martes, 8 de octubre de 2013

LA BODA DEL TEBAS (Javier Iribarren)


sgs

¿Qué pensarían de él? Los días previos a Nacho le asaltaban las dudas. A decir verdad nunca barajó acudir a la boda de Arturo, el Tebas. El cuidado de los niños, un viaje a la Toscana o el trabajo acumulado se alzaban en su distancia madrileña como mentiras insuperables. Pero la llamada del Tebas le sorprendió bajo de defensas. Desde un número que su móvil no reconoció la rasgada voz de su viejo amigo de Vinaceite emergió avasalladora. “¿Qué te cuentas, primo?”. Al cabo de cinco minutos se confirmaban los peores augurios: “¿El 7 de septiembre, sábado, en Zaragoza? ¿Cómo no, Tebas? Marga y yo estaremos allí”. No sabía decir que no.

Carecía de soltura social, desde luego. A Marga se la llevaban los demonios. Se había casado con una lumbrera: Abogado del Estado (número dos, “ex aequo”, de su promoción), doctor en Derecho Aeronáutico, patrón de recreo, padrazo, novelista en ciernes… Todos estos atributos los enumeraba con sorna Marga segundos antes de escupir su veredicto: “Y al final, Nacho, eres un jodido inadaptado”.

La reprimenda traía causa de aquella maldita boda “con los del pueblo”. Nacho era uno de las seis piezas del puzzle: Tebas, Ofo, Nachete, Tego, Rocas, y Perdigón. La cuadrilla más revoltosa de los veranos del Bajo Martín. Sus caminos se habían separado cuando llegó la gran decisión: universidad, ladrillo, hormigón… Nacho tomó la senda paternalista, en verdad la única abierta para él, y después su propio éxito profesional consumó el abandono.

Hacía una década que no los veía. Sabía de ellos poco y de oídas. Órdenes de alejamiento, el paro, la muerte de un padre, robos con intimidación. En el fondo, temía el reencuentro. Ellos se habían mantenido firmes en la adversidad. A veces coincidían por El Tubo, se iban de cañas, al Plata o lo mismo de putas. Nacho no. Los fines de semana su mujer se escapaba a Serrano y Claudio Coello, todo lo más al palco del Santiago Bernabeu. Marga no contemplaba como idea el pasar dos días en provincias, ni siquiera en Zaragoza. Diríase que pasaba olímpicamente.

Lo recibieron como si nada, sin alardes ni recelos, en el pórtico de la Iglesia de San Pablo. Nacho se relajó. La pandilla no entendía de brechas sociales. Con las primeras anécdotas los años perdidos se contrajeron como un acordeón. Los roles de antaño resurgían incólumes, y él seguía siendo Nachete, el juicioso y estudiante. Marga le pellizcó para advertirle que se cerraban las puertas de la iglesia. La ceremonia comenzaba. Se despidieron del grupo mientras Ofo recolectaba el bote para las cervezas. Nacho, ante la lluvia de chascarrillos, les pidió indulto con la mirada.

En el restaurante los sentaron en la mesa C2, denominada sin riesgo “Amigos de Vinaceite”. Marga, que albergaba alguna esperanza de no ser identificada con aquella casta salvaje, torció el gesto. No iba a ser aquella su gran noche. De entrada Tego, con poca fortuna en el manejo de las pinzas, roció su vestido con la salsa del bogavante. Con la merluza surgieron los cánticos, y toda la mesa se alzó para homenajear a los novios con aquello del polvo de esa noche, que ya no era ilegal. El Tebas les agradeció el gesto besando a la suegra. El ternasco tardó en llegar y el grupo se solazó en los baños. Rocas regresó con una pequeña jaula y abrió con malicia la trampilla. Un huidizo cochinillo correteó asustado por el gran salón. La gran mayoría de los invitados saludó con vítores la propuesta.

En la antesala de la barra libre una Marga llorosa instó a Nacho a recogerse: “Ya está bien. Lo de hoy ha sido vergonzoso. Son unos animales. Sácame de aquí”. El hotel se encontraba a escasos cien metros del restaurante. Nacho escoltó a su esposa hasta la habitación. “Última vez Ignacio, ¡última!, que nos juntamos con esta chusma. Lo de esta noche no se puede ni contar, ¡qué vergüenza!”. Mientras Marga se desvestía Nacho, un pelín tostado, se repantingó sobre el butacón de cuero. Las imprecaciones de ella no atisbaban horizonte: “¡Qué paletos, por Dios! ¡Qué garrulos! Me van a ver el pelo otra vez por aquí. Y luego dices tú de la gente de Madrid...en fin”.  Pasaron varios minutos hasta que Marga reparó en él:

-      ¿A qué esperas? Quítate la ropa
-      Creo que debería ir a despedirme de éstos
-      Vamos Nacho, mira cómo vas. Quítate el traje.
-      No Marga, me vuelvo al restaurante.
-      ¡Nacho!, escúchame bien: si cruzas esa puerta, por mí como si no vuelves. ¿Me oyes?

Nacho cerró con delicadeza y descendió en el ascensor. No se reconocía.

No habían pasado quince minutos desde la rebelión. La cerradura magnética cedió y Marga, que aún no había logrado conciliar el sueño, se hizo la dormida. “Tan calzonazos como siempre”, pensó triunfal.

-      Marga… Marga…  Sé que estás despierta…¡Marga!
-      ¡Por Dios Nacho, acuéstate! ¡Y déjame en paz!

