jueves, 10 de enero de 2013

MONOS VERDES, GRISES, AMARILLOS... (Servando Gotor)

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jgs


Monos, verdes, grises, amarillos, invadieron la casa del abogadillo azul horas antes de su muerte. Monos grandes que lo miraron como a un bulto sospechoso, como a un bicho raro y molesto. Y en medio del atroz espectáculo un pajarillo gris revoloteaba perdido por la casa, con mirada extraña, con ojitos tristes, con tierna sonrisa. 

Por el cincuenta de Conde Aranda. Don Florentino Gil, abogadete de pleitecillos baratos llegó reventado a casa. Poco antes de las dos. Toda la mañana bregando con una separación de mierda. Hasta recogió de la acera un pajarillo, un poyuelo, que andaba perdido entre la canícula Deshidratado, pensó. ¿También los pajarillos se deshidratan? Ningún charco. Ninguna fuente. Nada en que pudiera remojarse un poco, picotear unas gotitas de agua. Y el pobre bichito apenas si movía un poco la mínima cabeza. Se lo llevó a casa. Se repondrá con un poco de agua, seguro; estos pobres animalitos... Le pasa lo que a mí. Un pequeño descanso y por la tarde como nuevo. 

Reventáo, sudando, hundido por el calor, por el cansancio, con el pajarillo entre las manos, llegó al portal. El ascensor averiáo, vaya. Hala, con todo el sudor, con todo el calor, con la ropa mojada. Súbete nada menos que cinco pisos. Cinco hermosos pisos, cinco. Como cinco miuras, igual. Y ahora a ver cómo se lo toma la Gumer. Esos pajaritos los comía mi abuelo fritos. Eso, eso es lo que dijo la Gumer al verlo entrar. Le importó un comino su aspecto demacrado, roto, destrozadao. Pero ella, remangada y con los brazos en jarra: Esos pajaritos los comía mi abuelo fritos, no te jode. Y enseguida: ¿no pensarás tener ese bicho aquí, verdad? A mí no me jodas que bastante tengo contigo como para tenerme que ocupar de otro boca más. “Otra boca más”, nos ha jodido pensó el Florentino. “Otra boca más”. La boca, tu boca, tu pico, eso es, tu pico, que no hace más que berrear lo llenan mis pleitos de mierda, pensó. Pero mujer, el animalito estaba en las últimas, ¿no lo ves?. ¿En las últimas? En las últimas vas a estar tú porque me parece que se te ha olvidado algo. ¡Coño, los huevos! Se me han olvidado los huevos, Gumer. Pues mira que te he insistido esta mañana, eh, pero tú, has sido tú el que te has empeñado en traerlos del sitio ese que hablas siempre, que no se qué pueden tener esos huevos que no tengan los del Sabeco, así que tienes dos opciones, Floren, o bajas o no comes. Decidido, no como. Y mientras el pajarillo se iba reponiendo en el lavabo, don Florentino se bebió casi un litro de agua y con la tripa hinchada, se tiró en su orejero. Voy a ver el parte y descanso un rato. Y la Gumer escojonándose, con su pico diabólico: lo que más te va a durar, Floren, ¿no te acuerdas que se estropeo la tele anoche? Ostia, sí, y ¿cuándo venía el técnico? Ahora, a las dos y media. Gumer, yo me encierro en el dormitorio, que necesito descansar. No, Floren, tú no te encierras en ningún sitio ni vas a poder descansar. La tele es cosa tuya, yo no pienso atenderlo. Además, a la misma hora viene el fontanero. ¡Coño, el baño, es verdad! A Florentino le entaron unas repentinas, intensas, inmensas ganas de mear. Qué cosas, los cuerpos. Hasta que no me lo ha recordao ella, ni putas ganas de mear. Y ahora, ostia ahora no aguanto ni un segundo. Pues mira, Floren, matas dos pájaros de un tiro (lagarto lagarto, pensó él acordándose de poyuelito): bajas, compras los huevos y te echas una meada o una cagada, o lo que te pida el cuerpo, en el bar de abajo. Pero a las dos y media, aquí, como un clavo. Si no, no abriré al técnico ni al fontanero. Y Florentino como un rayo por las escaleras. Bajándolas de tres en tres.. Ya en la puerta del bar, de su bar de cabecera: “Cerrado por asunto familiar”. Coño, es verdad, que se les casa la Nati. Joer, tó al reves. La tripa le pesaba y le bailaba, bolínbolónbolínbolón, de un lado a otro, llena de agua. La vejiga apretando, a punto de reventar. Y me tendré que ir hasta el Cuesco, o... Pero cómo voy a entrar a esos bares que no me conocen, que no entrado en mi puta vida, hala, directamente, al water, hola buenos días que me cago. Sí porque todos piensan que te cagas cuando entras a un water. Además, además, es verdad, parece que hasta se me mueve el cuerpo ... por adentro, sí. Que lo que es por fuera, menuda la movida que estoy llevando. Y, venga, aunque no me entre, me tendré que tomar algo. Hay que dejar gasto, al menos, ¿no?. ¿Y qué, qué cojones me tomo con la tripa esta que llevo? Además, no sé, no creo que llegue. No, no creo que aguante hasta ninguno de esos bares de mierda que nunca me han interesado. No pudo, no pudo aguantar. Se metió en la callejuela de Miguel de Ara y allí, en un rincón se puso a mear. Punto. Mirando a un lado y a otro. La calle vacía, menos mal. Y quién coño va a ver más que un mierda abogadillo y, además, meando, como un indigente, como un desvergonzáo. El pajarillo se estará recuperando, el pobre. ¿O se habrá muerto ya? Coño, otro imbécil como yo por la calle, no te jode, qué coño hace a estas horas y con este calor. Mecagüen la puta, y yo que tengo aquí por lo menos para un minuto u medio más. Era Sito Fons, el barrendero, que se retiraba ya para casa. Oiga qué hace usted, sinvergüenza ¿es que no hay sitios públicos para mear? ¡Degeneráo, más que degeneráo!. Y el pobre Floren como como un tomate. Hasta se le cortó el pis. Se abrochó la bragueta y salió corriendo hacia Conde Aranda. Hala, a por los huevos. Por el 120, ya en el Portillo, la meada se descortó y se pringó calzoncillos y pantalones. Ya en casa, de vuelta, exhausto, a las tres menos cuarto, con ganas de cambiarse, de ducharse, se encontró a la Gumer, al técnico de la televisión y al fontanero, todos con los brazos en jarra frente a él, contra él. Se había ido la luz. ¡También la luz! Con el cuarto de baño a oscuras, el fontanero ni flores. Y sin corriente, usted dirá, dijo el técnico de la tele. Y don Florentino, demacrado, envuelto en sudor, los muslos escocidos por la meada, la migraña con sus primeros aguijonazos: Anda, Gumer, acércame las páginas amarillas que dicen en la tele que lo solucionan todo. ¿Para qué, Floren, para qué las páginas amarillas? Coño para llamar a un electricista. No te molestes, el teléfono no va. ¿Tampoco el teléfono? Tampoco. ¿Entonces? Pues eso que arreando, arreandito, si quieres, claro. A mí igual me da, por mí se puede caer la casa. Yo esta noche me cogeré lo imprescindible y me iré a dormir a casa mi hermana. 

