BRUTO. Altes Museum. Berlín (Fotografía: sgs) |
Tal como
Descartes, “me encontraba por entonces en Alemania donde me había embarcado en
una guerra que aún no han terminado… retenido por el comienzo del invierno y
no encontrando conversación alguna que me distrajese, permanecía todo el día
encerrado solo junto a una estufa”; pues algo así me ocurre, retenido a
principios de la primavera por una guerra contra un invisible enemigo, un virus
que campea invencible por todo el país, encerrado en mi cuarto, sin encontrar
conversación que me distraiga, también yo, como el filósofo francés, me entrego
a mis pensamientos. Pero no teniendo el talento de Descartes para crear otro
“método”, y no siendo filósofo para elaborar profundas teorías, y dado que mis
pensamientos no siempre son agradables, me dedico a lo que los franceses llaman
flâner, o sea que dejo deambular mis pensamientos por territorios ajenos a mi
realidad.
Hoy me apetece hablar del Julio
César de Shakespeare. No del césar romano, sino precisamente del César
personaje. Las reflexiones de un mero espectador que una vez disfrutó de su
representación.
Ante todo, hay que destacar que
la tragedia de Shakespeare sigue siendo una obra moderna sin haber perdido ni
un ápice de interés a pesar de los más de cuatro siglos que carga a sus
espaldas. La discusión entre la libertad y la tiranía están en el candelero,
nunca mejor dicho, tanto ahora como entonces.
Curiosamente, esto ya lo señalaron
los críticos casi desde el principio, Julio César no es el protagonista de la
obra. Aunque su presencia planea constantemente sobre la representación, creo
que son tres breves escenas en las que sale, el verdadero protagonista es
Bruto, con sus contradicciones y sus dudas; muy shakesperiano, por cierto.
Shakespeare sigue libremente el
texto de Plutarco, pero yo no veo en el viejo escritor romano la exaltación de
la libertad contra la tiranía, que encuentro en la obra del inglés. Plutarco
afirma que en un primer momento el populacho huyó de la escena del crimen y se
refugió en sus casas, y que al día siguiente escuchó a Bruto y los demás
conjurados sin mostrar ni aprobación ni reprobación por el crimen, y con
posterioridad, con ocasión de las exequias de César, el pueblo se amotinó
contra los conjurados. Creo que el mito, convertido hoy en paradigma, de que
Bruto y sus cómplices, perpetrando su tiranicidio, se convertían en adalides de
la libertad del individuo, sufriendo martirio por ello, ha sido una creación
del afamado dramaturgo.
Es cierto que la obra es sutil y
juega con la ambigüedad. No se sabe si la derrota y posterior suicidio de los
conjurados es un acto de expiación del pecado cometido o una consecuencia del
desarrollo de los acontecimientos. La ciudadanía, en favor de la cual
pretendidamente se ha cometido el tiranicidio, en un principio tanto aclama a
Bruto en su discurso como a Marco Antonio por su elocuente discurso defendiendo
al césar asesinado; luego el pueblo permanece ausente de la obra. Pero tengamos
en cuenta que la tragedia se estrena bajo el reinado de la reina Isabel I, que
era de armas tomar, Marlowe murió acuchillado en oscuras circunstancias, una
riña con elementos del espionaje real, y la obra podía entenderse como una incitación
al regicidio. El padre de la reina, Eduardo VIII, había dominado a la
levantisca nobleza inglesa, incluso había eliminado la influencia del papado,
consagrándose como cabeza de la Iglesia anglicana. La hija continuó esta
política con mano de hierro, pero los nobles y pueblo católico conspiraban para
volver a la vieja religión. Shakespeare debía nadar y guardar la ropa, pero
gracias a su creación César quedará como el abolidor de la franqueza y libertad
del ciudadano romano durante la república y el tirano que trajo el absolutismo
del imperio, y Bruto, Casio y Lépido como los mártires de la democracia,
quienes querían devolver al pueblo las libertades republicanas.
Quien esté algo versado sobre la
verdadera historia me reprochará que los hechos no fueron así, que el pueblo
estaba muy satisfecho con el cesarismo de Julio César, que había devuelto la
paz y la prosperidad al imperio, y por eso no prestaron apoyo a los conjurados,
que fueron derrotados y muertos. De acuerdo, pero yo cuento lo que he visto en la
representación teatral, incluso acepto que otros espectadores saquen
conclusiones distintas a las mías.
A pesar del control que la corona
ejercería sobre algo tan popular como era el teatro en aquel tiempo, todas las
obras de Shakespeare de asunto histórico tratan de regicidios, usurpaciones,
intrigas palaciegas. Incluso Hamlet, que es mera ficción, trata de eso. La
vulnerabilidad de la corona debía de respirarse en el ambiente.
Al hilo de lo que nos cuenta
Plutarco, también hoy el concepto de libertad individual está en decadencia.
Nada más hay que mirar como languidecen las democracias occidentales, la crisis
política permanente de Italia, la extraña combinación que sustenta el poder en
España, un partido tradicionalmente de izquierda moderada, el PSOE, coaligado
con un partido de izquierda radical con dejes ácratas, PODEMOS, y sustentado
por partidos separatistas poco respetuosos con el Estado y la Constitución, las
derivas populistas de gran parte de los países europeos, un régimen dictatorial
en Rusia, y el sucesivo descuelgue de la democracia material de algunos países
sudamericanos, dejando para el final esa extraña dictadura, marxista en lo
político y una mezcla de economía dirigida y capitalismo salvaje en lo
económico, que es China.
José Antonio Marina analizaba en
un artículo aparecido en El Mundo (22.11.2019) el aprecio actual por la
libertad individual, para concluir que la población parece preferir una modesta
prosperidad material a la libertad; es muy apetecible un sistema paternalista,
que decidan arriba si me cubren mis necesidades a un nivel aceptable, y el
sistema no es muy ineficiente. El conocido filósofo basa su apreciación en tres
bases:
La tecnología actual, y
especialmente la Red, que considera que es un gigantesco modificador (modelador,
diría yo) de conductas.
En segundo lugar, la crisis de la
democracia liberal, que confunde el liberalismo económico con el liberalismo
intelectual, que incluso vería con buenos ojos una dictadura política con un
sistema económico liberal, citando el pensamiento de Xavier Sala, “la falta de
libertad política no es mala para el crecimiento económico. La democracia es un
bien de lujo.” Añado, el paradigma de esta tendencia sería la llamada escuela
de Chicago. No hay que olvidar la influencia de Milton Friedman, padre de la
escuela, en las políticas económicas de la dictadura de Pinochet en Chile.
La tercera pata para Marina,
sería el modelo chino, que según este pensador se ha alejado de Marx y se ha
acercado a Confucio y piensa que la obsesión por la libertad ha sido una equivocación
de la sociedad occidental, que propugna una cierta prosperidad, pero con la
armonía, la unidad y la comunidad compartida como valores fundamentales.
Yo soy muy pesimista en cuanto a
que ese modelo que surge en Grecia y que ha impregnado desde entonces todo el
devenir de la cultura europea, creando un mundo de individuos libres donde el
hombre es la medida de todo, pueda resistir a la bomba de la masificación del
planeta. Se impondrá la sociedad sobre el individuo. Se salvará la especie y
sucumbirá la persona.
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