jueves, 15 de noviembre de 2018

THIS IS THE END... (Antonio Envid)





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Esto de encontrarme con don Cleofás en el bar de siempre se ha convertido en una agradable rutina casi cotidiana. Don Cleofás es un afable y algo solitario jubilado al que todos, sin razón aparente alguna, le atribuyen el tratamiento de don. Lo hallo con su café matinal, ojeando displicente el diario. No parece estar muy interesado en las noticias y comentarios que trae el papel, es más un ejercicio gimnástico, eso de pasar hojas, mientras toma a pequeños sorbos el café, un modo como otro cualquiera de matar el tiempo. Me sonríe y pliega de inmediato el periódico mientras me invita a su mesa.
- Esto se muere. No hay remedio - Me dice alarmado, aunque irónico.
- Lo encuentro pesimista. ¿Qué se muere sin remedio?
- Esto, el mayor invento de la civilización europea, la taberna. ¿No ve? ahí enfrente están abriendo una franquicia. Los viejos bares cierran, sus titulares se jubilan y en su lugar surgen esos horribles establecimientos modernos pertenecientes a cadenas de locales todos iguales, clónicos, asépticos, franquicias, donde la gente entra, se echa al coleto una caña, paga y sale corriendo. Ya no hay conversación, contacto, franqueza humana, las características que han conformado a los viejos bares. Dicen que ahora las relaciones se establecen por internet. Cómo va uno a encontrar amigos, interlocutores, a través de unos textos breves, a menudo mal escritos. Comunicarse es algo más que proferir palabras. El gesto, la mirada, las manos, todo está hablando a la vez. ¿Y el tono? El tono es fundamental para saber si nos dicen una ironía o un insulto, una orden o un ruego, una broma o una amenaza. Si dejamos de hablar bis a bis la incomunicación y la confusión, la maldición de Babel, caerán sobre nosotros.
- Algo de razón tiene. Vivimos corriendo. La vida pasa por delante de nosotros sin apenas enterarnos, muy ocupados en otras cosas. Pero de momento nosotros estamos aquí, conversando, y yo dispuesto a ganar o perder un rato tomando un café con usted.
- Ya ve al dueño; contando los días que le faltan para la jubilación. Luego, con suerte, le traspasará el establecimiento a un chino. ¿Qué hago yo con un tabernero chino? ¿Cómo le explico que el cortado es con una nube de leche, y que el vino ha de estar a la temperatura adecuada, ni frío ni caliente, sino todo lo contrario? Qué cuando digo un seco “buenas” es que no quiero conversación, pero si digo con un cierto tono “buenos días” es precisamente la charla lo que busco. La taberna ha sido fundamental, desde que la inventaron los romanos, para configurar esta civilización hecha a medida del hombre, que hoy se tambalea para dar paso a la masa. Cuando digo hombre digo también mujer, hay que andar muy fino en estas tontas cuestiones. Claro, en estos descreídos y confusos tiempos que nos toca vivir la gente no lee la Biblia: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”, dice el Génesis.
En la taberna -prosigue- se han desarrollado las mejores ideas. Aquí se escribieron las primeras novelas en lengua romance: recuerde a Chaucer en la vieja taberna El Tabardo escribiendo los cuentos de Canterbury. El lugar donde los alegres goliardos revolucionaron el orden medieval de monjes, guerreros y siervos, que ya no volvería a ser el mismo. Donde los grandes abogados del Renacimiento, como Rebelais, escribían sus grandes relatos y recibían a sus clientes. El liceo del pobre, como la calificó Zola, aquí se crearon los primeros sindicatos obreros, las “trade unions”, incluso el PSOE. Esto es el fin, mi amigo, el fin.
En mi cabeza, sin venir a cuento, resonaban The Doors: "Oh, this is the end. My only friend…”

Antonio Envid Miñana


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