viernes, 31 de mayo de 2019

LA PARROQUIA DE EL GANCHO. SENTIMENTAL JOURNEY (Antonio Envid)


Tras diecisiete años de cierre y someterse a una compleja restauración, la iglesia de la Magdalena, la parroquia de mis días juveniles, el corazón del barrio que contempló mi adolescencia y juventud, ha sido reabierta.
Aunque tenga que pedir disculpas por utilizar un término inglés, esta excursión es un verdadero sentimental journey, que con el fondo de la melodiosa y maternal voz de Doris Day, una actriz que no se encuentra entre mis preferidas, sería un viaje a la nostalgia.
Alguien ha dicho que la verdadera patria es la infancia,de ser cierto, mi patria es el barrio de la Magdalena. Aquí se desarrolló mi niñez, y a él vuelvo siempre. Hoy es un barrio mestizo, con buenas dosis de exotismo, muy interesante para un sociólogo: jóvenes zaragozanos de cultura alternativa, subsaharianos musulmanes, castizos gitanos,cristianos viejos del barrio de toda la vida, incluso
encontraremos algún judío, muchos menos, desde luego, que cuando era el asentamiento de la potente judería medieval; en fin, una vital y rica mezcla de convivencia de razas y culturas, que lo están convirtiendo en la zona "cool" de la ciudad. Los jueves se ve invadido por una multitud procedente de toda la capital, a la llamada del "juepincho", sabia invención de los hosteleros del barrio, que ofrecen pinchos y cañas a buen precio y alegre y franca camaradería. En mi recuerdo queda un barrio de menestrales y humildes empleados, donde todo el mundo se conocía y en el que las casas estaban abiertas a propios y extraños, cuando salíamos de él, Coso arriba, teníamos la sensación de ir a otra ciudad. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

El corazón del barrio, incluso le daba nombre, era la iglesia de la Magdalena. Siempre me he preguntado por la advocación del templo zaragozano a tan misteriosa santa, compañera y seguidora, para algunos algo más, de Jesús, que siendo muy popular en Francia, hasta el punto de asegurar que sus viejos reyes Capetas son sus descendientes, no lo es tanto en nuestro país, si hacemos abstracción de Castellón. En esta parroquia, la de El Gallo, se celebraban los acontecimientos más importantes: bodas de parejas, formadas normalmente en estas mismas calles, entierros, y felices nacimientos:

Que eche el padrino
Que no se lo gaste en vino

Coreábamos los chicos para que el aludido nos repartiera peladillas y caramelos. Para increparlo cuando no era lo suficiente generoso:

Bautizo cagau
Que a mí no m 'han dau
Si cojo al chiquillo
Lo mando al tejau

Pero este querido templo guardaba otros enigmas, aparte de los de la santa pecadora y que se halla representada en su altar mayor por Ramírez de Arellano en el momento de su asunción. María Magdalena compartió con la madre de Jesús el privilegio de ser asunta a los cielos. Los misterios a los que aludo eran mucho más apreciados por nosotros, la chiquillería, que los de los arcanos de su patrona, por lo demás muy alejados de nuestras preocupaciones. El más notable de todos sería: que en la madrugada del 22 de julio, festividad de la santa, se producía, nada menos, el prodigio de que cantara el hermoso gallo de bronce que corona su esbelta torre. Su jubiloso y estentóreo quiquiriquí se escuchaba por todas las callejas aledañas, convocándonos a todos los chicos. Bien es cierto, que su canto tenía más parecido al toque de corneta del cercano cuartel de Sementales, que al bizarro reclamo del gallináceo pájaro, pero nosotros no parábamos en tales menudencias. A su toque, la recoleta plaza en la entrada del templo, flanqueada por la historicista fachada de la vieja universidad, se llenaba de bullicio y voces infantiles. Al poco, desde lo alto del alminar,descendían, provistos de pequeños paracaídas de papel,para no sufrir daño, caramelos y peladillas, que no llegaban a tocar el suelo, pues eran cogidos al vuelo, entre jubilosos gritos y encarnizadas disputas, por la infantil concurrencia.
Con ser aquello no pequeño regalo, yo gozaba de considerable franquicia, pues al ser conocido del campanero del lugar, me era permitido, de vez en cuando, subir a la torre con él. El campanero era hombre de gran afabilidad, vivía en el propio templo en una habitación cabe la torre, conocía todos los toques habituales: toques de misa, repiques, volteos para la fiesta mayor, el doblar las campanas para los entierros, o el doloroso toque de ángel o de gloria cuando el finado era un niño, y un sinfín de otros
tañidos ya no tan cotidianos, algunos en desuso, como el de esconjurar nublados, y el de guía para despistados, pues al hallarse la iglesia en la puerta de Valencia y cercana al Ebro, su señal servía, en lo antiguo, para guía de descarriados en los atardeceres de niebla. Una de las primeras hazañas de la robótica ha sido la de eliminar el honrado y útil oficio de campanero, pues hoy todas las campanas se accionan mediante mecanismos, con grave riesgo de pérdida de tan singular cultura musical.
Desde lo alto de la torre, para algunos, alminar de la vieja mezquita, se contempla un hermoso panorama sobre la confluencia del Huerva con su hermano mayor el Ebro, planeando por los tejados de la vieja judería y el barrio de las tenerías, donde se desarrolló una próspera industria de curtido en el medievo: las balsas de Ebro viejo de las que hablaban los viejos. Invito a todos a realizar el especial esfuerzo que supone subir las incómodas escaleras de acceso a la torre, pues el premio lo merece, y parece ser que podrá ser visitada.


miércoles, 15 de mayo de 2019

AMAISAN. SONRISAS DE ÁFRICA - Eduardo Forcada. En la DPZ. Hoy, 23 de junio, último día.

