Pericles (foto: sgs) |
España está llena de buenas
gentes. Personas que respetan las normas y las leyes, no por miedo al castigo
si las infringen, sino porque consideran que las leyes son justas, son buenas
para todos, hay que observarlas. Son gentes que acuden todos los días a sus
trabajos y ocupaciones y tratan de desarrollarlos de la mejor manera que saben,
no para recibir ningún premio o distinción, sino por ser
su obligación. Gentes que respetan la autoridad. Las autoridades velan
precisamente para que se cumplan las normas, están al servicio de todos. Gentes
que sienten un gran respeto por quien ostenta la autoridad. No solo se le
respeta, sino que un simple apretón de manos por parte de un político supone
una deferencia hacia ellos, simples plebeyos. Cuando llega uno de estos
regidores, van corriendo a vitorearlo, a aplaudirlo y si consiguen hacerse con
él una foto, levitan de gozo. Estos ciudadanos ven normal que quienes se ocupan
de lo público gocen de numerosos privilegios y preferencias. Son gentes que ven
y escuchan la televisión y la radio públicas y se sienten incapaces de pensar
que quienes le están informando lo hagan torticeramente, sesgadamente, faltando
a la verdad. Gentes que piensan que los cargos institucionales están ocupados
por personas bien preparadas, dispuestas a resolver los problemas de los
ciudadanos, que su principal prioridad es anticiparse, incluso, a cualquier
emergencia, desarrollando planes para acometerla.
Las buenas gentes son muy nocivas
para la sociedad, son las que permiten que prosperen los logreros, los que se
aprovechan de sus cargos para sus propios intereses, los que retuercen las
leyes o las hacen a su gusto, los que disfrutan los bienes públicos
convirtiéndolos en sus bienes exclusivos.
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