miércoles, 31 de diciembre de 2008

Fabiola: un final sin principios


Estamos creando un mundo de tristes finales. Un mundo avaricioso, triste y ruin. Pero cada uno tenemos un final feliz esperándonos en algún rincón de nuestra vida. Este no es mi final. Yo tendré un final feliz y os estaré esperando para entonces.
(Extraído de Un final sin principios - Fabiola A.M., 2004).

Más Javi para terminar el año

Amor en El Cabezo (desde el cine Latino)


Una tarde, en el mismo cine Latino, contemplaba yo desde mi butaca cercana a una de las salidas laterales el cielo raso a lo Tiépolo aunque con lejanos ecos cubistas: las nueve musas y Apolo con su carro tirado por los caballos de la fantasía. Nunca conseguí identificarlas, sólo a Melpómene por la máscara, a Euterpe por la flauta y a Clío por el pergamino, pero las demás imposible, prácticamente imposible, la de la lira y la diadema, recostada y de perfil, hermosísima y con pechos de playmate, si bien algo separados y distraídos, lo mismo podía ser Erato que Terpsícore; y si la que estaba de espaldas y desnuda de cintura para arriba era Talía aunque también pudiera ser Terpsícore o incluso la propia Erato, entonces ¿quién coño era la morenaza del peplo rojo, lejanos pómulos y mirada oriental que tanto me recordaba a Zenaida? ¿Calíope, Urania o Polimnia? ¿Podría vivir sin resolver el enigma? Lo que hubiera dado yo por estar allí con ella, con Zenaida, pero tenía que conformarme con mirar aquel parnaso, hechizado por la hermosa morena de pórfido atuendo, la espalda desnuda de ¿Talía? y los pechos de ¿Erato? Comenzóse a descubrir la pantalla ganando la penumbra a la luz hasta que aquel edén desapareció completamente de mis ojos. La excitación ya no la podía controlar, ojeé a tientas la fosforescente hora de mi seiko cinco sport de esfera azul, antichoque, sumergible e inoxidable, nueve y veintiocho si me doy prisa llego, y abandono decidido los restos nocturnos de aquel olimpo roto por la penumbra, ante la mirada sorprendente de la acomodadora, traje chaqueta de franela gris con falda plisada y melena cardada voluminosa; bullicio nocturno del tráfico a la izquierda, en San Gil, mostrencos que no me dejan avanzar aquí en Estébanes, donde estoy; los sorteo como puedo a veces incluso a empujón limpio, apartándolos a los lados, separándolos de mí, abriéndome camino a toda marcha hacia la calle Alfonso; en la plaza Sas un ciego me interrumpe, el veintisiete ocho noventa y siete, caballero, ¿qué pretende?, llevo la serie, ¿joderme, eh? ¿eso es lo que pretende?, para ahora, para ahora mismo, oiga; me lo quito de encima violentamente, cruzo Alfonso y, sí, respiro, ahí está, en Fuenclara, 4, por poco no llego, ahí, en la misma puerta de la Kühnel, teneduría de libros, contabilidad, idiomas, mecanografía, Fuenclara, 4; bueno, no es una diosa del Olimpo pero, hola, pasaba por aquí ¿sabes?, ah, sí, claro que de ocho a nueve vienes aquí, claro, francés, sí por supuesto, muy importante para una formación intelectual sólida, mucho, mira qué casualidad, además quería hablar contigo, oye; nada, nada de importancia una cosa que, no sé, quizá podrías ayudarme, sí, claro, ahora, cómo no, que tal si tomamos algo... ¿”Bohemios”? un poco lejos, ¿no?, es que sabes luego a las once me gustaría ver una película aquí en el Latino, Confidencias a medianoche, sí; ah, tú ya la has visto, ya, y qué, qué tal, con el Güili, ah sí, con el Güili; no, que va, no lo sabía, mira aquí hay sitio, yo una caña y tú, otra, sí, muy bien, dos cañas, sí solas, ¡bueno, bueno, bueno... qué casualidad!, ¿eh?; además hace una noche extraordinaria, ¿cómo? ¿que no... que no te importaría verla otra vez?, hombre yo... a mi tampoco me importaría ver otra... sí, claro, tienes razón, tienes toda la razón del mundo, el cine este, el Latino, es muy cómodo, claro, mucho, muy cómodo... Charito Rosales está bien; contemplándola así, a media luz, incluso es guapa, grita mucho eso sí, la acomodadora, al entrar, como un basilisco, nos mata con la mirada iluminada de los gatos de Méndez Núñez 36, yo le devuelvo otra en plan chulo, estaríamos buenos, pero me dejo, nos dejamos llevar hasta la última fila, la Charito Rosales ríe con una rísa nerviosa que te pone frenético y no para de hablar; yo miro de nuevo al cielo raso, ¿Calíope, Urania o Polimnia?, me acuerdo de Zenaida y me echaría a correr, huiría de allí pero las cortinas se abren inexorablemente de nuevo y la luz va menguando, nuestras manos se buscan. La Charito Rosales es buena chica, no se merece que la tratemos mal ni que murmuremos ni la insultemos, a media noche te lleva al parque grande y a la luz de la luna descubre orgullosa su desnudez, sus buenos pechos de chica playboy, sus caderas a juego y, bajo el ombliguito, su conejito peluche; también te hace posturas estirando los brazos hacia el cielo para que las tetas, sin perder su voluminosa redondez, aparezcan más firmes y puntiagudas, ladea la cadera en escorzo hacia ti y luego te empuja al suelo hasta que te caes largo, se te sube encima y cabalga y cabalga, primero al trote, un trote suave, luego una locura y al final un galope ligero como volando dulcemente por el cielo. Si vas con la Charito Rosales al parque, si ella te lleva al anochecer, no hace falta ni que vayas preparado porque tiene condones en el bolso que para eso se los quita a su madre de la mesilla, porque sabe que no lleva la cuenta. La Charito Rosales sueña con ser algún día modelo de calendario, así, ¿eh? ¿te gusta? ¿a que no tengo nada que envidiarlas?, no Charito más quisieran, tú estas mejor, mucho mejor, dónde va a parar pero sigue por favor sigue, no te pares; los camioneros llevan calendarios para masturbarse, claro son muchas horas solos, de viaje, sí Charito, sí, los calendarios llevan camioneros para masturbarse pero no pares, por lo que más quieras. Charito Rosales quiere salir en los masturbos que llevan los calendarios para camionarse para que se miren masturbándole a ella, y no sólo los camioneros, le gustaría que todos los hombres del mundo se calendaran camionándola así con los brazos en alto y la cadera avanzando en escorzo. Charito Rosales va a la Kühnel dos veces por semana para aprender francés pero no le gusta y como a su madre le da lo mismo, que la manda para tenerla ocupada, Charito Rosales pasa del francés, de su madre y de que la suspendan, ella sólo sueña con ser modelo de calendario o, mejor aún, con llegar a ser algún día playmate. A Charito Rosales no le gusta estudiar, ni ser dependienta, ni siquiera de Galerías Preciados ni de una boutique del Coso o de la calle Alfonso.
(extraído de La ciudad sin faro, pág. 222)

Las parejas de Narciso (Susan y Max)

‘Susan, hermosa, buscona mía, lo único que te pido es que me quieras sin pudor, sin convenciones, sin vergüenza, sin formalismos, sin educación, como dios te dé a entender, como amarías a tu hijo recién nacido, como querrías a tu padre si se estuviera muriendo, sin miramientos, sin memoria, inmediatamente, con tierna y obscena pasión, con todo tu cabello, con todos tus dientes, con toda tu piel, sin paciencia, sin demora, con infinita y cruel ternura, salvándome de un naufragio de sangre, de una herida de bala’. ‘Pero, Max, ¿cómo hago yo todo eso? Creo que me pides demasiado, cielo’.

‘Susan, ámame sin pensarlo, sin inteligencia, sin orgullo, como una sacudida fija, asfixiándome en una habitación cerrada, con todos tus trenes, con todos tus corceles, poniendo peldaños, curándome las heridas con leche y miel, tirándome al abismo, sin agua, sin sentimientos, cubriéndome con hojas podridas, pintada para matar, tóxica, dulcemente venenosa, como una extranjera cruel, como una madre dándome de comer, sin culpa, sin alegría, sin sosiego, sin descanso’. ‘Cálmate, Maxwell, cálmate, que no entiendo nada, chato’.

‘Susan, Susan, cuerpo mío, lo único que te pido es que me quieras como si tu hijo se acabara de morir, como si acabaras de matar a tu padre, como si tú y yo estuviéramos muriéndonos y matándonos, sin recuerdos, sin infancia, sin comida, como si quisieras curarme y contagiarme la lepra, parpadeando con suavidad, como si quisieras poner y extirpar un maligno cáncer en mi corazón, besándome despacio, con quemaduras, como si me buscaras en una balsa de estiércol, descalza, desnuda, enferma, horrible’. ‘No sigas, Maxwell, que me estoy mareando’.
(extraído de El Guacamayo azul)

sábado, 27 de diciembre de 2008

Zaragoza: mornas y blues en San Pablo city













Negros.
Negros paseando por Zaragoza.
Por El Gancho.
Buhoneros.

A mi me recuerdan a aquellos otros americanos de los sesenta que pululaban por la ciudad con dólares y chicles. La comparación resulta inevitable ya que por muchas "monis" que estos tuvieran y por mucho que representaran al imperio yanki, unos y otros, víctimas del sistema, se representan a sí mismos, representan el hambre y la pobreza... Por eso tuvieron que dejar a sus casas y a sus gentes. El de la foto, Jorge (entrañable Jorge), murió pocos años después en Vietnan. Muy joven, claro...
Afinidad y contrastes entre unos y otros me sugirieron un relato: "San Pablo fusion, morna-blues". Aquí va un corte en el que recreo la carta de una de aquellas pobres chicas zaragozanas (tan víctimas como ellos) que para huír de la pobreza y de la prostitución se casaban con esos pobres americanos y, como ellos, también tuvieron que abandonar esta su tierra y estas sus gentes.