VISITA VIRTUAL (click en la fotografía):


AMAISAN


Click sobre la imagen para ver un ejemplo, nunca comparable
con las fotografías reales exhibidas en el exposición

Las imágenes de AMAISAN, pertenecen al noroeste de Kenia, suroeste de Etiopía y Triangulo de Ileni, territorio en disputa entre Sudan del Sur, Kenia y Etiopia, y están concebidas desde la sensibilidad de alguien que ama África, y la ama porque la conoce bien al haberla recorrido en numerosas ocasiones, internándose en detalles que marcan las esencias de esas culturas.
Es la zona donde se encuentran algunas de las tribus más intactas de la Tierra.
En los recónditos valles del Río Omo en Etiopía, donde los paisajes de exultante verde se entremezclan con inhóspitas tierras yermas, unos quince grupos étnicos, algunos de ellos en riesgo de desaparecer, viven fieles a sus costumbres y tradiciones desde hace siglos con sorprendentes rituales de decoración del cuerpo y una forma de vida atávica regida por códigos tan solemnes como indescifrables.
Para estas tribus la belleza es un concepto abstracto, pintan su cuerpo con pigmentos minerales y vegetales y lo adornan con tocados hechos por ellos mismos con elementos de su entorno. Para ellos, esta forma de expresión es mucho más representativa que la música o la danza, y pueden cambiarla dos o tres veces al día según la situación o su estado de ánimo.
Desde una perspectiva occidental, en la que nos han inculcado unos valores de belleza prefabricada, que encaja en unas medidas perfectas, unos rasgos bastante definidos y unos estándares de lo masculino y lo femenino casi incuestionables, encontrar una visión tan artística y personal de lo bello resulta fascinante.
Son retratos de mujeres y niños pertenecientes a las tribus nómadas que habitan en estos territorios, y que se hicieron inicialmente con la intención de difundir y dar a conocer la labor humanitaria que llevan a cabo dos misioneros de la Comunidad Apostólica de San Pablo en estos remotos lugares.
Nada hay más reconfortante que la sonrisa de un niño. Las imágenes de los niños de África que, a pesar de la pobreza, sonríen con sus preciosos ojos brillantes de sensibilidad y esperanza, nos llaman poderosamente la atención y, en muchos casos, tranquilizan nuestra mala conciencia. Pero hay una infancia que no sonríe, porque la sonrisa es imposible cuando la vida duele tanto. Precisamente por esto, he querido titular la colección “sonrisas” (amaisan), porque si bien no todas las fotografías muestran sonrisas, si que existe esa sonrisa dentro de cada uno de los niños fotografiados y que a buen seguro aflorará tarde o temprano antes de alejarte de ellos.
Nunca se esta lo suficientemente preparado para encontrarse con una niña de las tribu de los Karo que se aferra a tu mano como queriendo fundirse contigo pidiendo con los ojos y su sonrisa que de alguna manera no te apartes de su vida.





EDUARDO FORCADA GONZALEZ, Zaragoza, Licenciado en Derecho. Aficionado a los viajes y la fotografía, especialmente al retrato de mujeres y niños africanos en espacios que ha frecuentado a propósito en más de treinta ocasiones. Pero su vocación viajera no es nueva. Forcada se ha recorrido medio mundo, y hasta cuentan que de joven se autofinanció algún viaje como músico que también es. Nada extraño, porque el artista, el verdadero artista, no repara en formas ni métodos, expresando cuanto lleva dentro en cualquier soporte, género o formato que considere eficaz. Pero además, Forcada pertenece a esa clase de artistas que se nutre de todo lo externo, que no se conforma con la mera contemplación. Necesita vivirlo. Y vivirlo emocionalmente, para luego asimilarlo interiormente, elaborarlo, reelaborarlo, y finalmente mostrárnoslo bajo el filtro de su mirada. Esa mirada que se refleja inexorablemente en la sincera sonrisa de sus modelos, y ello por mucha amargura que desgraciadamente escondan. Las fotografías de AMAISAN dan buena cuenta de esto. Concurre aquí lo hermoso y lo terrible. La sonrisa y el dolor. Lo bueno y lo sórdido. La acuarela seductora del aliño más atractivo y el disuasor cañón del kalashnikov más convincente. 





sábado, 11 de mayo de 2019

20 ANIVERSARIO DE EL COMARCAL DEL JILOCA (y III): "Escribir por amor al arte" (J.A. Vizárraga)


Portada de la edición del 20 aniversario de El Comarcal del Jilooca
Agradezco todas las respuestas recibidas para participar en este número especial. Agradezco también la atención que se debe suponer a las que han resultado ausentes, en especial, la de la más llamativa: la del Gobierno de Aragón, adonde se envió también, por supuesto, la correspondiente invitación. Pero o no ha habido interés suficiente en el Ejecutivo Autónomo aragonés para escribir unas líneas o la mesa del Pignatelli que debe gestionar estas invitaciones la ocupa un inútil (me aventuro con ese artículo antes que con su pareja).
Sea como fuere, estas líneas van dirigidas a otro fin. Nos dirigimos a las personas, vecinos y vecinas, amigos y amigas, que por amor al arte (apenas han recibido a cambio una suscripción gratuita a este quincenal y un sincero reconocimiento) han estado o lo están ahora (o lo estarán) escribiendo en sus páginas.
No es mi caso, ni el de ninguno o ninguna de quienes han trabajado en esta redacción con remuneración, aun reconocidos, por supuesto, similares valores y méritos a sus textos que a los del
resto.
Este agradecimiento va en especial para los que sufren el estrés de saber que tienen que llenar una página, o media, cada quince días, y el desasosiego de aguantar ante el papel en blanco a cambio tan sólo de ver luego publicado lo que en él logren escribir. 
Así pues: A Emilio Benedicto, a Pablo Marco, a Luis Andreu, A Juan Antonio Usero, a José Mª Lainez, a Olga Sánchez, a Clemente Peribáñez, a Servando Gotor, a Javier Peña, a Sergio Sebastián, a Jesús Blasco, a Jorge García, a Pascual Sánchez y a Arancha García, gracias por sus muchas horas dedicadas a este quincenal.
Confesamos aquí, ahora, después de 20 años, que ese “y de opinión” del subtítulo que nuestra cabecera arrastra desde su inicio: “Quincenal informativo...”, era, quería ser en realidad, la esencia de la publicación.
El sueño de que ésta fuera un canal en el que se cruzaran con asiduidad escritos de vecinos y vecinas dando su opinión o rebatiendo la de otros u otras llenaba de ilusión nuestros primeros días.
Quizá pensaba entonces (aún lo creo) que esa presencia vecinal, que deseaba que ocupase varias páginas en cada edición, llegase a ser la manifestación más evidente de la utilidad de este periódico.
Dar noticias en el medio rural de sus propios pueblos y gentes, principalmente, creíamos que era un objetivo simple, vista la facilidad probada que existía en las pequeñas poblaciones para que las informaciones fluyesen o para hacerlas correr, con una u otra intención... Enseguida vimos que esa imaginada sencillez no era tal.
Del trabajo que precisa esta dedicación saben tanto como yo -si no más- Marisa Yubero, Pilar Esteban, Vicente Añón y Víctor Sanroma, que ejercieron en esta redacción. Lo conocieron, igualmente, Maribel Lario y Paco Vicente (que ya nos dejó, tristemente).A ellos y ellas mi agradecimiento y el de quienes conmigo hacen ahora este periódico.
Y gracias, finalmente, a quienes en alguna ocasión se han dirigido a nosotros con alguna información
o algún escrito.


