El Salón Kitty era un burdel
ubicado en 11 Giesebrechtstrasse en Charlottenburg, un barrio acomodado de
Berlín, llamado así por el sobrenombre de su propietaria Katharina Zammit,
conocida como Katty Schmidt, que fue utilizado por el general nazi Reinhard
Heydrich como instrumento del espionaje. Asistido por prostitutas escogidas por
su atractivo, buena educación y fidelidad a las ideas
nazis, algunas eran damas de la buena sociedad alemana, cuya misión era la de
sonsacar información de sus visitantes y bien provisto de delicados manjares y
selectas bebidas. Lo frecuentaron jerarcas nazis y personalidades extranjeras,
especialmente diplomáticos a quienes se les ofrecía este singular servicio.
Galeazo Ciano, Joseph Goebbels, el propio Heydrich, y según la escritora croata
Dasa Drndic, Ribbentrop y su colega español el ministro de Exteriores de
Franco, Ramón Serrano Suñer, se contaron entre sus clientes. La escritora
croata asegura que con el tiempo las chicas bebían más e informaban menos, así
que cuando en julio del 1942 quedó dañado el local en un bombardeo, se cerró.
Seguramente la ministra de
Justicia Dolores Delgado conocía estas historias, de modo que cuando el
expolicía y espía Villarejo le hizo la confidencia de que había montado una
casa de citas para espiar a políticos, pensó, aunque en aquel momento ella era
fiscal general del Estado, que con el tiempo las chicas beberían más y
espiarían menos, así que no merecía la pena tomar medidas para algo que el
tiempo se encargaría de volver a poner las cosas en su lugar.
Sin embargo, la historia de la
muñeca hinchable Borghilda, “muñeca de goma desinfectada de tamaño natural”
para uso de las tropas alemanas y eficaz medio de preservarlas de las
gonorreas, sífilis y demás calamidades venéreas, parece completamente apócrifa.
Los alemanes, como todos los soldados de todas las guerras, usaron profusamente
de los vulgares y clásicos burdeles, además de confraternizar con la parte
femenina de las poblaciones ocupadas, donde, por las naturales circunstancias,
el suministro masculino local escaseaba.
Antonio Envid
(De "Los diarios de don Cleofás"
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