miércoles, 9 de noviembre de 2011

CETERUM CENSEO CARTHAGINEM ESSE DELENDAM (Truhán)

SGS
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Ceterum censeo Carthaginem ese delendam. Locución latina atribuida a Catón el Viejo y que suele traducirse así: además pienso que Cartago debe ser destruida. (Por cierto, y mencionando el latín, vaya desde aquí también un cariñoso recuerdo a don Mariano Berdusán).

Dicen que Catón el Viejo concluía todos sus discursos en el Senado así, viniera o no a cuento. Aunque realmente, sumidos como estaban en los últimos momentos de las guerras púnicas, tampoco sobraba dicha expresión. En todo caso, se hablase de lo que se hablase, él siempre concluía así.    Locución a la que recurrió Ortega en su célebre artículo El error Berenguer, (El Sol el 15 de noviembre de 1930), ya en los estertores del reinado de Alfonso XIII, quien –como ya se sabe- se marchó tras unas elecciones municipales en que los partidos republicanos arrasaron (Zapatero, no ha seguido su ejemplo, claro que igual lo tildaban de monárquico).
 
Pero a mí lo que me interesa destacar aquí es la gracia esa de Catón, que me recuerda a los latiguillos que hoy estamos hartos de oír y a los que brevemente quiero referirme. 

Vaya por delante que no soy ni católico ni monárquico (en realidad uno es tan poco que casi no es nada). Pero lo cierto es –y entro ya en materia-  que pase lo que pase, hablen de lo que hablen,  ciertos “modernos” o “progres” o “verdes” o “rojos” o como quieran apellidarse, siempre acaban reivindicando la modernización de la Iglesia o de la Monarquía.  ¡Qué interés el suyo! 

Bien, la Monarquía nos afecta por ley, y además, por la más alta: la Constitución. La Iglesia, “sólo” por contexto, cultura e idiosincrasia, “nada más”. Esto es como Shakespeare: no hace falta leerlo, su huella llega a la mismísima coca-cola. Y nos guste o no, los occidentales somos (cultural, mentalmente) un revoltijo de la antigua Grecia, la Biblia -judía-, el cristianismo, Cervantes y Shakespeare.

Evidentemente, señalo una circunstancia, obvia por lo demás. No la valoro. No digo que sea ni buena ni mala. Lo cierto es que un segmento, nada desdeñable, de la población quiere acabar con muchas de estas cosas. Y pase lo que pase, se hable de lo que se hable al final siempre concluyen: delenda est Ecclesia Romana. Algo así como el famoso “y dos güevos duros” de Groucho Marx.

Bien, lo de la Iglesia ya digo: allá cada cual mientras a mí me dejen vivir: los curas o los modernos. Lo que no termino de entender es esa fijación de los segundos reclamando el derecho de los primeros a casarse como todo hijo de madre.  Y no lo entiendo, entre otras razones, porque parecen ignorar que un cura es por encima de todo una persona (y no añado “humana” porque no conozco otra clase de “personas” que las “humanas”). Lo primero, pues, es que son personas.  Y en cuanto tales tienen exactamente los mismos derechos que los que no son curas. De modo que si un cura no se casa es porque no le da la gana. Así que no se preocupen los modernos por el celibato de los clérigos que la legislación los protege a este respecto exactamente igual que a ellos.  Y si se han metido curas y han hecho votos de castidad,  pobreza y obediencia, es porque libre y voluntariamente han optado por ellos.

En cuanto a los demás inconvenientes de la Iglesia, pues sinceramente a mí no me afectan como no me afectan los acuerdos que adopte la directiva del Real Madrid o el Club de Fumadores de Torrelodones.  

¿Qué hay detrás, pues, de estos ataques constantes a la Iglesia? Odio y resquemor. No acierto a encontrar otro móvil. Y, por tanto, los rechazo. Así de claro.

