Era entonces portero de noche del Hotel Desdémona. Nunca me gustó aquel trabajo, tantos desconocidos durmiendo a mi lado. Era impúdico. Cuando conocí a Tuxa lo dejé. Ella salía de comprar unos tomates en el puesto de la calle Numancia, iba cargada de libros y de flores, fumando, con prisa, como siempre.
- Tuxa, que te dejas el paraguas –le gritó la dependienta.
- Es una sombrilla, una sombrilla. Guárdamela, que llego tarde, mañana pasaré a buscarla.
Al cruzar la calle se le cayeron los libros y, cuando se agachó a recogerlos, rodaron los tomates. Interrumpió el tráfico en ambos sentidos. La dependienta salió a ayudarla y, entre las dos, consiguieron reunir los tomates y los libros.
- Tus zonas erróneas –dijo la dependienta leyendo el título del libro que acababa de recoger – ¿Tienes zonas erróneas, Tuxa? –le preguntó riendo.
- Veintidós llevo contadas y aún no he leído ni la mitad, –respondió Tuxa –en cuanto lo acabe te lo pasaré, verás lo errónea que eres, Sally, tú que te crees tan perfecta –La dependienta soltó una carcajada mientras volvía a la tienda arreglándose el pelo.
Al llegar a la otra acera se le volvieron a caer los libros; esta vez un hombre se agachó enseguida a recogerlos. ‘Qué desastre de mujer’, pensé, repitiendo lo que habría dicho mi madre; ‘eres implacable, Tersa’, le hubiera reprochado mi padre, ‘va despendolada y tiene pintas de puta’, habría contestado mi madre, que siempre tenía que decir la última palabra. ‘Se parece a Susan’, pensé a continuación, tal vez porque mi madre repetía que era un desastre de mujer. ‘Seguro que no sabe ni planchar una camisa como Dios manda’, decía mi madre de Susan. ‘Mamá, Dios no manda planchar las camisas’, le contestaba yo, ‘que te crees tú eso’, respondía ella airada, ‘Dios manda lo que le da la gana, y a las mujeres nos manda saber planchar las camisas’.
A los pocos días volví a ver a Tuxa, cargada de libros y bolsas, fumando, con prisa, como siempre. Recordé lo que tantas veces había oído decir a Susan: ‘Otra vez he llegado tarde al trabajo, más de diez minutos para aparcar. Pues sales de casa diez minutos antes, me ha dicho el estúpido del jefe. Ya salgo diez minutos antes, le he contestado, y además ayer vendí la lámpara que estaba aquí desde la inauguración de la tienda. ¿La de pie, vendiste a madame lumiere?, me preguntó el muy cretino. Exactamente, y sin rebajarla ni un céntimo’. Tal vez mamá tenía razón con Susan, porque no sabía planchar las camisas. A mi padre, en cambio, le caía bien. ‘Tu padre es un calzonazos’, decía Susan, ‘podría quitarle alguna vez los pantalones a tu madre’. Estaba acostumbrada a que los hombres fueran autoritarios y a que quisieran imponerle su voluntad a gritos; había tenido dos padrastros con los que se pasaba el día peleando. ‘Y además ni siquiera es guapa’, habría dicho mamá de Tuxa, ‘vamos, Tersa, no cargues las tintas, es una mujer muy hermosa’, hubiera respondido papá, seguro de su criterio en el tema, ‘pues será guapa pero no lo parece’, habría concluido mi madre, que siempre tenía que decir la última palabra.
(Extraído de "Cartones" -Narciso-).
No hay comentarios:
Publicar un comentario