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jueves, 28 de febrero de 2013

EL COLOR DE MI CRISTAL: LA VOZ DE LOS NIÑOS (Mariano Berdusán)


(AVISO: Por un error técnico los primeros archivos digitales que se han bajado gratuitamente de amazon no se correspondían con el libro de Mariano Berdusán. Subsanado este problema, que lamentamos, hemos ampliado el plazo de bajada gratuita extendiéndolo al lunes, 4 de marzo.
Quienes lo hayan bajado con el archivo cambiado, deben eliminarlo de su "biblioteca kindle" en su cuenta de amazon y, una vez eliminado, volver a bajarlo, ahora sí, correctamente. 
Si aún así no se consigue pueden dirigirse a lh y se lo facilitaremos directamente:

editores@lecturashispanicas.com 

Lamentamos el error. Disculpen las molestias).


Hoy, 28 de febrero, cumpliría años Mariano Berdusán. Como recuerdo y a partir de mañana 1 de marzo, Lecturas hispánicas va pone a disposición de todos, completamente gratuita y durante tres días, la versión digital (mobi para kindle) de su libro El color de mi cristal.  Los interesados pueden bajarlo en amazon, pinchando aquí.



Y a continuación recordamos igualmente una de las lecturas que componen dicho libro:


LA VOZ DE LOS NIÑOS (Mariano Berdusán)


Una clientela dura, detalle (J.G.Brown, 1881)
Museo Thyssen-Bornemisza


Era invierno. Vísperas de Navidad. Yo era muy niño entonces. Pero lo recuerdo como algo sucedido a pesar del tiempo. En la Catequesis, reparto de regalos a los niños que habíamos asistido. Cuando me tocó la vez para pasar a recoger mi regalo, sólo quedaban un jersey de lana recia y un hermoso libro de cuentos con tapas de colores titulado “La voz de los niños”. Había que elegir entre un jersey de invierno, apropiado para aquellos días fríos y un cuento de tapas grandes de colores.


Elegí el cuento de tapas de colores, elegí “La voz de los niños”. Cuando llegué a casa, una casa humilde tirando a pobre, todos me dijeron que por qué no había elegido el hermoso jersey de lana que tan bién nos hubiera venido en aquellos momentos. No me dolió aquel reproche y me fui a dormir abrazado a mi libro de cuentos con tapas grandes de colores. Y soñé con la voz de los niños, de aquellos niños del cuento que, perdidos en el bosque, clamaban buscando una mano salvadora.


Hoy he visto a una joven madre con su niño – su bebé – en brazos y comiéndoselo a besos y el niño feliz, arrullado por aquella melodía silenciosa de cariño. Y no he podido por menos que acordarme de la historia, real y verdadera que acabo de contar. Y no he podido por menos de pensar en el asunto tan tratado y tan debatido estos días por escrito y  de palabra, del aborto. Y me he acordado sobre todo del título de mi hermoso libro  de cuentos con tapas grandes de colores   “La voz de los niños”.


Pienso que en este asunto, tema o cuestión o como se le quiera llamar, del aborto, se han oído, como acabo de decir, muchas voces. Han hablado de ello los políticos, los gobernantes, los escritores,  los tertulianos, los poetas e incluso la Iglesia. Ha sido algo así como ha dicho un escritor actual “el ruido de la calle”. Sí, se han oído muchas voces.


Pero yo echo en falta otras voces que no creo haber oído aún, ni poco ni mucho, ni nada. No he oído la voz de la mujer que vacila y duda y sufre ante la opción de seguir con su embarazo o abortar. No he oído las voces de la mujer que abortó y del padre que se ha quedado sin el hijo que quizás estaba esperando con más ilusión que la propia madre y sufren los dos pensando en el niño que pudo ser y no fue y que quizás ahora les hubiera llenado de gozo y de alegría al verlo crecer.


Pero, sobre todo, no he oído las voces de todos esos niños que pudieron haber sido y no fueron, porque sus padres, por unas o por otras razones (casi siempre indecibles) les arrebataron el perfecto derecho que tenían para existir, porque tuvieron la desgracia de no tener unos padres que, aún quizás en medio de su pobreza, los acogieran generosamente a la vida, como un  día a mí mis padres en medio de su pobreza, confiando sólamente en ellos mismos y en la Providencia, sin pensárselo más, me lanzaron a la existencia y, finalmente, no he oído las voces de todos esos niños que, también por desgracia, no podrán disfrutar ya nunca más de la pequeña, pero para ellos grande, alegría, de poder irse a dormir abrazados con un hermoso libro de cuentos con tapas grandes de colores, como pude hacerlo yo aquella noche tal como he contado.


Todas esas voces son las que me hubiera gustado oír. Pero creo que no ha sido así. Mucho me temo que, pasado el tiempo, se cumpla lo que dice la Biblia:



“Una voz se oyó en Ramá,
llanto y lamento grande.    
Es Raquel que llora a sus hijos
y no puede ser consolada
porque ya no existen”.   ( Mt. 2,18)    




Mariano Berusán
La voz de los niños
de El color de mi cristal

domingo, 30 de octubre de 2011

DON MARIANO BERDUSÁN NOS HA DEJADO ESTA SEMANA


Como lo oís, amigos, nuestro querido Mariano Berdusán nos ha dejado esta semana. Se ha ido sin hacer ruido, con sencillez. Como él era. 