Con la Monarquía pasa lo mismo. Sólo que la Monarquía es un club al que pertenecemos por obligación, nos guste o no, porque emana de la Constitución. Claro que si el sistema jurídico es democrático y representativo, tendremos que decir que emana de nosotros mismos. En todo caso, nos guste o no, también nos lo tenemos que tragar.

Ahora bien, si algún día la Monarquía no nos gusta, y el sistema nos lo permite, a lo mejor la mandamos a paseo y nos montamos una tercera república. ¿Por qué no?

Y aquí es donde quiero llegar. El Rey, nuestro Rey, y la familia real, en general, lo han venido haciendo bastante bien hasta hace unos años. Los modernillos (qué cosas, todos ellos antimonárquicos y anticlericales) vienen erosionando a esas dos instituciones como a muchas cosas derivadas de ellas –en cuanto tales instituciones- como la familia, pongamos por caso.

¿Y cómo las han erosionado? Pues, por ejemplo, a la Iglesia con lo dicho: que los curas se casen o que sean gays (bueno eso quieren que lo seamos todos, curas o no). A la familia real con algo parecido: que sus miembros se casen… con quien les dé la gana. Oiga, ¿y por qué no? ¿Por qué no han de casarse con quién les dé la real gana? ¿No son personas como otras cualesquiera, como –por ejemplo- los propios curas? Respuesta: sí, los miembros de la familia real son personas como cualesquiera otras. Cierto que tienen un estatuto especial, en unos casos envidiable y en otros (para mí, los más) aborrecible. Pero en cuanto personas, que lo son, también lo tienen fácil. Tan fácil como los curas: abdican de todo aquello que su estatuto les confiere y santas pascuas. Sencillísmo.

Sin embargo los modernillos dicen: no, no y no, que los curas se casen siendo curas y los miembros de la familia real se casen con quien quieran sin renunciar a sus privi-legios (su estatuto, en definitiva).

Verdaderamente lo que persiguen es, simplemente, erosionar Iglesia y Monarquía, pero desde dentro. Nada más. No es que les den pena las infantas o el Príncipe. Lo que quieren es hundirlos. Porque nada mejor que en vez de cargarte directamente a alguien le convenzas tontín tonteando para que se haga el harakiri él solito, así, como quien no quiere la cosa. 



Bueno –y voy concluyendo-: Iglesia y Monarquía son instituciones milenarias. Se han mantenido, especialmente y sobre todo la primera, porque han venido conservando ininterrumpidamente ciertas formas, ciertos protocolos. La Iglesia, por ejemplo, el idioma, la indumentaria y la liturgia. De hecho hubo un momento de inflexión (Concilio Vaticano II a mediados del siglo XX) en que por pretender “modernizarse” pegó un importante frenazo a las vocaciones. Poco más ha “avanzado” después, a la vista de aquella experiencia.

La Monarquía, nuestra Monarquía, mitigando su estatuto personal y familiar, y cayendo en la trampa de la erosión de los antimonárquicos, va derecha al fracaso.  Así de claro. ¿Pero es que el Príncipe o las infantas no se pueden casar con quien quieran? Pues, realmente, NO. Como los curas tampoco se pueden casar. Pueden hacerlo: los primeros abdicando, los segundos apartándose de la Iglesia (por mucho que ésta los condene, quedarán ya fuera de su jurisdicción terrenal).

“Pero es que son costumbres extrañas, inhumanas”. NO, si las aceptan voluntariamente y las pueden abandonar cuando quieran. ¿Qué pasa, que la familia real tiene sangre azul? NO. Roja como cualquiera de nosotros. Y ese esa es la cuestión: que quienes han nacido, han sido educados, preparados y mentalizados en la tradición de esa familia monárquica teniendo la misma sangre que los demás sin embargo están preparados para esa clase de vida. Y si aún así no pueden soportarla, que abdiquen.

