jueves, 26 de abril de 2012

YO LO HICE: YO ME LEÍ EL "ULISES" (Servando Gotor)

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Dice don Antonio Envid que el Ulises es una tomadura de pelo premeditadamente urdida por Joyce. También dice -el Sr. Envid- que él personalmente escribe lo que le gustaría leer y no encuentra en las librerías. Vamos, que el Sr. Envid viene hacer precisamente algo si no igual sí muy parecido a lo que le atribuye a Joyce, sólo que con resultados obviamente dispares.
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Resultados aparte, yo sí encuentro grandes novedades y aciertos literarios en el Ulises (más aún situándolo, además, en el momento en que se escribió) mientras que lo que el Sr. Envid escribe casi un siglo después  abunda en el ámbito literario desde tiempo inmemorial. Lo digo y lo tengo muy dicho, con el ánimo siempre constructivo y positivo de apretarle las tuercas porque sé, además, que puede hacer cosas verdaderamente novedosas si se lo propone. Lo que ocurre es que no se lo propone y yo soy tan terco en “forzarle” como él en no hacerme caso alguno –faltaría más.
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Lo cierto es que cuando se lo digo se lo digo de buena fe y hasta con dulzura, no porque le quiera mucho –algo le quiero, evidentemente- sino porque “yo también era como él”.   Alguien me dirá –y seguramente con toda razón- que más me hubiera valido quedarme así, pero yo tengo la absoluta seguridad –tanta cómo él en lo contrario- de que algo he avanzado.
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¿Cómo? ¿Cómo he avanzado? Entre otras cosas leyendo el Ulises y sumergiéndome en ese tipo de poesía que, especialmente, se viene haciendo desde principios del siglo pasado (esto se lo debo –y lo reitero también aquí- a Narciso).
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Cuando uno ya está harto no de escribir sino de leer cuentos y novelas, se da cuenta de que Ortega tenía razón (como tantos otros) cuando afirmaba que la novela –ya entonces- era un género agotado. Bien, tenía razón, sí. Pero con matices: la novela es un género agotado si la intentamos encorsetar en los parámetros de la novela clásica, especialmente la del siglo XIX. Si por novela entendemos un género especialmente amplio que todo lo abarca y todo lo admite, y cuyo principal patrón es la libertad de formas y contenidos, la novela no se agotará nunca.
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Por eso yo, por esa necesidad de búsqueda personal y expresiva –búsqueda hacia objetos por lo demás poco o nada definidos- me lancé desde hace ya muchos años hacia el ataque de cosas –llamémosles- “difíciles”. Con esto no quiero decir que yo pensara “poder” con tales objetos, más bien los “quería” a ellos. Cuando uno ve en el cine “Lo que el viento se llevo”, sabe por su popularidad que será… “atractiva”. Cuando uno ve el cine de Bergman está seguro de que algo tendrá cuando, a pesar de lo plasta que puede resultar en un primer visionado, se mantiene en un pedestal sólo reservado a unos pocos que se nos antojan privilegiados. Y mi composición de lugar no puede ser más clara: yo, eso, no me lo quiero perder. A veces podemos equivocarnos, bien porque realmente detrás de aquellas cosas complicadas no hay nada, bien porque si lo hay somos incapaces de saborearlo. Pero a mí me gusta morir en el intento y, sinceramente, rara vez he salido defraudado. Además, cuanto más disfruto de lo complejo, menos me atrae lo simple. Tenía razón Azorín cuando decía que “todo merece ser vivido en la vida; no hay nada que sea inexpresivo, que sea opaco, que sea vulgar a los ojos de un observador” (“Tiempos y cosas”). Lo que ocurre es que como “todo lo que merece ser vivido” no “puede” ser vivido ya que es muy poco lo que podemos abarcar, ello nos obliga a ser especialmente selectos si queremos aprovechar el poco tiempo que andamos por aquí. Pero es cierto el aserto de que nada hay gratis y que, especialmente, lo mejor, siempre nos exige un mayor esfuerzo. Por eso las putas, las pobres, suelen tener poco éxito sentimental.
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Entonces, llego y me enfrento al Ulises. Entonces llego y arrostro determinados poetas (Hölderling, Rilke, Paul Celan y Dickinson a la cabeza). Antes pasé por Proust, Gothe, Nietzche, Kant y Schopenhauer… Entonces, llego y descubro que la poesía, la buena poesía, la gran poesía, resume y encierra mis dos grandes pasiones: la filosófica y la literaria. Y entonces, voy y descubro, también, que la poesía no son versos rimados ni medidos (al menos, no siempre).
