Una tarde senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. (A. Rimbaud)
martes, 20 de enero de 2009
EL RUIDO Y LA FURIA
EL RUIDO Y LA FURIA
Uno no quisiera ser agorero pero hay lo que hay: poco y malo. Como el chiste de aquel que protesta por la mala comida de un restaurante y además le parece escasa.
¿Las causas de lo que hay?: incultura galopante, inmoralidad, costumbres relajadas y, sobre todo, evaporización de mitos (la caída de los dioses) ahora suplidos por una escoria de famosetes. Y una sociedad sin mitos es como un hombre sin cabeza: sólo engendra violencia, puesto que la violencia tiene mucho que ver con la ausencia de la identidad, del referente, que todo mito comporta.
¿Me dejo la crisis económica? No. Esta crisis no sería tan nefasta si no viniera acompañada de los vacíos apuntados. Es más, incluso creo que los malos tiempos materiales pueden abrir brecha en la mente de esta sociedad deforme y amoral y forzarnos a la reflexión, esa reflexión de la que andamos huérfanos desde principios del pasado siglo (lo del materialismo histórico y el glorioso mayo del 68 resultaron, de hecho, auténticos fiascos, ¿todavía hay quien lo duda?).
Lo cierto es que con el advenimiento de la sociedad de la imagen y el consecuente desvanecimiento de todo mito, hemos retrocedido mentalmente en proporción inversa al avance técnico logrado. Y esto es tan peligroso como armar a un simio. Por eso hemos alcanzado el cénit en lo que al cotidiano roce con la violencia concierne.
Jamás convivió el ser humano con la violencia como hoy: nos desayunamos, almorzamos y acostamos con las imágenes de las más variadas agresiones, muertes y mutilaciones. El brutal rostro de la barbarie resplandece omnipresente en la radio, en internet, en cine y televisión, en quioscos de prensa, en carteles publicitarios, en el pda o en el iPod, en el móvil y en el vídeo, en el cd o en el dvd, en la música y el verbo, en los videojuegos y en los juegos de ordenador, en el colegio, en la oficina, en la política, en los sindicatos, en los estadios, en la calle, al volante... Jamás vio el ser humano tanta violencia como nosotros: muertos, tullidos, sangre, agua, fuego y bombas. Lo que antes era lejana referencia oral hoy es banda sonora de lo cotidiano. Ahora vemos palizas en directo. Algunos no sólo las propinan o se las propinan sino que disfrutan grabándolas con el tangible premio de su difusión inmediata, ocupando en el caro tiempo de los “mass media” mayor espacio que la mejor exposición artística. Luego, nos llevamos las manos a la cabeza. Pero, ¿qué esperábamos? ¿Qué podíamos esperar de semejante amoralidad –no hablo de religión-, de esa ausencia de principios, de ese aplauso al sinvergüenza, de ese elevar al maleante, vitorear al millonario sin escrúpulos y admirar al ladrón de guante blanco, yuppie sinvergüenza tan de moda en los 80? Estaba cantado.
Es lo que hay. Insisto: quizá sea precisamente la crisis económica -la penuria material- la que nos lleve de nuevo a la reflexión. Aunque sea una reflexión perturbada por la imagen, el ruido y la furia, por esta nuestra lerda civilización que ha sustituido a los mitos por payasos de colores. Porque ya no hay sitio para mitos, cuya forja exige sombra y silencio, justo lo contrario de hoy en que hasta al más sublime lo “oímos” roncar y lo “vemos” en pijama. El sonido y la imagen, el micrófono y el objetivo siempre “on” cierran leyenda y mito. Y sin mito, adiós referencia de nuestro pensar, base del obrar.
Aún así tengo la esperanza de que el hambre, siempre rebelde, nos espabile imponiendo cordura y reflexión que alivien este “cuento absurdo de ruido y furia contado por un imbécil” que es la vida. Dijo Shakespeare.
Alerta, pues. Y ya saben: cuenten siempre con mi barricada. Es la suya.
(El Comarcal 26/12/08)
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