Mañana, lunes, habrá una misa  en la Parroquia de El Portillo a las 20 horas.

Desde aquí, el testimonio de un cariñoso recuerdo imperecedero de su persona y un sentido abrazo a Marta, su viuda, y a sus hijos Mariano y Luis, los tres tan entrañables como él. 

Era creyente y deseo fervorosa y sinceramente que esté en lo cierto y disfrute ya de la visión divina, como el pequeño Zaqueo del que nos hablaba en esta narración, hermosa como todo lo que Mariano Berdusán nos ha dejado.

Descanse en Paz.

S.G.S





LA HIGUERA

 Siempre he pensado, como tantos otros, que tener suerte en la vida es solamente  eso, una cuestión de suerte. Hay quien piensa que la suerte es del que la busca. Hay quien piensa también que en la vida todos tenemos nuestro momento de suerte y que, por lo general, ésta solamente llama a nuestra puerta una vez. Hay quien sin pensarlo o creerlo, tiene suerte. Conozco a quien le tocó por sorteo un hermoso aparato de televisión, a otro le tocó un flamante viaje a Tenerife, para dos personas, gratis total. Y está, por supuesto, eso que todos llaman “la suerte del campeón”.

Pero no era de la suerte de lo que quería hablar, sino del caso del bueno de Zaqueo. Su momento de suerte nos lo cuenta Lucas en su Evangelio Cap. 19, 1 – 9. Entró Jesús en Jericó, nos dice Lucas, y andaba por la ciudad. Había allí un hombre llamado Zaqueo que era cobrador de impuestos y rico. Quería ver a Jesús, pero no podía a causa de la gente y porque era bajo de estatura.

En esto de la suerte existen, a veces, circunstancias negativas que pueden transformarse en circunstancias positivas. Tener a Jesús poco menos que al alcance de la mano, era una circunstancia positiva. Pero la baja estatura de Zaqueo era una circunstancia negativa que muy bien podía tirar por tierra lo primero. Zaqueo no se arredra.  No se lo piensa más. Quiere de verdad  ver a Jesús aunque sólo sea verlo pasar. Quizás también porque en su vida personal (cobrador de impuestos y rico) tenía algo que arreglar y quiere ver al Maestro y así posiblemente poner algo de orden en su vida.

Lo dicho. Zaqueo no se arredra. Había allí, a la vera del camino, una vieja higuera silvestre, medio abandonada y cubierta de polvo. Zaqueo se adelanta y se sube a la higuera para poder ver a Jesús pues tenía que pasar por allí. Zaqueo ha hecho todo lo que estaba de su parte. Ahora faltaba la recompensa a su acción que no tardaría en recibir. Cuando Jesús llegó al lugar, levantó la vista y dijo a Zaqueo:

- Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que hospedarme en tu casa.

Zaqueo bajó y lo recibió muy contento, según nos dice San Lucas. Era el final feliz, el desenlace de una narración en la que todo lo anterior podría considerarse lo que comúnmente se llama “exposición, nudo y desenlace”.

Así fue el encuentro de dos personas que se andaban buscando: Jesús encontró a Zaqueo y éste encontró a Jesús. Y la sencilla y humilde higuera a la vera del camino fue el punto de encuentro para los dos. Una humilde y sencilla higuera.

Es la lección que ahora ella nos brinda: la importancia de las cosas pequeñas. Es curioso observar con qué frecuencia Dios, en la Biblia, y sobre todo, Jesús en el Evangelio, cuentan con las cosas pequeñas para realizar grandes cosas..Todos necesitanos de las cosas pequeñas que son, en realidad, las que nos ayudan a ser algo de verdad.

Todos necesitamos de las cosas pequeñas, que son, en realidad, las que nos ayudan a ser algo de verdad.

Todos necesitamos de las cosas pequeñas para auparnos.Todos – aún el niño de menor edad  – necesita de sus pequeños pasos para llegar hasta su madre, que lo esta esperando con los brazos abiertos.

Aúpate sobre tus miserias y verás a Jesús hacerse el encontradizo contigo y decirte como a Zaqueo:

-Amigo, baja pronto de ahí, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa.



El color de mi cristal


miércoles, 28 de septiembre de 2011

EL COLOR DE MI CRISTAL: UNA ERMITA EN EL CAMINO (Mariano Berdusán)

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Imagen: lainformacion.com


Es el comienzo de una hermosa tarde de Septiembre. Mi amigo y yo estamos aquí, junto a la pequeña ermita de La Violada, en el recién estrenado pueblo de San Jorge, en Huesca, amorosamente cobijado bajo la sombra de Almudevar.  

Otrora era fácil oír y aún casi se adivina el galopar de caballos, el chocar de los alfanges y espadas, los gritos de moros y cristianos y la llamada con que el cochero detiene los alazanes de la vieja diligencia...

¡Llano de la violada! el de Almudevar, con sus gentes bravas y bodegas abiertas al sol de la mañana. El de Gurrea de Gállego, con sus sueños de tiempos feudales y anhelos de pequeños núcleos industriales. Con el agua del Canal de Monegros haciendo ubérrimas todas aquellas tierras y un no sé qué – tul o misterio – celando su belleza hasta donde la vista alcanza.