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¿Y cómo me enfrento a toda esta gente? Como creo que debe hacerse: perfectamente pertrechado. Olvidándome del mundo, olvidándome del tiempo, olvidándome de todo. Concentrándome debidamente, con papel y lápiz, diccionario en mano y más de un libro de apoyo o de consulta (hoy internet nunca puede faltar) y si se trata de una traducción, con una versión más, como mínimo.  (Llegado este punto debo advertir que más que leer a Joyce leí, especialmente, a Francisco García Tortosa, a quien luego me referiré). Vamos, que no se trata de leer para pasar el rato, para aplastar el momento. Se trata de vivir para leer porque leyendo se vive más. Porque leer es vivir y vivir es leer. Porque yo, también cuando vivo leo: desde el lenguaje de unos ojos hasta el sabor de una magdalena, todo.
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Y una vez que te “has hecho” con esas grandes obras, vuelves a ellas constantemente, como se vuelve constantemente a la Biblia (la otra gran obra literaria, el otro gran “long-seller”) y entonces las disfrutas más y te siguen abriendo nuevos y grandes caminos.
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En los años ochenta sentí por vez primera la necesidad de escribir una novela en la que poder plasmar el montón de cosas que había oído hablar de nuestra Guerra Civil –especialmente a mi madre-. Y recuerdo que un sábado, tras haber visto el viernes anterior la película “Dragón Rapide”, tome unos folios y escribí de un tirón el primer capítulo (seguramente una de las mejores cosas que he escrito). Luego, con esfuerzos y lecturas –ya entonces Proust se cruzó en mi vida- con fracasos y aciertos conseguí concluirla. Esa novela (“El amor y las moiras”) la presenté al Planeta del 94 (entre otras cosas porque participar es gratis) y para mi sorpresa resultó seleccionada entre las veintitrés que debían competir en la final (ya entonces sabía que todo era un cuento y salvo las previamente elegidas, las demás hacían el papel de mera comparsa). Por el mismo precio la presenté dos años después al Premio Azorín de Alicante y también allí quedó entre el reducido grupo de novelas seleccionadas (diez).
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Pasados los años, cambiaría muchas cosas de aquella primera novela. Me gustan más, mucho más, las tres siguientes. Si bien, esa primera es seguramente la mejor para aquel que busca en una novela sólo pasar un buen rato, incluso aprendiendo bastantes cosas.
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¿Y por qué me gustan más las tres siguientes? Sencillamente porque en estas últimas mi experiencia como lector, como escritor y como persona había pasado ya cuando las escribí o mientras las escribí, entre otras grandes vivencias y lecturas –muy especialmente, poesía-, el Ulises de Joyce.
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¿Y qué aporta Joyce –en concreto su Ulises- a la novela contemporánea? Diría que bastante más de lo que muchos pueden imaginarse. Alguien ha dicho que el Ulises llegó tarde a España y ello se había dejado sentir en nuestra narrativa. Gonzalo Torrente Ballester es posible que dé en el clavo cuando afirma que ese vacío en nuestra novelística se nota, especialmente, en saber qué es lo que ya no debe hacerse.   Joyce fue, sobre todo, rompedor.
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Últimamente he vuelto al Ulises con más profundidad que nunca, con muchas ganas y –entre otras cosas- me sorprende su enorme presencia ya en mi segunda novela (“La ciudad sin faro”).  Sabía que había mucho Joyce allí, pero nunca pensé que hubiera tanto.
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¿Por qué escribimos? Don Antonio, lo tiene muy claro: porque lo que querría leer no lo encuentra fuera. Yo creo que el hombre (no don Antonio, el hombre como especie) tiene necesidad de escribir, como tiene necesidad de hablar, como la tiene comunicarse o lo que es lo mismo, de vivir. Porque vivir es comunicarse. Y ¿por qué, para qué comunicarnos? Para que nos quieran más, dicen. ¿Y cuál es la mejor forma de comunicarnos? Sacando lo que tenemos dentro, lo que de verdad escondemos. ¿Y cómo lo encontramos? Buscando, buscando. Aprendiendo a buscar/mirar en nuestro interior y desde nuestro interior todo aquello que nos rodea. ¿Y qué herramientas aporta esta nueva literatura? Una mejor introspección, una más alta introspección: pura poesía. Porque eso y no otra cosa es la nueva novela: poesía, una mixtura de literatura y filosofía. Introspección, monólogo interior y soliloquio.