Director/fundador de El Comarcal del Jiloca

20 ANIVERSARIO DE EL COMARCAL DE EL JILOCA (II): "Veinte años de saciedad" (Servando Gotor)



Fotograma de Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941)

Muchos años después, frente al grupo de wasap, el influencer Victoriano Medina había de recordar aquella tarde de 1999 en que su amigo Pepe Arnau lo llevó a conocer internet. En el principio no existía Google, y aquellos primeros internautas (palabreja que presagiaba otro vellocino de oro) navegábamos con una vieja barquichuela llamada AltaVista 271 pesetas hora―, que tantas veces se envaraba… Y entonces cogía uno el montante y decía: ¡Que le den!, me voy al cine, Víctor. ¿Qué ponen? Ciudadano Kane. ¿Dónde? En la Filmoteca. Vamos.
Y a Victoriano nunca se le olvidaría aquél mítico final: «¿Quién era realmente Kane? Lo único que sabemos es lo que ha hecho. Quizá en su lecho de muerte, con su última palabra, nos explicó toda su vida. Si pudiéramos saber qué quiere decir rosebud sabríamos quién fue Kane».  Rosebud. ¿Rosebud? ¿Qué significaba? Resumía su niñez pobre, su casa humilde, su familia sencilla… Su trineo. En el umbral de la muerte, al poderoso y corrupto magnate que había llegado a ser Kane, rodeado de lujo y riquezas, solo le vino a las mientes una palabra: rosebud. Su elemental trineo. Ese era Kane.
Muchos años después, frente a un tuit, el coach Armando Forcén había de recordar también aquella tarde remota en que su amigo, Fibicio Rodríguez, le regaló Nubes y claros, un CD de Tam-Tam Go!, que contenía Atrapados en la red… Los discos de vinilo eran ya cosa del pasado. Pero Armando acabó la tarde con su viejo vinilo de los Rolling, bailando pegadito a su novia Rigoberta Visús, al calor de LadyJane: Arman. Qué. ¿Por qué no pones mejor a los Tam-Tam Go!? Porque te quiero, Rigo.
Muchos años después, frente a su editor virtual, el periodista José Antonio Vizárraga había de recordar aquella tarde remota en que un joven Charles Foster Kane ("El ciudadano"), en sesión de cinco, le mostró entusiasmado el taller de impresión de un periódico familiar.  Y yo no dejo de ver a un también joven, casi púber, José Antonio entusiasmado ante dos emociones que lo marcarían para siempre: el cine y el periodismo. Él no quería fama, ni dinero, ni poder. Todo lo contrario a lo que Kane acabó deseando. Él solo quería hacer buen cine (arte) y buen periodismo (criterio y libertad). Y, vaya si lo consiguió. Porque a estas alturas de la película está claro que lo consiguió. Baste un paseo por filmotecas y hemerotecas. Pero vamos al periodismo. El Comarcal es… Lo diré en un tuit: “El Comarcal, es un periódico vintage. Manufacturado como en los buenos tiempos pero con herramientas modernas, imagen auténtica y, sobre todo, independiente”.
Independiente, sí. Porque está al margen de todo poder. Ejemplo vivo de periodismo, hoy bajo mínimos por esa atroz mezcla de capitalismo monopolista y administración cómplice, raíz de una asfixiante censura social que degenera en una sociedad cada vez más inculta cuanto más alfabetizada. Porque visto lo visto y leído lo que hay que leer, alguien se tendrá que preguntar de una vez por todas para qué nos enseñan a leer, si para ser más libres o para anularnos.  Nada nuevo: no hay crítica sin criterio, y el criterio solo se forja al fuego de una verdadera libertad de expresión.  
En fin, muchos años después, hojeando El Comarcal, recuerdo aquella tarde remota en que también yo vi por vez primera la película de Wells, con aquel aplastante final. Y fantaseo imaginando a José Antonio, su cine, su periódico, sus sueños. Los de siempre…: José Antonio. Qué. ¿Por qué el cine? Porque expresa y denuncia lo humano. ¿Y el periodismo? Por eso mismo. ¿Y la infancia? Porque cierra y encierra nuestros sueños. ¿Nuestros sueños? Sí, ese extraño material del que está hecho lo humano.

Servando Gotor (*)



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(*) Artículo publicado en la edición especial del periódico dirigido por José Antonio Vizárraga, El Comarcal del Jiloca, de mayo de 2019, con ocasión del 20 aniversario de dicha publicación, en la que Servando Gotor colaboró entre los años 2007 y 2011

20 ANIVERSARIO DE EL COMARCAL DEL JILOCA (I): "Una nube sin Dios" (Javier Peña, "JAVI")



Los años sesenta, setenta y gran parte de los ochenta fueron los de la televisión como medio de cohesión familiar y social. Las familias se reunían en torno al televisor y veían juntos “Noche del sábado”, “Directísimo”, “Un millón para el mejor”, “Un, dos, tres”, “¿Es usted el asesino?”, “Historias para no dormir”, “Reina por un día”, “Eurovisión” y por supuesto el “Telediario” “teledirigido”.
Al día siguiente, en el trabajo, el colegio o en la carnicería, las gentes hablaban del programa o noticiario en cuestión y se creaba una comunión la mar de chula al poder comentarlos y al haber experimentado todos unas emociones similares.
Y lo mismo ocurría en los hogares: los miembros de la familia hablaban del premio del apartamento o la calabaza del “Un, dos, tres”, del tipo que partía nueces con el culo frente a José María Íñigo o de la expectación del “desnudo” de “Historias de la frivolidad”.
Más caspa que el peine de un peluquero, pero unir, unía como el cemento Portland.
Hoy veo pelis, series o documentales de una “app” en la “Smart tv” de mi salón mientras mis hijos se parten la caja viendo youtubers chorras en sus “Smart phones” tumbados en sus camas mientras mi mujer pasa de todos nosotros mientras hace la cena.
A excepción de la gente más mayor, es casi imposible que dos personas hayan visto la misma maldita cosa en la sobremesa o antes de acostarse.
Aunque no me considero un carcamal, soy poco propenso a aplaudir con las orejas todo lo nuevo. Valoro en lo que vale la variedad de medios para conseguir información o entretenimiento, pero en el camino hemos perdido algo valioso y es la capacidad de
conectar con los demás mientras nuestros cacharritos se conectan a ese sin dios que es la nube.