* * *
Preciosa,
estabas preciosa en el anden
cuando partí.
Preciosa

¿Te acuerdas, nena? ¿Lo recuerdas?
Ibas de domingo y llevabas bolso


Intento recordar una imagen de John, del pobre John, pero sólo me viene la de Dondieu. Llevaban siempre corbata, iban con traje y eran buena gente. John. Nunca los vi de militares. Poor Johnny, se enamoró locamente de Priscila, nombre de guerra de la Menchu, una morenita de Boquiñeni que vivía en las Fuentes, teñida de amarillo manzanilla y que conoció en un bar de ambiente, de mal ambiente... un club de alterne... barra... ¿americana...? Se casó con ella, alquilaron una chalecito en una moderna urbanización en Ohio y tuvieron tres niños: Tomás, negro como la caoba; Menchu, preciosa morena, casi una negrita desteñida y el mayor, Mariano, ojos azules y rizos dorados y sedosos... ¿A quién habrá salido?, preguntaba mosca el buen John. Al abuelo, Johnny, contestaba la Menchu, al abuelo Mariano, no seas malpensado, si lo hubieras conocido en persona lo tendrías claro; sí, ya, pero las fotos... en fin, hay gente que nunca sale como es. Se adoraron fueron felices y comieron perdices en aquella urbanización de clase media americana que para la Menchu era lo mejor que había visto en su vida. Si sus amigas de Boquiñeni la vieran, si vieran el chalecico en que vivían, con un jardín y todo en la parte de atrás... Bueno, pues lo vieron, claro que lo vieron, ya se encargó la Menchu de que media Zaragoza lo viera: hizo fotos instantáneas y en color con una polaroid cuando aquí aún faltaban años para que salieran las kodac instamatic. En los Estados Unidos de América se ve la televisión en color y con mando a distancia, algún día sabréis de lo que os hablo, decía a su madre en una de las cartas. Vivimos en un pueblo todo de chalés nuevos y modernos, la gente vive entrampada para toda su vida y aunque no tenemos iglesia hay en su lugar una tienda enorme que venden de todo; supermarket, la llaman, es como un vegé pero a lo bestia, hay comidas rarísimas, si supierais lo que echo de menos la borraja y los garbanzos, las madejas y las morcillas, el ajo y el aceite... Pero hay también cosas muy buenas, por ejemplo unas rosquillas pequeñicas muy blandicas que les llaman donnuts, riquísimas... Cuando vuelva a España llevaré alguna para que la probéis. También hay tiendecicas en las que todo está a cinco o diez céntimos. Hay tantas cosas... Y eso que esto no es como Chicago. ¿Os dije que estuve en Chicago? Igualito, igualito que en los Intocables. Fuimos a ver a la familia de Johnn. Pero lo mejor cuando vi un teatro que el cartel era como el del cine Coso, y ¿a qué no sabéis cómo se llamaba el teatro ese o lo que fuera? Aragón, ¡sí, se llamaba Aragón! No lo pude evitar, se me puso la carne de gallina y lloré como una tonta. Ah, y no os creáis, que aquí todo el mundo viene como yo, como nosotros, de lugares muy sencillos. Ah, y los maricas no llevan sombrero, ¡habráse visto!. En fin, ya os contaré. Lloro mucho porque echo de menos el barrio y el pueblo, y porque con John fuera me siento más sola que las moscas. Además, aquí es como si no hubiera vecinos: nadie habla con nadie. A John le digo que los americanos tienen la sangre de cocacola y John me ha dado un libro, en español, claro, que habla sobre una familia americana para que me vaya adaptando, unos tal Wapshot... Pero no me puedo quejar, sobre todo cuando me acuerdo de la Puri, la pobre, ella sí qué, allí en Alemania con el Paco, los dos trabajando tanto, qué triste. Nosotros, por lo menos, no somos extranjeros aquí. Fíjate que hasta puedo votar. Sí: yo puedo votar para elegir al Presidente de los Estados Unidos. Ya os contaré, ya os contaré qué es todo eso de la democracia... ¿Y sabéis a quién voy a votar? A Kennedy. ¿Habéis oído hablar de él? Bueno, muchos besos y espero que podáis cambiar por pesetas estos veinte dólares que os mando. Tu hija Menchu que tanto te quiere...



Y entonces grité llorando
Asomado a la ventanilla grité.

Tú me decías adiós, adiós
Me decías adiós

Y el bolso se soltó de tu hombro y por poco lo pierdes
Pero no se cayó, nena

No, no, el bolso no llegó a caerse

jueves, 25 de diciembre de 2008

Pepe Cerdá. Demasiada realidad.



Franqueza a borbotones, con genio y humor en el blog de Pepe Cerdá -el link a la izquierda, no confundir con al fondo a la derecha que siempre suele estar el baño-.

Aquí va, de muestra, un botón:

Discúlpeseme el ser tan sincero, sé que puede molestar pero ya es hora de decir la verdad: del mismo modo que los adultos saben que los reyes magos no existen han de saber que el trabajo artístico consiste fundamentalmente en tejer una buena red de relaciones

Nótese bien el matiz: no se está referiendo al arte sino al "trabajo" artístico.

martes, 23 de diciembre de 2008

El inagotable ingenio de... JAVI

Narciso y servidor

Narciso, siempre Narciso. Lo que aquí puede haber de malo es mío, por supuesto.

Platón Andrade, como todo hombre, se parece a su dolor. Certeza no lo quiere, pero está empeñada en quererlo. ‘Todas las cosas llegan, le hacen a uno daño y se van’, le dice Platón, víctima. ‘Siempre habrá un perro perdido en alguna parte que le impedirá ser feliz’, se dice Certeza al oído, de espaldas a la realidad, ‘hay pasados que nunca terminan de pasar’.

‘Si juzgamos el amor por sus defectos, se parece más al odio que a la amistad’, dice Platón, viendo siempre el lado letal de las cosas. ‘Pues yo nunca odié a un hombre lo suficiente como para devolverle sus diamantes’, piensa Certeza. ‘Platón, cielo, no nos quedan más comienzos’, le dice tal vez queriendo animarle, tal vez comenzando a despedirse de él, ‘la vida es muy corta para aprender alemán’.

Certeza sabe y siente que el fuego realiza. ‘Exagerar, esa es el arma’, se dice al oído. ‘Si parezco libre es porque siempre corro’, le dice a Platón, tal vez queriendo consolarlo, tal vez despidiéndose de él, ‘pon un gramo de audacia en todo lo que hagas, no sé, olvidar lo malo es una espléndida forma de memoria’. Pero Platón no vive nunca, está siempre esperando la vida, ‘me matarán como a un perro. Es una muerte muy bella. Siempre he deseado morir como un perro’, dice. Certeza está cansada de Platón, de pronto se da cuenta de que está harta de Platón, de que no lo soporta, ‘el universo está hecho de historias, no de átomos’, se dice al oído, sintiéndose repentinamente muy agresiva. ‘Pocos comprenden la simple felicidad de patear un gato; puedo ser sucia, pero jamás azucarada. No sé, si por lo menos dejara el trabajucho ese como aprendiz en la droga Alfonso y se pasara a dirigir alguna de las empresas del edificio Adriática... Ay, Platón, Platón’.

‘Hay algo dulce, sosegador y sabio en eso que los hombres del mundo llaman aburrirse’, le dice Platón, insistiendo en su desgraciada actitud. Certeza, súbitamente, siente el impulso de matarlo como a un perro, de matar con él todo lo que representa, todo lo que ella odia: el miedo a la vida, el apocamiento, el pesimismo, la autocompasión, el tedio, la satisfacción en la rutina. Conteniéndose, baja a los sucios subterráneos; necesita sentir su piel herida, el dolor de la roca contra el vientre, la negra dureza del carbón en la boca, la asfixia, el sabor oxidado del aire, desnuda en la oscuridad del túnel, temblando de frío y de miedo y de placer, violentamente muerta.

Platón la abraza, la aprieta contra él queriendo besarla; Certeza, siguiendo su instinto y su justicia, sin apartarse de él, coge una piedra con la mano derecha y, en vez de dejarse besar, golpea con fuerza y rabia a Platón en la boca, rompiéndole los dientes, rasgándole los labios, tirándole del pelo con la mano izquierda para que no esconda la cara, golpeándole una y otra vez, sólo en la boca, machacándole los dientes y los labios, dejándolo caer después sobre la arena de la playa y alejándose satisfecha, crecida, con el vigor y el orgullo de haber vencido al enemigo, lamiendo con fruición la sangre que mancha su mano y sus dedos. ‘Quien esté libre de piedra que lance la primera culpa’, se dijo.
- Lo siento Platón, pero era necesario. Ahora hablarás menos, te quejarás menos y pensarás más.
- Bracias Herdeza, ho sahes hómo de lo abradehco.

(de "El Guacamayo Azul", of course)

Narciso (que sigue oculto en su silencio)

Narciso, siempre Narciso. Lo que aquí puede haber de malo es mío, por supuesto.



Platón Andrade, como todo hombre, se parece a su dolor. Certeza no lo quiere, pero está empeñada en quererlo. ‘Todas las cosas llegan, le hacen a uno daño y se van’, le dice Platón, víctima. ‘Siempre habrá un perro perdido en alguna parte que le impedirá ser feliz’, se dice Certeza al oído, de espaldas a la realidad, ‘hay pasados que nunca terminan de pasar’.

‘Si juzgamos el amor por sus defectos, se parece más al odio que a la amistad’, dice Platón, viendo siempre el lado letal de las cosas. ‘Pues yo nunca odié a un hombre lo suficiente como para devolverle sus diamantes’, piensa Certeza. ‘Platón, cielo, no nos quedan más comienzos’, le dice tal vez queriendo animarle, tal vez comenzando a despedirse de él, ‘la vida es muy corta para aprender alemán’.