La tarde es magnífica y al conjuro de su luz difuminada, surge airosa, ante nuestra imaginación, la antigua villa así llamada desde antaño “La Violada” por los nobles y villanos del lugar.

Desde esta altura cuento a mi amigo la historia de la ermita que dice así: “Hubo aquí en este llano una villa, famosa por sus almenas, y por sus torres de las que nos hablan historiadores muy antiguos y por su Iglesia situada al borde del camino y dedicada a nuestra Señora de la Violada.

Presidiendo la Iglesia, sentada en su trono, la Virgen de la Violada sostenía en sus brazos al niño Dios. Y dando fondo a este conjunto, un hermoso retablo, a cuyo pié se podía leer la siguiente inscripción: “Este retablo e imagen se hicieron por mandato del noble señor Don Miguel de Gurrea”.

Daban fe de la mucha devoción de las gentes a esta imagen la capacidad de la iglesia y la afluencia de los pueblos de Almudevar, de Gurrea y de sus alrededores que acudían allí en busca de ayuda para sus necesidades espirituales y materiales. La tradición de los abuelos, verdades que se transmiten de padres a hijos, nos cuentan que eran muchas las rogativas que se hacían para pedir las tardías lluvias, para alejar las tormentas, en la elección de mujer para sus hijos...

Todo esto que así fue y que parece que no pudo ser de otra manera. Todo esto que tantas veces he contado a visitantes y amigos. Todo esto voy diciendo a mi amigo y siento que un corazón más queda prendido por el amor a esta morena Señora, cuya devoción nace hoy pujante, como en los años primeros, a la sombra de la Iglesia parroquial de San Jorge, cuando ya la noche de los tiempos no nos permite ver ni las altas torres de La Violada, ni la amplia nave de la Ermita que se alzaba junto al viejo camino, testigo de tantas grandezas que he ido contando a tantos en las quietas tardes del estío.


 Mariano Berdusán



NOTA:  La Virgen de la Violada se la conoce así por tres motivos:

1º Porque su Ermita estaba situada a la vera de la vieja calzada romana ( o como decían los romanos, Via Lata  = carretera ancha ).

2º Porque  en muchos kilómetros, alrededor de la Ermita,  había toda clase de flores y plantas de color morado, verde oscuro, etc., lo que daba a la zona un aspecto violáceo o violado.

3º Porque a los pies de la Virgen se acogió  la muchacha aquella que en su amor o en su desgracia había perdido lo mejor que tenía en su corazón.



(Artículo escrito y dedicado por mí a la Virgen de la Violada, en San Jorge, Huesca, y a los pies de su Ermita, en Septiembre de 1964 ).

viernes, 2 de septiembre de 2011

PALABRAS PARA UNA TARDE DE LIBROS (Mariano Berdusán)

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Supongo que una vez reunidos aquí, aunque sea algo informalmente, tendré que decir unas palabras. En este caso, quiero que ellas sean, en primer lugar, de agradecimiento a Raúl que tuvo a bién confiar en mí para llevar a cabo el nacimiento de este libro sobre Hölderlin. De agradecimiento también para todo su equipo que han puesto en la confección del libro todos sus más valiosos y generosos esfuerzos.

Preguntaron una vez a Jesús Hermida qué tres cosas podrían hacerle un poco más feliz su vida. El contestó:

Estar sentado sobre una piedra, recostado en el tronco de un arbol y contemplar el mar enfrente. Creo que le faltó añadir: y estar leyendo un buen libro.

Si en momentos parecidos a esos me hubieran hecho la misma pregunta, posiblemente también yo hubiera dado una respuesta parecida.

Pero si en estos momentos, aquí y ahora, tuviera yo que decidirme por qué tres cosas podrían hacerme un poco más feliz mi vida, respondería:

Estar en mi casa en una tarde lluviosa de otoño, con mi perrito Coki dormitando a mis pies, con una buena taza de café caliente y leyendo un buen libro.

Hubo un poeta que dijo: Si tienes una biblioteca y un jardín, lo tienes todo.

Porque como dice una canción que hace tiempo oí y que ya no la he vuelto a escuchar: Todo está en los libros:

El comienzo del mundo y sus días.

Moises separando las aguas del mar.

Las manzanas de oro de las Hespérides.

La batalla de las Termópilas.

Las llanueras de Maratón donde perecieron los valientes atenienses.

Enfín, todo. Hasta los viajes de Gulliver. Los cuentos de los Hermanos Grimm y tantas otras cosas.

Todo está en los libros, por eso cuando leemos, nos enriquecemos cultural y espiritualmente.

Dime lo que lees y te diré quien eres.

Quien tiene un amigo, tiene un tesoro. Pero quien tiene un buen libro tiene un tesoro por partida doble.

Hace unos años, cuando la Cope comenzaba sus emisiones, tenía un eslogan que decía: Amable oyente, a su disposición tiene varias cadenas de radio y multitud de programas. Cualquiera de ellas que usted elija, habrá hecho una buena elección. Pero también hará una buena elección si elige nuestra cadena de emisoras y de programas.