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(*) Artículo y viñeta publicados en la edición especial del periódico dirigido por José Antonio VizárragaEl Comarcal del Jiloca, de mayo de 2019, con ocasión del 20 aniversario de dicha publicación, en la que JAVI colaboró entre los años 2008 y 2010 

lunes, 6 de mayo de 2019

ESTO MATARÁ A AQUELLO. Una reflexión sobre internet escrita el 12 de enero de 1997 (Servando Gotor)

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, 
el coronel Aureliano Buendía había de recordar
aquella tarde remota en que su padre 
lo llevó a conocer el hielo

(Gabriel García Márquez.
Comienzo de Cien años de soledad)

Imagen que tomo de rcnradio.com


A propósito del incendio de Notre Dame, y del 20 aniversario de El Comarcal del Jiloca, dirigido por José Antonio Vizárraga, -a quien desde aquí vuelvo a darle mi más sincera y cariñosa enhorabuena, sin perjuicio de dedicarle en un par de días mi personal homenaje, también desde aquí-, he desempolvado este artículo que me suscitó internet cuando apenas estaba naciendo: nada menos que a principios de 1997. Leerlo desde la perspectiva actual resulta cuando menos... curioso. Fui uno de los pioneros en la red y lo hice de la mano de mi amigo Pepe Arnau, que un día me llevó a su casa para conocer internet, experiencia que me marcó tanto o más que la de Aureliano Buendía al conocer el hielo. Y me marcó no tanto por lo que vi sino por lo que intuí. Vivíamos todavía la época de "antes de Google", que no fue ni el primero ni el único navegador. De hecho, unos años más tarde, supuso un trauma para mí dejar AltaVista, el navegador que  usaba para -siguiendo una vez más los consejos de mi amigo- pasarme a aquello que se llamaba... ¡ah, sí!: Google.
Por eso lo he querido subir, sin quitar ni añadir una coma. El director entonces de El Periódico de Aragón me hizo hasta reducirlo para  finalmente no publicarlo. Cosas de la vida. 


Víctor Hugo (imagen que tomo de vozlibre.com)



