La lectura del cacareado decreto anticrisis aprobado por el gobierno el pasado sábado me hizo  rememorar la imagen del emperador romano repartiendo trigo al pueblo para ver de acallar su  descontento.    Según  ha  dicho  el  presidente,  el  decreto  representa  un  gasto  de  nueve  mil  millones,  cantidad  nada  despreciable  con  la  que  se  podrían  levantar  muchos  proyectos  creadores de riqueza y empleo.  No ignoro que hay muchas personas en España a quienes no les  llegan los dineros a fin de mes y es obligación ayudarles, pero como dice el conocido dicho:  dale  un pez a un hambriento y le resuelves una comida; dale una caña y enséñale a pescar, comerá  todos los días. 
Escucho  a  la  ministra  Calviño  y  lamento  no  participar  de  su  optimismo  cuando  asegura  que  nuestra economía es sólida y su crecimiento firme.  Veamos, la economía española apenas creció  un anémico 0,2% entre enero y marzo, según el dato revisado INE, publicado cuando escribo  esta nota, y la inflación en mayo se situó en 8,7 % interanual, aunque llegó al 9,8% en marzo;  si  esto no es una estanflación se le parece mucho.  El consumo de los hogares, uno de los factores  que  estaba  tirando  de  nuestra  economía,  descendió  un  2%  entre  enero  y  marzo,  y  las  exportaciones, que en la anterior crisis fueron las que nos sacaron del atolladero, sólo crecieron  1,1% en el primer trimestre del año.  Como cosa positiva se destaca la creación de casi un millón  de puestos de trabajo en el último año, pero, paradójicamente, aunque se trabajaron más horas,  su productividad cayó 1,1%, o sea, que se produce menos con más trabajadores, clara muestra  del deterioro de nuestra competitividad.  Quizá, la explicación la encontremos en el destacado  protagonismo  que  el  aumento  del  empleo  público  ha  tenido  en  esa  creación  de  puestos  de  trabajo. 
Aunque todo el mundo espera que en el segundo trimestre mejoren esas cifras, no lo harán de  modo suficiente para que se cumplan las previsiones del gobierno.  La situación económica es  muy preocupante, pero todavía lo es más ver como se carece de una política económica, de una  hoja de ruta clara.  Se gobierna improvisando, a golpe de decreto según digan las tendencias  electorales, buscando remedios de corto plazo a problemas que requieren proyectos serios y de  largo alcance. 
En estos momentos, con una inflación fuera de control, aumentar el gasto público en donativos  es pan para hoy y hambre para mañana.  Las doctrinas clásicas keynesianas aconsejan combatir  la  recesión  con  presupuestos  expansivos,  pero  no  incrementar  cualquier  gasto  público,  sino  inversiones que multipliquen su efecto, creando empleos y riqueza futura.  Por otra parte, si se  aumenta el gasto público se aumenta la demanda y se anima la economía, pero al aumentar la  demanda suben los precios de los artículos, o sea, se crea inflación.  Por eso es tan temido por  los economistas el estado de estanflación, estancamiento económico con inflación, porque los  remedios para un mal perjudican al otro.
Es urgente trazar una política económica para el presente y los próximos años para nuestro país  y  para ello  no  hay  otro medio  que  crear  una  concertación entre todas  las  fuerzas  sociales  y  políticas. Un pacto de rentas que reparta los sacrificios entre la Administración, las empresas y  los trabajadores. Meto a la Administración porque es quien administra, en estos momentos, el  cincuenta por ciento del gasto nacional y son varios los estudios que afirman que el presupuesto  contiene gastos totalmente improductivos y perfectamente prescindibles, que pueden ir desde   los  14.000 millones  que  dice  la  AIREF  hasta  los  60.000 millones  que  sostiene  el  Instituto  de  Estudios Económicos. 
El gobierno gasta sus esfuerzos en leyes que reclaman tan poca urgencia como la de dar más  facilidades para abortar o la que regula los cambios de género (¿o de sexo?, que ya no sabemos  distinguir uno de otro) mientras hay asuntos que piden urgente atención.  Como ejemplos, el 30  de junio vencen dos de las medidas que se pusieron en marcha para salvaguardar las empresas:  finaliza la moratoria concursal, que obligará a muchas empresas a solicitar el concurso, sin que  esté a punto la nueva ley concursal; y acaba el periodo de carencia negociado con las entidades  para aquellos que han solicitado créditos avalados por el ICO.  También desaparece el fondo de  COFIDES destinado a recapitalizar empresas con problemas financieros.
20 de junio de 2022
