miércoles, 27 de marzo de 2013

MERODEANDO A... Por qué no vivir de rubia (Narciso de Alfonso)






Si la memoria más reciente, más tierna e inmediata, no me engaña, diría que vi por esa televisión que nunca –nunca- veo, a un tal D. Mariano que, al parecer, estaba de turné por los países del frío.

Aún no sé si el tal D. Mariano es moreno o rubio porque, cabalmente, nunca –nunca- me he detenido a mirarlo, pero creo que fue él quien dijo aquello de que para una vez que vivimos, por qué no vivir de rubio, con lo que, si es así, puedo confirmar que era un tal D. Mariano el personaje que estaba –con todas las flores del narcisismo en el pelo mojado de rubio- con uno de los hombres del frío cuyo nombre nunca –nunca- sabré.

El reportero feliz que contaba la noticia muerta vino a decir escuetamente que hablaron de Chipre –de los esclavos de Chipre- y del dinero, es decir, de lo mismo que hablaban los esclavistas en tiempo de los romanos, que es que el progreso no perdona.

Parece –sólo me parece, no lo puedo dar como noticia oficial- que vamos a preparar a unos cuantos hombres del frío o del negro –viene a ser igualmente siniestro- para que se incorporen desde nuestro país español -y cada día más cañí- al grupo de los vigilantes del dinero de la cosa, que ya nos preguntamos con el bueno de Platón quién vigilará a los vigilantes, que es lo que pasa cuando la desconfianza monta a caballo, desnuda por las calles, patrullando como una lady.

Si a pesar del intenso ejercicio de credulidad y chupeteo que un tal D. Mariano está haciendo –presuntamente por su país español, aunque el chico no entienda nada de dignidad humana, qué pena-, nos aplican las temidas quitas, que es que estamos siendo muy muy buenos para que nos las perdonen, al pobre D. Mariano –y, de forma indirecta, pero no menos dolorosa, a los españoles quitados- le habrán tomado ese pelo que se ha teñido de rubio, quizá platino, porque sólo se vive una vez.

A los que tenemos dinero por castigo nos viene a dar igual una cosa que otra, porque ya nos caímos del caballo cuando éramos niños, pero –de una forma extraña pero intensa- nos sentimos mucho más cercanos, incluso diría fraternalmente cercanos si quisiera hablar el lenguaje de esta sucia civilización, de los ciudadanos de la España más cañí, sobre todo de los que ya no tienen ni un clavel que llevarse a la boca.


Narciso de Alfonso
El Merodeador, III



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