viernes, 18 de noviembre de 2011

LOS TRES CAMINANTES Un recuerdo para don Mariano Berdusán (Antonio Envid)

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Estaba muy avanzada la mañana cuando salieron. El trayecto no era muy largo, de manera que no era preciso madrugar, además era primavera y el calor del mediodía no les agobiaría. Estaban acostumbrados a andar y la vuelta desde Jerusalén, donde habían pasado la Pascua, a su aldea Emmaús, sesenta estadios, unos once quilómetros, representaba un paseo.

Haciendo a pie el camino  es cuando verdaderamente se puede hablar de viajar, lo que normalmente hacemos es desplazarnos. El sendero, medido por nuestros pasos, y el tiempo se hacen elásticos, de modo que el caminante, el camino y el tiempo forman un todo indiferenciado donde los tres interactúan. Vayan por el interior de Galicia y verán como es cierto “¿Cuántos quilómetros hay hasta esa aldea?”, “Como  media hora”, te contestan, utilizando el tiempo como medida de longitud.

Además, la naturaleza se entretiene en jugar con el caminante. Ahí a la izquierda hay una encina, pero tras ganar el recodo, la misma encina, pícaramente, aparece por tu derecha. El cerro, que imaginas cercano, se burla de ti retrocediendo los mismos pasos que los que  tú avanzas. Otra cosa que tienen los caminos es que crean una universal fraternidad. Todos los viajeros se hermanan en un objeto común, el viaje. No es de extrañar, pues, que de pronto se les juntara un extraño y fuera acogido con cordialidad para continuar juntos el camino, haciéndole partícipe de su conversación y de sus reflexiones. La conversación acorta cualquier trayecto. Sería un peregrino de otras tierras, pues no se había enterado de los extraños acontecimientos que habían sucedido en Jerusalén durante esta Pascua. “…Sí, sí, como lo oye, fueron nuestros propios príncipes quienes lo detuvieron y lo llevaron al Cónsul para que lo ejecutase”. “Hay que ver, un hombre tan sabio y tan santo, ajusticiado de modo tan cruel y entre delincuentes ¡quién lo iba a pensar!” “¿Sería otro falso profeta de los muchos que aparecen en estos tiempos tan revueltos?” “No puede ser, transmitía tanta serenidad cuando hablaba. Era tan dulce su discurso. Decía cosas tan sabias…”

Declinaba ya el día cuando llegaron a su aldea. “No continúe el viaje, descanse con nosotros. Mañana será otro día. Techo no le va a faltar y de cena, compartiremos lo que haya, que donde comen dos comen tres”. No sería una mesa abastecida como la que pinta Caravaggio: un pollo, pan, una jarra de vidrio fino para el vino y vasos de cristal, una cestilla de fruta. Más bien una jarra tosca de barro mediada de un vino honrado y recio de Judea, de los que al primer trago te recupera del cansancio, unas aceitunas, pan y acaso queso. El lugar, al aire libre, como lo concibe Pedro Orrente, bajo un emparrado, disfrutando de la brisa nocturna y de los aromas de los romeros y las jaras. Una noche estrellada, apacible, corriendo un vientecillo dulce, dejando transcurrir el tiempo. Tres amigos que conversan, una jarra de vino que circula de mano en mano. Y de pronto, Cristo que se revela ante los ojos atónitos de Cleofás y su compañero, para desparecer de inmediato. Por qué, me pregunto, el cielo no puede instalarse, siquiera una velada, aquí en la tierra.

Antonio Envid.    

1 comentario:

  1. Me sumo a su recuerdo y a su delicadeza. Su texto podría ser uno de Dº Mariano Berdusan, de 'el color de mi cristal'

    isabel

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