martes, 23 de enero de 2018

ESCUCHANDO EL ALEGRE PARLOTEO DE LAS GRULLAS (Antonio Envid)


Con su alegre parloteo y trazando caligrafías imposibles, los bandos de grullas  atraviesan estos días los cielos del sur de Zaragoza, se dirigen a los humedales de Gallocanta. Sin embargo, tras su largo viaje desde las regiones boreales, verán frustrado su destino, pues lo que otros años representaba un idílico lugar para sus vacaciones, hoy, azotado por la sequía que padecemos, lo hallarán seco y poco acogedor. Tendrán que buscar, improvisando, otros alojamientos.
Me produce cierto desasosiego el que no podamos recibir como se lo merecen a estos simpáticos heraldos de la primavera. A su paso es como si fueran recogiendo el invierno, guardándolo para la temporada siguiente. El alma se nos ensancha a su vista. Sabemos que el invierno todavía no ha terminado, pero los días más duros ya han pasado y que la luz solar se alarga. En tiempos, los campesinos comenzaban a revisar sus aperos y a llevar al herrero los rejones y arados para lucirlos, los trovadores comenzaban a encordar sus laudes y las niñas ensayaban sus canciones mientras probaban los alegres vestidos que llevarían en la próxima primavera. Hoy, en esta sociedad urbana, prosaica y monótona, el curso de las estaciones no nos inquieta, tenemos fresas en cualquier tiempo, el día se alarga todo lo que queramos con el simple apretar el botón “on”, y el frio se combate con confortables calefacciones. Pero las grullas no pararán entre nosotros esta primavera.

Los magnates de la tierra, quienes detentan las riquezas, niegan, pues perjudican sus intereses, que se esté produciendo un cambio climático de consecuencias desastrosas, afirmando que todo el trastoque del curso natural de las cosas es debido a cambios cíclicos, que siempre han existido y nada debe preocuparnos. Puede ser, pero este año, a pesar de lo madrugadoras que han sido, las grullas no nos acompañarán esta primavera.

Antonio Envid

lunes, 22 de enero de 2018

COMO SIEMPRE, PUNTUALES, VOLVIERON LAS BOLVINAS A NUESTRA MESA (Antonio Envid)



Como siempre por estas fechas llegan las bolvinas. Así, naturales, como se cogen del olivo cuando han sufrido una helada, son deliciosas. Su carne dulce y oleosa es uno de los regalos del invierno. Preciado regalo, por cierto. Un puñado de estas olivas, rusticas y primitivas, en Aragón siempre ha llamado olivas a las aceitunas, con un trozo de pan y una copa de vino de garnacha del año, es un tentempié digno de un césar. La bolvina parece ser que solo se da por alguna zona de Aragón, concretamente por el campo de Belchite, en árboles aislados, sin formar parte de plantaciones más extensas, ya que no se utilizan para producir aceite, si no para el consumo de mesa doméstico, aunque en Zaragoza pueden encontrarse sin más dificultad en algunos colmados.
El olivo que produce esta variedad lo imagino como un árbol antiguo, primigenio, quizá, traído por los fenicios, y que al aclimatarse a este clima duro y seco aragonés, produjo esta aceituna de recio hueso y rica en azúcares, a la vez que pobre en oleuropeína, esa sustancia que confiere el amargor característico de otras aceitunas y les da un sabor desagradable si no se tratan debidamente.
A las bolvinas se las conserva simplemente añadiéndoles sal, para que se sequen, y con el tiempo se van arrugando como esas damas que han sido coquetas y conservan un punto de malicia en su vejez. Ya no enamoran, han perdido esa frutosidad, esa carnosidad de cuando eran doncellas, pero siguen siendo atractivas, su sabor es más rotundo y adulto.
Esta oliva tiene poca pulpa y posee un hueso grueso, por lo que es poco apta para elaborar aceite y se cultiva como fruta de mesa, aunque su consumo es muy local y poco comercializado, gracias a Dios. Que él nos conserve a los aragoneses esta delicia invernal mucho tiempo.

Antonio Envid

domingo, 14 de enero de 2018

EL PROBLEMA DE LOS INDEPES


LA ESPADA DE DAMOCLES (Cicerón advierte a Puchi: no hay vuelta atrás)

"La espada de Damocles", de Richard Westall, 1812
(Ackland Museum, Chapel Hill, North Carolina, U.S.A.)

"A él no le quedaba ni siquiera la posibilidad de regresar al camino de la justicia"

En una ocasión en que uno de sus aduladores, Damocles, le mencionaba [a Dionisio, tirano de Siracusa] en una conversación sus riquezas, su poder, la grandeza de sus dominios, la abundancia de sus posesiones, la magnificencia de sus moradas regias, y le decía que no había existido nunca nadie más feliz que él, entonces le respondió:
-¿Quieres tú, Damocles, puesto que te agrada tanto esta vida, gustarla tú mismo y probar mi fortuna?
Habiendo respondido él que lo deseaba, ordenó que lo pusieran en un lecho de oro, cubierto con un tapiz muy bellamente tejido, recamado con motivos artísticos magníficos, e hizo que le prepararan varias mesas con vajillas de plata y oro cincelado. Luego mandó que situaran junto a su mesa esclavos escogidos de extraordinaria belleza, dispuestos a servirle diligentemente al advertir la menor señal suya. Había allí perfumes y coronas, se quemaban sustancias aromáticas, las mesas estaban repletas de las viandas más exquisitas. Damocles se creía un hombre afortunado. En medio de todo este aparato, Dionisio hizo descender del techo una espada resplandeciente, que estaba sujeta por una crin de caballo, de manera que pendiese sobre el cuello de este hombre feliz. A consecuencia de ello, él no miraba a los bellos sirvientes, ni a la platería artística, ni extendía su mano sobre la mesa; las coronas mismas le resbalaban ya de su cabeza y acabó por suplicar al tirano que le permitiera irse, porque ya no quería ser feliz. ¿No te parece que Dionisio ha demostrado con claridad suficiente que no puede haber felicidad para el hombre que se halla amenazado siempre por algún terror?
A él no le quedaba ni siquiera la posibilidad de regresar al camino de la justicia, de restituir a los ciudadanos su libertad y sus derechos.

Tusculanas, V
Cicerón
Traducción: A. Medina González
(Editorial Gredos, 2005)
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...