Todos sabemos que hoy día hay muchas editoriales, muchas librerías, muchos autores y muchos, muchos libros. Cualquiera de estas editoriales, librerías y libros que nos decidamos a compartir, habremos hecho una buena elección. Pero deseo recalcar con toda ilusión que nosotros también haremos una excelente elección, si nos volcamos en esta editorial de LOS LIBROS DEL INNOMBRABLE, de nuestro amigo Raúl, cuya colección de libros editados tenemos al final de cualquiera de sus libros. Lo mismo quiero decir respecto a esta librería LOS PORTADORES DE SUEÑOS que tan gentilmente nos ha permitido reunirnos aquí en esta tarde.

En fin, yendo por la calle, he visto en algunas tiendas de frutos secos, la siguiente inscripción: ELIGE LO MEJOR. Eso es lo que me gustaría que supiéramos hacer hablando de editoriales, de librerías y de libros.   

Mariano Berdusán
de El color de mi cristal

(Palabras de presentación del libro
que recoge una interesantísima
selección de poemas de Holderlin
traducidos y anotados por Mariano Berdusán
el 3 de marzo de 2010)


jueves, 25 de agosto de 2011

EL COLOR DE MI CRISTAL: EL PROFESOR QUE NO TENÍA PARA DAR DE COMER A SU PERRO (Mariano Berdusán)

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JIGS


“Doy clases de Latín y Griego a cambio de comida para mi perro”. Así decía el anuncio colgado en el cristal de la puerta del portal donde vivía éste profesor. Anuncio recogido por un periodista y muy bien comentado por éste, por cierto.
¡Pobre profesor!, ¿no? y sobre todo, pobre perro, que parece que se quedaba cada día, o al menos, muy a menudo, sin comer.
A estas horas reconozco que no sé si el profesor habrá conseguido ya dar esas clases de Latín y Griego y si, por consiguiente, el perro tendrá ya su comida.
Reconozco también que nunca he tenido un perro. No sé si un perro come mucho o poco. No sé lo que cuesta, en el supermercado o en cualquier tienda, en euros o pesetas, la comida de un perro.
Pero sí creo entender al pobre profesor, quizás ahora ya, mayor de edad. En su juventud, cuando las Humanidades y entre ellas el Griego y el Latín, valían pero que muy mucho, él en su juventud optó, animoso de decidido y quizás también enamorado, por esos estudios. En aquellos tiempos, saber Latín equivalía a ser un tío que sabía y que valía mucho. Los que pasaban a su lado decían: Ese sabe hasta Latín ...
Pero eso era entonces. Ahora que las clases de Latín y Griego han casi, o sin casi, desaparecido y se valoran muy poco o nada y que, además, me imagino que la comida para los perros habrá subido lo suyo en euros o en pesetas, la cosa está clara: Si no hay, como parece ser que no las hay, clases de Latín o de Griego, tampoco hay comida para el perro.
Pobre profesor ¿no? y pobre perro. El ideal, o al menos, lo normal, sería que los dos tuvieran para comer, el profesor y el perro. Pero está claro que alguien se quedaba sin comer...
Me imagino al viejo profesor habitante solitario de un piso sin grandes comodidades, quizás con una pensión o un sueldo sin grandes capacidades adquisitivas.
Me lo imagino y lo admiro también.
Por amor y cariño hacia su perro es capaz el profesor, en estos tiempos de Humanidades  devaluadas, es capaz, de intercambiar sus clases de Latín y Griego, de intercambiar, digo, no de vender, por comida para su perro.
En fin, me gustaría mucho que este caso se hubiera resuelto ya satisfactoriamente para el profesor con sus clases y para el perro con su comida. Y también me gustaría que el Griego y el Latín volvieran a ser lo que antes eran. Pero de que esto llegue a ser así algún día, me caben ya muy pocas dudas.
POST SCRIPTUM (o sea, en castellano, “después de escrito”). Ahora resulta que mi hijo mayor ha comprado y traido a casa un perrito para que lo atendamos entre todos los de la familia. El perrito es muy juguetón y un poquillo travieso pero es muy cariñoso y tiene su pizca de gracia cuando hace las cosas. Lo que creemos que irá en aumento cuando sea mayor. Alguien dijo que tener un hijo te complica la vida. Pues, anda, que tener un perro, ni te cuento... 



Mariano Berdusán
de El color de mi cristal

jueves, 4 de agosto de 2011

EL CIEGO (Mariano Berdusán)

SGS

Siempre se ha dicho que no hay peor ciego que el que no quiere ver. ¿Es esto lo que pasó en el caso del ciego que nos narra San Juan en el capítulo 9,  1 – 34 de su Evangelio?. No lo sé. El relato resulta ( a mi juicio ) algo patético. Se trata de un ciego que antes no veía y ahora vé y de unas personas que antes veían ( o creían ver ) y que ahora, no ven, o, por lo menos, no quieren ver.

El caso es que había un ciego de nacimiento sentado a la vera del camino pidiendo limosna. Jesús al verlo, y ante una interpretación equivocada de sus discípulos respecto a la desgracia de aquel hombre, hizo un poco de barro con su saliva, mojó los ojos del ciego y le dijo: Ve a la piscina de Siloé y lávate. El ciego hizo lo que le dijo Jesús y volvió con vista.

Así de sencillo. Jesús y el ciego, sin intermediarios. Ha sido un milagro. Uno de los muchos que Jesús hizo, según nos relatan los Evangelios. Un hombre que antes no veía y que ahora vé. Pero la cosa se complica cuando intervienen en la escena otras personas. Como casi siempre, la acción del hombre tratando de oscurecer la acción de Dios.

