viernes, 2 de agosto de 2013

TRANSCENDENCIAS (Antonio Envid)


sgs

A pesar de ser un escritor consagrado y yo un joven debutante, me escuchaba mostrando interés, tal era su cortesía. Estoy seguro de que mis ideas, en general, le parecerían una colección de lugares comunes, sin embargo, me prestaba una educada atención como si estuviera verdaderamente atraído por mi conversación. Su secretario entró para ofrecernos una bebida. “Sí, por supuesto y únete a nosotros para tomar algo, para mí, ya sabes, un vaso de güisqui con tres hielos, ponle a nuestro joven amigo lo mismo”. Dirigiéndose a mí con cierta timidez: “Me he tomado la libertad de pedir por usted, pero me agradecerá, sin duda, la elección. Se trata de un güisqui de los highlands escoceses envejecido durante quince años en barricas de noble roble normando que han servido como soleras de jerez. El hielo me lo traen especialmente desde Alaska y me aseguran que es hielo fósil, o sea, agua que lleva helada algunos miles de años, virgen, incontaminada”. Entornando los ojos se llevó con su aristocrática mano el vaso a los labios y tomó un sorbo, para proseguir: “de modo que en este vaso se mezcla la intimidad de las brumas de los highlands con las humedades atlánticas atrapadas por el roble normando y la alegría y expansión del sol jerezano, todo un mosaico de sensaciones”. Tras unos momentos de silencio para paladear su copa continuó el monólogo. “En el fondo, mi querido y joven amigo, ambos buscamos lo mismo, la trascendencia, pero con una gran diferencia, usted la busca con la fe del converso, con el mismo entusiasmo con que los españoles buscaron las ciudades de Cibola, convencidos de su existencia, mientras, yo la busco sabiendo que no existe, que no hay nada más que la realidad desnuda, sin proyección alguna, nada más que lo que se está viviendo, el límite de la razón”. Prosiguió explicándome que no tomara su idea de la trascendencia como un concepto kantiano, no, ni mucho menos, nada de deberes, ni de moral, ni todas esas zarandajas, la trascendencia que buscaba era el halo de misterio y desconocimiento que rodea todo, cierta sublimidad que traspasa más allá de la realidad visible. Me atreví a interrumpirle. “Pero, no comprendo, si está convencido de que esa trascendencia no existe y las cosas son simplemente lo que parecen, ¿porqué la busca?”. “Es usted demasiado joven y lleno de vida para comprenderlo, a mi edad ¿se puede vivir sin que la vida trascienda a otras dimensiones? La realidad desnuda puede llegar a ser horrible. Por eso busco algo que trascienda a esta mísera o vulgar cotidianeidad, pero tengo la suficiente experiencia para saber que no he de hallarlo”.


Envid


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