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jueves, 20 de febrero de 2020

DE CALENDARIO, o Amor en el Parque Grande (Servando Gotor)

WIFRIED FITZENREITERI: Tres muchachas y un chico - Berlín (Foto sgs)



La Charito Rosales es buena chica, no se merece que la tratemos mal ni que murmuremos ni la insultemos, a media noche te lleva al parque grande y a la luz de la luna descubre orgullosa su desnudez, sus buenos pechos de chica playboy, sus caderas a juego y, bajo el ombliguito, su conejito peluche; también te hace posturas estirando los brazos hacia el cielo para que las tetas, sin perder su voluminosa redondez, aparezcan más firmes y puntiagudas, ladea la cadera en escorzo hacia ti y luego te empuja al suelo hasta que te caes largo, se te sube encima y cabalga y cabalga, primero al trote, un trote suave, luego una locura y al final un galope ligero como volando dulcemente por el cielo. Si vas con la Charito Rosales al parque, si ella te lleva al anochecer, no hace falta ni que vayas preparado porque tiene condones en el bolso que para eso se los quita a su madre de la mesilla, porque sabe que no lleva la cuenta. La Charito Rosales sueña con ser algún día modelo de calendario, así, ¿eh? ¿te gusta? ¿a que no tengo nada que envidiarlas?, no Charito más quisieran, tú estas mejor, mucho mejor, dónde va a parar pero sigue por favor sigue, no te pares; los camioneros llevan calendarios para masturbarse, claro son muchas horas solos, de viaje, sí Charito, sí, los calendarios llevan camioneros para masturbarse pero no pares, por lo que más quieras. Charito Rosales quiere salir en los masturbos que llevan los calendarios para camionarse para que se miren masturbándole a ella, y no sólo los camioneros, le gustaría que todos los hombres del mundo se calendaran camionándola así con los brazos en alto y la cadera avanzando en escorzo. Charito Rosales va a la Kühnel dos veces por semana para aprender francés pero no le gusta y como a su madre le da lo mismo, que la manda para tenerla ocupada, Charito Rosales pasa del francés, de su madre y de que la suspendan, ella sólo sueña con ser modelo de calendario o, mejor aún, con llegar a ser algún día playmate. A Charito Rosales no le gusta estudiar, ni ser dependienta, ni siquiera de Galerías Preciados ni de una boutique del Coso o de la calle Alfonso.


La ciudad sin faro, pág. 222


jueves, 3 de octubre de 2013

DORADO HASTA MUY LEJOS (Servando Gotor)





¿Quién es? ¿Quién es ese hombre? ¿Lo sabes? –preguntó una vez cierta mujer hermosa.
Un tipo llamado Adolfo.
Quiero decir: de dónde es, qué hace...
Bueno, bueno, ya veo que empiezas a comprender. Verás, una vez me dijo que había estudiado en Oxford... Pero, la verdad, no termino de creerlo, como tampoco me creo que matara a un hombre, cosa que también se dice de él. 

Todos habrían aceptado sin la menor objeción, la noticia de que Adolfo surgiera de los pantanos de Louisiana o de los barrios más bajos del East Side de Nueva York. Era comprensible. Pero en la provinciana experiencia de todas las mentalidades, no cabía que un hombre atractivo y misterioso pudieran surgir así, bruscamente, de la nada, y comprarse un piso de trescientos metros en el centro del barrio de San Valero.


Llegó a casa a punto de amanecer. Se preparó un johnny walker con abundante hielo y lo saboreó despacio con un cigarrillo inglés, Benson & Hedges, dorado hasta muy lejos. Era la mejor forma de disfrutar del saxo de Ben Webster, cuyo aliento suave y apacible se fugaba por los enormes baffles del maravilloso equipo HI-FI, único en la ciudad, imprescindible para recoger los mínimos matices del viento, un viento que en Webster sonaba a brisa. 
El ritual de cada madrugada. Lo mejor del día. Su momento. El resto de la jornada para los demás, para todos. En beneficio propio, dicen. ¿Propio? Es posible. Y algunas mañanas, rayando el medio día porque se levanta tarde, lee un par de horas. Nunca menos porque si no, no merece la pena. Pero las madrugadas, para pensar. A veces sobre lo mismo que ha leído. Con música, buena música, güisqui y cigarrillos rubios. Claro que a veces los problemas se imponen a la meditación. Muchas. Más de las convenientes.



Servando Gotor
La ciudad sin faro






lunes, 29 de julio de 2013

PARA SER ABOGADO (Servando Gotor)





REC. Para ser abogado como para ser juez, es necesario ser culto.  Para todo es necesario. Pero especialmente para determinadas profesiones.  La técnica, los entresijos de la técnica de cada oficio, en este caso la técnica jurídica, imprescindibles, por supuesto; pero la cultura muy necesaria, tan imprescindible como aquella.  Y esto se está descuidando.  Se piensa que para ser abogado o para ser juez basta con conocer la técnica jurídica.  FALSO. Hay que ser culto porque el trabajo de uno y otro, es decir la técnica jurídica aplicada, está al servicio de algo y si no se conoce ese fin, si se ignora la meta se ignora todo: el juez, resolver un litigio que dos partes le plantean, resolverlo IM-PARCIALMENTE, no con “justicia” (estamos hablando de humanos no de dioses) sino con arreglo a Derecho, al Derecho humano ―positivo―, buscando dar solución a la conflictividad social, nada más (y nada menos); el abogado, hacer suyo el problema cuya solución le confía el cliente, y para ello ha de ser PARCIAL.  Algún imbécil se piensa que el abogado debe ser IM-PARCIAL.  Falso.  El cliente, abrumado con su problema, necesita alguien (un abogado) que se meta en sus zapatos y defienda sus parciales intereses.  El juez PARCIAL es un degenerado, como degenerado es el abogado que pretenda ser IM-PARCIAL.  Pero para tener claro todo esto y para situarse bien en tan magnas misiones, respetando la ley, las reglas del juego, no siempre fácil, es necesario ser culto.  En ambas profesiones la línea divisoria entre el actuar honrado y el actuar tuerto es sumamente fina.  Sólo siendo culto se vislumbra cierta claridad. Por eso el Ruso es un buen abogado.  De hecho, es suya esta reflexión. STOP


Servando Gotor
La ciudad sin faro




domingo, 22 de julio de 2012

EL AULLIDO URBANO (Servando Gotor)

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sgs




El bramido de la ciudad.  El aullido urbano.  Dos voces distintas que a menudo suenan como una sola.  Demasiada realidad que, afortunadamente, no llegamos a captar sino en su mínima expresión.  Al lado de mí, uno de los peluqueros atusa el bigote antiguo y descomunal de un lindo.  Ahora, algunos les llaman “metrosexuales”.  Este por lo que pesa más bien sería un “kilosexual”, pero ya digo: un lindo, porque el bigotazo es de compleja factura y luengo mantenimiento, artificioso y exagerado y antiguo, muy antiguo. Un bigote de postín.



