martes, 19 de julio de 2011

LA MOCHILA (Mariano Berdusán)



“Entonces uno de los discípulos (Andrés) dijo a Jesús:

- Señor, aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces” (Jn 6,8-9).

De todos los personajes que aparecen en el Evangelio (me refiero a los que amaron y siguieron a Jesús) el de este muchacho es uno de los que mejor me caen y que me parece sumamente interesante.

Es, pienso yo, una persona con suerte. Una persona con suerte porque está en el lugar adecuado y en el  momento oportuno. Porque, sin buscarlo él, tiene la suerte de ser recomendado ante Jesús nada menos que por uno de sus discípulos. Y, sobre todo, porque tuvo la suerte, la dicha, y la alegría de ver que Jesús había contado con la pequeña aportación de sus cinco panes y dos peces para realizar aquel estupendo milagro.

Y yo me pregunto ¿qué hacía allí, en aquellos momentos, aquel muchacho con su mochila cargada de panes y peces? Por supuesto, que el Evangelio no nos habla de mochila alguna. Pero, por mi parte estoy convencido de que el chico tenía su mochila ¿dónde, si no, iba a llevar su, para él, tan preciada mercancía? ¿Puede uno imaginarse a un muchacho cualquiera sin su mochila correspondiente aunque en aquellos tiempos fuera algo menos habitual que en los nuestros?

¿Y cómo es que el muchacho se encontraba allí, en medio de la multitud o, mejor dicho, como suelen hacer los niños, en primera fila?

Me imagino lo sucedido:

Su madre le habría dicho: hijo, acércate a la tienda y trae el pan y el pescado para la comida.

El chico fue a la tienda, compró el pan y el pescado que su madre le había encargado y salió a la calle.

Por allí pasaba entonces Jesús seguido de una muchedumbre de hombres, mujeres y niños. El chico, sin quererlo o quizás mejor, algo interesado por ver de qué se trataba aquello, se dejó llevar por la multitud. Se alejó de su casa, se olvidó del recado de su madre y a cambio se encontró con la presencia estupenda y amable de Jesús...

Y, si como dice el Evangelio, a partir de ese momento, “comieron todos (y eran muchísimos) cuanto quisieron y aún sobró” yo pienso que aquella tarde el muchacho volvió a su casa con la mochila no solo llena, sino rebosante de panes, de peces, de gozo y de ilusión.

Ya me gustaría a mí tener una mochila, aunque fuera pequeñita, llena de ilusión, de amor  y de pequeñas obras buenas y que al final de mi jornada, al presentarme ante la presencia del Señor, un discípulo (a ser posible, San Andrés) me recomendara como lo hizo un día con aquel muchacho y le dijera al buen Dios:

-Señor, aquí llega uno también con su mochila, con sus panes y sus peces.

Dichoso seré yo si el Señor, ante esta recomendación, tiene a bién multiplicar su amor y misericordia conmigo y puedo así volver a su Casa para siempre, tan feliz y contento, como volvió a la suya aquel muchacho del Evangelio.

Mariano Berdusán
El color de mi cristal


2 comentarios:

  1. Felicidades D. Mariano. Nunca lo había pensado pero, ahora que lo dice, sí, yo también estoy convencida de que ese chico cargaba sus panes y peces en una mochila.

    Esta parábola es de las mas bonitas, me pa.., pero usted la hecho todavía mas. Gracias, D. Mariano.

    La Conchaparis

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  2. Me ha gustado mucho D. Mariano.
    Estoy seguro de que si las cosas son del color de su cristal cuando llegue el momento, uniremos concienias y gozaremos del milagro.


    angel

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