Es lo mismo que cuando uno
camina: se alza el punto de gravedad, se le empuja hacia adelante y se le deja
caer; pero basta un cambio pequeño, un leve temor o simplemente admiración ante
aquel dejarse-caer-en-el-futuro, y uno ya no puede sostenerse más en pie. Es
mejor no pensar en ello.
El hombre sin atributos, I.2,34
(R. Musil, 1930)
MEZALOCHA.- El ponderado profesor Charles W. Sanders (1898, Cambridge, Massachussets – 2009, Mezalocha, España) falleció ayer en su casa de Mezalocha por muerte natural, dada su avanzadísima edad. Charles W. Sanders, cuya compleja figura y pensamiento de extraordinaria riqueza y profundidad son todavía poco conocidos en España, dedicó gran parte de su dilatada carrera al estudio e investigación de los movimientos deambulatorios del ser humano. La mayor parte del resultado de su vastas investigaciones quedaron recogidas en los treinta volúmenes que componen su desconocida obra Man in walk (Braga, Portugal 1950). En septiembre de 1938, cuando apenas contaba cuarenta años de edad consiguió una beca de investigación en el United Coast and Goedetic Survey de los Estados Unidos, labor que se dilataría durante treinta años en que, a volumen por curso, consiguió desarrollar y concluir sus extensos trabajos sobre la deambulación humana. En enero del año 1968 abandonó el United Coast como consecuencia de ser expulsado a raíz de la resolución recaída en un expediente que se le incoó acusado de mantener relaciones lésbicas con una joven estudiante de 16 años, Norma Rorty, sin el consentimiento de la amante de esta, la eminente profesora Hilary Houser, instructora por lo demás del referido expediente disciplinario. El Consejo Rector del United Coast, parece ser que aprovechó la tesitura para apartarlo del centro porque llevaba más de veinte años pervirtiendo a los estudiantes y escandalizando al claustro con las exhibiciones impúdicas que acostumbraba a realizar tanto en las aulas como en las salas de profesores.
En todo caso la aportación de Charles W. Sanders a la comunidad científica queda reflejada en la reseñada obra 'Man in wolk', que constituye toda ella el intento de lograr una aproximación a la definición del deambular humano, llegando en la última página del volumen XXX a la siguiente propuesta:
La deambulación del ser humano puede describirse como aquel acto reiterado, voluntario o involuntario, mediante el cual el hombre, en su condición de bípedo, consigue desplazarse venciendo el cuerpo normalmente hacia el frente y evitando su desplome mediante el avance más o menos rápido de una de las dos extremidades inferiores.
En definitiva, Sanders, sostuvo que el andar del ser humano viene a ser un constante dejarse caer, normalmente hacia el frente, evitando el desplome en el último segundo, al adelantar uno de los dos pies hacia adelante. Esto, lógicamente, cuando nos referimos a la deambulación normal, es decir, la que se realiza hacia el frente. El resto de desplazamientos, marcha atrás o laterales, merecen consideración aparte.
Dicha fórmula fue muy discutida en los ambientes académicos provocando fervientes polémicas, lo que obligó al doctor Charles W. Sanders a dedicar el resto de su vida a la defensa de sus formulaciones, empeño que ejecutó con profundo ardor y maestría. Y en ese contexto es famosa la intervención que tuvo en el Grand Tehatre Circo de Berlín en el otoño de 1974 contra la tesis del doctor John T. Perelman de la Universidad de Yale, que –allí presente- decía echar en falta en la definición propuesta por Sanders toda referencia al movimiento de flexión, siquiera sea leve, realizado por la pierna de apoyo; movimiento –argüía el oponente– decisivo para la dinámica del avance. Es lo que denominó: el mínimo efecto de muelle o lanzadera. Para demostrar la refutación, Perelman, se puso en pie y realizó in situ ante los insignes asistentes varias demostraciones de las que se infería con absoluta claridad –siempre según Perelman–la necesidad de una mínima flexión de la pierna de apoyo para el éxito del avance, y lo llevó a cabo con tal pasión que por cinco veces se dejó caer contra la tarima al intentar avanzar eludiendo la flexión. ¿Lo ven ustedes?, dijo Perelman con la nariz aplastada y un enorme moratón en la frente, ¿lo ven? Sin el efecto de muelle o lanzadera resulta imposible avanzar y el cuerpo se desploma. Muy indignado, Sanders, se levantó y demostró que no era necesario movimiento de flexión alguno antes de producirse el desplazamiento, ni siquiera en lo que él denominaba paso inicial desplazatorio ni en los sucesivos. Mantuvo, no sin cierta sorna, que en su condición de bípedo al ser humano le basta lo que señalaba su definición: vencer el cuerpo hacia el frente o, lo que es lo mismo –matizó-: una mera inclinación hacia el vacío. Representó varios ejemplos, y se hizo acreedor, también, de varios aplausos y contusiones.