●REC. Bajo el negro manto de la noche procesal
Gimotea el lucero del alba
Caen los párpados del reo
Su instante supremo
Su culpa, su propia culpa
Íntimo fallo
Única sentencia

Criminales de un solo delito
Pueblan celdas transparentes
Las prisiones rebosan de asesinos
Que sólo mataron una vez. STOP■



El bramido. Y me acuerdo de la gente del casino, donde abundaban bigotitos de tiralíneas. Aquellos tipos no eran tan lindos, ni metrosexuales, pero miraban al barrio y a toda la ciudad por encima del hombro. Imposible no recordar a Gracián:

—¡Aguarda!, ¿y aquellos otros —dijo Andrenio—, tan alzados y dispuestos, que parece los puso en zancos la misma naturaleza o que su estrella los aventajó a los demás, y así los miran por encima del hombro y dicen?: «¡Ah de abajo!, ¿quién anda por esos suelos?», éstos sí que serán muy hombres, pues hay tres y cuatro de los otros en cada uno dellos.


—¡Oh qué mal que lees! —le dijo el Descifrador—. Advierte que lo que menos tienen es de hombres. Nunca verás que los muy alzados sean realzados, y aunque crecieron tanto, no llegaron a ser personas. Lo cierto es que no son letras ni hay que saber en ellos, según aquel refrán: «Hombre largo, pocas veces sabio.»
 
* * *





Servando Gotor
La ciudad sin faro, 2008


martes, 5 de junio de 2012

FRENTE AL DOCTOR MABUSE (Servando Gotor)

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El estudio de Bernardo tiene nivel y te das cuenta nada más entrar porque 

en el recibidor hay una enorme reproducción de El jardín de las delicias de El Bosco, sátira pintada de los pecados y desvaríos de los hombres, según Fray José de Sigüenza.  Viene muy bien cuando toca esperar porque ese cuadro es un pozo sin fondo; dónde va a parar, mucho muchísimo más entretenido que el Un Dos Tres de los sábados o el Mánnix de los viernes;  oye Bernardo ¿y a ese, al que le han clavado una flor en el culo...  eso qué coño quiere decir? A ti que te importa pedazo maricón.  A Maripili Alastruey,  cuando fue para la foto del DNI, su mamá le prohibió terminantemente contemplar aquellas marranadas, anda hija, anda, no mires esas cosas por dios, que no son más que cochinadas, sinvergüencerías indecentes, como la rubia esa descocada del dibujo de abajo, ahí medio en pelotas la muy guarra, con media teta al aire (se refería a Muchacha rubia con hombro desnudo).  La madre de Maripili Alastruey se hace cruces porque no entiende cómo don Alejandro, el párroco, aún no le ha parado los pies al sinvergüenza de Bernardo H., ni cómo pueden llevarse tan bien los dos, que los ve a menudo por la plaza Santa Cruz o por Méndez Núñez discutiendo calurosamente porque al cura le gusta David Lean y al fotógrafo Truffaut y los de la nouvelle vague. La madre de Maripili Alastruey va al estudio de Bernardo H. porque no tiene otro remedio, porque en el barrio la señalarían con el dedo y la tacharían de burguesa, por eso;  pero por lo que no pasó nunca fue porque su hija apareciera en la vitrina del fotógrafo éste, que parece más un poeta, un bohemio o un estrafalario corruptor de menores al que le tendrían que hacer como a su hermano, el Román, el de la tienda de discos: encerrarlo.  Aunque, luego, cuando le agujerearon la garganta...  bueno, ya va bien, ya va bien servido con el cáncer, castigo de Dios. La madre de Maripili Alastruey era aprendiz de peluquera en Barbastro, enviudó joven y montó su propio negocio en Zaragoza para que su hija la Maripili pudiera estudiar en un colegio de monjas de la capital.  La Maripili no lleva muy bien eso de ser de Barbastro y como la mayoría de las de pueblo lo tapa despampanándose, siendo la más lanzada del barrio; pasó primero por una época de hortera con minifalda y botas altas y brillantes, eso era cuando cantaba y bailaba la canción aquella de la hija de Sinatra, These boots are made for walking, hasta que su madre tomó cartas en el asunto y le leyó la cartilla, entonces se pasó al extremo opuesto, a la avanzadilla intelectual, tras un periodo de transición como pija con lacoste, y se la vio en el barrio con gafitas y mirada interesante y novelas de Kafka y Herman Hesse (El lobo estepario, of course)  proclamando a voz en grito el amor libre, haz el amor y no la guerra, y el uso de las antibabys;  así que la madre de la Maripili Alastruey anda todo el día martirizada con un cilicio pensando que fue peor el remedio que la enfermedad, dando la cosa ya por perdida desde que la Maripili colgó los libros en cuarto de bachiller, se metió en una compañía de teatro y se matriculó en francés en la Kühnel en horario nocturno, coincidiendo con la Charito Rosales, y luego se ganaba unos duros de camareratíabuena en el Qutildeque, donde se hacía llamar “Larisa”, nombre de guerra adoptado para comerse la capital.   En todo caso, por lo que sea, la madre de Maripili Alastruey no cae muy bien en el barrio.


Y ya dentro, en el estudio, clic, el disparo, la ejecución.  La mirada siempre al frente, tras la cámara, hacia el doctor Mabuse, el tipo aquel huraño, sañudo y cejijunto y con cara de pocos amigos que parecía querer salir de su propio retrato para matarnos a todos.  La soledad gime entre sueño y sueño.  Aquí, eh, aquí, sí: mirando al pajarito. ¿Al pajarito? Al pajarito, ¡no te jode!.  Además, menuda pinta de pajarito tenía el Mabuse ese.  Un pajarito de verdad como el doctor loco aquel de la película de Fritz Lang.  Supongo que sería para compensar la blandengue sonrisa que nos ponía a todos la vitrina de abajo: Muchacha rubia con hombro desnudo.