Certeza sabe y siente que el fuego realiza. ‘Exagerar, esa es el arma’, se dice al oído. ‘Si parezco libre es porque siempre corro’, le dice a Platón, tal vez queriendo consolarlo, tal vez despidiéndose de él, ‘pon un gramo de audacia en todo lo que hagas, no sé, olvidar lo malo es una espléndida forma de memoria’. Pero Platón no vive nunca, está siempre esperando la vida, ‘me matarán como a un perro. Es una muerte muy bella. Siempre he deseado morir como un perro’, dice. Certeza está cansada de Platón, de pronto se da cuenta de que está harta de Platón, de que no lo soporta, ‘el universo está hecho de historias, no de átomos’, se dice al oído, sintiéndose repentinamente muy agresiva. ‘Pocos comprenden la simple felicidad de patear un gato; puedo ser sucia, pero jamás azucarada. No sé, si por lo menos dejara el trabajucho ese como aprendiz en la droga Alfonso y se pasara a dirigir alguna de las empresas del edificio Adriática... Ay, Platón, Platón’.

‘Hay algo dulce, sosegador y sabio en eso que los hombres del mundo llaman aburrirse’, le dice Platón, insistiendo en su desgraciada actitud. Certeza, súbitamente, siente el impulso de matarlo como a un perro, de matar con él todo lo que representa, todo lo que ella odia: el miedo a la vida, el apocamiento, el pesimismo, la autocompasión, el tedio, la satisfacción en la rutina. Conteniéndose, baja a los sucios subterráneos; necesita sentir su piel herida, el dolor de la roca contra el vientre, la negra dureza del carbón en la boca, la asfixia, el sabor oxidado del aire, desnuda en la oscuridad del túnel, temblando de frío y de miedo y de placer, violentamente muerta.

Platón la abraza, la aprieta contra él queriendo besarla; Certeza, siguiendo su instinto y su justicia, sin apartarse de él, coge una piedra con la mano derecha y, en vez de dejarse besar, golpea con fuerza y rabia a Platón en la boca, rompiéndole los dientes, rasgándole los labios, tirándole del pelo con la mano izquierda para que no esconda la cara, golpeándole una y otra vez, sólo en la boca, machacándole los dientes y los labios, dejándolo caer después sobre la arena de la playa y alejándose satisfecha, crecida, con el vigor y el orgullo de haber vencido al enemigo, lamiendo con fruición la sangre que mancha su mano y sus dedos. ‘Quien esté libre de piedra que lance la primera culpa’, se dijo.

- Lo siento Platón, pero era necesario. Ahora hablarás menos, te quejarás menos y pensarás más.
- Bracias Herdeza, ho sahes hómo de lo abradehco.

domingo, 21 de diciembre de 2008

MAO MAO

(Aunque como todo artículo periodístico envejeció inmediatamente, la información sobre China, extraída de un libro que se menta expresamente, resulta verdaderamente espectacular).

MAO MAO
Pasaron las Navidades. Y si hemos hecho caso al gobierno de España, “obrero” y “socialista”, habremos comido conejo en nuestra casa de treinta metros, embutiditos en nuestro jersey de mezcla para ahorrar energía.

Hogar, dulce hogar. Algo así como mi barricada: unos treinta metros y en lugar de calefacción, bufanda. Y ahora, en el 2008, las subidas: luz, gas, teléfono... Fruslerías. De hecho, cuando dan estas noticias en televisión siempre lo hacen sonriendo, ¿lo han notado? Qué graciosa la inflación, qué cosas tiene.

Bagatelas. Lo principal, que ha llegado el 2008 y las miradas del universo estarán pendientes de... -Chachán, redoble de tambores-. Pendientes de... ¡China!

Sí, de Pekín. Que de nuestra Expo mejor ni hablar: la noche de fin de año me deprimió la patética imagen que ofrecimos en Telecinco. Pero me consuela saber que, gracias a los Juegos Olímpicos de Pekín, poco se hablará de nuestra Expo (“summa intelligentia”). Sí, porque este año va a ser el de la presentación y puesta de largo del próximo imperio. Ya Napoleón -cuentan- predijo hace doscientos años que el XXI sería el siglo de China. Atrás queda Roma, la Monarquía Hispánica, la Commonwealth británica y el Imperio colonial francés. Y en cuanto a USA, 2008 anuncia el principio del fin.

Lo importante es que no va a ser sólo un cambio de imperio, no. Lo que se nos avecina es, nada menos que un relevo de civilizaciones (sí, “relevo”, no “alianza”). Inaudito: Confucio y taoísmo en vez de Aristóteles, ahí es nada. Y no sólo eso: por vez primera un estado rico y poderoso regirá los destinos del mundo sin ningún antecedente cristiano. Así, que se acabó. Ya vale. Que Occidente llevaba muchos siglos como ombligo del mundo (ónfalo cósmico). Ahora, China: un “estado socialista de derecho”, una “economía socialista de mercado”.

Ya lo dijo Deng Chiao Ping en 1980, pasando página a la Revolución cultural: “Es glorioso hacerse rico”. La sentencia -dicen- es de Confucio, dos mil quinientos años atrás. ¡Dos mil quinientos!

Y es que hablar de China es hablar de números brutales. Vean estos (la fuente: “El Enigma Chino”, de Marcelo Muñoz): oficialmente se reconocen 1.300.000.000 de habitantes aunque, de hecho, andan por los 1.600.000.000, cifra similar a la población de toda América (la del Norte, Centro y Sur) más la de Europa, incluida Rusia. Buena parte de esa población vive ya en grandes ciudades: siete de ellas superan los 10.000.000 de habitantes (más que Alemania); dieciocho, entre 4.000.000 y 9.000.000; veinticinco entre 2.000.000 y 4.000.000; ciento veinticinco -¡ciudades!- entre 1.000.000 y 2.000.000. Y 108 -nótese bien: 108 ciudades- superan los 500.000 habitantes. Sólo en Pekín, Shanghai y Cantón se están construyendo más de cuarenta ciudades satélite para absorber a la inmigración campesina.

Más: se calcula que 2007 habrá terminado con cerca de un millón de personas con un patrimonio superior al millón de euros, de las que más de quinientas se acercan a los cien millones (hablamos de China, claro). Y unos ciento treinta millones tienen un poder adquisitivo superior a la media española.

Más: el chino es el idioma más hablado en el mundo. China, el mayor país de habla inglesa: 250 millones de escolares estudian inglés, más que en USA. El salto al ordenador ha sido vertiginoso: de los 4.000.000 de internautas que había en 1999 se ha llegado a más de 200.000.000 en el 2007 y se calcula que cada día -¡cada día!- se estrenan 100.000 internautas.

Más... ¿Más? Hay mucho más. Pero como muestra, vale.

En fin, no desfallecer (“siempre nos quedará París”): nuestro estado se fortalece día a día... pero frente a nosotros, los ciudadanos. Nos tiene más controlados. Las libertades más recortadas. Y los pisos de treinta metros, creciendo como setas. Vamos, algo parecido a la China... de Mao.

(El Comarcal del Jiloca, 11/1/2007)

Montalbano sono (María Jesús Mayoral)

Montalbano sono (Montalbano soy).

Así responde al teléfono el comisario más famoso en Italia. Porque no es lo mismo decir Montalbano sono, que decir Sono Montalbano. Cuando un italiano antepone el apellido se delata: es siciliano

Salvo Montalbano es un personaje creado por Andrea Camilleri tomando como patrón a Pepe Carvhalo, el detective que salió de la mano de Manuel Vázquez Montalbán. En honor a su amigo y aprovechando que Montalbano es un apellido muy español y muy común en Sicilia, Camilleri da vida a un comisario que mantiene en vilo a toda Italia. Y decide reconvertirlo en comisario de policía porque el escritor, como buen siciliano, sabe que un detective en Sicilia no tiene futuro y probablemente ni presente. La Isla es la Isla y tanto las formas como las acciones son para entenderlas: los prejuicios, la superstición y la costumbre son viejas raíces atávicas que caracterizan los sicilianos. Otra novedad en la obra de Camilleri es la elección de un lugar imaginario donde desarrollar la acción: Vigata. Quizá lo hizo con el fin de evitar las típicas suspicacias isleñas, aun así retrata magistralmente la Sicilia que tan bien conoce este agrigentino nacido en Puerto Empedocle.
Salvo Montalbano es un comisario de policía casi cincuentón, con una eterna novia -que vive en el norte de Italia- a la que deja plantada en más de una ocasión por un buen plato de pasta a la Norma. Camilleri carga con sutil ironía las historias y hazañas en las que se enreda un héroe limitado por la edad, es decir, la acción para él no entraña un riesgo sino un serio peligro. Puede tirarse de un coche en marcha, derribar una puerta con el hombro, saltar un tapia; pero sale magullado y renqueando durante algún tiempo. Pero el mayor atractivo de Salvo reside en los clásicos prejuicios meridionales con los que sabe adornarse y ampararse. Astuto y tierno el comisario consigue mantener la atención de una lectura rápida y entretenida.
Añadir también que el ambiente en la comisaría de Vigata resulta encantador: un tonto en la centralita, un joven responsable y teórico, un solterón que se mete en líos de faldas, un fitipaldi como conductor… En fin todo un despropósito.
Lo cierto es que Italia la gente siente fervor por Salvo Montalbano. Colabora a ello la magnífica serie de televisión que ha hecho RAI: quince capítulos, a los que hay que añadir los cuatro que emitieron el pasado mes de noviembre. Hasta tal punto es famoso este comisario, que en una entrevista le preguntaron a Camilleri, si las mujeres deberían llevar luto por la muerte de su personaje, ya que en una de sus últimas novelas hacía presagiar un trágico final. El escritor le contestó con su característica ironía: “El final de Montalbano sólo lo sabe mi mujer, mi editora y yo”.
Aunque la traducción española es buena, no transmite el sarcasmo de Camilleri, mejor dicho, resulta imposible transmitirlo. Y es que Camilleri utiliza y maneja el dialectal con una soltura que hasta los mismos italianos se pierden leyendo las aventuras de Montalbano. Y es en el dominio del lenguaje donde Camilleri descarga su sarcasmo, llegando a emplear registros magistrales. Algunos fundamentalistas del italiano no consideran muy académica esta forma de escribir, pero lo cierto es que sabe desatar la carcajada de manera natural, yo me atrevería a calificarla de bárbara.
En estas fiestas que se avecinan y en las que tan necesarias se hacen las compras como el recibir regalos, os recomendaría algunos títulos de Montalbano que ha editado Salamandra: El perro de terracota, La forma del agua, El olor de la noche, El ladrón de meriendas, La voz del violín. También podéis escoger la económica versión de bolsillo.
Espero que os enganche mi comisario favorito.

