lunes, 6 de mayo de 2019

ESTO MATARÁ A AQUELLO. Una reflexión sobre internet escrita el 12 de enero de 1997 (Servando Gotor)

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, 
el coronel Aureliano Buendía había de recordar
aquella tarde remota en que su padre 
lo llevó a conocer el hielo

(Gabriel García Márquez.
Comienzo de Cien años de soledad)

Imagen que tomo de rcnradio.com


A propósito del incendio de Notre Dame, y del 20 aniversario de El Comarcal del Jiloca, dirigido por José Antonio Vizárraga, -a quien desde aquí vuelvo a darle mi más sincera y cariñosa enhorabuena, sin perjuicio de dedicarle en un par de días mi personal homenaje, también desde aquí-, he desempolvado este artículo que me suscitó internet cuando apenas estaba naciendo: nada menos que a principios de 1997. Leerlo desde la perspectiva actual resulta cuando menos... curioso. Fui uno de los pioneros en la red y lo hice de la mano de mi amigo Pepe Arnau, que un día me llevó a su casa para conocer internet, experiencia que me marcó tanto o más que la de Aureliano Buendía al conocer el hielo. Y me marcó no tanto por lo que vi sino por lo que intuí. Vivíamos todavía la época de "antes de Google", que no fue ni el primero ni el único navegador. De hecho, unos años más tarde, supuso un trauma para mí dejar AltaVista, el navegador que  usaba para -siguiendo una vez más los consejos de mi amigo- pasarme a aquello que se llamaba... ¡ah, sí!: Google.
Por eso lo he querido subir, sin quitar ni añadir una coma. El director entonces de El Periódico de Aragón me hizo hasta reducirlo para  finalmente no publicarlo. Cosas de la vida. 


Víctor Hugo (imagen que tomo de vozlibre.com)



