sábado, 17 de julio de 2021

COLECTIVIZACIÓN Y VOTO FEMENINO ("Conocer a... Manuel Azaña").

 


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La mejor edición de las dos obras más decisivas de Azaña, tanto para conocerlo a él, como para aproximarnos a los estertores de la Segunda República y de la Guerra Civil.
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BARCALA
¿Ya no tienes contrato?

PAQUITA
¡Si eso es un contrato!!... ¡Qué remedio! Todos iguales, a tres duros, el tramoyista y la primera tiple. Teatro lleno, pero tres duros. Es que estamos colectivizados. Recaudan en teatros y cines más de veinte mil duros diarios y a nosotros no nos dan nada. Nadie rechista. Una noche hubo escándalo porque me negué a repetir mi numerito. ¡Que lo repita el tramoyista! ¿No ganamos lo mismo? Pero todos se aguantan. ¿Has visto en un cine del Paseo de San Juan El vagabundo millonario? Es de actualidad[1].

(…)
PAQUITA
Soy muy republicana, pero estas cosas...

BARCALA
¡Qué has de ser republicana! Eres cosa mejor. Por ti me hago yo... fascista.

PAQUITA
¡Idiota! Por supuesto, fascista hay que ser para sacar tajada... En Barcelona están la Teresita San Juan y su marido. No trabajan. Andan buscando que la Generalidad los embarque para América y los subvencione. De lo más carca. Nunca han podido ver a la República. Cursis del Blanco y Negro...[2] Ahora hacen la rosca a los que mandan. Como la Soledad Martínez. La embarcaron aquí, después de darle dinero y cuanto quiso. ¿Qué ha dicho en la Habana? Horrores. Lo mismo sucederá con la Teresita. No escarmientan. Con ella está Antonia de Gracia... Tú la conoces, Miguel. ¡Hay que oírla! ¡Cómo os pone! Parece una marquesa a quien le han quitado el oratorio y los olivares. ¿Por qué no se lo dices al Gobierno?

RIVERA
Si no tienen dinero o les sobra miedo, ¿por qué no han de marcharse, como los ex ministros? Vayan en hora buena. ¡Con tal que la revolución no llegue a tanto como a obligarme a verlos hacer comedias!

(…)

MARÓN
Fuerza temible. Si Paquita se empeña en que denuncie usted a la Vargas, la denunciará usted. ¡Ah! No se enoje conmigo, Paquita. Es un modo de decir... En lo que ha contado usted tiene razón, sin duda. Quería hablar en general. ¿Han calculado ustedes la parte de las mujeres en el origen de esta guerra, es decir, de la rebelión? Las mujeres sienten con más violencia todavía que los hombres las pasiones políticas. Se refrenan menos porque están peor enseñadas aún. Desconocen la responsabilidad. En 1931 una señora de la clase media decía: «Las mujeres debemos estarle agradecidas a la República, porque al concedernos el voto nos ha convertido de cosas en ciudadanas»[3]. Opinión rara entre las señoras. Utilizaron el voto, con pleno derecho. Hubiéramos querido para la marcha regular de la política española que el encono contra la República se desfogara votando. Pero a las señoras no les importa el voto, lo desprecian, no lo necesitan y en ciertos respectos no les conviene. Una señora percibe que numéricamente su voto siempre pesará menos que el de sus criadas. Sabe de sobra que su acción se ejerce con más fuerza en la familia, en el ambiente social. El influjo de la mujer en la vida pública española ha sido muy poderoso, sin parecerlo. Tanto, que de reducirse al sufragio, habría salido perdiendo. No hablo especialmente de las cacicas, algunas muy célebres, que en la monarquía y en la República han gobernado desde el hogar a sus importantes maridos. En general, dentro de la zona burguesa, que profesaba, por lo menos de labios afuera, un liberalismo mitigado, el dominio de la mujer era enorme, decisivo en ocasiones, porque en esas zonas de la sociedad española se reclutaba el personal de gobierno. Mi experiencia de abogado me ha hecho conocer muchas interioridades de familia y he visto casos que por su misma abundancia dejan de ser extraordinarios. Muchos varones españoles no han llegado a darse cuenta cabal de su posición como cabezas de familia. Abundan los mantenedores de una autoridad marital moruna. Se creen los amos. En un pie de igualdad se tendrían por deshonrados. "¡Cómo se entiende que la mujer...!" "¡Qué iba yo a tolerar...!" Con relegarla aparentemente a los cuidados del hogar y envanecerse de ella cuando es bonita, mantienen una tradición que llaman española. A las mujeres mismas no les desagrada, sobre todo a las de clase burguesa, pequeña o grande, donde la libertad de trato está más cohibida y el temor al escándalo es mayor que en la clase alta. De una situación tan desigual se desquitan las mujeres con paciencia perseverante en cuantas cosas les importan de verdad, que no son, salvo casos de estúpida frivolidad, los trapos, las diversiones. Cuando los sentimientos religiosos, o las preferencias políticas de marido y mujer difieren (caso frecuentísimo en la clase media), la paz del hogar se funda en la transigencia del marido, por muy alto que lleve el cogote calderoniano. Por eso afirmo paradójicamente que la igualdad de derechos para hombres y mujeres, o, como suele decirse, "la emancipación legal y política de la mujer", produciría a la larga el fruto inesperado de asegurar al marido una independencia, una libertad que con demasiada frecuencia no ejerce. Habiendo hijos, el dominio de la mujer se dilata en el porvenir. El amor maternal le presta mayor ardimiento para preservar a sus hijos de los peligros que la estremecen. Se imagina que la sociedad de su país debe ser la proyección agrandada del hogar doméstico. La conexión con la política es aquí inmediata, visible. El agnosticismo en que ordinariamente concluyen los católicos que pierden la fe, combinado con la necesidad de paz doméstica aumenta la influencia de la mujer. Los hijos de los volterianos son alumnos de los jesuitas. Es uno de los motivos por los que la burguesía española, nacida de la revolución liberal del siglo pasado, no ha llegado a formar un gran tronco social, ni a poseer a fondo el gobierno, ni a gobernar con doctrina y miras propias, ni a sobreponerse a los poderes contra los que originariamente se rebeló y cuyo quebranto y sumisión eran el primer artículo de su dominio: la corona, el ejército y la tutela política de Roma. Muchos no han dejado de ser monárquicos, aunque sea su afán menor; ceden fácilmente a la dictadura y entre ellos están los que han hecho del catolicismo un programa político... ¡Gigantesco dislate! [4]