La luz exterior del pasillo sombreó la silueta de su marido, que permanecía inmóvil en el umbral de la puerta. Marga distinguió el pañuelo en la cabeza y el purito alargado, que colgaba de sus labios. Una densa neblina de humo honró su despedida:


-      Ha ganado Tokio, Marga. Jo-de-te.


Javier Iribarren



7 comentarios:

  1. Natural, dinámica, efectiva, con gracia... Sin entrar en detalles, me parece una buena narración, en la línea de las que ya conozco tuyas, Javier.

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  2. Narciso de Alfonso9 de octubre de 2013, 12:18

    .
    . Javier: supongo que esto es lo que

    se llama escribir bien, ya sabes -creo- cuál

    es mi criterio con tus historias: primero, que

    es asunto personal, la dificultad con los

    argumentos: no entiendo -por decirlo así-

    el lenguaje con argumento -ya sé que

    me ventilo toda la narrativa universal,

    pero qué vamos a hacer: ahora me importa

    tu narrativa-. Y, segundo y más peludo -o

    más cornudo-, la conciencia de escribir,

    que, cuando te leo, va y viene, como

    si al ver una película no pudiese evitar el

    darme cuenta del rodaje. En la anterior

    entrega, no tuve conciencia de escribir -lo

    que percibo es tu conciencia de escribir, claro,

    no la mía-. Pero esta vez ha estado acechando.

    Son, quizá, mis manías, pero soy un lector,

    tu lector. Vengo a decir -siento ser tan largo

    para explicarme- que es demasiado difícil

    que me pase al otro lado, al de Marga y Nacho.

    Para acabar de ser repelente: Ortega, sobre la

    novela: hay que empezarla con un terremoto y que

    vaya cada vez a más. Hay que multiplicar los detalles

    hasta que desborden al lector -no le quepa en la cabeza-

    y, después, cortarle la retirada: que tenga que quedarse

    en el mundo de tu novela. Otra cosa que dijo, enorme

    y evidente, que quizá tu historia cumple a la perfección:

    al lector lo que le interesa son los personajes, no los

    argumentos: si te caen bien, lo que hagan es lo

    de menos… usaba como ejemplo las series

    de televisión o por entregas.

    Y -ya acabo-, la vida, pero no descrita, sino

    experimentada: el tipo -Ortega- decía que

    Dostoievski nos engaña: describe un personaje

    que luego, en la novela, no obedece a la

    descripción: como la vida, dice Ortega: nos

    engaña, es contradictoria… como las personas

    reales que encontramos en el mundo.

    Me callo ya. Gracias por compartir

    este bien escrito relato -o parte de

    relato o de novela-.


    Un saludo

    Narciso


    .

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola a todos y gracias por las valoraciones. El tema de la conciencia, Narciso. Quiero entenderte (sobre todo con el ejemplo de aquellos actores norteamericanos, que parecían no estar actuando), pero a veces me cuesta aislarla. Creo que las artes escénicas ofrecen más posibilidades de silenciar esa conciencia acechante. En el fondo creo que depende también de factores accesorios (la primera o tercera persona, la familiaridad de los argumentos, el mensaje, si lo hay). Recientemente he leído varias novelas de Michel Houellebecq, odiado e idolatrado a partes iguales. Pueden variar los escenarios y las historias, pero la sensación es que todos los personajes protagonistas son su alter ego. Su conciencia, pro así decirlo, brota en cada página. Y lo mismo me sucede con otros (Coetzee, Roth...).

      Nunca me había sometido a un escrutinio tan exhaustivo de mis escritos, y lo agradezco enormemente. Pero la verdad, no pensaba que daban para tanto. Ahora bien, Narciso, manejas un argumentario que me supera con creces. Dostoieski, Ortega, Azorín... Si he de ser sincero, no los he "trabajado" (tampoco los llamados "clásicos"). Mis pretensiones a la hora de escribir son poco ambiciosas: transmitir una historia y cuidar las palabras (y la mayor parte de las veces pongo mayor énfasis en lo segundo).

      Un fuerte abrazo y gracias otra vez

      Javier Iribarren

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    2. Javier, me queda una duda, ¿Nacho se vuelve a ir a la fiesta o se queda con la muermo de su mujer?

      Yo no tengo la profundidad de Narciso pero noto que a veces resulta poco natural o coloquial, por ejemplo cuando le dice que es un inadaptdo. No s una palabra que suene al reproche que se supone que le quería hacer. Es una palabra que no es habitual.


      Me sucede que veo en tu relato lo mismo que en algunos poemas, frases para la galería y frases con sentimiento, con fluidez.

      Narciso es que es así,coge y te habla de Dostoievski de cómo nos sorprende cuando sus personajes cobran vida propia y etc. Yo te aconsejo que escribas con más sencillez. Mira, yo tengo una abuela que la pobre tiene un problema cognitivo y ¡Lee a Dostoieski! Ahora está con ofendidos y humillados. No capta las profundidades pero le entretienen los detalles y las conversaciones.

      Yo creo que hay que escribir de tal forma que exista fluidez.


      Gracias, yo sería incapaz de escribir un párrafo inventado.

      Vladimira

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    3. Vuelve a la fiesta. Por ello lo de "honró su despedida". Pero quizá debería estar más claro, es cierto. Gracias

      Javier

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    4. Gracias Javier, con tus personajes nunca se sabe. Me gusta mucho que se fuera y dejara a Marga plantada.
      Vladimira

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  3. Ha mi me ha gustado. No tengo suficiente criterio como para valorarlo críticamente.
    Sólo puedo decir que me ha gustado y entretenido y se queda uno con ganas de más.

    Un saludo

    Ángel

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