jueves, 2 de mayo de 2024

HUMOR ... ¿JUDÍO? DE JOB A LOS HERMANOS COEN (Servando Gotor)

 

El gran Lebowski (Hermanos Coen, 1998)

Humor… ¿judío? De Job a los hermanos Coen (*)

 

Yo aborrecía el instituto hebreo tanto como la escuela pública y ahora os explicaré por qué. En primer lugar, jamás acepté todo ese tema de la religión. Ni siquiera creía que hubiera Dios;  tampoco pensaba que, en el caso de que sí existiera, estaría convenientemente a favor de los judíos. El cerdo me encantaba. Detestaba las barbas. Además se escribía al revés.

(Woody Allen: A propósito de nada, p. 43).

 

Se habla y se ha escrito mucho sobre el humor judío. Y, de hecho, son numerosos los humoristas judíos, como son numerosos los artistas, economistas, músicos, arquitectos, comerciantes y albañiles hebreos. Pero lo primero que habría que preguntarse es si realmente existe un humor, un dolor, un amor, un carácter y unos sentimientos esencialmente, judíos. Y aquí volvemos forzosamente al Eclesiastés: Nada nuevo bajo el sol. Pero también hay o puede haber importantes variaciones de matiz, adjetivas, derivadas. No esenciales. Y son estas, o pueden ser, las que confieren unas determinadas y características peculiaridades. Pero solo de matiz. Las calificaciones, las definiciones son siempre y en todo caso peligrosas.  Hablar de los españoles, como hablar de los franceses, es algo a lo que estamos acostumbrados, pero realmente ni todos los españoles son iguales ni lo son los franceses, ni los rusos, ni los chinos. Y hasta los miembros de una misma familia suelen ser muy diferentes entre ellos. Habrá, sí, algunos caracteres genéricos en cada pueblo, pero siempre serán meramente adjetivos. 

Un concreto sufrimiento por la muerte de un ser querido, ese punzante dolor que nos produce, nos equipara a todos los humanos sin distinción más que cualquier pertenencia a una zona geográfica o a un momento histórico concreto. 

Se puede decir que la personalidad del pueblo judío, en cuanto pueblo perseguido, marginado y eternamente extranjero, tiene ciertas connotaciones muy particulares que, además, por herencia, por transmisión, suelen heredarlas ulteriores generaciones aunque no hayan vivido la experiencia del extrañamiento. Es entonces cuando concluimos que esas concretas situaciones imprimen carácter. Si uno nace en la tierra de sus padres y vive y crece en ella, vive integrado, sin problemas, sin especiales traumas. Pero aquellos que han tenido que emigrar, han padecido el reto de la integración en una sociedad a la que no pertenecen. Y según en qué sitios y en qué épocas, además, esa integración ha podido ser más o menos dificultosa, cuando no imposible, si no sangrienta. Y estas dificultades o imposibilidades activan determinados mecanismos de defensa, especialmente y en lo que aquí nos importa, psíquicos: desconfianza, ímpetu, fortaleza, empeño, astucia, tacto… Inteligencia, en suma.  Y también humor. Y, por supuesto, un humor avispado, perspicaz. Porque es un humor que sirve de conjura y defensa frente a un exterior adverso que agrede y margina. Para sobrevivir socialmente. Pero también para que esas circunstancias no nos derriben interiormente. Nada nuevo. Oigamos la voz de una autoridad de autoridades, Sigmund Freud (por cierto, también judío):

 

El humor no es resignado, es opositor; no sólo significa el triunfo del yo, sino también el del principio de placer, capaz de afirmarse aquí a pesar de lo desfavorable de las circunstancias reales. (1992:158-159).

 

Por eso Theodor Reik cree descubrir

 

una triada de características esenciales de los chistes judíos, sellos de distinción que los diferencian del humorismo de otros pueblos. Reflejan una especie de intimidad humana, sus procesos mentales siguen una línea de antítesis y uno se ríe de ellos, pero no son alegres. Esta última característica es reconocida incluso por un conocido proverbio de los judíos de Europa Oriental: "El doctor también hace reír". (1994:225).


Solo en este sentido de respuesta y defensa (no precisamente alegre, pero sí cómica), parece factible hablar de un humor estrictamente judío; que será, por lo demás, igual al de todo humano que experimente ese mismo tipo de agresiones, presiones o adversidades. Y muchas de ellas, incluso, también quedarán marcadas en otras generaciones que no las padezcan, porque ese carácter impreso se habrá ido transmitiendo a otras gentes y a otras generaciones, de modo más o menos consciente. El pueblo judío, además, se caracteriza, precisamente, por esa transmisión, por esa tradición. Se podrá argüir por ello que los hebreos tienen más marcadas esas características porque es un pueblo más cerrado y reservado, y que ese exceso de tradición es una muestra palpable de su personalidad. Pero eso es confundir el efecto por la causa, puesto que, precisamente, esa arraigada tradición no es sino una defensa, consecuencia de las presiones y adversidades padecidas: los marginados se solidarizan (se hacen sólidos, son uno) formando una sola familia, y no solo por lazos estrictamente consanguíneos, pues la adversidad une tanto o más que la sangre. Y esa solidaridad, para que sea más fuerte, se convierte no solo en una solidaridad puntual o coyuntural, sino que se proyecta generacionalmente para no olvidar. Eso es la tradición (traditio). 