Servando Gotor
La ciudad sin faro, 2008

miércoles, 11 de abril de 2012

PUES SÍ QUE ESTÁ CARA HOY LA BORRAJA (Servando Gotor)

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sgs

en el principio fue el tumulto
y no estaba mal  
luego…

alcachofas, pimientos morrones, cabezas de cordero guiñándote un ojo y asomando la lengua; la Mundi en su puesto de chichorros que parece vestida de noche; rastras de ajos, olores cruzados de cebollas, mariscos, menuceles, meadas y melones maduros como el agua; un ciego de la once vendiendo el cero diecisiete, la suerte, oiga; un señor mayor que mejor no hubiera salido de casa porque en cualquier momento se le romperá la cadera y se caerá, o le tirarán de un empujón y se la romperá después; legumbres, pilas de melocotones, piezas de vaca, ternera, buey y lomos y solomillos enteros de cerdo; un vago romántico a mitad de las escaleras del río, saboreando la lluvia con las manos en los bolsillos en medio del ajetreo; anda ponme cuarto y mitad, dice una mujer con voz hombruna; fabiolas, gallegos, chapatas, baguettes, cintas y colines, todo crujiente y hasta calentito; una señora arrancando la teta de una barra recién hecha y llevándosela a la boca; otra que se le hace la boca agua al verla y traga saliva, pues si que está cara hoy la borraja, anda Susi, ponme aquella, no esa no, aquella, la del fondo; una torre de cajas de madera corriendo entre la multitud, sobre los hombros del Charly, ¡que mancho, que mancho! Y la Gurruchaga, la de los jamones, atusándose, que va siempre de peluquería, anda Charly, cuando acabes con las cajas tráeme un cortado del San Isidro que tengo el mono; el póster de una rubia con dos tetas como sandías en el puestecico enano del Andrés, muy macho él, siempre leyendo el marca entre botes de nesquik, magdalenas la bella easo, sobaos martínez y hasta trenzas de almudévar; alubias, garbanzos, lentejas y kilos y kilos de patatas; estratégicamente oculto en un rincón parisién de hierros modernistas a lo infiel, Pulgarcito reta bajico a las cartas sobre un cajón volcado; también mira de reojo a la Merche, que hoy ha venido sin su madre, pero la Merche no le mira a él, que se le van los ojos tan detrás del mozo mazas del pequeño catalán que ni se entera: anda, Andrés, dame una coca-cola, light por supuesto; y el Purgalcito, acongojado: ay, esas miradas de la Merche, si su madre las viera; quesos manchegos, frescos, curados y sin curar; morcillas de burgos y chorizos cantimpalos; un póster con el gol de Nayín; una chiquilla arrastra a un joven grande y moreno y se cuela en la fila de los mariscos: ¿has visto, Celi, has visto que marido tan guapo tengo?, es moro, ¡pero es muy guapo! Y la Celi con un langostino entre las manos adivina de inmediato donde debe esconder el moro tanta guapura; al fondo los encurtidos, olor a vinagre, con el olivero al frente, hacia el puente de Santiago dando lecciones de vida al Moros, el de los caracoles, que de vez en cuando se asoma a la salida y mira hacia San Juan de los Panetes y a las torres del Pilar que están detrás, para volver enseguida a su saco con el convencimiento de que por allá afuera todo está en orden. 

 


Servando Gotor
La ciudad sin faro

sábado, 19 de noviembre de 2011

ASUETO PARA UNAS HORAS DE REFLEXIÓN (Servando Gotor)

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SGS

 
Los de la calle del Mercado siempre tomábamos partido por don Alejandro. Los de San Valero, sin embargo, que también habían estudiado en los escolapios y todos pertenecían a la asociación de exalumnos, estaban siempre con el rector. No les gustaba mucho ese campechanismo y esa falta de ceremonia de don Alejandro que, a la larga, sólo habría de servir para que la gente perdiera el respeto a la Iglesia y, por extensión, a las demás instituciones; es decir, a ellos mismos. Don Alejandro se les atragantaba y les gustaría quitárselo de en medio pero, como pronto se lo llevaría Dios por ser de ley dada su edad, se limitaban a esperar. Aunque una vez, en una ocasión, llegaron a elevar una queja al arzobispado porque se había encarado con don Bartolomé Clemente-Canellas y Castro de Carcavilla, ilustre notario, decano del colegio y secretario del casino, para más señas. El contencioso tenía que ver con Procopio, el mendigo mellado que impenitentemente estaba en el parteluz del pórtico pidiendo y oyendo la radio en un transistor de bolsillo; el mismo que, al morir, le contó a Bernardo H. lo que le contó, una extraña confesión. Procopio tenía una enfermedad mental de cierta envergadura - pobres de nosotros que, sin saber, nos llamáis locos - aunque, al parecer, no lo suficiente como para encerrarlo en el manicomio, allá en la calle Barcelona. Está profundo, reconocía don Alejandro, pero no hace daño a nadie. Procopio vino, tiempos ha, de un pueblecito de la ribera del Jalón, hincha del Iberia aunque el equipo andaba disuelto hacía años y fanático de Manolete, aunque estuviera muerto. Tenía tres obsesiones: era melómano, de ahí lo del transistor; repetía una y otra vez la tabla del tres, la de multiplicar, y... comía palomas. Sí, comía palomas, tenía ese vicio. Don Alejandro realizó ímprobos esfuerzos para apartarlo de costumbre tan bárbara, pero todos resultaron inútiles. Era larguirucho y le faltaban casi todos los dientes. Llevaba casi tantos años en la parroquia como don Alejandro. Se reía con estruendosas carcajadas y exhibía entonces, de par en par, sus mandíbulas desnudas y carnosas, esas mismas que la pobre Zenaida besaba en sus pesadillas, aunque babeando miel de cipreses rosas. Una mañana, al volver de ciertas gestiones que tenía pendientes en el palacio arzobispal, donde colaboraba en labores administrativas, abordaron al cura don Bartolomé Clemente-Canellas y Castro de Carcavilla, ilustre notario decano del colegio y el rector de los escolapios: don Alejandro, excomulgue a ese hombre, extráñelo, destiérrelo, haga lo que sea pero échelo de la parroquia, dijo fuera de sí el notario. Está... ¡está poseído!, apostilló el rector, ¡poseído por el demonio! Pero qué tonterías son esas, qué tonterías, aplacaba don Alejandro. Sí, ¡tonterías!, el muy indigente ya sabían todos que comía palomas, y que asustaba a los niños bien de San Valero con sus risotadas y sus encías. Pero había algo más: hablaba inglés. Sí, hablaba inglés sin haberle enseñado nadie ni haber jugado nunca en Wenbley. Inequívoca posesión. Lo correcto, exorcizarlo. Pero en la curia nadie conocía ese tipo de procesos. Así que lo que había que hacer era echarlo sin más. La oposición de don Alejandro estuvo a punto de costarle el traslado.