¿Y por qué digo esto? Pues, sencillamente, por el caso Urdangarín. No sé en que acabará ni si es una mera maniobra política, por el momento en que salta la noticia. De cualquier forma: aquello de lo que se le acusa es totalmente incompatible -entre otras muchas cosas- con pertenecer a la familia real. E –insisto- no porque no tenga sangre real, simplemente porque no está preparado para ese tipo de vida. Y si su esposa, la infanta, tampoco lo está o no está dispuesta a esa vida, que abdique igualmente de sus prerrogativas.
Los “modernillos” van consiguiendo lo que quieren. Y conste, y con esto acabo, que a mí me da exactamente igual. Bueno, igual, igual… La verdad un monarca bien preparado en todos los sentidos y dispuesto a desempeñar bien su papel de mero árbitro siempre me inspirará más confianza que un presidente de una república que dependa de un partido político. Sobre todo de cualquiera de los partidos que andan por aquí y de su funcionamiento interno y externo.

Y parecerá extraño, pero es verdad: no soy monárquico, ni creyente, ni modernillo.  Soy yo. Soy libre.


Truhán


3 comentarios:

  1. Sr. Truhán, no me considero ni modernillo, ni católico, efectivamente como usted me gusta respetar a todo el que lo hace...bien.

    De todas formas, desde que soy padre, me he dado cuenta de que los sacerdotes, nos llevan mucha ventaja a la hora de cuidar de alguien. Me explico.

    Son probablemente de las personas con más cultura de la sociedad, pues tiene muchísimo más acceso a ella que un ciudadano normal. La necesitan , es verdad, para vivir en las misiones sobre todo y evangelizar, que es su misión. Pero no puedo evitar el pensar en todas esas personas que nos aventuramos a tener hijos y vamos saliendo al paso como podemos, en familia o cada cónyuge por su lado como es habitual en los días que corren actualmente.

    Por mucha empatía que se ponga y cultura, no es lo mismo ser Padre, que padre. Por eso , he pensado últimamente que lo de tener familia, puede que atente contra la tradición eclesiástica, pero no deja de rondarme por la cabeza que un sacerdote , debería ( si quiere ) poder tener familia, no se, se podría dejar en otro puesto dentro de la iglesia, con votos diferentes a los de sacerdote que puede optar a subir de cargo en dicha institución; que se quedase ahí...en la familia, evangelizando igualmente. Trabajando, con una profesión como cualquier ciudadano, pero evangelizando igualmente, sin mas aspiraciones que las de una vida común, como la mayoría de las que transcurren.

    A lo mejor he dicho una barbaridad, pero es lo que se me ocurre.

    angel

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  2. A mí también me llama la atención la indignación que manifiestan algunos sectores que presumen de acatolicismo por determinadas declaraciones de los Papas, que unicamente conciernen a los católicos, y por tanto nada va con ellos. Sin embargo el excesivo entrometimiento de la Conferencias Episcopal española, sobre todo bajo la égida de Rouco Varela, en la vida política del país, olvidando lo de "dar al Cesar lo que es del Cesar...", sí que merece una contestación de quienes no están de acuerdo, ya que concierne a la sociedad civil por entero.
    Sobre el tema de que la familia real española lo ha hecho bastante bien, habría mucho que objetar..... Hay mucha hagiografía alrededor de ella, demasiado y peligroso culto a la personalidad.

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  3. A la Iglesia hay que cortarle la lengua, a ver si se calla de una p. vez. A quien hay que darle voz, voto y una cadena de tv -la 5- es a los gays. Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios. ¿Y qué pasa, que lo del César es hablar y los demás a callar?
    Hay cosas que no pueden ser más tendenciosas. ¿La Conferencia Episcopal no puede hablar? ¿Sólo lo pueden hacer los partidos, sindicatos y asociaciones empresariales? ¿Esto qué es una democracia? ¿Libertad...?
    Bien, bien, bien. Nada mejor que tapar bocas para ir BIEN.

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