De La velada en Benicarló.
Zaragoza, 2021
pp. 51-58



[1]   El vagabundo millonario (The Guv'nor; Milton Rosmer, 1935). Comedia británica de 1935 protagonizada por George Arliss como un vagabundo que por una serie de malentendidos acaba convirtiéndose en presidente de un banco. La película fue relanzada en Inglaterra en 1944 y 1949.  En Estados Unidos se estrenó como Mr. Hobo. Aquí, no tiene mayor relevancia que emplear su título en castellano para rematar las palabras de Paquita, criticando la igualdad imperante y cómo un vagabundo puede ejercer cargos de responsabilidad. En cuanto a la sala de exhibición, debe referirse al  Chile Cinema, en el Paseo de San Juan 118 de Barcelona, inaugurado en 1930. Acabada la Guerra paso a ser el Cine Chile, y el Paseo de San Juan también se cambió por Paseo General Mola.

[2]     Blanco y Negro. Revista ilustrada. Fue fundada en 1891 por Torcuato Luca de Tena. Más adelante se convirtió en base de la editorial Prensa Española, que también publicaría el diario ABC. En su primera etapa, que se extendió hasta el año 1939 (y por tanto es a la que aquí se refiere Paquita Vargas), compitió con otras revistas ilustradas como La Ilustración Española y Americana y Nuevo Mundo. Su periodicidad fue semanal en unas épocas y quincenal, otras.

[3]     Clara Campoamor (1888-1972), de origen humilde, estudió Derecho, ya en la madurez, llegando a ser en 1925 la segunda mujer en pertenecer al Colegio de Abogados de Madrid (la primera fue Victoria Kent). El 1 de octubre de 1931, como diputada del Partido Radical, defendió el sufragio universal en las Cortes Constituyentes, con un célebre discurso en el que entre otras afirmaciones que han pasado a la Historia, sentenció que «sólo aquel que no considere a la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre (…)  Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer». Victoria Kent, por su parte (1891-1987), figura también capital en la historia del feminismo español y primera Directora General de Prisiones, como diputada del Partido Radical Socialista se ausentó de la cámara en el momento de la votación por el sufragio femenino, al considerar que la mujer española todavía no estaba suficientemente preparada para asuntos políticos, debido precisamente a su marginación social, a su falta de formación; lo que la hacía vulnerable a influencias ajenas a ella, que solo servirían para beneficiar a las fuerzas más conservadoras (en este sentido, era notable la influencia del clero y el especial papel que como madre tenía asignado en la familia). La mujer, pues, debería  tomar conciencia plena de todo esto, e identificarse con los problemas sociales existentes antes de poder ejercer como ciudadana con derecho de voto. Téngase en cuenta, por último que, entonces, la mujer tenía derecho a ser elegida (sufragio pasivo) pero no a elegir o votar (sufragio activo). Algo de todo esto lo vamos a ver en las siguientes palabras de Marón.

[4]     El artículo 26 de la Constitución de 1931, declaraba suprimidas aquellas órdenes religiosas que en sus estatutos incluyeran el voto de obediencia a cualquier autoridad distinta de la legítima del Estado. En este aspecto, afectaba directamente a los jesuitas por su voto de obediencia al Vaticano. Para las fuerzas de izquierdas, la Compañía de Jesús era uno de los puntales más activos del poder de la Iglesia, especialmente en materia educativa. El 23 de enero de 1932, Azaña, anota en su diario:  «voy a casa del Presidente de la República, a ponerle a la firma el decreto de disolución de los jesuitas, aprobado en uno de los últimos Consejos. Albornoz [Álvaro de Albornoz Liminiana, Ministro de Justicia] quería que se publicase antes de concluir la semana parlamentaria, esperando sin duda que las Cortes le hiciesen una ovación. Yo lo he retrasado hasta conocer la marcha de las cuestiones de orden público, y le dije que lo firmaría hoy, pero reservándome el enviarlo a la Gaceta según viese las cosas.  He leído el decreto a don Niceto [Alcalá Zamora, Presidente de la República]; lo ha encontrado bien, dado lo que es el artículo de la Constitución. El momento no le parece muy a propósito para publicarlo. Y me hace notar que lo firma sin repararlo en una tilde (…) Aunque el Presidente de la República cree que no es oportuno publicar ahora el decreto, yo opino lo contrario. Doy una impresión de desembarazo y seguridad, y precisamente estos días en que he de ser riguroso con la extrema izquierda, me conviene serlo también con los del bando opuesto.» (Diarios Completos. República. Madrid, 1932. Crítica. Barcelona, 2000, pág. 443-444).



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