Y era verdad. Procopio emitía sonidos extraños. Don Alejandro intentó en vano calmar al notario y al rector y les dijo que, bueno, que le dejaran unos días para ver lo que pasaba. Recurrió a nosotros, mejor dicho, al “Chaquetilla”, el del careto aquel que ni pa’l mango un paraguas, que sabía inglés. Pero fuimos los cuatro: el propio Andrés, el Ruso, el Güili y yo. Era cierto, Procopio decía cosas que parecían inglés: Buenonfaind maiself incháim chróbul madermeri conchumí espiquin fuards od buisdon.  
-Sí -dijo el Chaquetilla, dándose importancia mientras todos le mirábamos expectantes- eso suena a inglés. A ver, Proco, repite.

Y Procopio, todo serio, con gravedad y muchos aires repetía:

-Buenonfaind maiself incháim chróbul...
-Para, para, sorry... Chróbul, chróbul – se rascaba la cabeza – chróbul... Debe ser “troubles”..: ¡Problemas!

-¡¡Problemas!!! – repetimos todos.

-¡Tiene problemas! – añadió el Güili.

-No los va a tener... Si no el pobre no tiene dónde caerse muerto -remataba yo, aunque siempre he pensado en esto como tú: que Procopio era uno de los más felices, no del barrio sino de la ciudad entera.

Tras muchos quebraderos de cabeza, el “Chaquetilla”, llegó a la conclusión de que Procopio decía algo relacionado con sus problemas y que su madre y una tal Mary le ayudaban con expertas admoniciones. Se nos pusieron los pelos de punta a todos, ¿cómo es posible que el pobre Procopio pueda decir todas esas cosas en inglés? ¿Qué significaba aquello? ¿Estaría de verdad endemoniado? Además, era cierto que de joven tuvo problemas y que siempre había dicho que su vida se vino abajo cuando una tal Mari (la Mari, decía él) de la que se había enamorado locamente, le dejó. No, no había una explicación racional. Dejamos el asunto sin resolver y aquella noche no dormimos nadie. El Ruso se levantó a mear varias veces y en una de ellas, al pasar por el Gran Comedor de la pensión, el Chenonceau sur Loira , aquella pintura mural al plástico del Cincuentayuno, le pareció un edificio londinense. Lo examinó con atención y, arriba, en lo alto, creyó ver a cuatro melenudos y a un negro tocando un piano y... que sí, cierto, que no era un sueño, que aquellos tipos... que sí, que como si se le rieran... Uno de ellos, guapito, de cara redonda y mal afeitado, le decía serio: Buenonfaind maiself incháim chróbul... Ya por la mañana, tras darle muchas vueltas a la traducción del Chaquetilla, el Ruso (siempre él) dio con la solución y fuimos con don Alejandro a hablar con el rector, quien a su vez avisó al ilustre notario para que oyera nuestras explicaciones.

-Mi querido rector -don Alejandro lo trataba así aunque él no perteneciera a la orden- está todo aclarado. Procopio, el pobre, ni está endemoniado ni sabe inglés. Simplemente, le gustan los Bitels...

-Bírols, don Alejandro, se pronuncia Bírols, sorry –interrumpió Chaquetilla.

-Pues eso -prosiguió el mosén-: que le gustan los Bírols y de tanto escuchar la radio, se ha aprendido de memoria la primera estrofa de Let it Be.

Los Beatles, claro, los cuatro melenudos. Y el quinto, el negro, el Billy Preston, el de las teclas... Nadie los volvió a ver en el Gran Comedor, ni siquiera el Ruso que dudó si se había tratado de una revelación pop a través del mundo de los sueños. El Güili lo investigaría, investigaría aquella revelación, por supuesto. Freud, Jung y Lacan serían sus próximos focos de atención.   

 





viernes, 23 de septiembre de 2011

ÍTACA, UNA IMPRENTA CLANDESTINA (Servando Gotor)

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En algún lugar del barrio, en la noche, cuando el insomnio se me apodera y vuelvo a oír el silbido del tren cruzar los tejados, alguien está componiendo la portada de Ítaca.  Alguien que a la mañana siguiente amanecerá con los ojos cansados, pero satisfecho del trabajo. Porque hasta al cura, a don Alejandro le gusta el formato, la composición de Ítaca. Para su hoja parroquial la quisiera. Por los clavos de Cristo, si algún día llegara a saber quiénes son, les encargaría a ellos la Hoja Parroquial.
También en casa teníamos siempre no uno sino varios números de Ítaca.  Y tú disfrutabas con ellos, leyéndome un artículo, recomendándome otro, explicándome siempre los contenidos y emitiendo tus propias críticas.  Porque siempre hay que ser crítico con todo, me decías.  Recuerdo que los leías y releías y los guardabas como un tesoro. Y también a ti te encantaba su presentación, su grafía, y me hablabas del tipo de letra, sencillo pero elegante, de las imprentas antiguas, las viejas minervas, del sistema offset... ¡de todo!  Y, como la Historia te entusiasmaba, como todo en la vida y en especial lo de nuestra ciudad, tus ojos brillaban cuando me contabas que la primera imprenta que hubo en España, el primer texto impreso, se hizo aquí:  el “Manipulus Curatorum”,  en el siglo XV.  Una especie de manual dirigido al espíritu, escrito por un clérigo turolense en el siglo anterior. Y enseguida aparecieron otras imprentas, famosas en toda España: las de Jorge Cocci, Pedro Bernuz, Domingo de Portonariis...  Lo de Gracián no es una casualidad, está detrás la imprenta, me decías.  Hasta un ilustrado de nuestra tierra, Joaquín Ibarra, creó una tipografía propia.  ¡Ah! Y Servet.  ¿Sabías que Servet tenía una imprenta clandestina escondida en el bosque? Y luego  insistías en esa primera imprenta en Zaragoza.   Y a mí me parecía que Ítaca era la sucesora de aquel primer artilugio, de aquel primer vómito, de aquel primer descaro. Porque las imprentas siempre han resultado molestas, insolentes.
Y luego me hablabas de tu imprenta.  Porque tú empezaste trabajando en una imprenta y llegaste a tener la tuya. Una ruina, me decías.  Una ruina. Y con enorme dolor me contabas cómo tuviste que dejarla.  Deshacerte del negocio.  Menos mal que luego vino lo del ayuntamiento...  Bueno, en realidad allí, en el ayuntamiento, te enclaustrarías hasta la jubilación, protestando por ello muchas veces, pero también satisfecho porque con aquel trabajo sacaste a flote a la familia. Y entonces te acordabas del abuelo Juan.  De la fortuna que llegó a hacer vendiendo mulas. Que igual que la hizo se disipó entre tantos hijos que tuvo, sobre todo los del primer matrimonio con Constantina Calmarza.  Tú, el más pequeño, apenas lo conociste porque murió cuando sólo tenías seis años.  Para mí el abuelo no era más que una referencia vaga, muy vaga. Un fantasma gélido y lejano.  Un ricachón que se paseaba ufano por el pueblo montado en su buen caballo, con una elegante capa de fieltro.  No, no me gustaba el abuelo. 