Los intermediarios. Primero ¿Cómo nó? los vecinos del ciego. Al verlo con vista, unos decían: ¿No es éste el ciego que estaba sentado pidiendo limosna?. Y unos decían: Sí, es él. Otros decían: Nó no es él. Y otros decían: No es él sino uno que se le parece. Y el ciego les decía: Sí, soy yo. Y le preguntaban: Pues ¿cómo es que ahora ves?. Y él les dijo: Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me untó en los ojos y me dijo que fuera a lavarme a la piscina de Siloé. Fui, me lavé y ahora veo.

Los vecinos llamaron a los padres del ciego y les dijeron: ¿Es éste vuestro hijo que decís que nació ciego y cómo es que ahora vé?. Los padres, por miedo, contestaron: Sí, éste es nuestro hijo que nació ciego, pero cómo es que ahora vé, no lo sabemos. Preguntádselo a él, que ya es mayor y sabrá deciroslo.

Y se presentaron también los escribas y fariseos. Estos también le hacían preguntas parecidas y le conminaron diciendo: Dí la verdad ante Dios. Nosotros sabemos que ese hom bre es un pecador y no puede hacer tales cosas. Pero el ciego les contestó: Si es un pecador o no, no lo sé. Sólo sé que yo antes era ciego y ahora veo. Y le insistían con sus preguntas. El ciego les dijo: Os lo he dicho ya y no habéis querido creerme. ¿ Es que vosotros también queréis haceros discípulos de ese hombre?. Y ellos, enfurecidos, lo arrojaron de la sinagoga.

Quizás un día, a nosotros pobres ciegos sentados a la vera de nuestra insignificante vida, buscando la limosna de las cosas humanas, pequeñas e insignificantes, Dios también nos abra los ojos. Entonces, con seguridad, vendrán los vecinos, los familiares, los que mandan y al vernos así ahora con mirada nueva, dirán: ¿No es éste aquel que antes .....? y tú les dirás: Sí, soy yo que antes no veía y ahora veo. Y ellos te dirán: ¿Y cómo ha sucedido eso? y tú podrás decirles: ese hombre que se llama Jesús ungió mis ojos del alma con un poco del barro divino de su bondad y me dijo: Vé ahora y lávate en la piscina de tu generosidad y entrega. Yo así lo hice y ahora veo.

Mariano Berdusán
(Desde el color de mi cristal)

miércoles, 3 de agosto de 2011

LA PISCINA (Mariano Berdusán)

SGS

 



Me resulta curioso observar que, salvo confusión o error por mi parte en la lectura de los Evangelios, sea precisamente San Juan, tan místico él, el único de los cuatro evangelistas que recoge el episodio de la piscina cuando, al comienzo del capitulo 5, versículos 2 –9, nos dice: 

“Hay en Jerusalén una piscina con cinco soportales, llamada en  hebreo  Bezatá, junto a la puerta de las ovejas.”

Así, a primera vista, esta piscina me sugiere tres cosas:

1º Que no es una piscina cualquiera. El evangelista, nos da varios datos exactos de ella:

nos dice cómo se llamaba, dónde estaba ubicada y que tenía cinco soportales     ( y me pregunto yo ¿serían esos soportales algo así como el número de estrellas o de tenedores en los hoteles y restaurantes de nuestro tiempo? )

2º La piscina con sus cinco soportales no era para las ovejas, sino que estaba situada junto a la puerta de la ciudad, al comienzo del camino por donde iban y volvían las ovejas de sus pastos.            

3º Que aquella piscina, más que piscina, era un sanatorio, pues había allí- nos dice el Evangelio – muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Todos ellos, por decirlo en lenguaje de nuestros días, enfermos “de larga duración, en verdadera lista de espera”. Todos ellos vivían con la esperanza de ser el primero, o al menos, de  los primeros, que se metieran en la piscina cuando el agua se agitaba.

El caso es que entre esos enfermos había uno que llevaba, nada más y nada menos, que 38 años a la espera. Jesús lo vió echado en el suelo y sabiendo que llevaba tanto tiempo, le dijo:

-¿Quieres curarte?

-Señor, no tengo a nadie que me ayude a bajar a la piscina y cuando yo llego, otros han entrado antes que yo.

-Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y anda.

El se levantó, tomó su camilla y se puso a andar.

Por supuesto, que a estas alturas del tiempo y de la historia, no sé qué habrá sido de la piscina aquella con sus cinco soportales donde tantos enfermos esperaban el movimiento del agua y se lanzaban a ella buscando ser los primeros. Tengo la impresión de que ahora- como entonces- en la gran piscina de la vida, no con cinco, sino con muchos más soportales, hay muchos más necesitados esperando el agitar del agua y son casi siempre, o mejor dicho, son siempre los mismos, los poderosos, los que consiguen lanzarse los primeros y curarse y son también casi siempre o mejor dicho siempre los que, cuando llegan, si es que  consiguen llegar, ya no hay nada que hacer. Porque los primeros, una vez curados, no están ya, se han ido a lo suyo y no han esperado al siguiente movimiento del agua, para decir a cualquiera de los segundones:

-          Amigo, ¿quieres curarte?. Este es tu momento. Yo te ayudaré. Luego, levántate, toma tu canilla y anda.

