miércoles, 11 de diciembre de 2013

HACIA UNA VULGARIZACIÓN DEL PENSAMIENTO (Servando Gotor)




El 16 de abril de 2002 el Congreso de los Diputados aprobó una denominada Carta de Derechos del Ciudadano ante la Justicia, en la que se reconoce a la ciudadanía el derecho a comprender el lenguaje jurídico. A tal efecto se constituyó una Comisión de Expertos para la Modernización del lenguaje jurídico que en septiembre de 2011 presentó su informe al Consejo de Ministros.

El informe contiene recomendaciones sobre corrección lingüística y ofrece una guía de ejemplos para mejorar la redacción de los escritos jurídicos. Se constata que los ciudadanos consideran críptico el lenguaje judicial y se propone sustituir los particularismos lingüísticos por términos del lenguaje común, siempre que sea posible. Las recomendaciones propuestas por la Comisión van más allá de la pura ortografía y pretenden crear un marco institucional para devolver -según dicen- la relevancia que el uso del lenguaje nunca debió de perder.

Estando de acuerdo en que siempre que se pueda, no ya el en lenguaje jurídico, pero especialmente en él, debe tenderse a la claridad, lo que ya no me parece tan bien es que se opte por un determinado estilo en relación a los párrafos o la sintaxis, en general.  En concreto, se expresa lo siguiente:


La extensión de los párrafos no debe sobrepasar límites razonables. En este sentido, no es conveniente redactar párrafos excesivamente largos, ya que, de hacerlo, el lector o el oyente no podrán retener la información, ni mantener la atención.

El párrafo ha de contener una sola unidad temática, pues aquellos que incluyen en su interior referencia a hechos distintos son difícilmente comprensibles.

Han de evitarse los párrafos unioracionales, formados por concatenaciones de frases coordinadas y subordinadas, llenas de incisos poco relevantes, de dudosa necesidad y que dificultan de modo extremo la comprensión al lector.

Personalmente, pienso que en algunos aspectos (y este es uno de esos) se pretende simplificar y vulgarizar todo hasta tal punto, que llegamos a extremos intolerables.  Los términos "ciudadano" o "ciudadanía", en el contexto de este informe, son a mi parecer, meros eufemismos de lo "vulgar", que por lo demás, en la segunda acepción del DRAE, significa "común o general, por contraposición a especial o técnico".  Se trata, pues, de un significado preciso y eficaz, y en absoluto peyorativo, pero que por imperativos de lo políticamente correcto siempre se intenta evitar. En definitiva, esto no es sino una manifestación más de lo que Amando de Miguel denomina "perversión del lenguaje". 

Y en lo referente al empleo de oraciones cortas en evitación de largas concatenaciones, decir simplemente que tampoco estoy del todo de acuerdo.  Como tampoco lo estoy cuando en otro apartado del Informe se dice que "los científicos explican en términos sencillos fenómenos tan complejos como la física cuántica o la regeneración celular". Esto no es del todo cierto porque rara vez son los propios científicos quienes nos explican tales  fenómenos,  sino meros "divulgadores",  que no es lo mismo. Y me remito al ensayo "Imposturas intelectuales",  de Alan Sokal  y Jean Bricmont (científicos ambos), cuyo título original en inglés es "Fashionable Nonsense: Postmodern Intellectuals Abuse of Science" con lo que la traducción literal sería esta: "Sinsentidos de moda: El abuso de la Ciencia por los Intelectuales Posmodernos".  En este ensayo lo que se hace precisamente es alertarnos respecto a la escasa fiabilidad de tales "vulgarizaciones" y del empleo superficial y espurio por parte de ciertos intelectuales que, justamente, ocultan su desconocimiento de la materia que abordan, bajo un lenguaje oscuro. 