Servando Gotor
La ciudad sin faro

jueves, 24 de febrero de 2011

AMORES CLANDESTINOS EN UNA IMPRENTA CLANDESTINA (Servando Gotor)

SGS


------------chic chac, chic, chac,

------------caracol col col. Chic chac chic chac. Saca los güevos y los pone al sol. No, no, los güevos no: los cuernos, las puntas sobre los ojos. Chic chac chic chac. Saca las antenas y las pone al sol. Chic chac chic chac. Los cuernos simplemente los pone. Ella, él no, col col col. Lo de él no es poner cuernos, es otra cosa, y encima con mala leche, a grito pelao, que parece el caballo del Guernica. Chic chac chic chac. Así lo ve ella en la sombra. Trabajando en la sombra pero con las antenas al sol. Sol sol sol. Sol re mí. Mí, menor, claro. Chic chac chic chac. En la sombra y a la sombra. A la de la torre de San Pablo. Se trabaja bien a la sombra de una torre mudéjar. Chic chac chic chac. Y de pronto pomporopompon pon pon. Otra vez ella. Palizas. Sube la escalera. Chic chac chic chac. La escalerilla de caracol col col. Al ritmo. Sol sol sol. Sol re mí. Pomporopompon pon pon. Ya voy ya voy. ¡Pesada!. Voy, voy. Y ella, desde arriba: Boy, boy (vocativo) mi boy. Y eso que podría ser su padre. Pero no, my boy. Ven boy. Y él chic chac chic chac, al sol re mí. Y la de abajo, que esa sí que es buena y fiel, escupiendo artículos, chic chac chic chac. Ítaca, Ítaca, Ítaca, planfetillo político a base de güevos. Y pura. Venga boy, date prisa. Pomporopompon pon pon. Boy, no te jode, y yo con estas canas: Voy voy, ¡ya voy!

----------Y va y abre la trampilla y asoma la cabecilla, arriba en lo alto de la caracolscalera. Y abajo chic chac chic chac, tú, la de abajo, tú sí que vales, nena, buena, fiel, pura. La de arriba se sumerge en la escotilla. En la escotilla que da a la Traslatrastiendadelatienda. Delalibrarylobregalibrería.. Los piececillos con cáñamo. Con tacón de aguja, querría él. Con tacón de aguja los ve. Luego las piernillas, desnudas, con seda para él. Después los muslillos, la falda de ella por arriba, los ojos de él por abajo. Con ligas los sueña, los muslillos. Por fin las braguillas, desde abajo también. Las braguillas. ¡Pesada! Sí, pesada pero qué buena está. Aunque no le guste... ¡Las braguillas! Chic chac chic chac. Y la mano se escapa hacia las braguillas. Entre los muslillos. Chic chac chic chac. Sólo una ayuda mientras cierra la trampilla. ¿Sólo? Chic chic... ¡CHOF! Suave la braguilla, ligera, así me gusta, que se noten los caracolillos. Oprime con los dedos, broommm. Offff suspiran los labios de arriba, lagrimean los de abajo. Pero si está humedito ya. Babosos, los caracolillos son babosos. Y el escotillo atraviesa la escotilla. Offfff. Y una manilla, el escotillo. Hasta que un dedillo oprime el botoncillo. Y el de abajo, offff. Aprieta el sensorcillo, el sensorcillo cósmico, origen del universo. Offf. Hoy, sí, hoy lo ha pillao con ganas. ¡Hambre! Hambre de hembra. Hambre de hombre. Y el hambre de hembra aferra al hombre y le araña el hombro, ¡hombre!, offff. ¡Cómo ha subido! Imposible bajar. Allí mismo. En el caracol col col. La trampilla de sombrilla. Chic chac chic chac. Y abajo también, chic chac chic chac. Sol re mi. Mi mayor, por supuesto, ahora mi mayor. No sé qué me pasa hoy. Chic chac chic chac. Sol re mi. Armonía. Punto. Contrapunto. Punto. No, no punto. Primero la nieve. Y con la nieve, después de la nieve, el frío. El cool. Caracol col... COOL. Miles Davis: The birth of the cool. Y el frío se hace. Point.

La ciudad sin faro

domingo, 2 de enero de 2011

El IRASCIBLE EN ACCIÓN (Servando Gotor)

SGS

Brígida ronda los cincuenta.  El Irascible, el comisario que siempre fuma 46, la ha sacado de la cama a las tres de la madrugada, de la cama se supone por el camisón y la hora aunque no por el peinado que más parece arreglada para una soiree; esto es como en el cine, el Irascible no recuerda ninguna escena en la que el personaje se despierte o se levante de la cama despeinado (¿y el camisón?, el camisón, le habrá costado un pico, blanco, de satén; de satén blanco como la canción: interminables noches de blanco satén...); es como una aparición, tanto que hasta le ha asustado a él; y ella también, también parece asustada o, como mínimo, sorprendida; hombre, él ha llamado educada, cortésmente a la puerta y, bueno, no es que sea un galán pero tampoco da miedo; (la sorpresa, debe ser la sorpresa, aunque por la cabeza tan arreglada casi parece que me estaba esperando), así que los dos andan extrañados, brujuleando, ella parece que estaba despierta, como en guardia, pendiente de algo, de alguien; aunque de él no, por supuesto... (¿de quién, entonces?); le ofrece un 46 y lo acepta

¿y Pascual? (pregunta él)
últimamente anda despendolado (contesta ella sin mirarle a los ojos)
eso ya lo sé, pero dónde está ahora, ahora mismo
¿no estaba en el monasterio, con la cuadrilla esa?
no, en el monasterio no
y doña Ángela, ¿le han preguntado a ella?
no, pensé que no era necesario, que lo encontraríamos en el monasterio

Como siempre, en los interrogatorios del Irascible es él quien acaba por ser el interrogado

¿y el coche? ¿no han visto el Dos Caballos?
no

La interrogada no sólo interroga sino que, además, llega a convincente deducción:

entonces, es que no ha vuelto, pero no tardará, no tardará en volver, seguro; al final siempre acaba volviendo (y pretende concluir la sesión con un seco) ¿algo más? (lo que termina por desquiciar al Irasciblecuarentayséis)
mire señora, basta ya de juegos, estamos investigando un crimen, ¿de acuerdo?
¡un crimen... !