Pienso que quizás sólo por el hecho de llamarle amigo y tener con él esos gestos de atención y de ayuda, sería un gran bien  para esa persona. Pero Jesús no vaciló en preguntar al enfermo y curarlo y éste, a su vez,  no vaciló en reaccionar: Tomó su camilla y echó a andar.



Mariano Berdusán
(El color de mi cristal)


martes, 19 de julio de 2011

LA MOCHILA (Mariano Berdusán)



“Entonces uno de los discípulos (Andrés) dijo a Jesús:

- Señor, aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces” (Jn 6,8-9).

De todos los personajes que aparecen en el Evangelio (me refiero a los que amaron y siguieron a Jesús) el de este muchacho es uno de los que mejor me caen y que me parece sumamente interesante.

Es, pienso yo, una persona con suerte. Una persona con suerte porque está en el lugar adecuado y en el  momento oportuno. Porque, sin buscarlo él, tiene la suerte de ser recomendado ante Jesús nada menos que por uno de sus discípulos. Y, sobre todo, porque tuvo la suerte, la dicha, y la alegría de ver que Jesús había contado con la pequeña aportación de sus cinco panes y dos peces para realizar aquel estupendo milagro.

Y yo me pregunto ¿qué hacía allí, en aquellos momentos, aquel muchacho con su mochila cargada de panes y peces? Por supuesto, que el Evangelio no nos habla de mochila alguna. Pero, por mi parte estoy convencido de que el chico tenía su mochila ¿dónde, si no, iba a llevar su, para él, tan preciada mercancía? ¿Puede uno imaginarse a un muchacho cualquiera sin su mochila correspondiente aunque en aquellos tiempos fuera algo menos habitual que en los nuestros?

¿Y cómo es que el muchacho se encontraba allí, en medio de la multitud o, mejor dicho, como suelen hacer los niños, en primera fila?

Me imagino lo sucedido:

Su madre le habría dicho: hijo, acércate a la tienda y trae el pan y el pescado para la comida.

El chico fue a la tienda, compró el pan y el pescado que su madre le había encargado y salió a la calle.

Por allí pasaba entonces Jesús seguido de una muchedumbre de hombres, mujeres y niños. El chico, sin quererlo o quizás mejor, algo interesado por ver de qué se trataba aquello, se dejó llevar por la multitud. Se alejó de su casa, se olvidó del recado de su madre y a cambio se encontró con la presencia estupenda y amable de Jesús...

Y, si como dice el Evangelio, a partir de ese momento, “comieron todos (y eran muchísimos) cuanto quisieron y aún sobró” yo pienso que aquella tarde el muchacho volvió a su casa con la mochila no solo llena, sino rebosante de panes, de peces, de gozo y de ilusión.

Ya me gustaría a mí tener una mochila, aunque fuera pequeñita, llena de ilusión, de amor  y de pequeñas obras buenas y que al final de mi jornada, al presentarme ante la presencia del Señor, un discípulo (a ser posible, San Andrés) me recomendara como lo hizo un día con aquel muchacho y le dijera al buen Dios:

-Señor, aquí llega uno también con su mochila, con sus panes y sus peces.

Dichoso seré yo si el Señor, ante esta recomendación, tiene a bién multiplicar su amor y misericordia conmigo y puedo así volver a su Casa para siempre, tan feliz y contento, como volvió a la suya aquel muchacho del Evangelio.

Mariano Berdusán
El color de mi cristal


martes, 29 de marzo de 2011

VERÓNICA SE EQUIVOCA (Mariano Berdusán)

SGS

Desde que leí, en algún periódico o revista, no recuerdo bien ahora, las declaraciones de Verónica, me ha rondado por la cabeza la idea de escribir este breve comentario sobre las mismas.
Verónica es una artista (¿no será eso mucho decir?) que creo que ha actuado en alguna serie de televisión y no sé si habrá hecho algo más, aparte de esa actuación. Probablemente, sí. Si no, no acabo de entender bien del todo sus famosas declaraciones.
Ha dicho Verónica que ella es atea, que no cree en Dios, ni en la Iglesia, ni en ninguna religión, sea de la clase que sea. Que para eso, ella es atea. Ha dicho también que no la importaría nada perder “eso” lo antes posible, en la mejor ocasión que se le presente. No sé. No voy a entrar en este punto. Ella sabrá. Pero me he enterado, por otra parte, que Verónica tiene ya 32 añitos, que no son 16, ni 18, ni 20. Que son 32. En estas tierras la gente dice que “el que a los 30 no es rico, a los 40 es borrico”. No sé. Como he dicho, ella sabrá.
Verónica dice que ella es atea. Que no cree en esto ni en lo otro ni en lo de más allá. Pero yo creo que Verónica se equivoca. En esta vida, para bien o para mal, no hay ateos. Todos somos creyentes. Cada uno tiene su Dios ( con mayúscula) o sus dioses o sus diosecillos (todos ellos con minúscula). Y cada uno cree en su dios, ya sea éste con mayúscula o con minúscula. Sin esta creencia, la vida no sería posible. O sería más bien una mentira y una farsa.
La buena de Verónica no tendrá su  Dios ( con mayúscula ) en el que ella dice  (quizás sólo con la boca pequeña) que no cree. Pero estoy seguro que tiene otros dioses, otros ídolos de metal o de barro, en los que sí cree y a los que sí adora. Podrán ser el amor, la belleza, el esfuerzo, el éxito, el dinero, la TV y hasta “eso” que a ella tanto le gustaría perder en la mejor ocasión que se le presente... No, Verónica no es atea. Es creyente. Pero que muy creyente,  al menos en aquellas cosas detrás de las cuales ella ha dicho que va. Lástima que tenga su punto de mira tan desenfocado. Y eso a sus 32 años. Que ya no son 16, ni 18, ni 20.
No ser creyente en Alguien o en algo es ser como un pozo sin agua, un rosal sin flores o un cielo sin estrellas. Y lo que es peor, es ser una persona sin ilusión y sin esperanza. Lo que, por supuesto, no deseo de ninguna manera para la buena de Verónica.    
Si buenamente tuviera yo la posibilidad de decirle algo a Verónica, me gustaría decirle que ni a su edad (ella es aún una persona joven) ni a ninguna otra edad, ante las cosas más o menos positivas de la vida deberíamos decir “de esta agua no beberé” porque, como dijo el poeta, “en esta vida todos bebemos agua de muchas fuentes” y ella, Verónica, ni de lejos sabe ahora a qué fuente ni a qué agua tendrá que acudir algún día para apagar su sed. Día que tarde o temprano le llegará. Seguro.