ESTO MATARÁ A AQUELLO



Refiere Victor Hugo una curiosa entrevista del que fuera Rey de Francia, Luis XI, con Dom Claudio, el arcediano de Nuestra Señora de París y antagonista de Quasimodo en su novela sobre la emblemática catedral. 
          Luis XI, cuya regia personalidad oculta a su ficticio interlocutor presentándose bajo la apariencia de un tal Tourangeau, hidalgo atraído por la fama y sabiduría del hermético arcediano, pretende que éste le inicie en "esa" ciencia (la alquimia).  Y, tras contestarle Dom Claudio que llega tarde porque necesitaría más tiempo del que le queda de vida, y  hacerle una demostración de su saber, Luis XI, asombrado, le pregunta por la clase de libros que maneja.  El arcediano abre la ventana de su celda y aparece magnífica, entre las sombras de la noche parisina, la silueta de la catedral.  Señala con cierta nostalgia al único libro impreso de su celda y luego a Notre-Dame  y concluye: ¡Ay! ¡Esto matará a aquello! 
          Tal afirmación (el libro matará al edificio) sirve al autor francés para dedicar el capítulo siguiente de su  novela, (que precisamente se titu-lará así : "Esto matará a aquello"), a una interesante reflexión sobre las civilizaciones y la  influencia de los medios de comunicación en su evolución. 
          La civilizaciones, dice, todas comienzan por la teocracia y acaban en la democracia.  La libertad sucede a la unidad. Inicialmente el poder teocrático lo impregna todo y se expresa y domina a través de los monumentos, expresivos, grandes... monumentales.  No existe el lenguaje escrito y, si existe, es patrimonio de una minoría, pero la imagen, el grafismo,  la plástica del monumento, a todos resulta asequible.  En la mayor parte de estas construcciones aparecen sus dioses y  sacerdotes.  En pocos, en muy pocos, el hombre.  Siempre la casta, jamás el hombre.  La piedra es la materia en la que el poder grava sus mensajes, desde las formas más elementales hasta las más complejas. Y no sólo el poder,  el género humano no pensó nada transcendental que no escribiera en piedra, porque todo pensamiento tiende a perpetuarse. Por eso, cuando la teocracia va cediendo, cuando las libertades individuales ganan terreno, cuando la complejidad de la arquitectura obliga a la participación técnica e intelectual de otras capas de la sociedad; cuando el pueblo, un pueblo más culto, colabora en las construcciones, la libertad tanto tiempo contenida, tantos años reprimida, desata su corsé de privaciones y se exhibe desnuda en todo su esplendor, en toda su magnificencia intelectual.  Y en las catedrales, sus constructores inmediatos, imprimen ideas propias, distintas y en ocasiones incluso contrapuestas a las consignas del poder (el constructor mediato).  Porque el pueblo, el hombre, aspira a la libertad, y su expresión, su comunicación, es en sí misma una de sus principales formas.  Y si el monumento se hace permeable a determinadas incursiones de la voz del pueblo, será la imprenta la que  asestará el más duro golpe al monopolio informativo del poder. 
          ¿Y cómo algo tan nimio en apariencia, tan débil como un libro, puede acabar con la solidez y fortaleza de la piedra, del edificio?  Fundamentalmente por la ubicuidad.  He aquí el poder de la imprenta, que tan acertadamente pone de relieve Victor Hugo: la ubicuidad.  La imprenta minará el omnímodo poder de la Iglesia (el edificio) e irrumpirá el racionalismo, la enciclopedia, la revolución burguesa, de la misma forma que la construcción más fuerte, más grandiosa, se derrumba con un simple pico.  El edificio, con todo su significado, puede derruirse, puede desaparecer, la ubicuidad del libro impreso, no.  Y la Iglesia se defenderá:  aparecerá la inquisición, la censura, el Índice, pero los libros, con el nacimiento de la imprenta, estarán dotados de ese atributo hasta entonces exclusivamente divino: la ubicuidad.   Se podrán quemar uno, mil ejemplares, pero nunca se tendrá la seguridad de haber acabado con todos, menos aún con la producción, con la impresión, de nuevas ediciones. El control absoluto desaparece con la ubicuidad.
          Aun así, el poder lo intentará todo, ¡faltaría más! Y tiene dos salidas: Una, oponerse a la imprenta, ardua labor que intentará con los medios de control referidos; otra, servirse de ella.  Con ambas tratará de dominar política y económicamente a los medios de comunicación de masas.  La ubicuidad es inabarcable, cierto, pero el poder intervencionista tratará de controlarla. 
          La libertad ¿es buena?  Tanta libertad, ¿resulta positiva? Tales interrogantes siempre han sido formulados, y siempre desde el poder o a través de él.  Hoy se repiten, ante la aparición de un nuevo fenómeno: Internet. Los medios de comunicación tradicionales comienzan a incomodarse: ¡Pape Satán, Pape Satán, aleppe!, parecen exclamar, ante la aparición de Internet. ¡Pape Satán, Pape Satán, aleppe!, como  exclama Plutón horrorizado desde el cuarto círculo del infierno al ver a un vivo (el propio Dante) en el reino de los muertos. Ha nacido un nuevo obstáculo al control de la información. ¡Ha nacido Internet! Como la imprenta, cuenta con el atributo de la ubicuidad. Mejor aún, Internet goza de mayor grado de ubicuidad, de omnipresencia, que el libro impreso.  Y, además, tiene a su favor otros cinco atributos. Primero, que la edición y divulgación es mucho más económica que la del ejemplar impreso, con lo que se convierte en un instrumento popular.  Segundo, la inmediatez : escribes ahora y ahora se divulga.  Tercero, la dialéctica: Internet admite el diálogo, la pugna y el enfrentamiento, posibilidad hasta tal punto esencial en la transmisión y en la propia formación de las ideas, y tan enlazada con el anterior atributo (la inmediatez), que el propio Sócrates se enemistó con el lenguaje escrito porque carecía del dinamismo dialéctico.  Cuarto, la publicidad :  Internet es un foro público y lo que allí se expresa (mediante la voz, la letra o la imagen) está al alcance de todo el que quiera recibirlo, y esto lo convierte en un medio de comunicación de masas, multimedia, al alcance de todos y sin dueño. Lo que nos lleva al quinto, y último: la independencia.  El mensaje, dentro del propio sistema, no está sometido a escala jerárquica alguna. Aquí no manda nadie. 
          Sobre este último atributo me extenderé un poco más porque,  hace unas noches, un amigo me invitó a su casa.  Encendió el ordenardor y nos conectamos a Internet (la red).  Buscamos el término Moncloa por curiosidad y, antes de entrar en las puertas informáticas de la Presidencia del Gobierno, un internauta (¿se dice así?) había conseguido poner un mensaje/anuncio de queja contra esa famosa casa de tal forma que, al picar dicho término (moncloa), salía antes el suyo que el de la residencia oficial del señor Aznar.  ¿Ves que fácil es colarse?  ¿Con qué sencillez puedes conseguir que tu grito ahogue las voces del mismísimo Jefe del Gobierno? ¿Qué te parece?, preguntó mi amigo entusiasmado. Revolucionario, contesté cierta-mente sorprendido. Simplemente, revolucionario. ¡Y eso que sólo estamos empezando!, concluyó él. 
          Y se repetirá la historia ya mentada.  El poder intentará hacer lo de siempre:  Por un lado, integrarse en el sistema, ya que no puede destruirlo (de hecho, como acabamos de ver la Moncloa, la Iglesia, las editoriales, sus periódicos, etc. tienen sus propias páginas web en Internet). Por otro, controlarlo.  Pero Internet es mucho más escurridizo que la imprenta. Internet es menos vulnerable. Y los medios de información tradicionales (prensa, televisión, radio) que forman o son parte del poder, insisten en difundir sólo la cara oscura del nuevo medio: su uso por desaprensivos (pornografía infantil y terrorismo, fundamentalmente), sustrayendo a la opinión pública el aspecto positivo, aplastantemente superior al negativo. Pero la Historia nos enseña que siempre ha sido así:  al poder sólo le ha interesado exhibir los aspectos negativos de la libertad.  Y es por miedo. Por miedo a la novedad, por miedo a la competencia, por miedo  a  la  libertad,   por  miedo a perder el control de... todo. (¡Pape Internet, Pape Internet, aleppe!). ¿Acaso sea éste el golpe más duro recibido por el monopolio informativo del poder, desde la aparición de la imprenta? 
       Mi amigo, el internauta, navegaba por aquel mar de comunicación, por aquel océano de información, con tal destreza y habilidad que no pude por menos que rogarle me iniciara en esa ciencia.  Le interrogué por la clase de información que manejaba para  bogar así.  Esbozó una sonrisa, abrió una nueva ventana en el monitor de su ordenador y, entre las sombras de la noche apareció la silueta de la Moncloa/Catedral/Edificio -lógicamente, después de la página de denuncia de un particular ya referida-. Cogió el ratón, mouse, hizo click y apareció otra ventana con un cursillo de Internet.  Señaló el monitor con su dedo índice, no sin alegría, y me dijo:  Si el Rey de Francia necesitaba más años de vida de los que disponía para iniciarse en no sé qué hermética ciencia, tú no te preocupes, aprenderás a manejar esto en muy poco, muy poco tiempo.  Y no es ninguna tontería, porque, aunque a muchos les pese - señaló a la presentación del cursillo que aparecía en el monitor; hizo click de nuevo y apareció la portada de un importante periódico con la fotografía de la Moncloa -  ... Aunque a muchos les pese, ESTO MATARÁ A AQUELLO



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