ESTO MATARÁ A AQUELLO



Refiere Victor Hugo una curiosa entrevista del que fuera Rey de Francia, Luis XI, con Dom Claudio, el arcediano de Nuestra Señora de París y antagonista de Quasimodo en su novela sobre la emblemática catedral. 
          Luis XI, cuya regia personalidad oculta a su ficticio interlocutor presentándose bajo la apariencia de un tal Tourangeau, hidalgo atraído por la fama y sabiduría del hermético arcediano, pretende que éste le inicie en "esa" ciencia (la alquimia).  Y, tras contestarle Dom Claudio que llega tarde porque necesitaría más tiempo del que le queda de vida, y  hacerle una demostración de su saber, Luis XI, asombrado, le pregunta por la clase de libros que maneja.  El arcediano abre la ventana de su celda y aparece magnífica, entre las sombras de la noche parisina, la silueta de la catedral.  Señala con cierta nostalgia al único libro impreso de su celda y luego a Notre-Dame  y concluye: ¡Ay! ¡Esto matará a aquello! 
          Tal afirmación (el libro matará al edificio) sirve al autor francés para dedicar el capítulo siguiente de su  novela, (que precisamente se titu-lará así : "Esto matará a aquello"), a una interesante reflexión sobre las civilizaciones y la  influencia de los medios de comunicación en su evolución. 
          La civilizaciones, dice, todas comienzan por la teocracia y acaban en la democracia.  La libertad sucede a la unidad. Inicialmente el poder teocrático lo impregna todo y se expresa y domina a través de los monumentos, expresivos, grandes... monumentales.  No existe el lenguaje escrito y, si existe, es patrimonio de una minoría, pero la imagen, el grafismo,  la plástica del monumento, a todos resulta asequible.  En la mayor parte de estas construcciones aparecen sus dioses y  sacerdotes.  En pocos, en muy pocos, el hombre.  Siempre la casta, jamás el hombre.  La piedra es la materia en la que el poder grava sus mensajes, desde las formas más elementales hasta las más complejas. Y no sólo el poder,  el género humano no pensó nada transcendental que no escribiera en piedra, porque todo pensamiento tiende a perpetuarse. Por eso, cuando la teocracia va cediendo, cuando las libertades individuales ganan terreno, cuando la complejidad de la arquitectura obliga a la participación técnica e intelectual de otras capas de la sociedad; cuando el pueblo, un pueblo más culto, colabora en las construcciones, la libertad tanto tiempo contenida, tantos años reprimida, desata su corsé de privaciones y se exhibe desnuda en todo su esplendor, en toda su magnificencia intelectual.  Y en las catedrales, sus constructores inmediatos, imprimen ideas propias, distintas y en ocasiones incluso contrapuestas a las consignas del poder (el constructor mediato).  Porque el pueblo, el hombre, aspira a la libertad, y su expresión, su comunicación, es en sí misma una de sus principales formas.  Y si el monumento se hace permeable a determinadas incursiones de la voz del pueblo, será la imprenta la que  asestará el más duro golpe al monopolio informativo del poder. 
          ¿Y cómo algo tan nimio en apariencia, tan débil como un libro, puede acabar con la solidez y fortaleza de la piedra, del edificio?  Fundamentalmente por la ubicuidad.  He aquí el poder de la imprenta, que tan acertadamente pone de relieve Victor Hugo: la ubicuidad.  La imprenta minará el omnímodo poder de la Iglesia (el edificio) e irrumpirá el racionalismo, la enciclopedia, la revolución burguesa, de la misma forma que la construcción más fuerte, más grandiosa, se derrumba con un simple pico.  El edificio, con todo su significado, puede derruirse, puede desaparecer, la ubicuidad del libro impreso, no.  Y la Iglesia se defenderá:  aparecerá la inquisición, la censura, el Índice, pero los libros, con el nacimiento de la imprenta, estarán dotados de ese atributo hasta entonces exclusivamente divino: la ubicuidad.   Se podrán quemar uno, mil ejemplares, pero nunca se tendrá la seguridad de haber acabado con todos, menos aún con la producción, con la impresión, de nuevas ediciones. El control absoluto desaparece con la ubicuidad.
          Aun así, el poder lo intentará todo, ¡faltaría más! Y tiene dos salidas: Una, oponerse a la imprenta, ardua labor que intentará con los medios de control referidos; otra, servirse de ella.  Con ambas tratará de dominar política y económicamente a los medios de comunicación de masas.  La ubicuidad es inabarcable, cierto, pero el poder intervencionista tratará de controlarla. 
          La libertad ¿es buena?  Tanta libertad, ¿resulta positiva? Tales interrogantes siempre han sido formulados, y siempre desde el poder o a través de él.  Hoy se repiten, ante la aparición de un nuevo fenómeno: Internet. Los medios de comunicación tradicionales comienzan a incomodarse: ¡Pape Satán, Pape Satán, aleppe!, parecen exclamar, ante la aparición de Internet. ¡Pape Satán, Pape Satán, aleppe!, como  exclama Plutón horrorizado desde el cuarto círculo del infierno al ver a un vivo (el propio Dante) en el reino de los muertos. Ha nacido un nuevo obstáculo al control de la información. ¡Ha nacido Internet! Como la imprenta, cuenta con el atributo de la ubicuidad. Mejor aún, Internet goza de mayor grado de ubicuidad, de omnipresencia, que el libro impreso.  Y, además, tiene a su favor otros cinco atributos. Primero, que la edición y divulgación es mucho más económica que la del ejemplar impreso, con lo que se convierte en un instrumento popular.  Segundo, la inmediatez : escribes ahora y ahora se divulga.  Tercero, la dialéctica: Internet admite el diálogo, la pugna y el enfrentamiento, posibilidad hasta tal punto esencial en la transmisión y en la propia formación de las ideas, y tan enlazada con el anterior atributo (la inmediatez), que el propio Sócrates se enemistó con el lenguaje escrito porque carecía del dinamismo dialéctico.  Cuarto, la publicidad :  Internet es un foro público y lo que allí se expresa (mediante la voz, la letra o la imagen) está al alcance de todo el que quiera recibirlo, y esto lo convierte en un medio de comunicación de masas, multimedia, al alcance de todos y sin dueño. Lo que nos lleva al quinto, y último: la independencia.  El mensaje, dentro del propio sistema, no está sometido a escala jerárquica alguna. Aquí no manda nadie. 
          Sobre este último atributo me extenderé un poco más porque,  hace unas noches, un amigo me invitó a su casa.  Encendió el ordenardor y nos conectamos a Internet (la red).  Buscamos el término Moncloa por curiosidad y, antes de entrar en las puertas informáticas de la Presidencia del Gobierno, un internauta (¿se dice así?) había conseguido poner un mensaje/anuncio de queja contra esa famosa casa de tal forma que, al picar dicho término (moncloa), salía antes el suyo que el de la residencia oficial del señor Aznar.  ¿Ves que fácil es colarse?  ¿Con qué sencillez puedes conseguir que tu grito ahogue las voces del mismísimo Jefe del Gobierno? ¿Qué te parece?, preguntó mi amigo entusiasmado. Revolucionario, contesté cierta-mente sorprendido. Simplemente, revolucionario. ¡Y eso que sólo estamos empezando!, concluyó él. 
          Y se repetirá la historia ya mentada.  El poder intentará hacer lo de siempre:  Por un lado, integrarse en el sistema, ya que no puede destruirlo (de hecho, como acabamos de ver la Moncloa, la Iglesia, las editoriales, sus periódicos, etc. tienen sus propias páginas web en Internet). Por otro, controlarlo.  Pero Internet es mucho más escurridizo que la imprenta. Internet es menos vulnerable. Y los medios de información tradicionales (prensa, televisión, radio) que forman o son parte del poder, insisten en difundir sólo la cara oscura del nuevo medio: su uso por desaprensivos (pornografía infantil y terrorismo, fundamentalmente), sustrayendo a la opinión pública el aspecto positivo, aplastantemente superior al negativo. Pero la Historia nos enseña que siempre ha sido así:  al poder sólo le ha interesado exhibir los aspectos negativos de la libertad.  Y es por miedo. Por miedo a la novedad, por miedo a la competencia, por miedo  a  la  libertad,   por  miedo a perder el control de... todo. (¡Pape Internet, Pape Internet, aleppe!). ¿Acaso sea éste el golpe más duro recibido por el monopolio informativo del poder, desde la aparición de la imprenta? 
       Mi amigo, el internauta, navegaba por aquel mar de comunicación, por aquel océano de información, con tal destreza y habilidad que no pude por menos que rogarle me iniciara en esa ciencia.  Le interrogué por la clase de información que manejaba para  bogar así.  Esbozó una sonrisa, abrió una nueva ventana en el monitor de su ordenador y, entre las sombras de la noche apareció la silueta de la Moncloa/Catedral/Edificio -lógicamente, después de la página de denuncia de un particular ya referida-. Cogió el ratón, mouse, hizo click y apareció otra ventana con un cursillo de Internet.  Señaló el monitor con su dedo índice, no sin alegría, y me dijo:  Si el Rey de Francia necesitaba más años de vida de los que disponía para iniciarse en no sé qué hermética ciencia, tú no te preocupes, aprenderás a manejar esto en muy poco, muy poco tiempo.  Y no es ninguna tontería, porque, aunque a muchos les pese - señaló a la presentación del cursillo que aparecía en el monitor; hizo click de nuevo y apareció la portada de un importante periódico con la fotografía de la Moncloa -  ... Aunque a muchos les pese, ESTO MATARÁ A AQUELLO