(De El color de mi cristal)

jueves, 14 de octubre de 2010

LA PISCINA (Mariano Berdusán)

SGS

Me resulta curioso observar que, salvo confusión o error por mi parte en la lectura de los Evangelios, sea precisamente San Juan, tan místico él, el único de los cuatro evangelistas que recoge el episodio de la piscina cuando, al comienzo del capitulo 5, versículos 2 –9, nos dice:

“Hay en Jerusalén una piscina con cinco soportales, llamada en hebreo Bezatá, junto a la puerta de las ovejas.”

Así, a primera vista, esta piscina me sugiere tres cosas:

1º Que no es una piscina cualquiera. El evangelista, nos da varios datos exactos de ella: nos dice cómo se llamaba, dónde estaba ubicada y que tenía cinco soportales ( y me pregunto yo ¿serían esos soportales algo así como el número de estrellas o de tenedores en los hoteles y restaurantes de nuestro tiempo? ).

2º La piscina con sus cinco soportales no era para las ovejas, sino que estaba situada junto a la puerta de la ciudad, al comienzo del camino por donde iban y volvían las ovejas de sus pastos.

3º Que aquella piscina, más que piscina, era un sanatorio, pues había allí- nos dice el Evangelio – muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Todos ellos, por decirlo en lenguaje de nuestros días, enfermos “de larga duración, en verdadera lista de espera”. Todos ellos vivían con la esperanza de ser el primero, o al menos, de los primeros, que se metieran en la piscina cuando el agua se agitaba.

El caso es que entre esos enfermos había uno que llevaba, nada más y nada menos, que 38 años a la espera. Jesús lo vió echado en el suelo y sabiendo que llevaba tanto tiempo, le dijo:

-¿Quieres curarte?
-Señor, no tengo a nadie que me ayude a bajar a la piscina y cuando yo llego, otros han entrado antes que yo.

Jesús le dijo:

-Levántate, toma tu camilla y anda.

El se levantó, tomó su camilla y se puso a andar.

Por supuesto, que a estas alturas del tiempo y de la historia, no sé qué habrá sido de la piscina aquella con sus cinco soportales donde tantos enfermos esperaban el movimiento del agua y se lanzaban a ella buscando ser los primeros. Tengo la impresión de que ahora -como entonces- en la gran piscina de la vida, no con cinco, sino con muchos más soportales, hay muchos más necesitados esperando el agitar del agua y son casi siempre, o mejor dicho, son siempre los mismos, los poderosos, los que consiguen lanzarse los primeros y curarse y son también casi siempre o mejor dicho siempre los que, cuando llegan, si es que consiguen llegar, ya no hay nada que hacer. Porque los primeros, una vez curados, no están ya, se han ido a lo suyo y no han esperado al siguiente movimiento del agua, para decir a cualquiera de los segundones:

- Amigo, ¿quieres curarte?. Este es tu momento. Yo te ayudaré. Luego, levántate, toma tu canilla y anda.

Pienso que quizás sólo por el hecho de llamarle amigo y tener con él esos gestos de atención y de ayuda, sería un gran bien para esa persona. Pero Jesús no vaciló en preguntar al enfermo y curarlo y éste, a su vez, no vaciló en reaccionar: Tomó su camilla y echó a andar.