Brígida se derrumba, por fin parece derrumbarse; un golpe, un duro golpe, sí; tanto que el Irasciblecuarentayséis casi acaba por apiadarse (pobre mujer), pero de repente ella se pone a gritar como una loca, (como en el cine, como en el cine también, escupiéndolo todo):

lo sabía, sabía que esto acabaría mal, pero...

La mirada desorbitada, como si quisiera hipnotizar al Irasciblecuarentayséis:

pero... y quién, ¿quién ha sido... ? ¿quién ha podido ser?
doña Laura.
¿doña Laura, dice... ?
sí, doña Laura
imposible; no, no puede ser, imposible; ¿qué interés podría tener ella por quitárselo de en medio... ? la otra sí, pero doña Laura...

Ahora, ahora va comprendiendo el Irascible; un poco torpe pero va entendiendo: Brígida cree que el muerto es Pascual y Laura quien lo ha matado; no está mal, no esta mal; que siga en el error a ver como reacciona (en el cine negro, mentirijillas de estas hacen que la gente lo suelte todo); y ella:

Pascual, ¡mi Pascual!

(ya está, ya lo ha soltado, el mi delator, aquí hay más barro del que parece, pero a ver, a ver, que siga, que esto se pone bueno, en las películas siempre dejan que siga y terminan por escupir todo) y acierta:

la puta esa, doña Ángela, doña Ángela; te lo tenía dicho, mira que te lo tenía dicho, Pascual, pero tú, nada, ni caso; sólo yo, sólo yo te abría las puertas al final, cuando la zorra esa te rechazaba...

(esto se pone de miedo, que siga, que siga)

... pero dios mío, si parece imposible, imposible, si es que te veo, todavía te estoy viendo entrar por esa puerta... (al Irascible se le ponen los pelos de punta) ... ayer mismo (el Irasciblecuarentayséis respira), allí, en esa misma puerta; yo esperándote, como siempre (como siempre, ¿eh?, muy bonito, piensa el Irascible); a las tres, a las cuatro, a las cinco de la mañana, cuando fuera; yo esperando y tú que dónde está la llave; y yo que no, que doña Ángela no está, que se ha ido a Zaragoza, que para qué quieres la llave; ya ves, la llave... (ni en las películas largan tanto, el Irascible está por pedir palomitas y una cocacola); se ha ido con él, te lo tengo dicho: con él; y lo sabes, tú lo sabes, a ti sólo te utiliza, imbécil... la llave... además no la tengo, no, no tengo la llave; que no Brígida, dámela, no me engañes, que está en la habitación y no quiere abrirme... y al final se lo creyó, era mentira pero se lo creyó, y cogió el trompo y a Zaragoza (de aquí a la gloria; se van a enterar ahora esos del casino, Bartolo incluido, se van a enterar todos de una puta vez quién soy yo, casi dice en voz alta un Irasciblecuarentayséis inflamado); a Zaragoza, así, sobre la marcha, borracho de celos (todo se va cerrando, respira) enfebrecido el muy cabrón, hinotizado (¿hinotizado?), hinotizado por esa puta. Y luego, luego fue demasiado tarde, sí; cuando me asomé al balcón (no, si al final, si sigue así, acabaré por taparle la boca yo, cómo se enrolla), cuando oí el coche ponerse en marcha para rendirme otra vez, que no, Pascual, que no, que está aquí, ¡aquí!, pero de qué te sirve la llave si la tiene atrancada por dentro, la puerta está atrancada... pero ya era tarde, demasiado tarde; no me oíste y ahora, ahora ya no cruzarás más esa puerta.

(cabrona, quien no cruzará nunca esa ni ninguna otra puerta será doña Laura, la pobre)

Le ofrece otro 46.

cálmese señora, póngase cómoda que todavía tenemos para un rato... ¿no tendrá algo de beber?

Brígida señala a la cocina; el Irascible, se sirve una cerveza y prepara el arma y los grilletes, luego se sienta junto Brígida, detrás de ella, frente a la puerta. Y espera.