María Jesús Mayoral Roche

sábado, 13 de diciembre de 2008

Más humor de Javi

TÚ MUEVES (Fabiola A.M.)


Estoy en medio de una partida de ajedrez. Con mis pies temerosos apoyados en una casilla negra. No sé si podrán considerarse pies, una base de un centímetro de diámetro me presenta como un peón. Tengo confianza en mí misma y algún día llegaré a ser la reina blanca. Pero el camino no es fácil. Múltiples casillas infectadas de enemigos están preparadas para darme jaque en cada una de sus jugadas. Hay muchos como yo, pero la mayoría son más poderosos de momento.
Cada movimiento que hago es observado por muchas otras piezas. Un paso en falso podría costarme la vida. Soy un vulgar peón, y no puedo mover hacia atrás, aunque a veces daría mi tronco por poder recuperar mi situación anterior.

El bobo de los bolones (María Jesús Mayoral)


"El Gomoso" y Tomasa Salido terminaron viviendo juntos, la gente murmuraba y en el bar donde, de tarde en tarde, se dejaba caer "El Gomoso" y durante el transcurso de una partida de cartas, se atrevieron a insinuarle la evidencia. El sacó una navaja trapera y la mostró a todos, diciendo.
- Achantar la mui que os convé. Sonsí.
Nadie comprendió sus palabras, pero si el mensaje del empalme de casi medio metro.
La Tomasa se quedó preñada al poco tiempo, él no quería saber nada de críos, así que la mandó a una bruja. Ella estaba muerta de miedo, era de noche y en el rostro arrugado de la vieja se reflejaban las llamas de la hoguera, sobre la que había clavado unas trébedes que servían de soporte a una marmita que humeaba y echaba un pestazo de mil demonios. La vieja comenzó a musitar ensalmos.
- Lucifer, por caridad, que este engendro deseo de tu mal llegué a ver la luz de la noche.
Tomasa, no entendía nada: pedir al diablo por caridad. No pudo callar.
- He venido aquí a malparir y le pide al diablo por caridad que lo que quema mis entrañas llegue a gallinero.
La vieja se echó a reir, mostrando sus encías encallecidas.
- No seas tonta, el diablo por caridad no da nada. Esta noche cuando te acuestes estarás limpia.
Así fue, antes de las doce notó como el vientre se le retorcía, se sentó como pudo en el mugroso retrete, echó un cuajo de sangre y tiró de la cadena.
Una mañana, cuando Tomasa se levantó, se encontró sin hombre, sin dinero y con la tripa llena. "El gomoso" cureló la gran timba que Felicísimo tenía guardada debajo de una baldosa y se dio el piro con una jovencita del barrio. Tomasa llena de desesperación salió al rellano y se tiró por las escaleras, con tan buena suerte que no se hizo nada, la ingresaron y dado su estado, estuvo internada hasta que se le presentó el parto. Mariano, se llamó la criaturita nacida de la desdichada Tomasa.
Mariano pertenece a la generación de los Planes de Desarrollo. Creció entre el Franquismo y la Democracia, aunque a él nada de esto le afectó; ni para bien ni para mal. Nunca reparó en las fotografías del dictador y más tarde del monarca que presidían el aula, ni echó en falta el crucifijo cuando lo quitaron. Acudía a clase cuando llovía o hacía frío, en cuanto llegaba el buen tiempo se perdía por la ciudad o por alguna escombrera cercana a su barrio. Su maestro tenía como lema: "La letra con sangre entra". A Mariano la letra no le entró, pero la sangre le salió a borbotones. Este pobre tonto fue siempre la risa de todos, los niños le decían que había nacido en un campanal y que una cigüeña le pisó la cara y que por eso era tan feo. A él, estos comentarios le hacían gracia, parece ser, porque cuando los oía ponía una mueca que denotaba agradecimiento.
El maestro cogía la regla y le señalaba diciendo:
- Nene, nene ven aquí.
Mariano se acercaba a la tarima con la cara encogida y el cuerpo encorvado abanicando los brazos al andar, como un simio después de la comida. El maestro le preguntaba.
- Dime los continentes.
Mariano ponía cara de duda y esforzaba su retorcida mueca para pensar, pasaban eternos los minutos y él permanecía callado. La inspiración se le presentaba de pronto y contestaba con la misma pregunta que le había formulado el maestro. Don Florián, le decía.
- Extiende la mano.
Mariano con expresión inocente, como si esperase recibir un caramelo, ponía la sucia y ajada mano. El maestro descargaba con fuerza la regla sobre las yemas de los dedos del pobre idiota y éste soltaba un grito similar al aullido de un animal. Don Florián con aire resignado, le decía.
- Siéntate y escucha.
- Sí, do-don Orián.

Llámame Sloan (Narciso)


Llámame Sloan, mi cuerpo se llama Sloan. Me gustan las ventanas abiertas, la piel desnuda, el tabaco mentolado. Mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y puerto, en este orden. Mi actividad es casi siempre crepuscular y nocturna, odio la luz del sol. Odio el vino blanco, la indecisión y los lugares cerrados o mal cerrados.

Perdóname, Alejandra, pero dime cómo, o por lo menos cuándo. No recuerdo haberte ofendido, pero son muchas, ya demasiadas, las cosas que no recuerdo. El color del mar, por ejemplo, o qué carajo es una golondrina. Me suena a gasolina y a golosina, pero no caigo. Tampoco acabo de recordar en qué se diferencian un hombre y una mujer. ¿Y un peine, para qué sirve un peine? Con esas púas parece un arma, no sé. Dicen que los caballeros nunca se quejan, nunca miran los escaparates y nunca hablan de sus amores, de eso sí que me acuerdo, aunque no sepa bien lo que es un caballero. Arquero zapatero. Qué balumba de palabras, hay demasiadas, yo creo que con menos de la mitad nos arreglaríamos. ¿Y una hija? Se me acercó una persona, creo que era una mujer, y me dijo: soy tu hija. Y luego se quedó mirándome como si yo tuviera que decir o hacer algo especial. Pero qué. ¿Era amiga o enemiga? ¿Me pedía dinero, acaso? ¿Venía a detenerme, a traer una receta de cocina, a mirar escaparates, a quejarse? ¿Qué es, qué hace una hija? De todos modos, no me cayó simpática, se comportaba como si le debiera algo. Quizá tenía que darle la camisa, o los zapatos, o el televisor, pero nadie me dijo nada. Y creo que me porté como un arquero.

Llámame Sloan y deja que me tatúe en el bajo vientre la rosa de los vientos. Yo era maquinista, como Desdémona. Como Otelo. Capitán de barco, yo tenía un bajel, una vida azul, un prestigio. Encárgueselo a Sloan, es el mejor, vi cómo ganaba a los bolos a un escocés. Si Shakespeare hubiera escrito sobre mí sería inmortal, hay que joderse. Me representarían en todos los teatros, harían tesis sobre el interesante personaje de Sloan, uno de los mejores de Shakespeare. A lo mejor esa que me ha dicho: Soy tu hija, era en realidad Shakespeare. Y yo receloso, desconfiando. Pero nadie me ha explicado nada. Mi cuerpo se llama Sloan. Mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y puerto, en este orden.

- No, Sloan, un padre nunca ofende a su hija. Sólo te rogaría que dejaras de una vez por todas la bebida.

Sloan bajó la mirada sin contestar. ¿La bebida? ¿Dejar, Alejandra, la...? ¿Qué bebida? Ay, pobre Sloan. Pobre Alejandra. Y Paxton se pregunta por el lado frágil. Ni siquierá sé qué es el lado frágil, se dice. Alejandra, por ejemplo, ¿está en el lado frágil? Es demasiado hermosa. Una mujer hermosa decide mejor y más deprisa que un avezado corredor de bolsa. Quizá a Alejandra le gustó demasiado su adolescencia. O tal vez comprendió que, a partir de cierta edad, sería una más, otra, cualquiera. Alejandra, tan hermosa que parece irreal. ¿No quiso, no supo aprovechar su belleza? Vamos, vamos, cuando algo es tan prodigioso nadie sabe utilizarlo bien. A los dieciséis, a los dieciocho, a los veinte años, Alejandra habría tenido que desaparecer, disolverse en el aire de pronto, cualquier otro destino era para ella un destierro, una condena, una humillación. Con mil cañones por banda.

(De El Guacamayo Azul)

domingo, 7 de diciembre de 2008

María Jesús Mayoral y su "Azulenca"

Por fin he podido contactar con María Jesús y aquí va un corte de su Azulenca:

LA ENCANTADORA CELESTE

(...)
La profesora Celeste, viendo que Amarillenco volvía a despistarse, le daba un toque de atención dando tres golpecitos con su puntero sobre el pupitre.

- ¡Atención, atención! –decía delicadamente-. ¡Oh! ¿Qué te pasa, Amarillenco?
- Nada, bueno, no sé –dijo el duende balbuceando.
- Esta clase es fundamental para la vida de un duende. ¡Atención, atención! ¿Qué harías si fueras víctima de un hechizo? –le peguntó Celeste.
- No sé –dijo Amarillenco, encogiéndose de hombros.
Celeste frunció el ceño y Amarillenco se puso nervioso; sus alas comenzaron a emitir un ligero zumbido. La “profe” chasqueó los dedos diciendo:
- Hechizado estoy, devuélvase el hechizo a su hacedor. De esta forma se deshace el hechizo y el mago que lo hizo cae en su propia trampa.

Celeste compuso su tocado de petunia blanca, hizo círculos en el aire con su puntero y mirándolo muy seriamente le dijo:

- ¡Atención, atención! Amarillenco, debes aprender todo esto de memoria, todo el mundo lo sabe, es esencial. A ver, Azulenca, qué decimos cuando tenemos miedo.

