martes, 9 de noviembre de 2021

UN DÍA DE ÁNIMAS (Antonio Envid)




Ese día me encontraba circunstancialmente en Londres y no teniendo mejor cosa que hacer deambulaba por Islington donde se encuentran algunas de las librerías de viejo más tradicionales de Londres. Me decidí a entrar en una que tenía todo el aspecto de ser de las viejas librería de viejo – la enfadosa reiteración aquí resulta pertinente – londinenses. No sólo su imagen recordaba tiempos dickensianos, si no que el librero que regentaba el local parecía arrancado de los mismos papeles del Club Pickwick.

Me hizo acompañarle, su rechoncho cuerpo se movía con parsimonia, mientras con cierta ironía respondía a mi demanda.

- ¿Unas comedias de Shakespeare? Desde luego, hay por aquí algunos títulos. Vea, vea.

Mostrándome tres cuerpos de estanterías atestadas de volúmenes de obras del afamado autor. Para añadir:

- Si no encuentra lo que busca, no desespere, tengo en el almacén bastantes más. Ocurre como con los quijotes, cada editor se ha creído en la obligación de hacer una edición, pensando inmortalizarse junto a los dos grandes hombres, para consternación de los pobres libreros. Aunque si busca una edición en especial dígamelo, que la encontraremos de inmediato.

Me disculpé con cierto azoramiento asegurando que solo quería una edición para guardarla como recuerdo de mi visita. – Un souvenir, ¡eh! Entiendo – me contestó con retintín. Nada más entrar me había calado, yo no era ningún estudioso de la obra del comediógrafo más famoso de todos los siglos, se trataba del típico turista, que después alardea ante los amigos de sus hallazgos por una second hand bookstore. Tampoco era necesario ser muy perspicaz, mi elemental inglés no me acreditaba precisamente como un erudito sobre la época isabelina.

Sobrecogido ante tamaña montaña de libros quedé paralizado durante unos minutos. Había textos de todos los siglos desde su temprana publicaron. Unos contenían las obras completas, otros, solamente una selección de sus comedias, las había encuadernados en piel, en tela, en cartoné, y muchas en rústica. Al cabo de un rato me decidí por un volumen que recogía tres de las más populares comedias. Era una edición de principios del siglo pasado encuadernada artísticamente en tela, con letras y dibujo de estilo modernista en bajo relieve, ilustrada con deliciosos grabados que a mí me recordaban a los prerrafaelistas.

El precio me pareció barato, y aunque el trato que me dispensó el librero fue en todo tiempo amable y correcto, yo notaba que en su interior, con algún desdén, se repetía algo así cómo, “Lo que me dije, un turista. Ha escogido una edición bonita. Si abre el libro será sólo para mirar los grabados”. No andaba desencaminado.

Ya en el hotel, aburrido, me entretuve en contemplar los grabados del libro. En ello, me topé con una tarjeta de visita de una editorial, con sorpresa leí el nombre, ¡Elizabeth! como asesora literaria de una editorial londinense. Qué casualidad. No había duda, era Liz, aquella joven con quien mantuve una relación, hacía demasiado tiempo ¡ay!, en Salamanca, tan breve como apasionada. Yo estaba terminando mis estudios y ella asistía a un curso de literatura española. La cosa duró unos meses, un día me dijo que regresaba a su país y algo así como it was nice to meet you. No volví a saber nada más de ella. Sería buena idea ir a visitarla a la dirección de la editorial.

- ¿Elizabeth? Sí, claro que la conocía, éramos compañeras de trabajo y buenas amigas. Pobrecilla, qué pena, por qué hubo de morir tan joven.

El día de las ánimas en Londres no es como aquí, no se siente ese religioso respeto por los muertos, no se cree que ese día puedan comunicarse con nosotros, es más bien de celebración bullanguera y, sobre todo, infantil. Tal vez estén equivocados.

Antonio Envid

 

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