La polémica, en todo caso, estaba servida. La división de la comunidad científica a partir de tan ardua disputa era también un hecho. Sanders y Perelman continuaron enfrentados hasta el momento mismo de la muerte del segundo, acaecida en 1982. Pero ya desde 1979 ambos habían tenido que continuar sus disputas públicas sin poder mostrar los ejemplos tan gráficos de la primera al acabar ambos en silla de ruedas a consecuencia precisamente de dichas demostraciones. Con su muerte, la escuela de Perelman se vino abajo y, definitivamente, Charles W. Sanders, al frente de la suya, cada vez más sólida, logró imponer su definición, hoy día universalmente aceptada si bien con algunos matices, nunca rectificaciones, en los que parte de la comunidad científica quiere ver, al menos, una influencia del legado de Perelman. En particular los que concretan que la inclinación o vencimiento del cuerpo más que hacia un frente debe hacerse extensiva hacia cualquier espacio que rodea al ser humano, incluída la cenital o vertical en su doble modalidad de picado (descendente) o contrapicado (ascendente), siendo la inclinación más común, eso sí, la frontal.
Ahora, muchos discípulos de Sanders realizan periplos académicos por los foros científicos de mayor prestigio mundial mostrando la deambulación frontal, la deambulación marcha atrás , la deambulación vertical y las diversas modalidades de deambulación lateral. Estas últimas son las que más agradece el gran público que, cada día con mayor fervor, abarrota los teatros en que se representan.
Guste o no guste, debe reconocerse que la formulación de Charles W. Sanders es, en definitiva, la que ha acabado por imponerse y no sólo en los medios científicos, ya que el público en general la tiene asumida y por eso no es extraño hoy día, en cualquier parque norteamericano, ver a los niños imitando los movimientos y caídas que hicieron famoso a Charles W. Sanders e, incluso, al propio John T. Perelman.
En todo caso, hoy, la comunidad científica y la opinión pública en general, desconociendo que ya R. Musil se había adelantado a W. Sanders en su obra inacabada 'El hombre sin atributos' (1933), está profundamente conmovida por la desaparición de Charles W. Sanders y hondamente estupefacta porque la muerte le sorprendiera en la simpática población zaragozana de Mezalocha. Qué hacía allí no se sabe muy bien, aunque todo apunta a que tras su retiro en Sevilla (España) con su joven y hermosa esposa Lucía W., de los W. de Massachusetts, harto de que todo el mundo hiciera chistes sosos (“anda, Lucía”, se ve que le decían), no encontró mejor lugar donde esconderse que en esa pequeña y pacífica localidad aragonesa donde, se dice, Charles W. Sanders, habría cambiado totalmente su famosa tesis en el último momento, alertado por los vecinos del bamboleo de glúteos que producía su joven esposa al andar en el que, hasta entonces, no había reparado. Y mejor así porque también se dice que ello apresuró su muerte. Pero eso es algo que no está escrito y, por tanto, jamás rebasará los límites del mero bulo. Mas para bulo imponente el de Lucía quien, afincada en una hermosa isla en las Antillas desde hace unas semanas en que abandonó a su muribundo esposo, sostiene ardientes y erectos cenáculos sobre el dulce pero sincopado andar de los caribes pretextando seguir los pasos de su malogrado esposo, sólo que con un movimiento de glúteos, según el imponente bulo, hasta ahora inexistente. Descanse en paz.
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