INELUCTABLE modalidad de lo visible: al menos eso si no más, pensado con los ojos. Marcas de todas las cosas estoy aquí para leer, freza marina y ova marina, la marea que se acerca, esa bota herrumbrosa. Verdemoco, platiazulado, herrumbre: signos coloreados (...) Cierra los ojos y ve.  (...) Stephen cerró los ojos para oír cómo las botas estrujaban la recrujiente ova y las conchas (...)

---------------------------(Ulises, inicio capt. III)
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La novela, pues no está agotada; es más, ha encontrado su mejor y definitivo camino, un camino sin límites, sin llegada: camino, sólo camino.
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El Sr. Envid también escribe para que le quieran, aunque no quiera creérselo: escribe lo que no encuentra y quiere llenar ese vacío porque así lo querrán más. Pero se equivoca si sigue haciendo lo que ya está hecho. Sólo aprendiendo a buscarse, sólo encontrándose (aunque nunca se consiga del todo) sabrá darse y entregarse. Sólo así acabarán queriéndole de verdad. Apreciándole. Porque sólo se quiere lo que se aprecia. Y sólo se aprecia lo singular.

En fin, para terminar, recomiendo encarecidamente un paseo por el Ulises. Se puede abrir boca en Lecturas hispánicas. Pero nada mejor que arremangarse, ponerse el mono de trabajo y sentarse bien pertrechado y con buena música de fondo a disfrutar del Ulises, a apreciar a Joyce, con la extraordinaria guía, ayuda y tutoría de Francisco García Tortosa, traductor e introductor de la edición definitiva en español (Cátedra). Yo lo hice y lo sigo haciendo a menudo para cargar pilas. Por cierto aquí debo reconocer -con agradecimiento, por lo demás- que más que leerme el Ulises lo que me leí y leo es el Ulises de García Tortosa, buen Virgilio –humilde él, y honrado maestro- para adentrarse en el laberinto de Joyce. También podéis oír previamente su didáctica
conferencia sobre Joyce en la Fundación Juan March. Abre puertas.


Servando Gotor

6 comentarios:

