jueves, 22 de diciembre de 2011

LA VIRGEN ASA CASTAÑAS (Juan Serrano)





Afuera en la calle un viento helado aletarga las conciencias. El frío se ceba con las estrellas de hojalata que penden de lo alto de la fachada de los Grandes Almacenes. Gestión de préstamos para aguinaldos junto al stand del bricolaje. La navidad a precio de caviar. De un árbol postizo cuelgan paquetes vacíos, forrados de celofán, campanillas sin badajo, ángeles de papel de estraza, de coloretes falsos. Limosnas para el asilo, juguetes para los huérfanos. La compasión programada con las sobras del mercado.

En el pesebre del escaparate la calefacción central abriga a un Niño Jesús de escayola en los brazos del maniquí de una madre. La Virgen, salpicada de algodones de nieve, vestida de lencería, atiborrada de mazapanes y botellas de cava, reclama seductora la atención de los clientes.

En la esquina de enfrente Josico el limpiabotas, tizón de carne y hielo, se acerca a un bidón de brasas. Detrás la Chelo con un delantal blanco vende castañas calientes. El pasado de la mujer es oscuro como el carbón: drogas, cárcel, lenocinio.

El hombre y la mujer tienen el rostro encendido, el suyo, que no es trucado. Nadie lleva una cara que no es suya. La navidad en cambio es un trasplante de celebraciones espúreas.

Me casé con la muchacha más guapa del barrio. Al año me dejó por otro –le comenta “el limpia” a la castañera.

La Chelo sin dejar de bufar el fogón, con un grácil arqueo de cejas le pregunta al limpiabotas por qué la noche es tan negra a pesar de que en la plaza las luces vomitan chispas.
La hermosura es pasajera. A un frasco de esencia, le quitas el tapón y se queda sin aroma. Las cenizas se apagan. Castañas duras. No por mucho frotar las grietas de un zapato viejo, éstas desaparecen. La belleza no es el brillo. Te lo digo yo, castañera, que entiendo de lustres y de cepillo y que llevo en mi carne tatuada la misma Venus de Milo. En aquella noche de Belén la estrella que más brilló fue la que no estaba encendida
Desde un lugar desconocido llegan ahora hasta el puesto de la Chelo los ecos de un villancico:

La Virgen asa castañas.
La mula y el buey se abrazan
y san José el limpia botas
prende de llama las brasas.

La cara de la castañera no es de porcelana fina como la de la Virgen, que la Chelo, la mancillada, la lleva de tizne, pero en sus ojos la lumbre pinta amores que saben a manzanas como soles. Y le dice a Josico:
Tú, mi pobre huérfano buscas amor porque lo perdiste. Y yo que no lo perdí, porque de la calle fui, nunca conmigo lo tuve.
El limpiabotas no sabe si agradecer o llorar. Josico mira a la estrella de latón allá en lo alto, una patena fugaz. Y la cola del cometa es una espada que parte su cuerpo en dos. El “lustre” se acuerda del bálsamo de Fierabrás. Como Sancho quiere sonsacarle al Quijote el secreto de este ungüento para encajar la descoyuntada paradoja de su sentimiento partido. Una encrucijada. Dos navidades: una superflua y sobrada que se ríe a pajera abierta, y la otra que grita mordiscos con su boca cerrada. Una navidad de turrón blando para los fuertes y otra de turrón duro para los que no tienen dientes. Aquella se alimenta de ésta. Y las dos al hombre le parten por la mitad.

Mientras tanto el buey y la mula en un descuido se han comido la estrella. Se la jalaron. Buen forraje. Y la mula calla cómplice, no entiende de astrología, y menos de profecías. ¡Que no tienen fe los jumentos! A la mula le han crecido ortigas en la orejas y al buey le han salido sabañones en las patas.

El limpiabotas también vende lotería, el cupón de los ciegos, relojes de contrabando. La Chelo se le acerca más al hombre, le coge su mano con intención y ternura, y le dice que su estrella le rebulle en el vientre, que un tronco sólo no arde, que le preste bajo mano un buen peluco sin agujas para gozar los dos sin control y apurar el orujo de las horas.

Burbujas blancas de anocheceres pintadas caen ahora sobre una muchedumbre de mugre que compra ilusiones con tarjetas de crédito. Y un copo de nieve luminoso, ardiente, posa su vuelo brillante sobre un par de manos trenzadas.

El reloj era de paja y, ya sabes, mi castañera, se lo comió la mula. Soy lombriz que se alimenta del barro ajeno, zapatos que aplastan la tierra humillada. No tengo plata ni casa, que soy tan sólo cizaña –acierta a decir el hombre a la Chelo.

¡Y qué importa! - le replica la mujer. Alpargatas de pastores, como el esparto del monte, no necesitan betún. ¡Deja ya de restregar la piel de cocodrilos inertes, que no lloran, que esconden su carroña con calcetines de seda! Pulamos ambos el precioso tegumento de nuestro escarabajo eterno!

Josico se queda como una pasa. El limpiabotas le quita con su paño de trabajo a la mujer los tiznajos de su cara. Y un estribillo a lo lejos bendice con su canción una unión entreverada de placeres y de llantos:
               

La Virgen se llama Chelo
y Josico san José.
El hijo que va a nacer
ha descendido del cielo.
Juan Serrano
(En el blog Blao
19 diciembre 2011)

2 comentarios:

  1. Acertado y tierno, como siempre, Juan. Felices, con o sin castañas. Un abrazo.

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  2. Muy bueno, Juan. Dices verdades como puños, con tu ironía peculiar. Beso y felicidades, querido amigo.

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