domingo, 31 de enero de 2021

ENFERMEDAD Y TIEMPO (Antonio Envid)


(Basado en un testimonio de La Conchaparís)


A las ocho en punto de la mañana se encuentra en la puerta del hospital. Siempre puntual. Coincide en el vestíbulo con hombres y mujeres presurosos, son los sanitarios que comienzan su turno de trabajo y llegan con el tiempo justo para incorporarse. Se cruza con gente que abandona el recinto sanitario, pálidos enfermos que han obtenido el alta y ayudados por algún familiar desean llegar a sus casas, visitantes que van a saludar a algún conocido o pariente interesándose por su estado. Todo el mundo a lo suyo. En fin, lo normal en el vestíbulo de un centro sanitario. Toma el ascensor y llega a la sala de de quimio. Los boxes están todavía vacíos. Pero no, el joven con el que siempre coincide ya ha llegado y se está preparando para recibir su tratamiento. Ella se dispone a ocupar el suyo, le espera una agotadora jornada, la revisión, el análisis, la espera de la fórmula que le van a suministrar con los dos goteros que pronto colgarán del soporte al lado de la camilla, se tiende en ella a la espera del enfermero.

- ¡Buenos días! Es una joven que le sonríe amable. ¿Cómo nos encontramos? Tienes buena cara, yo creo que el tratamiento va bien. Es un poco lento, pero con paciencia todo se alcanza.

- Sí, parece que me encuentro algo mejor, sin entrar en muchos detalles, claro. Aquí, cómo todas las semanas, a recibir estos medicamentos o estos venenos, que no sé como llamarlos.

- De todo hay, una mezcla de cosas buenas y malas, pero que curan. Remángate la manga de la blusa, el pinchazo de siempre, para hacer un análisis.

La espera, poner la mente en blanco, será un largo día y es mejor no pensar, o dejar que la mente se pierda en vaguedades. Ese joven, qué mala cara tiene hoy, me gana siempre la mano, siempre llega antes que yo, es el primero, como si tuviera prisa para curar cuanto antes, para ganar días a la enfermedad, se comprende, es joven y tiene prisa por vivir la vida, pero no parece, pobrecito, que las cosas le vayan muy bien. Siempre llega antes que yo y se marcha antes. Por mucho que me esfuerce no consigo no ser yo a quien siempre le toque cerrar la sala, es algo que me irrita, ver como desfilan todos hacia la salida y en mi gotero todavía queda para un cuarto de hora, por los menos. Mira, ya van llegando todos, y todos se irán antes que yo. La viejecita esa que es tan animosa, aquél, el que yo llamo el “séneca”, porque tiene aspecto de estoico, ahí llega ese otro con su mal humor acostumbrado, pues dos trabajos tiene: enfadarse y desenfadarse. Todos ocupando su cubículo dispuestos a recibir estos, teóricamente, salutíferos mejunjes, que nadie sabe qué contienen, ni los médicos ni nadie. “Llegan de Estados Unidos con las prescripciones para cada caso”, es todo lo que he podido saber. Ya estamos todos, es como una asamblea del dolor, o como una infeliz familia, todos nos conocemos, aunque ni siquiera sepamos los nombres.

Hoy he madrugado más, he venido diez minutos antes, hoy tengo que ser la primera y marcharme antes que otros. No es que tenga prisa, que ya sé que es un día perdido, entre análisis, esperas, los goteros, pero es un reto que me he puesto: hoy no cierro la sala, he de irme antes que ese joven que siempre se va delante de mí. Ves, no hay nadie, la primera, ni siquiera el muchacho que siempre llega antes. Ahí viene la enfermera, lo de siempre, la sonrisa, hay que dar ánimos al paciente, la consabida pregunta de cómo me encuentro y la respuesta habitual. Hay que reconocer que es muy amable, bueno, en general todos son amables, a pesar de este trabajo que debe ser duro, todos los días luchando contra la enfermedad, y cada uno tiene sus problemas, esta chica, a pesar de ser joven, pues tendrá los suyos, pero no los trasluce. Bueno, a ver si nos damos prisa y me voy antes que el joven, que no tardará en llegar.

Tengo suerte, esto va rápido, y ese chico ha venido, precisamente hoy, un poco más tarde. Le gano, seguro que le gano, me voy antes que él. Venga deprisa, los goteros, ya, ya están puestos, como llevo puesto el catéter, se enchufan pronto.

Pronto llegarán las navidades, por qué me acuerdo de ellas, será que este soporte con su racimo de bolsitas con líquidos de colores me ha traído a la memoria el árbol de navidad, ese que colocaré como todos los años con sus bolitas relucientes y sus regalitos. Pero han pasado ya las dos horas y este goteo va lento, va más lento que otros días, deberían de estar terminando de pasar los goteros, me van a hacer perder mi apuesta. Venga, venga, más deprisa. Los forzaré un poco.

- Señora, por favor no se levante ¿qué le pasa? Ahora acudo. No, no veo que esté obstruido, el líquido fluye bien, ya ve, gotea perfectamente. Hay que tener un poco de paciencia, ya falta poco y podrá irse, comprendo que esté cansada, pero ya lo sabe de siempre, no se puede forzar la marcha, tiene que fluir a su ritmo.

Cómo decirle que quiero irme antes que ese joven, pero no por nada, si no porque me he hecho una apuesta a mí misma. Qué vergüenza, como voy a explicarle que la prisa no es por terminar la sesión, que en realidad no me cansa, estoy acostumbrada, incluso aquí, tumbada en la camilla me relajo, si no que el motivo de la prisa es que quiero irme antes que el joven porque así me lo he propuesto, y cuando yo me propongo algo…


Antonio Envid


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