absolutas; quieren ser absolutamente otros en relación con los españoles: lo que, además de ser un dislate, es un imposible. Como el que quiere deshacerse de una novia pesada pesada que sólo lo quiere por su dinero, por su pasta.
Narciso de Alfonso
El Merodeador, III
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