viernes, 7 de diciembre de 2012

LA LUNA ROTA (Juan Serrano)

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Eran sólo las nueve de la tarde, pero parecía noche cerrada. La luna se hizo ver desde la ventana: 

Papá, mira, acércate, la luna está rota, y parece que llora. 

Desde su posición de menguante, efectivamente parecía que a la luna le faltaba un pedazo. Yo esperaba ahora que Melania dijese: ¿dónde está la otra mitad? Por eso, antes de que ella me preguntara, yo había puesto en marcha mis conocimientos astrales para adaptarlos a las entendederas de la niña. Pero no; la curiosidad de Melania, no siguió el camino ilustrado de su preceptor pedante, sino que me dijo:

¿Y cómo la vamos arreglar para que vuelva a reír?

Los niños, siempre nos cogen por sorpresa. La visión que ellos tienen de las cosas es divergente al nuestro. Aún no había abierto yo la boca, y ya, ella solita, había llegado a la siguiente conclusión: 

¡Seguro, que una malvada estrella fugaz le habrá dado un bocado! 

Hice un esfuerzo por ponerme al nivel de la niña:

A lo mejor la estrella fugaz ha dejado escondido el trozo que le falta debajo la almohada de la cama. ¡Vayamos a ver!

Luego, ya los dos en su habitación, cogí a la niña en brazos, la levanté en volandas, le di un beso, y exclamé:

¡Aquí, aquí, aquí está la parte más hermosa, el trozo de luna que falta. Se llama Melania! 

El desenlace por mí ideado, le pareció a la niña tan cursi como alienante. Una escenificación mentirosa. Según ella yo eludía el conflicto. Melania seguía viendo a la luna rota, y además, triste y pálida. Lo noté en su cara indiferente, en su mohín contrariado hacia mi teatrealización adulta e inútil. Y el que mi hija, una niña de tan sólo cuatro años, pensara que su padre escurría el bulto, me dejaba a la altura del betún. Yo, que debería ser su factótum, me escaqueaba por sublimación del problema. Yo no era el padre que ella quería. Y por lo que Melania me dijo a continuación, debí poner la misma cara de tristeza de la luna.

Ya verás, papá, no te preocupes. Yo misma arreglaré la luna. 

Las palabras de Melania, me sacaron de mis complejos. La niña en menos de lo que canta un gallo, cogió una silla, se subió en ella. Después cerró la ventana. Y me dijo:

¡Ya está, todos contentos!


Juan Serrano 
(En el blog Blao
27 de noviembre, 2012)


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