Villamayor de Gállego, 12 de abril de 2010
En la Trasnochada, después de apagar el televisor, cierro los ojos y las imágenes se suceden, una tras otra. La televisión nos bombardea tanto que a veces somos incapaces de reaccionar, nos dejamos arrastrar por esa riada de información más fuerte que nosotros. No deberíamos ponernos ante la TV sin ojos críticos, es más, se necesitan ojos críticos para verla.
Me considero una amante de la estética y la oferta televisiva, en general, no me gusta; cada vez me parecen menos profesionales los que están delante y detrás de las cámaras. Ante la cámara hay que dar la imagen, la talla en todos los sentidos. Se ha puesto de moda salir a la calle cámara al hombro y perseguir a la gente alcachofa (micrófono) en mano; luego manipulan la imagen, las palabras y cuanto pueden. Los periodistas se han convertido en auténticos siervos de quienes dirigen la televisión para la que trabajan. Pero todo es susceptible de empeorar y en esto se llevan la palma los programas en directo; el que va cámara en ristre se regodea en mostrarnos lo menos bello, por decirlo de alguna manera. No pretendo ofender a nadie, pero seré más precisa. Se trata de ir en busca del personaje más grotesco, de captar el gesto más inoportuno, de detener la imagen en la gente peor vestida o con defectos físicos. Otras veces, ¡horror!, ponen voz a los personajes: indocumentados que sueltan lo primero que se les ocurre o pobres con pocas luces que apenas saben expresarse. El caso es acercarnos la fealdad, lo más zafio del ser humano.
Haciendo una valoración de todo esto, da la sensación de que corren malos tiempos para los guapos y que la vulgaridad se impone. Pondré un ejemplo vivido. Hará unos dos veranos, se presentaron en mi pueblo las cámaras de TVE para pedir opinión a la gente y recorrer sus calles. El broche final al reportaje lo puso el clásico rústico con boina calada hasta las cejas que, como apenas ve, lleva gafas -como se dice vulgarmente- de culo vaso. El caso es ridiculizar al pueblo y a la gente. Pondré otro ejemplo todavía más representativo: la retransmisión de la ofrenda de flores a la Virgen del Pilar. Esto va para nota. La representación zaragozana, vestida de regional en imágenes, hay momentos en que llega a ser espeluznante. No sé a qué es debido ese empeño en detener la imagen ante la gente peor vestida, peor peinada, peor maquillada; además de mostrar lo más rutilante en nylon, en cachirulos con greñas, baturras con gafas de sol y la indumentaria regional más desfasada. Nunca veo en TV a toda esa gente bien vestida, bien puesta, esa gente que lleva el traje regional con dignidad y orgullo, que se esmera en el peinado y en los pequeños detalles. Las cámaras jamás acercan el objetivo a esos mantones antiguos para ver de cerca el bordado, no muestran una joya, un peinado en condiciones. El colofón a estas retransmisiones lo ponen los comentaristas, es como si estuvieran en una reunión de amiguetes donde cada uno va y echa la suya.
Suelo ver poca televisión; pero hará dos meses con motivo de no sé qué fiesta en no sé qué pueblo se metieron en los fogones –otra moda la de meter la cámara en las cocinas- de un restaurante. El cocinero tenía una pinta “total”. Me pareció recién salido de una caverna, un ser tosco y primitivo donde los haya; sin embargo la cámara parecía encantada de haberlo conocido. Hace unos años esto era inconcebible. A tipos así los afinaban y cuando se veían en TV se reconocían a sí mismos hasta más guapos. Los menos agraciados tienen derecho a mejorarse, más en estos tiempos que hay tantos trucos y productos para afinar los rasgos. En este caso el colofón final lo ponen los de fuera, esa gente que viene de visita a nuestra ciudad y ve nuestra televisión. ¿No teníais nadie más feo para sacar? Ahí queda eso.
Aquí queda plantada la fotografía de la torre de mi pueblo, lo más bonito de Villamayor de Gállego. La imagen con la que deberían haber cerrado el programa de la Uno de TV. Como dice Azulenca, esa televisión sin anuncios y sin sustancia.