Azulenca respondió a modo de cantinela:

- Quien canta espanta y volando sale de lo que le espanta.
- Muy bien –dijo la profesora Celeste asintiendo con la cabeza-. ¡Atención, atención! Violeta, qué decimos cuando el cansancio quiere vencernos.
- No ceso de volar, canto al andar y nada me ha de cansar.
- Muy bien. ¡Atención, atención! Cardenillo, qué decimos ante una bruja –dijo Celeste, apuntando con el puntero al duende.
- Bruja, brujita detente o te envuelvo en una burbujita.
- Muy bien. ¿Hay otra fórmula? –preguntó de nuevo la “profe”.
Azulenca levantó la mano para responder.
- Canastilla, canastilla conviértete en una ardilla.

Celeste agitó con delicadeza su varita de fresno y se dirigió a Amarillenco:

- ¡Atención, atención! Mañana me recitarás todo de memoria.
Amarillenco se quejaba a la salida de la academia:
- ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? No me lo sé. La señorita Celeste se enfadará conmigo.

Todas estas fórmulas no podían escribirse, eran secretas y sólo los duendes y las hadas eran conocedoras de su poder: debían aprenderlas de memoria y no olvidarlas jamás.

Azulenca, viendo el apuro de su amigo, lo consoló.

- No te preocupes –le dijo-. Ven a mi casa y las repetiremos hasta que las aprendas de memoria.
- Mis alas son del tamaño de un mosquito y mi memoria también–se quejó de nuevo Amarillenco.
Celeste, que les sorprendió en plena conversación, le contestó:
- ¡Deja ya de quejarte! Tu memoria no es de mosquito sino tu voluntad. ¡Alerta, alerta, despierta!

Y dicho esto, Celeste desapareció volando.
(...)

sábado, 29 de noviembre de 2008

Narcisotas


Teoría mínima de la noche
Cuando subo a los altos andamios de la noche y miro arriba y abajo y al frente y a los lados y sólo veo esa falta de luz que se llama oscuridad, entiendo algo más mi oscura esencia y tal vez pierdo un poco el miedo que me tengo.
La noche rompe la capota azul del cielo y nos deja a la intemperie del universo, con todas sus ráfagas y sus piedras extrañas que pasan flotando sin velocidad, con todos sus vientos cuánticos y sus corrientes heladas, con todas sus fugas de luz y sus estrellas muertas, con todo su polvo cósmico que fecunda los campos con el rímel de las galaxias.
(Narciso de Alfonso)

JAVIOTADAS

Yankis en la droga Alfonso



De cuando Platón comenzó a trabajar como aprendiz en la droga Alfonso.

- Verhoá musháshou, nesesichou uan marchillouh, uan berebiquíe, ¿yes?, end... end chu chsalaudruos; iunou manualh en di oder manualh elsouh, bath de peuchou, ¿you nou, ser?, de-peu-chou. Auh, yes, end aelsou ehhh… chambién... ¿se rhise así: "chambién"...? Chambién iuna bareunna, ¿okey?. Iuna barheuna, yes.
- Un momento por favor... ¿Y brocas? Porque imagino que también necesitará brocas, ¿no?
- Ouh, nou, nou. Nou broukass, chenkiou. Chengou broukass, zank. Nou nesesichou broukass, gráseas, mouchsas gráseas.
- Pues espere, espere un segundo por favor y ahora mismo vuelvo ¿okei?.
- Oukey, oukey, mouchsas grasesas, chenkiu. Esperouh... (Dandarindon dindon dá, dandarindodindondá, Dandarindon… Titararí tararí... A Rhious pongou por cheschigou, ¡A Rhious pongou por cheschigou kei nounca másh...! Jé, quéi rhoublahe. ¡Quéi roublahe! .. que rhisen aquí…).
- Mire, señor, mire, ya le traigo de todo. Taladros por un tubo. Para dar y vender, miré... ¡Señor! ¿Señor..? Pero ¿dónde demonios se ha metido? ¿Señor..?
- Qué pasa, Platón.
- Nada, un cliente extranjero...
- ¿Extranjero?
- Sí, uno con unas orejas tremendas y un bigote como amariconáo.
- Ah, ya. Que quería taladros, un martillo y un berbiquí, ¿no?
- Sí, eso es.
- Joer pues vas dao, Platón. Ya se ha ído. Hace rato que le he servido.
- Pero si le estaba atendiendo yo.
- Ya, pero si tiene que esperarte a ti... ¡Los he visto más rápidos y los han despedido, Platón! Bueno, bueno, no te preocupes, no te preocupes, que sólo llevas una semana. Tranquilo.
- El caso es que me sonaba. El tío ese me sonaba y no sé de qué.
- Coño, como que era el mismísimo Clark Guéibol.
- Una caja de chinchetas, por favor.
- Hola buenos días. Niqueladas, ¿verdad?
- ¿Clark Gable?
- Sí, claro, niqueladas.
- Clark Guéibol, el de Lo que el viento se llevó... De cabeza blanca, imagino, ¿verdad?.
- Joer, ya decía yo que esa cara...
- ¿De qué cabeza...? Ah, sí, si, las chinchetas, claro, je. De cabeza blanca, sí.
- Jé, y espera, espera que no te quedan cosas por ver. ¿De cincuenta? ¿Va bien de cincuenta?
- Ah, ya, la caja.... Sí, de cincuenta. De cincuenta chinchetas. Va bien, sí.
- También tiene de veinticinco.
- Hmn... Pues mejor de veinticinco, sí, de veinticinco, por favor.
- Perfecto, de veinticinco, un momento. Pues eso, Platón, que no te quedan cosas que ver ni nada. Mira ¿ves..? Aquí tiene, señor.
- Gracias... Le va bien un billete de...
- No, en caja, en caja, el pago en caja, por favor... Te digo, Platón, que mires allí, allí. Enfrente...
- Ah, sí, pagar en caja, claro. ¡Qué cabeza!
- ¿No las quería blancas?
- Sí, no, jé, no me refería a la de las chinchetas, je. Digo que qué cabeza la mía. Gracias. Adiós.
- Adios, señor, adios.
- El edificio ése, sí.
- Anda que no iba despistado ni nada el tío éste... Eso, lo ves, ¿no?
- Sí, el edificio.
- El Adriática, exacto. Pues mira de ahí salen cosas muy raras, pero que muy raras, Platón, ya verás, ya verás. Al tiempo. Y anda, cepíllate la bata que tenemos que llevarla impecable. Venga, arréglate un poco.
- Es que el azul marino éste es muy sucio, don Amancio.
- Razón de más, Platón, razón de más, ¡venga!
- Oiga, don Amancio.
- ¿Sí?
- Y el Clark Gable ese...
- Guéibol, Platón, Gué-i-bol.
- Digo que el Clark Guéibol ese... ¿para qué coño quería tanto taladro?
- Buena pregunta, Platón, sí señor, muy buena pregunta. Mira tú qué cojones sabré yo para qué quería el Guéibol tanto taladro. Anda, tira, tira y cepíllate la bata de una vez.
- Voy, voy.
- Es que estos americanos... Estos americanos... Hola, buenos días, en qué puedo ayudarle.
- Busco escarpias...
- Sígame por favor. Por aquí. Estos americanos... A saber tú para qué coño querría el orejas tanto taladro.
- ¿Cómo dice?
- No, nada, jé, pensaba en alto, pensaba el alto... Mire aquí. Aquí tiene escarpias de toda clase de precios y tamaños.
- Sí, ya veo... A ver...
- Platón, ¡Platón!
- Diga don Amancio.
- Anda corre, Platón, que acaba de entrar Eduard Jé Robinson, atiéndele tú...
- Eduard... ¿qué..?
- ...Jé Robinson, Platón. El de La mujer del Cuadro.
- ¿El de La mujer..?
- Aquel, aquel de allí, míralo.
- Ah, sí, ¡jodo! Es verdad, sí.
- Venga corre, atiéndele bien que este tiene muy mala leche...
- Sí, don Amancio, siempre hace de malo.
- Corre, atiéndele. Atiéndele y no te preocupes. Por lo de la mala leche, digo. Para mí que es de coña.
- Voy, voy.
- Seguro que quiere veinte metros de liza, siempre compra veinte metros de liza.
- Mire, estas, estas son las escarpias que quiero.
- Ah, muy bien, muy bien, ¿algo más?
- No, no. Sólo esto, gracias. El pago en caja, ¿verdad?
- Sí, en caja.
- Gracias
- Adiós, adiós. ... Aunque el otro día, el otro día compró una paellera.
- ¿Decía?
- No, no nada, perdone, perdone, eso: que el pago en caja, gracias. Sí, una paellera de esas grandes. Industrial. Y es que a estos americanos... A estos americanos, jé, cómo les va la marcha. Y, claro, como aquí les damos tánta. Hay qué ver, hay qué ver cuánto les gustan nuestras cosas .

(de El Guacamayo Azul).

Soneto pre-crisis



Qué cosas, escribí este soneto en mayo del 2007, en plena alegría y despilfarro.
Ahora tengo aún más claras dos cosas: que deambulamos como locos sobre el dentado filo de una sierra y que la felicidad es hermana de la inconsciencia.

Ciclos
Degeneró la humanidad en paz
Y el estado en empresario boyante.
Pero el pueblo huele a desodorante
Y en deportivo corre montaraz.

De las deudas se burla lenguaraz
Y a la hipoteca mira distante.
Consumiendo feliz y delirante
La marca que ordena el más procaz.

Mas don’t worry, que todo va en fases:
Al mejor cerdo llega un San Martín
Y acabado el ciclo tiemblan las bases.

Cabezas corta el pueblo en motín,
Sentando fieras reglas y trasvases
Para, presto, volver al futbolín

lunes, 24 de noviembre de 2008

El humor de Javi (II)




Eso... Javi es... un genio.
Bueno, bien, ya iremos sabiendo algo más de él.
Poco a poco.