miércoles, 1 de mayo de 2019

ARTE Y HORROR. LO BELLO Y LO SUBLIME. "ESPAÑA NEGRA" de Regoyos y Verhaeren



Edición de Lecturas Hispánicas



Sí, la manida expresión "España negra" viene de este libro. En él, Darío Regoyos nos traduce y transcribe las tétricas impresiones del gran poeta belga Émile Verhaeren, tras un viaje de ambos por la península en 1888.  Esas impresiones, Regoyos las funde y confunde con las suyas propias trasladadas al texto y a unos magníficos grabados y xilografías que, por supuesto, se reproducen en nuestra edición.
Pero la "España negra", como se ha dicho repetidamente, es mucho más que un libro de viajes, puesto que en sus páginas se vuelcan impresiones artísticas que, además, brotan de un ideario preconcebido y de unos determinados presupuestos estéticos. Porque las impresiones de Verhaeren contienen un singular valor testimonial y antropológico por su contenido, por supuesto; ahora bien, desde el punto de vista artístico, cobra mayor importancia el testimonio de la mirada creadora de ambos y, especialmente, de la mano del pintor, ya que, sin duda, las imágenes que aquí esboza, constituyen el meollo de la obra, y ello sin olvidar el legado que en sí mismo ha comportado para el futuro su propio título, puesto que la expresión "España negra", aunque  ha acabado convirtiéndose en un auténtico lugar común ―nos guste o no―, también ha supuesto un fuerte estímulo para la duda, la reflexión y la introspección de nuestra propia esencia e idiosincrasia.
En definitiva, y como ha constatado Frederik Verbekek, detrás de ambas miradas late el pesimismo finisecular, las experiencias de sus amigos Constantin Menuieer, Théo Van Rysselberghe y Frantz Charlet, durante un viaje por la Península en 1882, y sobre todo los escritores franceses del romanticismo Víctor Hugo y Théophile Gautier.
Pero, ¿qué es la "España negra"? ¿Es real? ¿Existió realmente? ¿Existe?... ¿Seguirá siempre existiendo y, por tanto, habrá siempre una "España negra"? La respuesta a todos estos interrogantes forzosamente ha de ser positiva, como lo sería si cambiáramos España por cualquier otro país. Con una diferencia, al menos, en lo que a las naciones europeas se refiere: que España, como Estado-Nación, es la más antigua de nuestro entorno.
Y así es. Existe, claro que existe la "España negra", como existe la de color rosa, la amarilla, la de charanga y pandereta, y todas cuantas otras españas más se quieran buscar. Porque en escenarios amplios siempre es fácil tropezar con lo que uno busca. 
En todo caso, el caldo de cultivo para constatar en nuestro suelo un especial retraso respecto al resto a Europa está servido. Estamos en la España en la que se fragua el desastre colonial, la España del 98. Cierto que uno podría encontrar igualmente ―y de hecho se encontraron― escenarios "negros" en la España imperial, aquella donde no se ponía el sol y cuyo idioma y cultura reinaban en el mundo.  Pero no lo es menos que la que conocieron Regoyos y Verhaeren fue una España especialmente oscura, vencida y retrasada; una España diferente, por lo demás, como diferentes son todos los pueblos de Europa y todas las naciones del mundo. De hecho Occidente vivía una de sus más graves crisis tras el fracaso de la razón y el positivismo extremo, que esto y no otro era el llamado mal del sigloOtra cosa es encontrar las razones propias de nuestras diferencias y hasta de nuestra idiosincrasia, pero eso es ya algo sobre lo que se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo. Bástenos señalar aquí, no obstante, una razón capital no suficientemente destacada: España fue (y de alguna manera lo ha seguido siendo) el muro de contención clave que posibilitó el progreso occidental.  La característica diferencial más acusada de España consiste en que durante los ocho siglos de Reconquista, nuestra tierra fue una tierra en guerra y de fluctuantes fronteras bélicas. España siempre estuvo allí, en el frente, arrostrando en primera línea al enemigo musulmán que luchaba y contra el que luchaba toda Europa, solo que España convivía y guerreaba con él cara a cara, mano a mano, en la "extrema dura", mientras Europa, a salvo y bien protegida, ayudaba, por supuesto que ayudaba, pero su sociedad civil vivía y se desarrollaba en un ambiente de paz cuyas ciudades no necesitaban de especiales fueros como reclamo para ser habitadas. Aquí, sí, aquí había que conceder privilegios muy especiales para poblar los "negros" espacios que se iban ganando al enemigo, plazas en las que el vivir era un sinvivir, un continuo estado de alerta por la proximidad del frente y la convivencia con el infiel.  Por eso se forjaron gentes fuertes, audaces, aventureras y conquistadoras que, vencido y expulsado el enemigo, se lanzaron por los mares ignotos al encuentro de nuevas y desconocidas tierras, gentes distintas y fuertes sensaciones. Pueblo que, con semejantes mimbres, fraguados siempre con el nervio y la pujanza que la adversidad confiere, hizo de su monarquía un imperio, al que no le faltaron miradas asombradas y hasta envidiosas que idearon también una "leyenda negra", avivada por las propias guerras y facciones intestinas que en un territorio guerrero como el nuestro nunca han faltado, pues el enfrentamiento dialéctico, y hasta bélico, nos es consustancial.
"España negra" y "Leyenda negra". ¿Suficiente? No, no del todo. Queda algo fundamental. Porque tenemos también unas "Pinturas negras", que sin duda, tanto ellas mismas como su denominación, constituyen nuestra principal aportación al arte universal y ―paradojas de la vida―, al arte universal más "moderno": las que "iluminaban" los muros de la casa de Goya en Madrid (la Quinta del Sordo), "expresión del alma moderna con todos sus miedos y angustias", en palabras de Muther, su primer valedor, quien destacó la obra del aragonés como factor decisivo para el impresionismo y hasta la "modernidad" de sus encuadres, aspecto este en el que veía el nexo más fuerte con los artistas más modernos.
¿Era negra la España del último Goya, el genio de las pinturas negras?  Por supuesto. Estábamos en el principio del fin de nuestra hegemonía de siglos anteriores. Salíamos de la Guerra de la Independencia, y nuestros intentos por modernizarnos política y socialmente resultarían constantemente frustrados a lo largo de todo el siglo. Pero si leemos otros testimonios de la época y sobre la época, enseguida descubriremos que no era tan fiero el león como lo pintaban, ni España tan diferente como tan contumazmente se ha pretendido.  En 1812  alumbramos la primera constitución liberal. Y no solo eso, hasta la expresión "liberal" (y en español) y el propio concepto son creación nuestra.
No nos engañemos: existe lo negro como existe lo azul, lo rosa y lo amarillo, solo que, como se ha dicho, cada cual encuentra lo que busca, y lo triste siempre ha sido más poético (quizá por más profundo y menos banal) que lo alegre. Porque la felicidad humana está más cerca en el duro autoconocimiento, en la cruel pero auténtica búsqueda del propio yo, que en la huera huida por los yermos campos de carcajadas insípidas o engañosos divertimentos. Que a menudo se confunde diversión con felicidad, cuando precisamente la diversión, la necesidad de lo diverso es reflejo muchas veces de una preocupante y vacía existencia. 
Pero habrá que insistir: no es lo negro lo que atrae, ni siquiera la profunda verdad que esconde y el conocimiento que irradia, sino el camino, la apasionante búsqueda que comporta hacia las más recónditas entrañas del yo. Y eso es el arte moderno, y ese el itinerario de todo el siglo XIX: un intenso viaje del arte al interior, en palabras de Herich Helle. 
Por eso el arte, todo el arte en general y el arte moderno en particular, está plagado de hermosas manifestaciones "negras".  Hermosas, no necesariamente por lo que desde el punto de vista meramente estético aportan, sino por la verdad y conocimiento que ocultan. Kant trató sobre la distinción entre lo bello y lo sublime en su Crítica del juicio, pero antes ya le había dedicado un opúsculo monográfico, donde aclaraba que "la noche es sublime, el día es bello (...) Lo sublime, conmueve, lo bello encanta". Y Schopenhauer, insistió después: "El placer que nos produce la tragedia no pertenece al sentimiento de lo bello sino al de lo sublime; es incluso el grado máximo de ese sentimiento"
Pero volviendo a España, ya no Goya, sino mucho antes que él, y en el triunfal y hasta feliz contexto de la Monarquía Hispánica, aflora la visión también descarnada, tétrica, negra, pero siempre espiritual, del Greco. Otra referencia ibérica más mediata del arte moderno, otra mirada hacia la que los hombres de la Generación del Noventa y Ocho (de la que Regoyos es, por lo demás, el único pintor) centran su interés.
José Martínez Ruiz, inventa a su alter ego, Azorín, en este clima emocional: 