La realidad es que conviene distinguir entre pensamientos o ideas oscuros y claros. Estos, los pensamientos claros, pueden generar explicaciones claras, pero los oscuros, jamás: porque la oscuridad sólo engendra y sólo puede engendrar oscuridad: si uno no entiende algo, si su idea sobre aquello que transmite es oscura, sólo podrá transmitir confusión. 

Por lo demás, cada idea, cada pensamiento, dependiendo de su complejidad, requerirá su propio estilo, con lo que no cabe una regla general, y menos tan taxativa como la propuesta por el Informe. El estilo más válido será siempre el más conveniente al caso,  ese "decorum" al que se refirieron los clásicos. 

En última instancia, identifica el Informe lo claro con lo simple y lo complejo con lo oscuro. Y no tiene por qué ser así.  Lo claro (olvidándonos ya de las ideas oscuras o de la falta de ideas) puede ser simple o complejo.  Y con independencia de que sea simple o complejo, su expresión también puede ser, a su vez, simple o compleja.  El reto del escritor o del orador consiste en encontrar la expresión más efectiva, la que consiga transmitir la idea (sea esta simple o compleja) al receptor de la forma más fiel.  Evidentemente, lo ideal es conseguirlo de una forma sencilla y llana.  Pero si ello no es posible, si se hace necesario recurrir a una prosa compleja, bienvenida sea con tal que el objetivo de la transmisión fidedigna se consiga.  Lo que ocurre es que esto exige también la cooperación del lector, su esfuerzo: un esfuerzo de concentración, de análisis, de lectura y relectura, y de tiempo. Y es este esfuerzo es el que la sociedad actual tiende a eliminar.

Lo preocupante, en todo caso, es si el Informe no estará apostando en realidad por un estilo simple con ideas simples para un pueblo simple, sacrificando de este modo el lenguaje técnico.  De ser así se estaría fomentando un auténtico empobrecimiento científico, y, por tanto, un auténtico retroceso social.  

En fin, insisto: el lenguaje es un instrumento y como tal sus bondades sólo deben medirse por su eficacia comunicativa. A este respecto, en la más alta literatura tenemos los ejemplos más opuestos con resultados igual de buenos. Desde el estilo practicado y propugnado por Azorín, autor de un artículo titulado: "Estilo oscuro, pensamiento oscuro" y enaltecedor —en palabras de Ortega— de "los primores de lo vulgar",  al  más complejo con complejas ideas de la prosa de Marcel Proust, sin duda una de las mejores de la historia de la literatura y del pensamiento, con intrincadas reflexiones expresadas a menudo, y precisamente por tal complejidad, en párrafos largos con interminables frases coordinadas y subordinadas. Lo que en absoluto resta un ápice de claridad al texto, insisto, obra cumbre de la literatura y el pensamiento; antes al contrario: consigue dotar de la necesaria inteligibilidad a un pensamiento complejo o de compleja transmisión. Eso sí, el lector necesita muchas veces esforzarse para una acertada comprensión del mismo.

¿Son peores o menos profundas las ideas que laten en la aparente prosa de Azorín que las de Proust? En absoluto.  Quizá sean más sencillas las Azorín y así,  sencillamente, puede o sabe expresarlas, y más complejas las de Proust ,y por eso recurre a métodos más complejos.  Pero tan interesantes y profundas pueden ser las unas como las otras.  Y, el resultado es en ambos casos igual de eficaz, por muy diferentes que sean sus estilos.  Y, de hecho, Azorín sólo abomina del estilo oscuro cuando en realidad encierra un pensamiento oscuro; o lo que es lo mismo: un falso o nulo pensamiento. Incluso admira al hermético Paul Valery porque no es oscuro, sino difícil. Con lo que volvemos a lo mismo: es la dificultad lo que en la sociedad actual queremos ignorar. Pero a veces lo difícil es no sólo necesario sino imprescindible. Y la ciencia lo es o puede serlo: tan difícil como imprescindible.

