Foto: sgs |
La principal arma de los políticos es la palabra. Ellos lo saben muy bien. Si siempre han subvertido el lenguaje, en estos momentos se está llegando a una de las cumbres de este proceso. Tras superar los momentos más complicados de la epidemia se habla de que estamos volviendo a una nueva normalidad. ¿En qué consistirá esta “nueva normalidad”? Porqué normalidad es lo habitual, lo que realizamos o apreciamos a diario, también, lo que sirve de norma o regla, de modo que esta “nueva normalidad”, para que sea nueva, tendrá que ser precisamente lo que hasta ahora hemos considerado como anormal. Hábitos distintos y parámetros nuevos para medir lo que entra en el terreno de lo normal y distinguirlo de lo que es extraordinario o anormal. Con esta nueva normalidad entramos en el mundo de lo anormal, o lo que es lo mismo, un mundo donde lo que percibíamos como algo natural será ahora algo fuera de lo común, y lo que hasta ahora veíamos como habitual se convertirá en infrecuente.
Pero, además, con esta “nueva normalidad” corremos el riesgo de que se abra la puerta otra vez al “hombre nuevo”. No el hombre nuevo con el que soñaba Nietzsche, el Übermensch que ha alcanzado un grado superior de moralidad y espiritualidad, si no esa degeneración, el hombre nuevo que han preconizado todas los totalitarismos, de derechas y de izquierdas, el hombre nuevo de los nazis, capaz de las mayores aberraciones en pro de su patria y de su raza, más bien de lo que los jerarcas definían como el ideal de la patria y la superioridad de una pretendida raza; o el hombre nuevo soviético, alguien carente de pensamiento propio, cuya conciencia ha sido sustituida por el dogma del partido.
A esta nueva normalidad nos llevará un proceso de “desescalada”, nuevo término acuñado por el Gobierno como sí nuestro rico castellano no tuviera palabras para expresar una vuelta a un estado de cosas. Pero claro, no es volver a lo habitual, sino, como se nos ha dicho, una nueva normalidad, sería pues un camino a recorrer hacía ese nuevo statu quo. Desescalada significará lo contrario a escalada, o sea, descenso. Vuelta a la realidad, convulsionada ahora por esta enorme tragedia que está viviendo el país. Pero, claro, este descenso lleva a una realidad que se antoja bastante menos amable que la anterior a la tragedia, y eso no es algo que pueda complacer a los políticos, ávidos siempre de discursos triunfalistas. Sin embargo, no sé por qué desescalada me recuerda a descalabro, desequilibrio, y creo que aquí no han estado muy acertados al inventar la palabra.
Mantener la distancia social parece ser el único remedio para la enfermedad, pero la distancia social también puede servir para objetivos menos confesables, evitar que la gente se reúna, que trabe contactos e intercambie ideas, y que, en definitiva, llegue a la conclusión de que tiene que rebelarse ante el autoritarismo que asoma a lo lejos.
Prefiero no hablar de escalofriantes vocablos puestos en circulación en estos alterados tiempos, como “triaje” o “techo terapéutico”.
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