La ciudad sin faro

domingo, 17 de octubre de 2010

In abendrot (Richard Strauss) - Servando Gotor


SGS


Lunes o martes, a caballo entre el lunes o el martes.  Ya está, la azafata rubia con acento norteamericano me recuerda a la Momi, eso es; pero ésta es más guapa, mucho más guapa. Ahora reparte toallitas perfumadas entre los pasajeros mientras el niño abre ostensiblemente las mandíbulas para destaparse los oídos, ¿vas bien?,  no voy mal, me dice con una sonrisa.  Es la primera vez que sube a un avión y lo examina todo con interés.  Mira continuamente por la ventanilla pero el inmenso azul sigue allí, da igual, no se aburre, qué, ¿tranquilo?, ya queda menos, mira, mira la pantalla, ¿ves por dónde vamos?,  aquello ya es España ¿lo ves?; sí, España, ¿y cuándo llegaremos?, un par de horas, en menos, en menos de dos horas.  Su madre, adormilada, le pasa la mano por la cabecita rubia y menuda.  Rubia.  ¿A quién habrá salido?  Al abuelo, claro. Se me empañan los ojos.  Abro el bolso de viaje buscando el paquete de marlboro que naufraga entre semejante confusión de cosas absurdas e innecesarias pero de las que pende mi vida, pienso.  Una cinta de Taj Mahal, Fishin' Blues, Early in the Morning, Six Days on the Road, Oh Susanna y blues, mucho blues; un paquete de clínex; un bolígrafo; las pastillas verdes, estas sí, estas sí que son importantes ¿cuándo me he tomado la última? A las seis, a las seis...  a las seis de allí, cuidado con el cambio de hora; tiene que ser una, sólo una al día, MacKenzie dice que no me lo tome a broma, que más de una... el sony, el cassette de bolsillo con el rebelde cablecito de los auriculares que todo lo lía y a todo se lía aunque simule hilo de Ariadna en medio de aquel laberinto; una petaca con güisqui del que a mí me gusta y tan mal me sienta; una agenda con teléfonos, aunque los tengo todos registrados en el móvil; pilas, las pilas de la sony de bolsillo;  chiclets de menta, sin azucar, yo siempre digo “chiclet” (aguda y terminada en “t”); a mí me gusta decir “chiclet”, sólo algunas veces digo “chicle” (llana y terminada en “e”),  depende: llevo un chicle en la boca, a mí me gusta el chicle, ¿tiene chiclets?, deme dos chiclets, tengo un chiclet.  ¿Quieres uno?,  ¿queréis?, te destapará los oídos, toma; el móvil apagado; un paquete de marlboro pero sin abrir;  no, no: busco el abierto, ¿será posible? ¿puede alguien comprender que el que busco no es precisamente éste?;  mira, ¡un mechero!, uno de los miles de mecheros que nunca encuentro, ¡hola!, lo achanto; otra cinta, esta de Mahler, ahora el sol saldrá tan radiante, como si la noche no hubiere traído la desgracia; no, si tiene razón McKenzie, siempre tiene razón, ya veremos, ya veremos; más pilas, ahora las del casette; las pastillas verdes, otra vez las pastillas verdes; mi libreta de notas que no sé cómo coño no me deshago de ella de una vez con el tiempo que hace que tengo la grabadorilla ésa, sony, esta, esta precisamente, la que sale por aquí, hablando del Papa; el cable,  otra vez el puto cable de los auriculares;   ¿y esto? ah, la carta de embarque, éramos pocos; el librito de poemas de Lamartine, tu me traites sans doute en favori des cieux, car tu n'épargnes pas les larmes à mes yeux; otra cinta, ahora Wagner: Tristán e Isolda, ¡maldito sea el día y sus resplandores!; sin remedio, lo mío no tiene remedio, McKenzie; más cintas, Mahler; Mahler, por supuesto, Das Lied von der Erde, la canción de la tierra; Kindertotenlieder, Canciones a los niños muertos;  Strauss,  Richard Strauss: Im Abendrot, ¿Al ocaso?, ¿Rojo atardecer? Tantos años y aún no tengo clara la traducción: Im Abendrot... ¿me atreveré a escucharla?  Sin remedio deslío, desenredo los auriculares y me los pongo, ¿lo resistiré? ¿Podré resistir Im Abendrot? Sigo buscando,  ¿otra vez las pastillas verdes? A ver, a ver, ahora sí qué, ahora sí, me parece que ahora, ¡zas!, ya te tengo; y el encendedor aquí, aquí, en la otra mano... ►PLAY… -Enciendo el cigarrillo- … Wir sind durch Not und Freud  gegangen Hand in Hand… En las penas, en las alegrías, hemos ido de la mano... ... -hmm qué bueno, qué bueno el humo invadiendo mis pulmones agresivo, salvaje, picando, lacerando, latigando...  Se me empaña la vista-  Ist dies etwa der Tod? ¿Será esto la muerte?  -Una bocanada más, una profunda dosis de humo, hmm... Los ojos... Me lo van a notar y no, no quiero que me lo noten. Hmm... Pronto prohibirán fumar en los aviones-.  Ist dies etwa der Tod? STOP■

Servando Gotor
La ciudad sin faro

martes, 4 de mayo de 2010

¿Y mis calzoncillos...? (Servando Gotor)

Ítaca... Un pobre diablo, el Sito ese, el abogaducho, un pobre diablo, ya sólo el que lo llamen así tira para atrás: Sito, Si-to, ¡por favor!; pero bueno, ya veremos, quién sabe, quizá nos llegue algo, alguna información, el cabo de algún hilo del que tirar; que, después de todo, el giboso ese de mierda, ya sabes, Celedonio, el del quiosco, el cuñado de don Ismael, el presidente de la Audiencia, menuda recomendación; pues eso, que el giboso no sólo no está funcionando sino que encima nos está creando mayores problemas; hombre, si el comisario, el Irascible, hubiera hecho bien su trabajo todo nos lo habríamos ahorrado; y en el casino, ya ves, aún me dicen en el casino que paciencia, mira tú; ¡criadillas! eso es lo que tienen todos, unas grandes criadillas, menuda mielsa; y nuestro presidente, don Carlos, don-car-li-tos, el peor: un mariconazo; nada, nada le importa a ese medio hombre, sólo escuchar a don Adolfo que no sé qué le ve, que no sé qué le ven todos al don Adolfo ese de los cojones, aparte de fumar esos cigarrillos de paquete dorado; pues eso, que a don-car-li-tos se le cae la baba mirándolo cuando habla, pero de Ítaca, nada; cuando alguna vez me le he quejado del Irascible qué te crees que me dice, que tranquilo, tranquilo, don Bartolomé, ya verá, ya verá como ese hombretón, hombretón le llama, todo son hombretones para él, pues eso, don Bartolomé usted tranquilo que ese hombretón, al final, lo descubrirá todo y si no, al tiempo... Eso, eso es lo que me dice, ¿qué te parece? Y aún menos mal que me llama por mi nombre, que no tiene cojones para llamarme como lo hace a mis espaldas, que lo sé, que lo tengo bien sabido: Bártol, me dice, Bár-tol; vamos hombre, por dios, qué cojonazos, pero qué cojonazos todos; si por mí fuera ya estaría el barrio patas arriba hace tiempo y todos bien encerrados; sí, encerrados, qué pasa, por qué me miras así; hala, venga, vamos que te voy a dictar otra carta, la última... ¿y eso? El teléfono, qué oportuno; ¿cómo que qué haces?, pues cogerlo, Momi, cogerlo, vamos, vamos; ¿quién?¿Sito? no, ni hablar, no estoy, dile que no estoy; venga, vamos, que te dicto, dos líneas, dos líneas nada más; pero... ¿y mis calzoncillos, Momi? ¿Dónde coño están mis calzoncillos? Joder, nunca los encuentro.