Dejémonos, pues de historias: los mensajes políticos son simples en busca del voto simple.  Los mensajes científicos, en cambio, son siempre más profundos y complejos. Tanto, que la mayor parte de las veces se hace imposible simplificarlos: "vulgarizarlos" (en el sentido de la segunda acepción del DRAE).

En todo caso, insisto: ningún estilo es mejor que otro.  Son distintos, y el mejor de ellos será el más adecuado para cada caso, el más "conveniente" ("decorum"). Al final —como decía el propio Azorín en su referido artículo— todo debe ser sacrificado a la claridad (...).

La Comisión de Expertos redactora del Informe que nos ocupa, sin embargo, se permite recomendar para todo un sólo estilo: el más simple, el más fácil, se piense lo que se piense, optando así por la ignorancia del "ciudadano", de manera que siga siendo "vulgo" (en acepción más peyorativa).  Todo muy acorde con los tiempos que corren. De ahí mi total desacuerdo.





Servando Gotor
desdemibarricada





lunes, 9 de diciembre de 2013

LA CONSTITUCIÓN (Mercedes)




Últimamente, con motivo del cumpleaños de la Constitución, me encuentro con que mucha gente, reflexionando acerca de la Carta Magna, se pregunta y pregunta qué es lo que cambiaría de ella. Ante este tipo de preguntas, es mi opinión que hay que olvidar las respuestas típicas, como sería el contestar que eliminarías la monarquía, porque eso, aunque esté contemplado en la constitución, es muy complejo y pienso que hay problemas más acuciantes a los que hacer frente ahora mismo.
Con estas consideraciones en mente llego a la conclusión de que no cambiaría absolutamente nada del texto constitucional. Y la razón es bien sencilla: porque no creo que la Constitución necesite ser cambiada. Por supuesto no estoy de acuerdo con ciertas situaciones a las que el país hace frente, pero sinceramente, ¿qué puede hacer un texto frente al paro, la crisis, la corrupción…? 
Lo bueno de nuestra constitución es que es lo suficientemente abierta, como dicen, y ambigua, como yo diría, como para permitir que la misma no se quede desfasada, ya que la constitución regula en abstracto y deja que sean las leyes de desarrollo las que concreten. [A mi mente viene ahora la vieja frase del Conde de Romanones “dejad que ellos hagan las leyes, yo haré el reglamento”]. De hecho, y por poner un ejemplo, en la actualidad tenemos un sistema de economía mixta, pero no sería contrario a la constitución que el día de mañana todo cambiara y tuviéramos un sistema de economía planificada. 
Decía al comienzo del párrafo anterior que esa ambigüedad es lo bueno de nuestra constitución. Pensándolo bien enmendaría mi afirmación anterior y diría que no es algo ni bueno ni malo; se trata más bien de un arma de doble filo. Es obvio por qué es malo: ese “descontrol” que propicia. Por el contrario lo bueno es que esa ambigüedad flexibiliza el texto, lo hace amoldable a las cambiantes circunstancias sociales y así la constitución logra permanecer (cuasi) intacta a lo largo del tiempo. Y ahí está la magia, porque en la conciencia de todos hay una cierta tendencia involuntaria a legitimar aquello que lleva un cierto tiempo instaurado. Es decir, que la constitución en primer lugar está legitimada porque así lo quisieron los españoles y, en segundo lugar, cada año que pasa y la Carta Magna continúa siendo nuestra ley de leyes, la misma se “auto” legitima. Por supuesto esto último es una opinión personal, pero bastante acertada creo; y, como argumento de cargo haría mención como ejemplo a la costumbre y la forma en la que una costumbre pasa a ser jurídicamente exigible.
Claro, una vez estamos de acuerdo en que no hay que tocar nuestra Constitución, ¿dónde está el problema? Puede ser que esté en las leyes que la desarrollan, o en quien las aplica, o en aquellos a quienes se dirigen... Lo cierto es que no solo no lo sé sino que es un tema suficientemente complejo como para tratarlo en otra ocasión.



Mercedes


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