En los días grises del otoño, ó en Marzo, cuando el invierno finaliza, se siente en esta planada silenciosa el espíritu austero de la España clásica, de los místicos inflexibles, de los capitanes tétricos —como Alba—; de los pintores tormentarios —como Theotocópuli—; de las almas tumultuosas y desasosegadas —como Palafox, Teresa de Jesús, Larra... El cielo es ceniciento; la tierra es negruzca; lomas rojizas, lomas grises, remotas siluetas azules cierran el horizonte. El viento ruge á intervalos. El silencio es solemne. Y la llanura solitaria, tétrica, suscita las meditaciones desoladoras, los éxtasis, los raptos, los anonadamientos de la energía, las exaltaciones de la fe ardiente… ("La voluntad", XXIV Azorín).

 Y no solo escruta en ese ambiente y en cómo lo expresan los creadores. Va más lejos, pues se recrea, sobre todo, en imaginar la propia búsqueda, y dar con las claves interiores de las que surge y por las que surge el genio: 

«Este divino Greco me hace llorar de admiración y de angustia. Sus personajes alargados, retorcidos, violentos, penosos, en negruzcos tintes, azulados violentos, violentos rojos, palideces cárdenas, dan la sensación angustiosa de la vida febril, tumultuosa, atormentada, trágica [...] Theotocópuli pinta el Espíritu: es el pintor de la Esencia. Ved los grandes y acongojados ojos de su retrato. Exasperado, febril, loco, lucha ante el lienzo, pinta, repinta, borra, vuelve a pintar; se cansa, se fatiga, se extenúa, hasta que la visión exacta queda limpia, fija, inalterable en mancha sombría, en «crueles borrones», en tormentoso dibujo que expresa el dolor, la fe ardiente, la ingenuidad, la audacia, la fuerza avasalladora de un pueblo de aventureros locos y locos místicos... ("Diario de un enfermo", Azorín).

Pues bien, esto es lo que excita la vena creativa de  Verhaeren y Regoyos y esto es lo que buscan en su viaje: la España sublime y negra del Greco y Goya. Se trataba, en fin ―nos dicen― de un viaje para poetas o soñadores de la penumbra. De ahí que su itinerario no sea neutro: encuentran lo que buscan.  Y, para ello, suelen llegar a las poblaciones a la hora del crepúsculo, o incluso ya de noche; y, si es posible, a poblaciones muertas o en ruinas, con  escenas fúnebres, sangrientas y decrépitas, cementerios… Le hablé ―refería Regoyos al poeta belga― del gran establecimiento la Funeraria, y el nombre le preocupó tanto que no hablaba más que de visitar aquel gran depósito de féretros.
Buscan lo que encuentran y encuentran lo que buscan, pero además con deleite y regocijo:

A ruegos de mi amigo vimos el Campo Santo de Zaragoza, que por ser uno de los que tienen más curiosos nichos en España, había de gustarle…

O

Inolvidables aquel crepúsculo de sangre y aquella noche estrellada de hierro que pasamos en aquel siniestro sitio.

Y hasta se vislumbra cierta jocosa tensión entre ambos. Como si, para el español, la cosa no fuera tan negra como la veía o quería ver el poeta. Esto nos dice Regoyos que exclamaba Verhaeren:

«Dime después que tu país no es fúnebre»

Lo que resulta evidente es que Verhaeren disfrutaba de la negrura más que el propio Regoyos:

Quizás se prestaba él a negras ideas, a llamar nuit defer a una noche pasada en El Escorial... La frase «país desgarrado que parece aúlla herido siempre por los vientos» tiene verdadero colorido.
La ciudad imperial le hubiera gustado por el color; ¡nada tan cadavérico como sus tonos amarillos vistos desde el campanario de la Catedral!

Y con estas premisas, con estos prejuicios, con esta voluntad, la conclusión, las conclusiones, resultan casi forzosas:

Decididamente era difícil hacerle ver España a través de las niñas bonitas ni de la alegría del cielo; detrás de aquella luz fuerte siempre encontraba un alma negra de todas las cosas, algo de triste o navrant, siendo esta palabra la que él repetía a continuación de cualquiera de sus impresiones.
[…]
Es necesario llevar gafas de vidrio color rosa en los ojos para ver España con tonos alegres.
Su pabellón nacional debía llevar colores negros o escudos de plata

Ahora bien, como lo negro es hermoso, es por eso que lo buscan ambos. Curiosamente, más el belga que el español:

La idea fúnebre del poeta podrá parecer chifladura, pero de ello tuvo la culpa la serie de cosas que vimos en nuestro viaje. El hombre en vez de alegrarse el espíritu con la luz de nuestro sol, se marchó más triste que había venido…

 Mucho más triste, y sin embargo

como él decía «por lo mismo que es triste, España es hermosa».
[…]
Y si […] viniera a pasar un Viernes Santo en Rioja, entonces sí que vería al natural y de una pieza toda su ESPAÑA NEGRA tal como él la desea y la canta con su alma de gran poeta.

Nos lo dice Regoyos: Verhaeren desea esa "España negra" y la canta "con su alma de gran poeta". Porque la España de sol y castañuelas, como la luz y la alegría, no conmueven, o no conmueven tanto, y por eso mismo excitan menos nuestro conocimiento interior. Con lo que volvemos a lo dicho: esa mirada hacia dentro, hacia las entrañas del yo, esa búsqueda de nuestra propia esencia, es más fácil recorrerla en las impresiones fuertes, negras y sublimes, que en los vacíos espacios de folklore y pandereta. Por eso encontramos a nuestros artistas en un café cantante zaragozano, junto a un vaso y una belleza gitana, una cantaora… buscando la muerte: 

Preguntamos si sabía canciones que hablaran de la muerte. ―Casi toas, ―dijo.  ―Las quiere V. de jaleo?