María Jesús Mayoral


¡Puf!, quiero insertar aquí algo de María Jesús Mayoral (1) pero últimamente resulta imposible contactar con ella porque anda enfrascada en un cuento infantil que apunta lejos, a tenor de las breves ideas que hace ya algún tiempo me comentó en honorable primicia (Azulenca, Grisenco, la Bruja Calderilla...).

Los cuentos infantiles buenos, y éste estoy seguro que lo es o lo será (Maria Jesús no termina de explicarme si lo ha rematado o no), los cuentos infantiles buenos, digo, constituyen uno de los géneros literarios más universales y complicados. No es fácil trasladarse –rebajarse o elevarse, según se mire- a la inocencia perdida perfilando admoniciones e, incluso, posibilitando la más complejas y variopintas interpretaciones. Y recuerdo ahora un interesante estudio de Bruno Bettelhein que leí hace años (Psicoanálisis de los cuentos de hadas) en el que afloraba la complejidad del asunto. Los cuentos para niños nos hacen sentir como el retrato de Dorian Gray: nosotros envejecemos, ellos no.

Precisamente hojeo estos días dos enormes monumentos literarios que hablan de ángeles buenos y malos y del espacio celestial. Me refiero a El Paraíso perdido de John Milton y a la Arquitectura del Cielo de Emanuel Swedenborg. Jorge Luis Borges, cualificado admirador de esta literatura fantástica y especialmente de Swendenborg así como de la interpretación que de éste llevó a cabo William Blake (¡otro!), destaca que si para Jesucristo la salvación estaba en la ética Swedenborg añadía a esta la inteligencia y Blake, además, la estética. Al final –pienso yo- todo viene a ser lo mismo: ética, inteligencia y estética. La historia del Arte así lo acredita y, especialmente, el género narrativo infantil y fantástico.

Choca en estos momentos –es curioso- cómo una escritora zaragozana ya madura y de sobria pluma bucea en la inocencia (desde esa perspectiva artística -inteligentemente estética-) al tiempo que otra jovencísima, y me refiero ahora a Fabiola A.M. descuella con una prosa fresca e imaginativa que atesora una sorprendente madurez.

Y yo esperanzado.

Buenos tiempos para Orfeo y su lira, que decía Gracián.

(1) María Jesús Mayoral Roche nació en Villamayor de Gallego (Zaragoza}, donde reside. Ha realizado estudios sociales y trabaja en la Administración pública. Desde 1999 colabora en la revista Delta, con artículos de literatura epistolar, dentro de la sección titulada Cartas a Fabío. Su novela Los Castaños de Indias, editada en Zaragoza en 1999, fue su primera incursión en el género narrativo. Colabora de modo habitual con el Centro penitenciario de Zuera como monitora en el taller de literatura. Anteriormente lo hizo en el de Torrero. Ha participado en el libro colectivo de relatos Bécquer y el Monasterio de Veruela. Visiones.

Buscando Raíces


Mi amigo de infancia José Ignacio, muy aragonés él -como yo-, tuvo un ataque de añoranzas en los noventa, aún no superado: recuperar “nuestras” señas de identidad, “nuestra” fabla. Yo me río porque sólo se busca lo que no se tiene, y entonces él se enfada. Hombre, a mí me gusta discutir pero sólo hasta cierto punto. Porque cuando me amenaza con “afusilarme por modorro” le digo adiós y vuelvo a mi barricada.

Mi amigo José Ignacio, muy aragonés él -como yo-, no entiende ni entenderá que el mito de la confusión de lenguas de Babel representó una verdadera catástrofe; que en el Paraíso todos se entendían porque hablaban una misma lengua; y que resulta inconcebible un Paraíso políglota en el que uno tan sólo de sus habitantes pueda sentirse marginado porque ni entiende ni le entienden.

Mi amigo José Ignacio tampoco concibe que, tras la confusión de lenguas de Babel, la humanidad se fue zafando del castigo divino hasta conseguir, con enorme esfuerzo y sacrificio, un nuevo idioma común para comunicarse: el latín. Y que gracias a ello se logró el mayor progreso desde los tiempos del Paraíso.

Tampoco entiende que ese idioma común no lo impuso el imperio romano a la fuerza (ni por leyes ni por armas), como no impuso su religión (recuerden a Pilatos lavándose las manos), sino que fueron las gentes con afán de progreso las que se ocuparon por aprenderlo simplemente porque les interesaba. Como ahora interesa el inglés y el español.

A mi amigo José Ignacio tampoco le cabe en la cabeza que con la caída de Roma llegó una segunda Babel: la oscura Edad Media, sólo superada siglos después por ese “renacimiento” del latín y el clasicismo. “Renacimiento” también conseguido con enorme esfuerzo por sabios reyes y sacerdotes que, con sus escuelas de traductores y sus escritorios monásticos, se preocuparon por conservar y traducir la cultura clásica que, más tarde, dignos próceres “ilustrados”, consiguieron “divulgar” despertando a un pueblo que sólo así supo y pudo rebelarse.

Mi amigo José Ignacio desconoce aquello de “divide y vencerás” y que lo que más ha incomodado a las dictaduras es, precisamente, que el pueblo se entienda bien. Desconoce que el alfabetismo no es entender la jerga de mi barrio sino el idioma mayoritario; y que Hitler, Stalin y McCarthy (el de la “caza de brujas”) temblaban con el esperanto, un intento de idioma universal inventado (vano, por lo demás, como lo es todo artificio lingüístico no impuesto).

Mi amigo de infancia, José Ignacio, muy aragonés -como yo-, busca sus señas de identidad en una lengua que jamás habló ni él, ni su madre, ni la madre de su madre. Y anda un poco perdido porque tampoco sabe a cuál atenerse: si al chistabín, al benasqués, al somontanés, al tensino, al ribagorzano o al pinocho (no se rían: en la web hay un diccionario aragonés cotejado con la fabla de Pina). Y al final, sí, algo caza de mi bisabuela, porque acaba llamando azanoria a las zanahorias y alicóteros a los helicópteros. Olvidándose que un idioma no es un argot sino un crisol donde ideas y conceptos fermentan a fuego lento. Que no son palabras como “gato” o “mesa” las que lo forjan sino los verbos “ser” o “estar”, los cantares épicos, las novelas ejemplares o los tratados filosóficos. Y de todo eso carecen el cheso, el ansotano y, por supuesto, el euskera, por muy interesantes y queridos que sean, que lo son.

Mi amigo de infancia, José Ignacio, “buscando sus raíces” (obvia señal de que las desconoce) ya no me habla, me llama facha, me dice que no soy aragonés, amenaza con quemar mi barricada y hasta se ha cambiado el nombre: ahora, a los cincuenta, se hace llamar Chusé Inazio.

(El Comarcal del Jiloca 22/02/2008)

sábado, 22 de noviembre de 2008

En la casa del río de El Guacamayo Azul

Aquí estamos: Concha, Narciso (Nar), Peparnáu-calvoarnáu (Er Pito de la Capadoccia) y yo en la casa del río de Concetta la noche que la inauguramos. Cuánta inspiración para nuestro Guacamayo Azul.



Susan es humana, demasiado humana, pero tal vez de su infancia le queda una ferocidad fija, una extraña facilidad carnívora para matar, un estilo venenoso de defenderse. A Susan le gusta mucho el Carrefour porque dice que se parece a Betanzos, aunque ella nunca haya estado en Betanzos, se vino directamente de Nueva Caledonia a Zaragoza, sin pasar por Puerto Príncipe. A veces llora sin motivo, con los ojos, sólo con los ojos, de pronto dos enormes lagrimones cruzan su cara y, goteando, caen al suelo, plop, plop.

Espesa de pestañas, decorada para enamorar, subida de tono y proclive al canto gregoriano, Susan anda de puntillas para acercarse silenciosamente al amor sexual, que tanto necesita siempre. En celo, enorme de tetas, elástica de estilo y cubierta de oro a borbotones, tantea a los machos de la manada esperando una respuesta de inmediata erección, sin cortejos ni entretiempos.

Susan, en un rincón de El Guacamayo Azul, frente a su vaso, aunque parezca que duerme, en realidad sueña. Sueña que te lleva abajo, a su casa junto al río. Persianas bajas. Párpados cerrados. Rayitos de luna perdidos bañan la casa del río. Con olor a hierba. Con ecos etílicos.

En la casa del río huele a jazz. A jazz, a bourbon y a mississippi. El saxo de Ben Webster que suena como ninguno, suena mejor en la casa del río.

Ahí están, sí. Ahí ve a los tres. Como en los mejores tiempos de El Guacamayo Azul, igual. Pero mejor aquí, en la casa del río, cerquita de mí: Paxton, el reverendo Brown y Maxwell, mi Maxwell.
(de El Guacamayo Azul)

viernes, 21 de noviembre de 2008

Narciso y sus sorprendentes "Parejas"

Si queda algo literariamente sorprendente por descubrir son las "parejas" de Narciso. De Narciso de Alfonso.

