miércoles, 31 de diciembre de 2008

Amor en El Cabezo (desde el cine Latino)


Una tarde, en el mismo cine Latino, contemplaba yo desde mi butaca cercana a una de las salidas laterales el cielo raso a lo Tiépolo aunque con lejanos ecos cubistas: las nueve musas y Apolo con su carro tirado por los caballos de la fantasía. Nunca conseguí identificarlas, sólo a Melpómene por la máscara, a Euterpe por la flauta y a Clío por el pergamino, pero las demás imposible, prácticamente imposible, la de la lira y la diadema, recostada y de perfil, hermosísima y con pechos de playmate, si bien algo separados y distraídos, lo mismo podía ser Erato que Terpsícore; y si la que estaba de espaldas y desnuda de cintura para arriba era Talía aunque también pudiera ser Terpsícore o incluso la propia Erato, entonces ¿quién coño era la morenaza del peplo rojo, lejanos pómulos y mirada oriental que tanto me recordaba a Zenaida? ¿Calíope, Urania o Polimnia? ¿Podría vivir sin resolver el enigma? Lo que hubiera dado yo por estar allí con ella, con Zenaida, pero tenía que conformarme con mirar aquel parnaso, hechizado por la hermosa morena de pórfido atuendo, la espalda desnuda de ¿Talía? y los pechos de ¿Erato? Comenzóse a descubrir la pantalla ganando la penumbra a la luz hasta que aquel edén desapareció completamente de mis ojos. La excitación ya no la podía controlar, ojeé a tientas la fosforescente hora de mi seiko cinco sport de esfera azul, antichoque, sumergible e inoxidable, nueve y veintiocho si me doy prisa llego, y abandono decidido los restos nocturnos de aquel olimpo roto por la penumbra, ante la mirada sorprendente de la acomodadora, traje chaqueta de franela gris con falda plisada y melena cardada voluminosa; bullicio nocturno del tráfico a la izquierda, en San Gil, mostrencos que no me dejan avanzar aquí en Estébanes, donde estoy; los sorteo como puedo a veces incluso a empujón limpio, apartándolos a los lados, separándolos de mí, abriéndome camino a toda marcha hacia la calle Alfonso; en la plaza Sas un ciego me interrumpe, el veintisiete ocho noventa y siete, caballero, ¿qué pretende?, llevo la serie, ¿joderme, eh? ¿eso es lo que pretende?, para ahora, para ahora mismo, oiga; me lo quito de encima violentamente, cruzo Alfonso y, sí, respiro, ahí está, en Fuenclara, 4, por poco no llego, ahí, en la misma puerta de la Kühnel, teneduría de libros, contabilidad, idiomas, mecanografía, Fuenclara, 4; bueno, no es una diosa del Olimpo pero, hola, pasaba por aquí ¿sabes?, ah, sí, claro que de ocho a nueve vienes aquí, claro, francés, sí por supuesto, muy importante para una formación intelectual sólida, mucho, mira qué casualidad, además quería hablar contigo, oye; nada, nada de importancia una cosa que, no sé, quizá podrías ayudarme, sí, claro, ahora, cómo no, que tal si tomamos algo... ¿”Bohemios”? un poco lejos, ¿no?, es que sabes luego a las once me gustaría ver una película aquí en el Latino, Confidencias a medianoche, sí; ah, tú ya la has visto, ya, y qué, qué tal, con el Güili, ah sí, con el Güili; no, que va, no lo sabía, mira aquí hay sitio, yo una caña y tú, otra, sí, muy bien, dos cañas, sí solas, ¡bueno, bueno, bueno... qué casualidad!, ¿eh?; además hace una noche extraordinaria, ¿cómo? ¿que no... que no te importaría verla otra vez?, hombre yo... a mi tampoco me importaría ver otra... sí, claro, tienes razón, tienes toda la razón del mundo, el cine este, el Latino, es muy cómodo, claro, mucho, muy cómodo... Charito Rosales está bien; contemplándola así, a media luz, incluso es guapa, grita mucho eso sí, la acomodadora, al entrar, como un basilisco, nos mata con la mirada iluminada de los gatos de Méndez Núñez 36, yo le devuelvo otra en plan chulo, estaríamos buenos, pero me dejo, nos dejamos llevar hasta la última fila, la Charito Rosales ríe con una rísa nerviosa que te pone frenético y no para de hablar; yo miro de nuevo al cielo raso, ¿Calíope, Urania o Polimnia?, me acuerdo de Zenaida y me echaría a correr, huiría de allí pero las cortinas se abren inexorablemente de nuevo y la luz va menguando, nuestras manos se buscan. La Charito Rosales es buena chica, no se merece que la tratemos mal ni que murmuremos ni la insultemos, a media noche te lleva al parque grande y a la luz de la luna descubre orgullosa su desnudez, sus buenos pechos de chica playboy, sus caderas a juego y, bajo el ombliguito, su conejito peluche; también te hace posturas estirando los brazos hacia el cielo para que las tetas, sin perder su voluminosa redondez, aparezcan más firmes y puntiagudas, ladea la cadera en escorzo hacia ti y luego te empuja al suelo hasta que te caes largo, se te sube encima y cabalga y cabalga, primero al trote, un trote suave, luego una locura y al final un galope ligero como volando dulcemente por el cielo. Si vas con la Charito Rosales al parque, si ella te lleva al anochecer, no hace falta ni que vayas preparado porque tiene condones en el bolso que para eso se los quita a su madre de la mesilla, porque sabe que no lleva la cuenta. La Charito Rosales sueña con ser algún día modelo de calendario, así, ¿eh? ¿te gusta? ¿a que no tengo nada que envidiarlas?, no Charito más quisieran, tú estas mejor, mucho mejor, dónde va a parar pero sigue por favor sigue, no te pares; los camioneros llevan calendarios para masturbarse, claro son muchas horas solos, de viaje, sí Charito, sí, los calendarios llevan camioneros para masturbarse pero no pares, por lo que más quieras. Charito Rosales quiere salir en los masturbos que llevan los calendarios para camionarse para que se miren masturbándole a ella, y no sólo los camioneros, le gustaría que todos los hombres del mundo se calendaran camionándola así con los brazos en alto y la cadera avanzando en escorzo. Charito Rosales va a la Kühnel dos veces por semana para aprender francés pero no le gusta y como a su madre le da lo mismo, que la manda para tenerla ocupada, Charito Rosales pasa del francés, de su madre y de que la suspendan, ella sólo sueña con ser modelo de calendario o, mejor aún, con llegar a ser algún día playmate. A Charito Rosales no le gusta estudiar, ni ser dependienta, ni siquiera de Galerías Preciados ni de una boutique del Coso o de la calle Alfonso.
(extraído de La ciudad sin faro, pág. 222)

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