  1. Parece que Servando no tenía nada mejor que hacer que meterse conmigo. Todo lo que me envía la divina providencia lo llevo con gran paciencia. Se pasea por mi cerebro y descubre el porque de mi afición escritora. Pues voy a confesar de una vez por todas el origen de esta extraña y peregrina afición:
    Mi trabajo me ha exigido siempre evadirme de sus problemas con algún deporte. Un amigo me aconsejó que el mejor deporte para eludir esa realidad era correr, como hacía él, y me invitó a que lo acompañara. Si me hubierais visto calzado con unas zapatillas de correr, unos calzones y una camiseta, tratando de concentrarme en mi respiración, en acompasar mis piernas a un ritmo adecuado y poniendo la cara de ido que suelen poner los corredores de fondo, habríais disfrutado. Total que a la media hora estaba echando el bofe, había vuelto al lugar de partida y me dije: tanto esfuerzo para no haber llegado a ninguna parte. Miré a mi alrededor y como no había nadie até juntas las zapatillas con sus cordones y con mi mejor técnica argentina de manejo de boleadoras las lancé con tanto acierto que quedaron colgando de un cable de luz o de telefonía (nunca supe su naturaleza, dejo a mis biógrafos el cuidado de averiguarlo). Luego descubrí que escribir me procuraba una concentración igual o superior que el correr y era mucho más cómodo (escribiendo chorradas, claro está, que para hacer cosas profundas ya están los joyce y los proust y todos esos)
    Lo más curioso ha sido descubrir que yo escribo, no para aliviar alguna frustración infantil, como olvidar que mi padre se hurgaba las narices, por ejemplo, sino para que me quieran. Bueno, la mayoría de mis cuentos pretenden tener bastante mala baba escondida, que debo esconderla mucho de modo que nadie se entera. Y aquí mi gran satisfacción ¿es posible que con mi cara de buen chico haya pasado por la vida cargado de bastante mala baba y nadie se haya enterado? De ser así me consideraría un gran artista, y mi mejor obra de arte: YO.

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  2. Blogger, le recuerdo que quien sostiene que el Ulises es una broma que se marcó Joyce, es servidora. Y que allá donde halle está muertecito de la risa al ver como lo tomen en serio.
    Usted se lo achaca a don Antonio porque su deporte preferido es meterse con él, y como él dice, no le deja mas espacio que llevarlo a usted con gran paciencia.

    ¡Qué chelevaché, don Antonio!

    La Conchaparis

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  3. Bueno, bueno... también a mí se me imputaron unos injustos carajillos y no llegó la sangre al río... Por lo demás, quede claro: lo primero vivir, lo que ocurre es que para mí hasta vivir es literatura (poesía más bien) por la forma en que vivo, por la forma con que miro (a pesar de una profesión no muy poética, pero tampoco tan prosaica como a simple vista pueda parecer. Y me acuerdo ahora de las palabras de un procurador que era poeta -que eso de la procuradoría sí que tiene menos escape-; decía que la vida le había condenado al prosaimo más feroz ;-)

    besos a todos.

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    Respuestas
    1. Por la forma en que miro...
      Borrosillo, ¿no?


      Srta. Malísima

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  4. Antonio, como buen perfeccionista, pues eso... la mejor obra de arte, uno mismo, llegar a ser lo que uno había querido ser.

    No soy original en ese 'llegar a ser lo que uno ha querido ser', con esa expresión se lo oí a José Luis Sampedro
    (lo decía de su persona en una entrevista que le hicieron)

    Y ese escribir 'para contar los cuentos que a uno le hubiese gustado leer' se la escuché a José Luis Borau.
    En su escritura, era lo que él hacia,
    escuchado hace unos años (pocos o muchos según se mire, la vida va muy deprisa, pueden ser ya cuatro o cinco)
    en el salón de actos de Económicas, dentro del Ciclo de la Universidad de Zaragoza 'La Buena Estrella'.
    Fue un placer escucharlo, en su día, como lo es ahora el recuerdo que ha sido activado.
    Por allí estuvieron también sus películas, algunas de ellas, fueron en su época, ¿rompedoras?: Furtivos, Mi querida Señorita, Tata mía, Río abajo...

    Estas cosas, las de Sampedro y Borau, fueron en su tiempo comentadas con Narciso. Tal vez por eso me atrevo a intervenir en los comentarios de sus escritos (pertenezcan al género que pertenezcan), caso contrario nunca lo haría, hubiese hecho.

    Nunca( o casi nunca) sabe el escritor lo que provoca, suscita en el lector de su texto.

    En mi caso, sencillamente, esto

    isabel

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    Respuestas
    1. Llego por casualidad a esta entrada, de hace ya bastante tiempo. Me ha encantado. Habrá que ponerse con el Ulises, pese a su mala prensa, que es más que un freno.

      Iribarren (muy liado)

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