Por ejemplo:

Los paisajes de aluminio, el agua sucia, los cristales rotos. Hay algunas pasiones que no se pueden controlar, que son más propias que el propio corazón. La lluvia. El otoño que pudre las hojas. Y la noche, la noche húmeda, llena de gusanos. La destrucción, cualquier forma de destrucción, dios mío. Destruir, observar algo que se destruye, participar en destrucciones y derribos. Deshacer el peinado de la hermosa muchacha con la que hemos salido a cenar, sí, se ha peinado para nosotros durante horas, y nos deja deshacer su peinado, desordenar su cabello castaño, darle de beber en la boca. Nos deja desnudarla rompiendo el vestido negro, rasgando la tela. El agua sucia, nutritiva y venenosa, ácida y pestilente, llena de materias orgánicas en descomposición, sí, volver al agua sucia, volver al origen. Ay, Década, cuánta desolación, qué belleza.
- Los cristales rotos, sí, romper los cristales de la casa, esparcir la esponjosa tierra de las macetas, tronchar los tallos de las flores, mancharse la boca de barro, masticar las hojas que el otoño pudre, beber agua sucia. Destruir, sí, derribar una escuela, un invernadero, una farmacia. Ay, Misterio, qué pasiones, qué placer.
- Quedarse agotado y estúpido después de romper la estructura, la forma de un cuerpo humano perfecto. Rasgar la piel, quebrar los huesos, morder las vísceras, ensangrentarse. Machacar los pétalos de una flor, borrar el maquillaje, el rimel negro y llorado que recorre la cara, hasta la boca. Sí, el llanto de una mujer. Romper las puertas, chapotear en el agua sucia de la cloaca, destruir la belleza de una mujer. Raquel, muérdete los labios hasta sangrar y bésame. Dévora, suéltate las trenzas y mánchate de ceniza, de barro, de sangre. Cris, rompe los cristales de la ventana y córtate la lengua. Ay, Década, la destrucción y el placer.
- La lluvia nocturna, la lluvia sucia, la lluvia caliente. Llueve de noche sobre la flor destruida, el agua de la lluvia arrastra su sangre. El agua sucia nos lava, la destrucción nos fortelece, poseemos la belleza entre sangre y tierra, de noche, lloviendo. Un beso lleno de tierra ensangrentada, entre flores rotas. Son los alrededores de la muerte, los arrabales, las afueras, allí donde la muerte comienza, allí donde la muerte y el amor se confunden, se exigen uno al otro. Ay, Misterio, la muerte puede ser apasionada y hermosa, llena de amor.
- Sí, uno quiere ser la muerte, hacer el trabajo de la muerte, destruyendo la belleza, derramando sangre. Destruir la forma, mezclarse con la tierra, entre agua sucia, con lágrimas, lloviendo.

Más cosas de Fabiola

Estoy en una delgada línea que separa lo increíble de lo real

(Contundente, digo yo).

El humor de JAVI

Javi. ¿Javi? ¿Quién es Javi?
Javi es poesía, filosofía y humor.
Javi, entre otras muchas cosas que iré descubriendo, es...
Javi es esto:








miércoles, 19 de noviembre de 2008

Los altos campanarios del mar


Narciso de Alfonso me abrió universos nuevos con cosas como esta:


Los altos campanarios del mar

Me gusta contemplar los altos campanarios del mar, Ignacio de Azevedo, escuchar el húmedo sonido de sus oxidadas campanas. Desde el delta del Ebro puede verse el campanario de la iglesia de Santa Verónica de Binasco, todavía blanco, aunque en la cara norte las algas trepadoras han alcanzado ya el pararrayos y las gaviotas anidan en sus tejas rojas. Es un campanario esbelto y altísimo; con los prismáticos aún se pueden leer algunas de las inscripciones que dejaron los devotos fieles del siglo doce: ama y haz lo que quieras; Jesucristo perdonó a la adúltera; viva san enrique de osó y carvelló, fundador; bebe vino del priorato.

Barceló y la "action painting"


Muy interesante la opinión de Pepe Cerdá (en la foto) sobre la "inversión" que nuestro Gobierno ha hecho en plena... ¿"crisis"?

Extraigo algo. Pero en su blog (ver al margen izquierdo) la encontraréis completa:

Ando anonadado por la unánime opinión en la prensa de que Barceló acaba de concluir”La Capilla Sixtina del siglo veintiuno”. Hace unos días junto con el ministro Moratinos (que es el que la ha pagado) se presentó la magna obra. Como prueba de su valía dijeron que se habían empleado treinta y cinco mil kilos de pintura. El pintor de Mallorca al referirse a su antecesor; es decir al pintor que pagado con pasta española (al igual que él) decoró la sede de la Sociedad de Naciones, que era como se llamaba la O.N.U entonces, allá por los años treinta: José María Sert, se permitió la gracia de decir que aquél, que Sert, pintaba con “mierda y oro”. Simpático con el antiguo colega, ¿no?. Lo que no especificó es cuantos kilos de oro y de mierda empleó su antecesor para realizar su mural.
(...)
La action painting o pintura de acción es aquello que hacía Pollock echando churretes de titanlux sobre la tela extendida en el suelo. Como le hicieron muchas fotos, era americano, el país que entonces, años cuarenta, estaba ganando la guerra mundial, con gran parte de los artistas europeos exilados en Nueva York aplaudiendo su gracia por respeto a los anfitriones que les ayudaban, pues se hizo muy famoso

La prosa poética de Fabiola


Fabiola ronda los veinte. Estudia. De vez en cuando trabaja. Escribe, compone e interpreta sus propias canciones. Además pinta reproducciones como la de Los paraguas de Renoir que veis. Pronto -me dice- abordará imágenes propias (cosa que espero impaciente).
Bueno, pues hace ya algún tiempo escribía cosas como esta.
(A ver qué os parece).

Soy la diferencia entre lo que dices y lo que haces, entre lo que tienes y lo que anhelas, entre la vigilia y el sueño, entre tus ojos y tus manos, entre lo que esperas y lo que tendrás, entre lo que recuerdas y lo que desearías olvidar, entre el ayer y el mañana.

Soy la duda de que no sepas quién soy, las miradas que no aguantas, las noches que se escapan. Soy hielo. Soy mar. Soy calma. Soy yo.

Soy tus alas cuando has caído y tu amarre al suelo cuando vuelas demasiado alto, porque soy lo inmortal que hay más allá y tu motivo para volver a pisar el suelo.

¿Aún piensas que no me conoces?

¿Se puede saber más de mí?

martes, 18 de noviembre de 2008

Poema


El desnudo de Berta

Del bar subía el humo de las farias
Y cierto aroma encendido a café
Que, al compás de un desgastado cuplé,
Comprometía gestas tranviarias.

También llegaban voces fraccionarias
Con risas e insultos y algún olé.
Y el chirriar de la puerta demodé
De un estanco con miras literarias.

Mas sólo un haz de luz en nuestro cuarto.
La deslustrada ventana entreabierta.
Los pies en la vieja estera de esparto.

Y entre la sombra y los ruidos, alerta,
El prodigio del rayo estalló harto,
Irradiando en flash tu desnudo, Berta.

domingo, 16 de noviembre de 2008

El Adriática Building (I)



Bermúdez, al que llaman el fariseo porque viste de faraón, afronta Conde Aranda con sólido monólogo.
En el Coso fija su mirada en el edificio Adriática, frente al hotel Oriente y a los restos de la vieja sala de cine. El Adriática, piensa, es como los primeros rascacielos de Nueva York pero en miniatura. Como un fragmento del Manhattan de MacCarthy en Zaragoza. Lo ve en blanco y negro y le llama Adriática Building.

-A ver, Larrode, qué, cuándo coño arreglamos el negocio ese.
-Usted dirá, Bermúdez.
-¿Qué tal mañana?
-Bueno.
-A las nueve tengo una reunión en el Adriática Building. En cuanto acabe, echamos un cafelito en el Savoy y le damos carpetazo, ¿ok?

Un día, Bermúdez vio salir del Adriática Building a Cary Grant. Cruzó el Coso hacia la droga Alfonso. Caminaba rápido. Semblante preocupado, traje gris de ralla diplomática y sombrero a juego. Un lucky strike en la mano izquierda y la derecha en el bolsillo. Pero no pudo abordarlo porque se adelantó una muchacha.

-Mr. Grant, ¿puedo ayudarle? ¿Conoce La Seo...?
-Sorry, carita de mono, llevo prisa, thanks.

Entró raudo en uno de esos taxis amarillos que Bermúdez ve a veces por el Coso, rápido siga a ese coche, y el yellow cab desapareció por César Augusta hacia las murallas.

(Por el East River y el Bronx
había sirenas que cantaban un blues,
poderosas caderas,
flotantes cabellos.

Por el East River y el Bronx
las secas hojas de otoño
derraman hilos de arena)


La única vez que Bermúdez vio un yellow cab libre, una madrugada de invierno, nevadita, crepuscular nevadita, así, en un plisplás, lo paró y le dijo al chauffeur, en tono bogart:

-Muchacho: dame una vuelta por el Upper East Side.

Y el chauffeur le explicó que una vez había paseado por Zaragoza a Cary Grant. Lo había cogido en Park Anevue. Se dirigían a la Estación Central, pero unas obras les obligaron a tomar la 53 hacia el Hudson. Y de repente, en lugar del Hudson, con la Expo toparon a orillas del Ebro. El Grant alucinó por el verde telecabinar y luego, ya en el Coso, confundió el Adriática Building, con un rascacielos de Chicago. Subió veloz a la décima planta porque trabajaba allí la única novia de su juventud. Ya en el ascensor comprobó su error: aquello no era Chicago. Miró el reloj. Recordó que a las 4 pm tenía una cita en el Chrysler. Bajó, y paró un taxi junto al cine Coso.

Al cruzar, una muchacha lo abordó:

-Mr. Grant, ¿puedo ayudarle? ¿Conoce La Seo...?
-Sorry, carita de mono, llevo prisa. Thanks.

Entró en el carro y salió en estampida hacia el Ebro. El Ebro se convirtió en Hudson, la Expo en Broadway y el Pilar en Sant Patrick. Y ya, desde allí, vuelta atrás: enfilaron la 43 y en un momento se plantó en el Chrysler. Miró el reloj: las 4 pm.

Bermúdez sabe que algunos taxis neoyorquinos se pierden entre sus calles y luego aparecen por la orilla del Ebro. Lo malo es que siempre van ocupados y no para ninguno. Bermúdez, al que llaman el hebreo porque viste de faraón, también vio una vez a Glenn Ford abofeteando a Rita Haywort junto a la droga Alfonso. En el Coso.
(Extraído de El Guacamayo Azul)

El Adriática Building (II)


Bermúdez y Conde Aranda, Conde Aranda y Bermúdez. Al Bermúdez le llaman el hebreo porque viste de faraón.

Bermúdez...

