sábado, 4 de julio de 2020

LOS SAFARIS DE HEMINGWAY (Antonio Envid)




Hubo una vez un reino mágico en el que todos los sueños tenían cabida. Unas veces se extendía por las calles de Nueva York, o visitaba las guaridas de las “gang” de Chicago, o incluía las selvas de África o de Indochina. Ese reino se llamaba Hollywood y uno de sus reyezuelos, John Huston. “Las raíces del cielo” es una de las consideradas como películas menores de Huston. Es una de esas películas imposibles, pero que ha quedado en la historia del cine. Vista hoy suscita mucha curiosidad y muchas preguntas. El tema es conservacionista, un alegato contra la caza de elefantes. En 1958 cuando se estrena la película, precisamente, estaban de moda los safaris por África, para quien podía pagárselos, claro, como la esposa de Hemingway, Puline Pffeifer, cuando en 1933 el popular matrimonio realizó su conocido safari, y a ello habían contribuido grandemente las versiones cinematográficas de las novelas de este escritor, ”Pasión en la selva” (The Macomber Affair, 1947) y "Las nieves del Kilimanjaro" (1952), protagonizadas ambas por Gregory Peck. De modo que una película que no exaltaba este tipo de aventuras africanas, muy al contrario, censuraba la cruel caza de los elefantes para comerciar con el marfil, no era precisamente lo que esperaba el público. Pero para que resulte de más actualidad, ese tráfico de marfil se realiza para financiar la guerrilla que opera en el país.
Se dice que Huston aceptó de mala gana el encargo y lo hizo porque se iba rodar en África. Seguramente, porque él mismo pretendía cazar algún elefante. Hay que pensar el escaso entusiasmo con que el director emprendería el rodaje de un film tan contrario de sus propias aficiones. Aunque lo de la caza de los proboscídeos también se dice del rodaje de su película “La reina de África”, sobre lo que Clint Eastwood realizó una excelente película “Cazador blanco, corazón negro” en 1990, contando los incidentes del mismo, que fue bastante accidentado.
Dos últimas palabras. Juliette Greco es el auténtico exotismo en “Las raíces del cielo”, resulta más atractivo recordarla sumergida en la atmosfera de angustia vital de una cave de Saint Germain des Prés, escuchando a un trio de jazz, o cantando ella misma; y Errol Flynt, haciendo el papel de sí mismo, o sea, de alcohólico, en este su último trabajo en el cine, está patético.
Hemingway, como hemos dicho, un día se va a África a cazar. Tras un día perdido porque el camión de un granjero ha espantado los kudús, que el escritor quería abatir, sin enojarse, Hemingway invita al granjero a cenar y ambos se pone a hablar de literatura. El granjero es austríaco y se muestra interesado por los novelistas americanos, aunque confiesa no conocer nada de ellos. Para Hemingway no había grandes escritores en EE. UU. "Los buenos escritores estadounidenses son Henry James, Stephen Crane y Mark Twain ". Que no tuviera una elevada opinión de sus colegas es algo que ocurre a menudo en el mundo literario. Así comienza “Las verdes colinas de África”, donde el escritor asegura que lo que relata es real. Un comienzo que no se le ocurriría a otro que no fuera él, por el escaso interés que habría de tener para el hipotético lector, que se esperaría más interesado en los lances venatorios, o en el exotismo africano, que en una conversación más propia de una tertulia literaria neoyorquina, degustando unos güisquis.
El austríaco es un antiguo granjero de cuando el África Oriental Alemana y asegura haber luchado a las órdenes de Von Lettow durante la Primera Guerra Mundial contra las tropas inglesas. Al parecer perdió sus tierras con el armisticio. Este inmenso territorio de un millón de quilómetros cuadrados, que rebasaba los límites de la actual Tanzania, fue defendido con soldados nativos y escasas tropas alemanas por Von Lettow de manera bastante eficaz contra los ejércitos de Gran Bretaña y Bélgica, que tras la derrota alemana se repartieron la colonia.
En fin, esa charla sobre literatura y sobre las condiciones que ha de tener un buen escritor -en el relato abundan las referencias a autores y reflexiones literarias- para un lector norteamericano en una tranquila tarde contemplando el césped recién cortado desde el salón de su casa, debió ser sugerente e invitarle a continuar la lectura de ese libro de aventuras africanas, que hoy horrorizaría a todo ecologista.
Alguien, no recuerdo quien, algún escritor surafricano, ha dicho que Hemingway nunca puso sus dos pies en África, yo creo que nunca puso sus dos pies en ningún sitio, quizá, en su nativo Illinois, o en París, desde luego, no los puso en España. Es el viajero que siempre viaja con todos sus muebles encima.



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