Úrsula pasa muchas horas frente al espejo, pensando, contemplando distraída su tez blanca, la melena rubia sobre los hombros; y los ojos, esos ojos tristes de mirada resignada. “Resignación” –recuerda-, eso decía mi abuela materna que había que tener: mucha resignación… y adaptación al medio. Su abuela era darwinista y anticlerical. Claro, que la paterna, que presumía de católica, apostólica y hasta romana (“romana” de Los Monegros), también decía lo mismo: hay que conformarse con lo que Dios nos da. Y le hablaba de Job y su paciencia: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, bendito sea el Señor”. Sin embargo… sin embargo no puedo–insiste Úrsula-: es ya demasiada la carga que arrastro con este cuerpo que no me pertenece.
Y se acuerda de Toño. A Toño, cuando era todavía una niña, ya le llamaban Toño, vestía vaqueros, decía tacos, escupía asquerosos japos y jugaba al fútbol. A los diez, cuando el Chuchín ensayó un primer acercamiento sexual hacia ella por poco le vomita en la cara. A ella le gustaba la Yoli, qué guapa la Yoli. La Yoli quería ser enfermera, y Toño su único paciente. Luego, cuando vino la regla, decidió que aquello no podía seguir así. Y al cumplir los quince le pidió a su madre como regalo una operación de pechos. Qué imbécil, con lo bonitos que los tienes. Mami, que lo que quiero es deshacerme de ellos. Jesús, María y José. Total, que pidieron un préstamo, le quitaron los pechos y se sometió a un tratamiento hormonal… Qué ilusión su primer bigote moteado por la espuma de la primera caña, difuminado por el humo de una buena faria. Porque Toño tenía que fumar farias, muchas farias, como sus abuelos. Al fin consiguió la ansiada reasignación de sexo. Y ahora Toño, don Antonio, es todo un señor que fuma puros y va los domingos al fútbol con su almohadilla bajo el brazo (sí, como sus abuelos).
Ay, Úrsula, y sin embargo tú… Para tu fealdad no hay reasignación que valga. Lo tuyo es sólo resignación. Nada más. Y vuelve a mirarse en el espejo. ¿Por qué? ¿Por qué Toño sí y yo no? Porque en la vida no todo tiene arreglo, Úrsula, por eso.
Y el médico del pueblo, aunque se autoproclamaba vanguardista, sonrió: “la vejez iguala a guapos y feos”. Incluso le dio un consejo de un dramaturgo italiano: Úrsula, no te aflijas, “nuestro hoy está condenado a parecer mañana una simple ilusión”. Vaya frasecita, tenía miga. Pero le recordó a sus abuelas y arremetió contra el doctor: oiga, yo he venido aquí para una reasignación, no para una resignación. Y él: Úrsula, soy médico, sólo médico, no puedo hacer milagros, quizá, quién sabe, quizá si hubieras venido antes, de más niña… pero ahora ya es tarde, demasiado tarde. Cierto que has nacido en un cuerpo equivocado: uno cincuenta de estatura no se corresponde con tu mente. Y la cara, también es verdad: tu “face” no habría tenido remedio ni siquiera entonces. Hazme caso: la felicidad no sé en qué consiste, pero sé que el dolor lo produce la insaciabilidad de un absurdo inconformismo. Además… además también tienes tus atractivos, algo confusos, sí, nebulosos quizá, pero los tienes. Mira, mírame a mí, fíjate: tampoco mi cuerpo se corresponde con mi mente. Yo tengo cabeza de un playboy millonario de veinticinco años, ¿sabes? Y sin embargo la vida me ha deparado el cuerpo de un pobre, de un humilde médico de pueblo que envejece. Los veinticinco sólo los tuve una vez.
Úrsula se mira al espejo y, a veces, disfruta con su hermosa melena rubia reposando brillante sobre unos hombros perfectos y entonces descubre ese atractivo algo nebuloso y confuso, quizá, pero atractivo al fin. Y su mirada. También su mirada triste es bonita.
(El Comarcal del Jiloca, 02/04/10)
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ResponderEliminarWow, Maestro, buen artículo, cargado de drama
y belleza, con una sabiduría continua que suelta
de vez en cuando, desde sus profundidades, una
observación que parece casual, un comentario
que parece prescindible.
Grande artículo, Maestro... espero que el comarcal
se de cuenta de lo que tiene entre manos.
Gracias
Narciso de Alfonso
Con la capacidad que tenemos los humanos para estirar la realidad...temo que en breve a esta señorita se le pueda trasplantar la cara de alguna bella difunta.
ResponderEliminarNos acercamos peligrosamente a ese día.
Vladimira
Por supuesto, estoy deacuerdo con que personas desfiguradas por diversos motivos reciban este transplante de cara, pero, no sé, una señorita que sea fea, sólo por serlo....no lo veo claro.
Algunos no se admiten a sí mismos y piensan que con una operación está todo solucionado; pero de eso nada, de nada.
ResponderEliminarCreo, además,que algunos deberían operarse la caspa, tal vez así pudieran brotarles ideas nuevas, mejores, quiero decir.
Azulenca.