Servando Gotor

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Amor en El Cabezo (desde el cine Latino)


Una tarde, en el mismo cine Latino, contemplaba yo desde mi butaca cercana a una de las salidas laterales el cielo raso a lo Tiépolo aunque con lejanos ecos cubistas: las nueve musas y Apolo con su carro tirado por los caballos de la fantasía. Nunca conseguí identificarlas, sólo a Melpómene por la máscara, a Euterpe por la flauta y a Clío por el pergamino, pero las demás imposible, prácticamente imposible, la de la lira y la diadema, recostada y de perfil, hermosísima y con pechos de playmate, si bien algo separados y distraídos, lo mismo podía ser Erato que Terpsícore; y si la que estaba de espaldas y desnuda de cintura para arriba era Talía aunque también pudiera ser Terpsícore o incluso la propia Erato, entonces ¿quién coño era la morenaza del peplo rojo, lejanos pómulos y mirada oriental que tanto me recordaba a Zenaida? ¿Calíope, Urania o Polimnia? ¿Podría vivir sin resolver el enigma? Lo que hubiera dado yo por estar allí con ella, con Zenaida, pero tenía que conformarme con mirar aquel parnaso, hechizado por la hermosa morena de pórfido atuendo, la espalda desnuda de ¿Talía? y los pechos de ¿Erato? Comenzóse a descubrir la pantalla ganando la penumbra a la luz hasta que aquel edén desapareció completamente de mis ojos. La excitación ya no la podía controlar, ojeé a tientas la fosforescente hora de mi seiko cinco sport de esfera azul, antichoque, sumergible e inoxidable, nueve y veintiocho si me doy prisa llego, y abandono decidido los restos nocturnos de aquel olimpo roto por la penumbra, ante la mirada sorprendente de la acomodadora, traje chaqueta de franela gris con falda plisada y melena cardada voluminosa; bullicio nocturno del tráfico a la izquierda, en San Gil, mostrencos que no me dejan avanzar aquí en Estébanes, donde estoy; los sorteo como puedo a veces incluso a empujón limpio, apartándolos a los lados, separándolos de mí, abriéndome camino a toda marcha hacia la calle Alfonso; en la plaza Sas un ciego me interrumpe, el veintisiete ocho noventa y siete, caballero, ¿qué pretende?, llevo la serie, ¿joderme, eh? ¿eso es lo que pretende?, para ahora, para ahora mismo, oiga; me lo quito de encima violentamente, cruzo Alfonso y, sí, respiro, ahí está, en Fuenclara, 4, por poco no llego, ahí, en la misma puerta de la Kühnel, teneduría de libros, contabilidad, idiomas, mecanografía, Fuenclara, 4; bueno, no es una diosa del Olimpo pero, hola, pasaba por aquí ¿sabes?, ah, sí, claro que de ocho a nueve vienes aquí, claro, francés, sí por supuesto, muy importante para una formación intelectual sólida, mucho, mira qué casualidad, además quería hablar contigo, oye; nada, nada de importancia una cosa que, no sé, quizá podrías ayudarme, sí, claro, ahora, cómo no, que tal si tomamos algo... ¿”Bohemios”? un poco lejos, ¿no?, es que sabes luego a las once me gustaría ver una película aquí en el Latino, Confidencias a medianoche, sí; ah, tú ya la has visto, ya, y qué, qué tal, con el Güili, ah sí, con el Güili; no, que va, no lo sabía, mira aquí hay sitio, yo una caña y tú, otra, sí, muy bien, dos cañas, sí solas, ¡bueno, bueno, bueno... qué casualidad!, ¿eh?; además hace una noche extraordinaria, ¿cómo? ¿que no... que no te importaría verla otra vez?, hombre yo... a mi tampoco me importaría ver otra... sí, claro, tienes razón, tienes toda la razón del mundo, el cine este, el Latino, es muy cómodo, claro, mucho, muy cómodo... Charito Rosales está bien; contemplándola así, a media luz, incluso es guapa, grita mucho eso sí, la acomodadora, al entrar, como un basilisco, nos mata con la mirada iluminada de los gatos de Méndez Núñez 36, yo le devuelvo otra en plan chulo, estaríamos buenos, pero me dejo, nos dejamos llevar hasta la última fila, la Charito Rosales ríe con una rísa nerviosa que te pone frenético y no para de hablar; yo miro de nuevo al cielo raso, ¿Calíope, Urania o Polimnia?, me acuerdo de Zenaida y me echaría a correr, huiría de allí pero las cortinas se abren inexorablemente de nuevo y la luz va menguando, nuestras manos se buscan. La Charito Rosales es buena chica, no se merece que la tratemos mal ni que murmuremos ni la insultemos, a media noche te lleva al parque grande y a la luz de la luna descubre orgullosa su desnudez, sus buenos pechos de chica playboy, sus caderas a juego y, bajo el ombliguito, su conejito peluche; también te hace posturas estirando los brazos hacia el cielo para que las tetas, sin perder su voluminosa redondez, aparezcan más firmes y puntiagudas, ladea la cadera en escorzo hacia ti y luego te empuja al suelo hasta que te caes largo, se te sube encima y cabalga y cabalga, primero al trote, un trote suave, luego una locura y al final un galope ligero como volando dulcemente por el cielo. Si vas con la Charito Rosales al parque, si ella te lleva al anochecer, no hace falta ni que vayas preparado porque tiene condones en el bolso que para eso se los quita a su madre de la mesilla, porque sabe que no lleva la cuenta. La Charito Rosales sueña con ser algún día modelo de calendario, así, ¿eh? ¿te gusta? ¿a que no tengo nada que envidiarlas?, no Charito más quisieran, tú estas mejor, mucho mejor, dónde va a parar pero sigue por favor sigue, no te pares; los camioneros llevan calendarios para masturbarse, claro son muchas horas solos, de viaje, sí Charito, sí, los calendarios llevan camioneros para masturbarse pero no pares, por lo que más quieras. Charito Rosales quiere salir en los masturbos que llevan los calendarios para camionarse para que se miren masturbándole a ella, y no sólo los camioneros, le gustaría que todos los hombres del mundo se calendaran camionándola así con los brazos en alto y la cadera avanzando en escorzo. Charito Rosales va a la Kühnel dos veces por semana para aprender francés pero no le gusta y como a su madre le da lo mismo, que la manda para tenerla ocupada, Charito Rosales pasa del francés, de su madre y de que la suspendan, ella sólo sueña con ser modelo de calendario o, mejor aún, con llegar a ser algún día playmate. A Charito Rosales no le gusta estudiar, ni ser dependienta, ni siquiera de Galerías Preciados ni de una boutique del Coso o de la calle Alfonso.
(extraído de La ciudad sin faro, pág. 222)
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