En suma, la negrura estaba aquí, por supuesto que estaba. Pero también la traían ellos: la absorbieron en las terribles tierras del norte de Europa, donde hasta en la Melancolía I de Durero el sol es negro, y en cuyos escenarios se gestan Los padecimientos del joven Werther, que le llevarían al suicidio, o El Grito de Edvard Munch, cuyos ecos nos conmueven y nos seguirán conmoviendo. Pero sobre todo la llevaban dentro, como dentro llevamos todo: lo bueno y lo malo, lo triste y lo alegre, lo dulce y lo amargo. Y es en ese fin de siècle en que se produce el viaje de nuestros artistas, cuando precisamente ha concluido ese otro viaje fundamental ya aludido: el emprendido a lo largo del siglo XIX hacia el yo. Una llegada que nos anuncia decadencia y modernidad, y que romperá con todo el arte anterior.  Una apasionante búsqueda interior en la que aún hoy, en pleno siglo XXI, seguimos inmersos.

Pues bien, nuestro poeta, el belga Émile Verhaeren (1855-1916), es precisamente uno de los iniciadores de esta modernidad, de este nuevo trayecto del artista hacia el interior que, por supuesto, ya no se fragua en la naturaleza (physis) como venía ocurriendo desde la antigua Grecia sino en la ciudad moderna, esa ciudad hormigueante llena de sueños, que Baudelaire descubre para la poesía, y no solo como elemento externo a representar, sino sobre todo como inspiración y contexto en el que la agresiva modernidad (coches, ruidos, tráfico, publicidad, fábrica, chimeneas, humos…) aísla y desconcierta al nuevo poeta-voyeur (el flâneur) que observa en silencio y analiza el comportamiento del hombre ante lo nuevo y entre la masa:

Un air de soufre et de naphte s’exhale;
Un soleil trouble et monstrueux s’étale;
L’esprit soudainement s’effare
Vers l’impossible et le bizarre[1]

 Tampoco se cantará a grandes cosas, ni a la magna naturaleza, ni a las gestas homéricas de grandes héroes. En palabras de Stefan Zweig, Verhaeren fue el  primer poeta en francés que intentó dar a Europa lo que Walt Whitman dio a América: una declaración de fe en la época, en el futuro. Había empezado a amar el mundo moderno y quería conquistarlo para la poesía.
Por su parte, Darío de Regoyos y Valdés (1857-1913), es el único pintor que puede encuadrarse en la Generación del 98. Ya lo dijo Baroja refiriéndose a este grupo de poetas y ensayistas: "Regoyos tenía nuestro color y nuestra actitud como tantos otros pintores".  Regoyos indagará en la vieja España y en la moderna Europa. Y especialmente como pintor, irá en pos del modernismo huyendo de España, cuyo ambiente artístico está dominado por un academicismo trasnochado. Pero no irá a París, tomada por Toulouse Lautrec y otros bohemios extranjeros, como los españoles Santiago Rusiñol, Ramón Casas y Miguel Utrillo[2], sino a la rica e industrial Bruselas de Lepoldo II, "sepulcro blanqueado" tras el que se oculta uno de los mayores crímenes de la humanidad, y en cuyo contexto escribirá Joseph Conrad su inmortal novela "El corazón de lastinieblas" (1899). Pero las grandes riquezas y las grandes industrias también generan, inevitablemente, movimientos políticos, sociales y artísticos distintos.  Así tenemos, en lo que aquí interesa, a Verhaeren y Meterlinck en la literatura, o a Meunier, Khonpff y Vogels, en la pintura. Pero es que también andaban por allí nuestros grandes músicos Isaac Albéniz y Enrique Fernández Arbós, a quienes acompañó Regoyos.   Pues bien, en Bruselas trabará Regoyos amistad con Verhaeren, a quien, en marzo de 1888 en una carta de pésame por la muerte de su padre, invitará a un viaje por España. Dicho y hecho: ambos realizaron una auténtica exploración "a la búsqueda de un país bárbaro, atrasado y atávico; y lo encontraron jalonado por grandes iglesias como fortalezas y sombríos cementerios que dominaban los paisajes, con tipos sometidos por devociones milenarias y festejos basados en sangrientas corridas de todos e interminables noches gitanas a la vuelta de cada esquina."[3]

Sobre este viaje publicaría Verhaeren en la revista L'Art Moderne, el mismo año 1888, Impresions d'artiste, un trabajo que dedicó al propio Regoyos, quien diez años más tarde, junto con Rodrigo Soriano, lo transcribirían, traducido, en los números 8; 9 y 10 del semanario español Luz, añadiendo notas e imágenes propias y bajo el título, España negra, definitivamente convertido en libro ―con pocas diferencias― en 1899, por el impresor barcelonés Pedro Ortega, incluyendo 27 grabados y 7 xilografías originales sobre plancha de boj. En todo caso, el papel desempeñado por Regoyos en la redacción del libro no se limitó a la de mero ilustrador. Ya hemos destacado determinados pasajes del libro reveladores de que, esa búsqueda y atracción por lo negro, la buscan ambos, si bien parece mostrarse más acusada en el belga.  Pero, lejos de ciertas discrepancias entre ellos, seguramente más jocosas que reales y en el contexto de su amistosa relación, dejan claro que el espíritu que impregna la obra es cosa de dos. Y así lo ha puesto de manifiesto Manuel Valdés Fernández en su artículo "Un dibujo 'negro' de Darío de Regoyos", donde, tras analizar el propio texto de España negra, aporta un manuscrito del pintor sobre el reverso de un dibujo que él mismo denominó «Aragonés», del siguiente tenor:

«España salvaje porque el clima y las posadas la hacen insoportable, las chinches, el ajo, la pimienta. las salsas, aceite, el pan, el vino, la suciedad en todo, y los perros que ladran de noche y los gallos que no dejan dormir, los caminos que no son más que  pedruscos…»

Por último señalar que para esta edición nos hemos servido de los textos, grabados y xilografías (incluida la breve introducción de Rodrigo Soriano) de la ya referida de Pedro Ortega, de1899; y, en concreto, del ejemplar que alberga la Biblioteca Nacional de España (Biblioteca Digital Hispánica, signatura ER/4531).




[1] Versos del poema de Verhaeren L’âme de la ville (El alma de la ciudad), de Les Villes tentaculaires, (Las ciudades tentaculares), de1895: Ambiente de azufre y nafta exhala; / un sol loco y monstruoso irradia; / la mente de golpe se espanta / ante lo insufrible y extraño.
[2] Sobre la experiencia de estos ver "Conocer a… La bohemia" (Lecturas hispánicas, Zaragoza, 2015), donde se recoge una importante selección de textos sobre el tema, incluida la obra íntegra de Santiago Rusiñol "Desde el Molino", con las ilustraciones originales de Ramón Casas, abundantes notas a pie de página y una introducción nuestra.
[3] Manuel Valdés Fernández: Darío de Regoyos y la pintura europea en la crisis de 1900. De arte: revista de historia del arte, ISSN 1696-0319, Nº. 3, 2004, págs. 165-186. Universidad de León, 2004, pp. 174-175.

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