El color de mi cristal
Mariano Berdusán

miércoles, 21 de julio de 2010

MI GERANIO EN PRIMAVERA (Mariano Berdusán)

----------SGS
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En la terraza de mi casa tengo dos macetas: una con un rosal esbelto que sólo me da una rosa cada año y otra con un geranio, que esta primavera, me ha obsequiado con una espléndida florada. Con esa abundancia de flores del geranio casi me siento compensado por la ausencia de flores del rosal.
Pero no era de flores de lo que quería comentar. Sino de esto otro: Me cuentan que, a un conocido compañero del trabajo, le han tocado en la Primitiva, o no sé en qué, nada más y nada menos que un montón de millones, no sé si de las antiguas pesetas o de los modernos euros. En cualquier caso, me dicen, le ha tocado ( y lo de tocar nunca mejor dicho) un montón de millones.
Lo de tocarle a uno algo, se puede entender en muchos sentidos. Un coche, en marcha, toca a otro también en marcha o parado y según como sea el “tocamiento” te puede sacar de la carretera. Un boxeador, en un combate, “toca” a su contrincante y según como sea el tocamiento, te deja sin saber dónde estás. Hay ráfagas de viento que, si te tocan, te pueden dejar sin la gorra, sin el árbol de al lado y sin las tejas de tu tejado.
¿Cómo ha sido de fuerte el “tocamiento” de millones a mi amigo?. Por lo que cuentan, creo que bastante fuerte. De momento ha dejado el modesto y creo que también feliz trabajo que tenía en la Empresa. Ha dejado, creo también a unos amigos y compañeros que con él “sudaban la camiseta”. Ahora tendrá, creo yo, otras ocupaciones. Otros amigos que, seguramente, casi seguro, no sudarán la camiseta.
Ha dejado la felicidad y la tranquilidad que dan el poder levantarse uno cada día, sonreír a la familia y sin miedos y sin temores y sin sustos acudir a la cita diaria del trabajo, pero luego, al anochecer, poder acostarse y dormir a pierna suelta. ¿Será ahora mi amigo más feliz que antes en estos andares cuajados de temores de su vida actual? No lo sé.
Desde ahora le deseo lo mejor y buen éxito y acierto en cuanto emprenda.
Yo que no tengo millones ni espero tenerlos ya a estas alturas de la vida, yo que no tengo ni siquiera un palmo de tierra o un sencillo huerto como dice Fray Luis de León que tenía cuando dijo:
Del monte en la ladera
Por mi mano plantado
Tengo un huerto
Que el viento orea
En esta ladera última de mi vida, a mí que no poseo nada de todo eso, sólo me quedan tres cosas: mi familia, una mesita a mi lado cubierta de libros para leer, repasar y soñar y, sobre todo, mi geranio en primavera. ¡Cuánto me gustaría que a mi amigo, el de los millones, no le faltasen ahora ninguna de estas tres cosas. Sobre todo, que no le faltase un hermoso geranio en la terraza de su casa. Quizás, con unas sencillas flores a la vista, lo vería todo de otro color... Quizás.

viernes, 18 de junio de 2010

CUANDO LLEGUE SEPTIEMBRE (Mariano Berdusán)


Cuando llegue septiembre y el ya cercano otoño comience a vestir de oro las hojas de los árboles frente a mi terraza, tendré muchas cosas que hacer.

Cuando llegue septiembre, madrugaré, al amanecer, como hacía antes del verano y disfrutaré de los momentos inigualables de ver marchar la noche y llegar el nuevo día.

Cuando llegue septiembre, madrugaré, al amanecer, para vivir en paz y sosiego los primeros momentos de mi jornada. Quizás hoy no sea un final, pero podría ser el comienzo de algo.

Cuando llegue septiembre pondré macetas en mi terraza y en ellas plantaré rosales y geranios para compensarme de los que un día el frío y el calor me arrebataron.

Cuando llegue septiembre y los niños empiecen su nuevo año escolar, yo empezaré mi particular “curso”, con mis libros y cuadernos de siempre, buscando en ellos cosas nuevas que sigan llenando mi existencia de hombre jubilado.

Cuando llegue septiembre buscaré entre mis libros de siempre aquellos precisamente que un día me hicieron reír, me hicieron llorar o quizás hasta soñar, cuando tantos de ellos me hablaban de flores, de plantas, de nubes, de estrellas o de mares y océanos inmensos.

Cuando llegue septiembre seguiré dejando aún abiertas las ventanas de mi casa para que por ellas siga entrando el sol nuevo de cada mañana, el suave calor del mediodía y la nostalgia de un día que se va.

Cuando llegue septiembre y vea las altas nubes avanzar en su camino, me acordaré de mis días junto al mar en verano y de cómo pensaba yo que ellas podrían recogerse en algún oscuro lugar más allá del horizonte, cuando les llegara la noche.

Cuando llegue septiembre y sienta que los días de frío se van acercando, prepararé mis “cuarteles de invierno” y en ellos “hibernaré” activo y feliz hasta que llegue la próxima primavera.

Cuando llegue septiembre abriré el alma y el corazón a las voces e inquietudes de los míos y sentiré así que su mundo y el mío se habrán hecho más pequeños y habitables.

Cuando llegue septiembre levantaré mis ojos a Dios al amanecer y dedicaré una cálida oración por los seres que amé y me amaron, por los amigos que tuve la suerte de tener –todos ellos excelentes y que nunca merecí- y por todos los que estuvieron a mi lado y ya no están y que no me dejaron tropezar ni caer.

Cuando llegue septiembre y los días se presenten nublados y el horizonte se me pierda en el recuerdo de mis días difíciles, confesaré que, a pesar de todo siempre ha merecido la pena vivir y que desde ahora en adelante seguiré dejando que todo suceda tal y como Dios quiera.

Todo esto y más aún, pero sólo cuando llegue Septiembre.


De "El color de mi Cristal"
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