Se cuenta por Conde aranda que don Florentino, no se sabe cómo, consiguió que su casa, aquella tarde, fuera un fluir de monos. Monos, verdes, grises, amarillos, invadieron la casa del abogadillo azul horas antes de su muerte. Monos grandes que lo miraron como a un bulto sospechoso, como a un bicho raro y molesto. Y en medio del atroz espectáculo, un pajarillo gris revoloteaba perdido por la casa, con mirada extraña, con ojitos tristes, con tierna sonrisa. 

Los enormes monos corrían por la casa como locos, porque hasta dos persianas se jodieron aquella misma tarde. Y él, allí, sobrando. En medio de todos. Él, en su casa. Un bulto sospechoso. Apartándose de aquí, de allá y de acullá. 

Por supuesto no fue al despacho, lo que terminaba de matarlo. Sí, matarlo. 

Pero lo peor llegó a la noche. Seguía sin funcionar nada. Si quería hacer mayores tenía que irse a un bar desconocido. Lo hizo. Pero sobre las once, o sobre las once y media, cuando exhausto quiso tirarse por vez primera al orejero, no para ver la televisión que no la pudieron arreglar porque no sabían lo que tenía, sino sólo para descansar tranquilo, una fuga de agua inundó el salón. En medio, flotando el pajarito, el pobre poyuelito, muerto, ahogado. 

No pudo superarlo. Y no, no lo superó. 

“Un abogado se suicida en Conde Aranda”, titulaba el Heraldo del día siguiente.



Servando Gotor
Cuescos


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