Bermúdez por Conde Aranda... Por los adoquines de un gris frío, de un gris azulado. Azul postguerra. Gris hambriento. Por el tibio carmín de asfalto que apenas cubre los raíles, las vías, las consignas de un tranvía letal. Por la verde fragancia del cambio, de una esperanza arcillosa. Por entre las parduscas entrañas de una libertad desnuda que muestra sin pudor todas sus vergüenzas, todo su pasado, para luego cubrirlo con aceras regulares, poligonales, rectangulares, anchas aceras de insípidas formas, ocultarlo con la sombra oscura de monstruosas farolas, adornarlo con palmeras lejanas, adelfas de vivero y anodinas papeleras. La libertad desnuda de uniforme gris. Pero algo está cambiando en Conde Aranda, algo tiene que cambiar. De momento, el gris se torna acuarela. Las rectas se tuercen. Las curvas se enderezan. Lo regular rebosa. Lo que siempre había sido blanco ahora es multicolor.

(extraído de “El guacamayo azul”)

sábado, 8 de noviembre de 2008

Tercer soneto...


¿Qué demonios hacía James Dean aquel frío invierno en la plaza de San Felipe...?

el verso más triste

Buscarás el verso triste en alud
Para su umbrosa efigie del andén.
La silueta turbia en fresa satén.
La mirada quebrada en lasitud.

Estalló el limonero plenitud
Y te arrancó a golpes de tu edén
Agitándote el tren con tal vaivén
Que la perdiste entre la multitud.

Llora, escupe el poema más amargo
Lejos ya del provechoso hontanar.
Pues capaz eres, aun con tanto embargo,

Recordando el adiós crepuscular,
De arrancar a tu musa del letargo
Y la antigua herida, al fin, estancar.

La eficaz comunicación


(El Comarcal del Jiloca, 14/11/2008)

Que nuestra juiciosa Reina debe estar callada, parece lo más prudente. Que verdaderamen-te haya dicho según qué cosas, permítanme dudarlo. Máxime por voz de una periodista que me merece escasa confianza. Pero es que, aun de ser cierto, bien podría perdonársele a la Reina un desliz en su luenga y ejemplar trayectoria. (Los monarcas de hoy ya no tienen sangre azul).

Ahora bien, que al pan deba llamársele pan y al vino vino me parece el imperativo categórico más vulnerado por nuestros políticos. Que llaman al trasvase: transfusión, reasignación del uso del agua, captación de aguas y hasta tubería; al Constitucional: “tribunal”; a la Corona de Aragón: Confederación catalano-aragonesa; a los reyes de Aragón: reyes de Cataluña; a quien discrepa argumentando: fascista; a Otegui: hombre de paz; al eslogan: argumento; al cambio de sexo: reasignación de sexo; a un vil atentado: accidente, y a la unión de homosexuales –legítima por lo demás-: matrimonio... Retroceso mental y cultural de peligrosas consecuencias.

Pues bien: la lengua, por mucho que se empeñen algunos, es un instrumento imprescindible para el desarrollo humano. De forma que si empezamos a simplificar llamando a las cosas no por su nombre sino por otro o a todas por el mismo nombre, desharemos el largo camino andado por el homo sapiens.

Malo es que la cultura de la imagen nos empobrezca porque devalúa la comunicación humana a cotas irracionales (léase: animales). Pero si a un banco, una silla, un sillín, una banqueta, un taburete un escabel, una grada, un banquillo, una mecedora, un sillón, un orejero, una peana, un asiento, un sofá, un diván, un canapé, un confidente, un trono, un escaño... si a todo ello le llamamos simplemente “asiento” empobrecemos nuestra comunicación, Y si al taburete le llamamos trono la destrozamos. Y una comunicación adulterada no es eficaz. Y si no es eficaz, retrocedemos y nos animalizamos (también habrá que pedir perdón a las sociedades defensoras de los “derechos” de los animales).

El hombre se ha alejado del animal por la eficacia de sus comunicaciones. Y la comunicación no sólo es fruto de la inteligencia sino también causa de ésta porque al comunicarnos crecemos intelectualmente. Además, un “concepto” no es una tontería circunstancial, sino el sedimento de experiencias y reflexiones que los pueblos han ido acumulando.

Conclusión: una unión entre homosexuales no ha sido, no es, ni será, un matrimonio. Regúlese, otórgenle cuantos derechos sean necesarios, (faltaría más). Pero no le llamemos “matrimonio”, porque nos empobrecemos. “Matrimonio” no es sólo una palabra. Es un concepto.

Ahora insúltenme: ¡facha! Pero reflexionen: en California, tradicional paraíso gay y decisivo cuando en mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud excluyó la homosexualidad de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud, no sólo ha elegido en las últimas elecciones a un respetable “negro” (qué cosas, hacía tiempo que no se empleaba la palabra “negro” para designar a un “negro” –al final lenguaje y verdad se imponen-), bueno, pues en California, digo, en estas mismas elecciones han votado NO a los denominados “matrimonios” gays.

Admito contra-argumentos, refutaciones, objeciones, impugnaciones, réplicas, oposiciones, respuestas, contestaciones, divergencias, discrepancias, disconformidades... Pero, por favor, no me vengan con eslogans y frases hechas que, porque salgan de bocas supuestamente progresistas, se toman como verdaderos axiomas, aforismos, máximas, adagios, sentencias, proverbios o apotegmas.

A propósito: tampoco confundamos al homosexual con aquellos que dan a los muchachos “gotas de sucia muerte con amargo veneno” Me refiero a los “Faeries de Norteamérica, Pájaros de la Habana, Jotos de Méjico, Sarasas de Cádiz, Ápios de Sevilla, Cancos de Madrid, Floras de Alicante, Adelaidas de Portugal”, que refiere Lorca, admirado poeta homosexual y universal cuyos restos quiere desenterrar un mal llamado “juez”. Yo me conformo con desenterrar su poesía, su belleza y su verdad.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Presentación: Primer soneto. Primera fotografía






Tu vuelo

Cuando bajo la lluvia en la mañana
Del estanco regreses mustia y gris,
Emborrachada de cielo en un tris,
No culpes injusta a mi voz mediana.

Y cuando a la noche vuelvas liviana,
De urbe ahogada como de hachís,
Envuelta en los colores del parchís,
A mi paleta no acuses tirana.

Pues si tu vuelo cruza otros mares
De luces y semáforos labrados,
Regresando a olvidados altares

Que los dos creíamos superados,
Signo es de que vas por otros lares
De vastos ríos para mí odiados

Canción de Otoño


Canción de otoño

(El Comarcal del Jiloca, 31/10/2008)

Con el otoño, Laura (la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo) vuelve a pasar cada mañana junto a mi barricada para llevar a Tono al colegio. Octubre ha llegado moroso pero con un feroz nubarrón negro y tétrico que amenaza con destruirlo todo. Triste presente el que alberga un futuro incierto.

Laura es hermosa: tiene la belleza de la serenidad clásica. Es culta: atesora el conocimiento de todo lo humano porque nada humano le es ajeno. Feliz: su sonrisa abarca los infinitos paisajes del paraíso perdido. Es también inmortal, pues su corazón encarcela las más sublimes esencias del eterno femenino. Laura, en fin, es etérea, cendal flotante, bruma leve. Su espíritu pertenece al culto de lo cierto, lo veraz, lo digno y lo bello.

Pero este otoño su mirada carece de la luz habitual. Y, qué cosas, la veo más hermosa. Quizá porque esa sombra de tristeza realza la gravedad de sus clásicas facciones. Quizá porque un atisbo de languidez vela tanta perfección y al humanizarla la exalta.

Laura estudió filosofía y se interesó por la historia. Ahora ve algo que parecía imposible: un nuevo y fuerte intervencionismo estatal nada menos que en Estados Unidos. Y recuerda cuando leía y profundizaba en aquellas fuertes medidas de Roosvelt en 1933 -el New Deal- para intentar superar los manotazos del crack del 29. El panorama tétrico en que los felices 20 terminaron. El hambre, la depredación y el suicidio. Y todo lo compara con lo que vivimos ahora. Hasta la alegría idiota de los 90 es comparable –en realidad superior- a la locura de los 20.

Laura, cabizbaja, camino del colegio, aprieta con especial fuerza la manita de Tono. Y piensa si hizo mal cuando, por dignidad, con un punto de orgullo, rechazó una propuesta para entrar en política. Era muy joven y era también tan pura como ahora. Bueno, un par de diferencias: Tono no estaba aún ni cabía en la cabeza de nadie una crisis tan fiera como la actual. ¿Hizo mal? Superficialmente tiende a contestar que sí. Pero a poco que profundiza la dignidad se impone.

Ahora se inyecta dinero público en la banca. ¿Hasta los neoconservadores, los neoliberales, se han vuelto intervencionistas? Si la banca cae, si el poderoso se derrumba, se derrumba el sistema. Si el que cae es el vecino de la esquina o cincuenta o quinientos o cinco mil vecinos, el sistema ni se inmuta. Está claro: sistema y poder son lo mismo. Conclusión: nada más revolucionario ahora que la no intervención. Por eso los neocons optan por ella. Pero y nuestro gobierno tan de izquierdas, tan antiyanqui, tan antineocón, tan anticlerical, ¿no debería, precisamente ahora, optar por algo tan revolucionario como la no intervención?

Vendidos, son todos unos vendidos que se aferran al sistema. Ahora los bancos, los mismos bancos que embargarán nuestras viviendas, se están salvando con nuestros impuestos. Los nuestros, sí, los de sus víctimas.

Laura esta triste. Laura tiene un trabajo y una pequeña hipoteca. Pero si el trabajo falla fallará la hipoteca. Y si la hipoteca falla el banco, vivo gracias a los impuestos de Laura, la perseguirá hasta la extenuación.

Pero da igual. Para el hombre culto siempre hay más posibilidades, otras esperanzas. Al hombre culto es más difícil engañarle. Es más difícil exterminarlo. Porque el hombre culto atesora principalmente una enorme riqueza espiritual que jamás podrán quitársela los fuertes. El pobre ignorante que sólo tiene patrimonio material y se cree con él el rey del barrio ignora que es la víctima más fácil de la voracidad del sistema, ese sistema al que apoya y al que se agarra en un ritual imbécil y suicida.

Laura es hermosa. Cultamente hermosa. Y eso es inembargable.

(31/10/08)
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