Y todos estos caracteres impresos son los que pueden apreciarse con mayor o menor grado en judíos más o menos desarraigados.  Los que los conserven más intactos serán los judíos más militantes, practicantes u ortodoxos. Los que no, se alejarán más pero siempre quedará un mínimo poso, ya sin resquemor, sin resentimiento, que a menudo hasta reconocerán con una sonrisa más o menos amarga.

 

Es por ello que el humor judío vendría a ser más bien de tipo irónico, más o menos suave, pero siempre perspicaz, siempre inteligente y, por ello, ya de entrada, comienza por reírse incluso (o sobre todo) por aquello que le es más propio.

 

Porque el humor más inteligente comienza haciendo broma de uno mismo. Es posible, por lo demás, que el humor occidental en general esté marcado por ese estilo judío, porque siempre ha bebido en sus fuentes. Desde el Job bíblico a los hermanos Coen. Desde la tradición literaria hasta la industria cinematográfica. Y el ejemplo cinematográfico no puede ser más representativo, no solo por su capital influencia durante todo el siglo XX, sino porque ya los grandes estudios de Hollywood eran propiedad de judíos, y muchos de los autores, actores, y directores más emblemáticos han sido judíos. Hemos mentado a los hermanos Coen, ya en el siglo XXI, pero en la pasada centuria tenemos los ejemplos que mejor demuestran esta evidencia: Adolph Zukor (fundador de la Paramount); Carl Laemmle (de la Universal); Louis B. Mayer (de la Metro); Hermanos Warner (de la Warner Brothers); y los autores y actores Elia Kazan, Charlie Chaplin, Hermanos Marx, y Woody Allen. Ejemplos que ponen de manifiesto, además, la realidad de que, si realmente existió alguna vez un humor específicamente judío, hoy día, por mor del séptimo arte, este se habría extendido y confundido con el resto de pueblos y hasta civilizaciones.

 

Y para concluir con cierta sonrisa, extraer tres ejemplos de este especial e inteligente humor de Confusión de confusiones, subrayando en todo caso que no solo se detecta en determinadas y concretas anécdotas o chistes, sino que fluye por toda la obra, jugando con las palabras, las expresiones y los significados, y forzando el lenguaje de un modo verdaderamente magistral.

 

El primero de ellos es una sátira sobre la inutilidad de determinados conocimientos:

 

El hijo de un mísero genovés regresó de las escuelas de Pavía, y al pedirle el padre algunos indicios de lo que allí había aprendido, le respondió el joven haber conseguido tanta sutileza que hasta  podía demostrarle que los dos huevos que se estaba comiendo eran en realidad cuatro. Porque siendo el dos un número binario y siendo que todo número binario se compone de dos unidades, juntando estas dos unidades al número binario harían cuatro, por ser cuatro dos veces dos. Quedó absorto el viejo de oír las sofisticadas e inútiles agudezas en que había perdido el tiempo, la meditación y el dinero; y queriéndole demostrar que valía más lo rustico de su entendimiento que lo refinado de su silogismo, sorbió los dos huevos, diciendo: «Bien, pues me como yo los dos que puso la gallina, y ahora te comes tú los otros dos que fabricó la dialéctica». (3.3.6)

 

El segundo ejemplo hace referencia a lo ininteligible de las acciones, cuyas fluctuaciones son siempre impredecibles. Algo que compara con este aparentemente absurdo:

 

Areteo narra como algo extraordinario que un melancólico se cure de sus delirios al contemplar con fruición a una doncella, pareciéndole maravilloso que a un loco le sirviera para recobrar el juicio lo que a tantos cuerdos se lo hace perder. (2.4).

 

Por último, una escena casi cinematográfica que perfectamente podrían representarla cualquiera de los hermanos Marx (Harpo, evidentemente, comunicándose por señas):  

 

Alguien quiere enterarse de lo que pasa en una rueda [corro].  Introduce la cabeza entre los brazos de los que la forman (sufriendo ciertos olores desagradables bajo esos brazos), oye que se ofrece ocho por las acciones, sin que nadie compre; da una vuelta, y entrando por otro lado, como si no hubiera oído nada y tuviera orden de compra sin importar el precio, empieza a ofrecer ocho y medio; se animan sus secuaces, ofrecen nueve, y a veces no deja de conseguir sus satisfacciones la treta, y sus aplausos la jugada.(4.5).

 

Un humor crudo, real, pero sobre todo humano, demasiado humano.

 

 Servando Gotor



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(*) Extraído de la introducción a Confusión de confusiones, edición de lecturas-hispanicas.com


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